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martes, 22 de diciembre de 2009

TRATADOS HERMETICOS -- TRATADO VI

TRATADOS HERMETICOS

TRATADO VI

EL BIEN SOLO EXISTE EN DIOS Y EN NINGUNA OTRA PARTE

1.

El Bien, oh Asclepios, no existe en ninguna otra parte que en Dios, o más bien, el Bien es, eternamente, Dios mismo. Es pues, una esencia inmutable, increada, presente en todas las partes, de donde procede todo movimiento y toda generación, de la que ningún ser está desprovisto, que posee en sí misma una actividad estable, perfecta, completa e inagotable, que es el origen de todas las cosas, y cuando digo que eso que todo lo procura es bueno, quiero decir que es absoluta y eternamente bueno.

Esa cualidad no pertenece a ningún otro ser sino a Dios solo, porque a Él nada le falta y ningún deseo de posesión puede tornarlo malo y

nada hay que Él pueda perder o por cuya pérdida pueda afligirle, pues la tristeza es una parte del mal, y tampoco hay nada que sea más fuerte que Él o que pueda dañarlo o inspirarle un deseo, pues no pertenece a su naturaleza sufrir afrentas, ni nada que sea tan bello como para inspirarle amor, ni nada que se resista a obedecerle y contra lo que tenga que enemistarse, ni nada que sea más sabio y que pueda despertar sus celos.

2.

Al ser todas estas pasiones ajenas a su esencia, ¿qué le queda, si no es solamente el Bien? Así como ninguno de los restantes atributos puede hallarse en una sustancia así constituida, así en ninguno de los demás seres podrá encontrarse el Bien.

En efecto, todos los demás atributos se encuentran en los demás seres, tanto pequeños como grandes, tanto en los seres considerados individualmente como en ese Viviente que es, entre todos, el más poderoso: todo lo que está engendrado está lleno de pasiones, pues la propia generación implica un sufrimiento.

Allí donde hay sufrimiento no hay lugar para el Bien, y allí donde está el Bien tampoco hay lugar alguna para una sola pasión. Allí donde está el día, no hay lugar alguno para la noche, allí donde está la noche no hay lugar alguno para el día. En razón de esto, el bien no puede tener lugar en lo que ha venido al ser, sino solamente en lo inengendrado. Sin embargo, dado que la materia ha recibido como don la participación de todos los arquetipos, también ha recibido participación en el Bien.

Así pues, el mundo es bueno en la medida que también él produce todas las cosas, es bueno en tanto que crea. Pero por lo demás no es bueno, pues es pasible, móvil y productor de seres pasibles.

3.

En cuanto al hombre, el bien se mide en él por comparación con el mal. Pues el mal, cuando no es demasiado grande, aquí abajo es el bien, y el bien de aquí abajo es allí la más pequeña porción de mal. Es imposible, pues, que el bien de aquí abajo esté totalmente limpio de toda malicia; aquí abajo el bien se ha tornado mal y tornándose malo ya no es bueno, y en tanto que ya no permanece bueno se torna malo. Por eso el bien sólo existe en Dios, o mejor, Dios es el propio Bien.

Entre los hombres, ¡oh Asclepios!, el bien no existe más que de palabra, pero en la realidad no se ve en ninguna parte. No es posible. No hay lugar para él en el cuerpo material que por todas partes está atacado por el mal, las penas y los sufrimientos, las concupiscencias y las cóleras, las ilusiones y las opiniones insensatas. Y lo peor de todo, ¡oh Asclepios!, es que aquí abajo se considera a cada una de esas cosas que acabo de decir como si fueran el mayor bien, siendo como son un mal insuperable; a la glotonería y al error, que arrastra todos los males aquí abajo y que es el extravío del bien.

4.

Por mi parte, doy gracias a Dios, entre otras cosas, que ha puesto en mi intelecto todo lo concerniente al conocimiento del Bien y el saber que es imposible que el Bien exista en el mundo. Porque el mundo es la totalidad del mal de la misma forma que Dios es la plenitud del bien, o el Bien la totalidad de Dios; pues si todas las excelencias de las más bellas cosas pueden ser encontradas en la proximidad de la esencia divina, aquéllas que constituyen al mismo Dios todavía aparecen, por así decirlo, más puras y auténticas.

No temamos decirlo, oh Asclepios, la esencia de Dios, si es que Dios tiene una esencia, es la belleza, y es imposible aprehender lo bello y lo bueno en ninguno de los seres que están en el mundo.

En efecto, todas las cosas que aparecen a los sentidos de la vista no son sino imágenes ilusorias y, de algún modo, sombras. Más allá de lo que cae bajo los sentidos es donde hay que buscar lo bello y el Bien; y del mismo modo que el ojo no puede ver a Dios, asimismo tampoco puede ver lo bello y lo bueno, pues ésas son partes, enteras y perfectas, de Dios, propiedades únicas de Él, particulares de Él, inseparables de su esencia, soberanamente amables y de las que, es necesario decirlo, Dios está enamorado o ellas están enamoradas de Dios.

5.

Si puedes concebir a Dios, también concebirás lo bello y lo bueno, lo soberanamente luminoso[1], lo soberanamente iluminado por Dios; pues aquella belleza es incomparable, y aquel bien es inimitable, al igual que el propio Dios. En la medida que comprendes a Dios, comprendes lo bello y lo bueno, pues en tanto son inseparables de Dios, son cosas incomunicables a los demás seres, que sólo pertenecen a Dios.

Cuando vas a la búsqueda de Dios, también vas a la búsqueda de lo bello. Pues no hay más que un camino que lleve desde aquí hacia lo bello, la piedad acompañada de conocimiento[2].

6.

De ahí que, quienes no tienen el conocimiento y no han seguido el camino de la piedad, tengan la audacia de decir que es bello y bueno el hombre, que jamás ha visto, ni en sueños, lo que de bueno pueda existir, sino que siempre fue presa de toda especie de males, que ha llegado a tomar lo malo por lo bueno, haciendo uso del mal sin saciarse jamás, temiendo su pérdida y luchando con todas sus fuerzas, no ya para adquirir su posesión, también para acrecentarla. Tales son las cosas buenas y bellas a juicio de los humanos, ¡oh Asclepios! Y no podemos rehuirlas ni odiarlas, pero lo más penoso de todo es que nosotros tengamos necesidad de ellas y que la vida sin ellas nos sea imposible.



[1] O bien, “la pura irradiación de Dios”, en L. Menard, “Los Libros de Hermes Trismegisto”, Ed. Edicomunicación.

[2] L. Menard traduce “gnosis”, op. cit.

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