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domingo, 30 de diciembre de 2012

Las Diversas Perspectivas de los Cuatro Relatos Evangélicos de la Pasión



Albert Vanhoye
LAS DIVERSAS PERSPECTIVAS DE
LOS CUATRO RELATOS
EVANGÉLICOS DE LA PASIÓN


INTRODUCCIÓN
En estos últimos años, la exégesis de los evangelios ha venido
cumpliendo una evolución de notable importancia. Hasta hace poco, estaba
dominada por el método de la Formgeschichte (Historia de las formas), que
no se interesaba más por cada perícopa en particular que por la obra en
conjunto. Había varias formas distintas: sentencias sueltas, apotegmas,
parábolas, narraciones de milagros, relatos biográficos, y se trataba de
determinar su ambiente de formación y su historia en la tradición de la Iglesia
primitiva. Los evangelios eran así, despedazados en pequeños fragmentos y no
parecían verdaderos libros, sino más bien colecciones de material para la
predicación, compilaciones de recuerdos diversos. Este estudio tenía su
utilidad, pero también sus límites. Hoy, los exegetas se percatan de tales
límites y reconocen la necesidad de considerar cada uno de los evangelios en
su conjunto, ya que cada uno tiene sus propias perspectivas y su propio
mensaje. Advierten que el sentido de los distintos elementos particulares no
puede ser bien entendido sin un estudio de la orientación general que ha
determinado la elección del autor; por eso se manifiestan atentos a la
composición de la obra y a su unidad interna.
􀂃 Nos proponemos aquí aplicar este nuevo método a los relatos
evangélicos de la Pasión, con la intención de mostrar su utilidad
no solamente exegética, sino también doctrinal y pastoral.
􀂃 No es raro que los relatos evangélicos de la Pasión sean utilizados
como crónicas que contienen distintas informaciones. Para lograr
una imagen más completa de los hechos, se toma un detalle de
Mateo, otro de Marcos, de Lucas y de Juan, y así se piensa tener
una narración más rica, por cierto, materialmente, lo es; pero la
sustancia religiosa de los diversos relatos, que es lo más
importante, corre riesgo de perderse. Para la auténtica
predicación cristiana, la materialidad de los hechos es menos
importante que su significado en el plan de Dios. Ahora bien, este
significado en el plan de Dios. Ahora bien, este significado se nos
revela por medio de las diversas perspectivas de los evangelios:
por eso quien separa los particulares históricos de su contexto,
empobrece su sentido, puesto que no permite al autor inspirado
decir todo lo que ha querido decir.

LAS DISTINTAS ORIENTACIONES
¿Cuáles son, pues, las características más visibles de los cuatro relatos?.
Es conveniente indicarlas ya, a lo menos como tesis verificables en el
transcurso del estudio que iremos desarrollando. Esquematizando podemos
decir lo siguiente:
Marcos proclama el acontecimiento: nos hace un relato kerigmático.
Expone los hechos en su realidad objetiva, desconcertante. El estilo de Marcos
es con frecuencia el de la improvisación oral, que da a la narración un tono
más vivaz. Es el relato de un testigo. Marcos no tiene temor de sernos
chocante. Más bien parecería buscarla deliberadamente. Pone de relieve los
contrastes, subraya lo paradojal: la cruz es escandalosa, no obstante revela al
Hijo de Dios. En Marcos el misterio de la Pasión se nos impone y nos
impresiona como desde afuera. El resultado es un acto de fe, la sumisión al
misterio (Mc 15, 39).
Mateo, en cambio, nos ofrece un relato eclesial y doctrinal, el relato de
una asamblea de creyentes. Esta orientación se manifiesta en el estilo mismo,
que tiende a la claridad, evita los descuidos de la improvisación y se vuelve
voluntariamente esquemático, un estilo que conviene a la liturgia. Se
manifiesta, empero, aún más en la presentación de los hechos: iluminados por
la fe de la Iglesia, los sucesos se tornan inteligibles. Mateo se interesa menos
que Marcos en los detalles concretos, pero no pierde nunca una ocasión para
insistir en el cumplimiento de las Escrituras, en la presciencia de Jesús, en su
autoridad: muestra, por otra parte, el extravío del pueblo de Israel tras sus
dirigentes. La narración contribuye a la formación de una intelección cristiana
del misterio, por medio de una participación en la fe de la Iglesia.
Lucas pone de manifiesto en muchos lugares las preocupaciones del
historiador y del escritor: tiende a explicar mejor el desarrollo de los
acontecimientos y a construir un relato bien ordenado. No intenta, sin
embargo, la fría objetividad del relator imparcial. Su narración es, por el
contrario, la del discípulo que revive la historia del maestro. Su posición
personal se expresa en la repetida afirmación de la inocencia de Jesús, en la
omisión de los detalles ofensivos o crueles. Por otra parte, la Pasión toma el
aspecto de una invitación hecha al discípulo; es necesario seguir a Jesús en el
camino de la Cruz. La narración es, pues, personal y parenética. Suscita y
refuerza el empeño de cada uno en el seguimiento de Jesús.
La característica principal de Juan está en la insistencia sobre el aspecto
glorioso de la misma Pasión. Para Juan, la luz de la resurrección transfigura ya
la historia de la Pasión. A través de los sufrimientos y las humillaciones, Juan
ve continuamente manifestarse la gloria de Jesús. Su pasión es una pasión
glorificadora. Jesús lo declara desde el comienzo, cuando Judas sale del
cenáculo: “Ahora – dice - el Hijo del Hombre ha sido glorificado y Dios ha
sido glorificado en El” (Jn 13, 31). Poco después, la oración sacerdotal
anticipa la interpretación de la Pasión, situándola bajo esta luz: “Padre, ha
llegado la hora, glorifica a tu Hijo...”. Juan subraya que el suplicio de Jesús
fue una elevación sobre la cruz, no una lapidación que aplasta al hombre.
Descubre en esto una intención divina, un signo revelador. En la narración,
Juan muestra en todo momento cómo los esfuerzos mismos de los enemigos
de Jesús contribuyen, a su pesar, a revelar cada vez más nítidamente la gloria
de Jesús.

EL PRENDIMIENTO
Ya en la escena del prendimiento, la orientación propia de cada
evangelista aparece claramente.
Marcos cuenta los hechos en su cruda realidad. Nos hace sentir el
impacto de los sucesos: “Entonces Judas, uno de los doce y con él una
turbamulta con espadas y palos”. Judas besa a Jesús: es la señal. Jesús es
apresado; alguien saca la espada y golpea. Una palabra de Jesús pone de
relieve la anomalía de la situación: “Como contra un ladrón, habéis salido con
espadas y palos”. Jesús es abandonado por todos. Un joven que lo seguía es
atrapado, pero escapa desnudo.
Ninguna o pocas explicaciones. Marcos no menciona ninguna palabra
de Jesús a Judas, ni tampoco al discípulo que se puso a dar golpes. La
observación dirigida a los apresadores atiende menos a explicar los hechos
que a manifestar el carácter anormal de la escena. La clave de la paradoja se
halla indicada, pero en una forma elíptica. Queda una impresión
desconcertante.
Mateo, al contrario, se preocupa por dar explicaciones. Su narración es
menos concreta, sigue un paso más claro y más digno. Para designar a Jesús,
Marcos dice simplemente El “Judas “se acercó a El”; “los otros le pusieron las
manos encima”); Mateo, con más miramiento, menciona el nombre de Jesús
varias veces: “acercándose a Jesús”, “Jesús les dijo”... Mateo, sobre todo,
ilumina los hechos con las palabras: Jesús habla a Judas, habla al discípulo
que blandió la espada y le explica extensamente la táctica divina, habla a la
turba.
Si se quiere una pauta para indicar el sentido teológico de esta escena,
es preciso recurrir a Mateo. Y lo que él nos dice aquí tiene una importancia
especial por el hecho de que se trata del impulso inicial de la Pasión: los
principios que guían el comportamiento de Jesús en el momento del
apresamiento iluminan el conjunto del misterio.
Mateo nos muestra que Jesús elige, con pleno conocimiento de causa y
plena libertad, el camino de la humillación, porque reconoce en éste el camino
que corresponde al designio de Dios. Jesús rehúsa oponerse a la violencia con
la violencia, porque esta actitud, lejos de salvar a los hombres, los encierra en
un círculo infernal (26, 52). Rehúsa también recurrir a una intervención
milagrosa del poder divino: no duda de que pueda obtener del Padre una
intervención de este género (26, 53), pero sabe bien que no es ésta la vía que
conducirá al objetivo. Ha llegado la hora en que deben “cumplirse las
Escrituras”. La expresión retorna dos veces, primero en las palabras dirigidas
al discípulo (26, 54), después al final del apóstrofe a las turbas (26, 56). En
este último pasaje, la frase de Mateo no es elíptica como la de Marcos; por el
contrario, constituye una afirmación clarísima y toma una forma casi
escolástica: “Mas todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras
de los profetas”.
El lector cristiano es informado, así, desde el comienzo, acerca del
sentido de los acontecimientos. Cuando la Iglesia primitiva consideraba la
Pasión, la contemplaba a través de la Escritura. Sabía que existe una
correspondencia perfecta entre el designio de Dios, prefigurado en el Antiguo
Testamento, y los sucesos, a primera vista desconcertantes, de la semana
santa. Tal correspondencia había sido revelada por Jesús mismo, quien, antes
del cumplimiento de estas cosas demostró, con palabras y hechos, que las
conocía perfectamente.
Según todas las posibilidades, Jesús no habría expresado esta conexión
de un modo tan claro y escolástico como se la puede hallar en Mateo. De
cualquier manera, los discípulos entonces no la habían notado. Las palabras y
los actos de Jesús eran para ellos desconcertantes, y reaccionaban de manera
equivocada, manejando la espada en un primer momento, y luego huyendo y
renegando de El.
Fue necesario que se cumpliera toda la Pasión, que ella desembocara en
la Resurrección, para que la luz invadiera finalmente sus almas. Entonces el
recuerdo entre el acontecimiento y la Escritura se hizo plenamente perceptible.
Sin embargo, una vez adquirida esta percepción, es necesario recordarlo todo
para nutrir, así, la fe. Es lo que hace Mateo. Su presentación no es histórica, en
el sentido estricto de la palabra; es el fruto de una meditación que llega hasta
la sustancia de los hechos.
Lucas, más atento a observar las etapas sucesivas de la Revelación, no
hace, en el momento del prendimiento, ninguna referencia clara a las
Escrituras. La fase negativa que Jesús debe atravesar está designada como “la
hora” de los enemigos y “el poder de las tinieblas” (22,53). Estas expresiones
tienen una relación puramente implícita con la predicción de los profetas.
Lucas reserva para el tiempo de la Resurrección la revelación del
cumplimiento; Cristo resucitado “abre el espíritu” de los discípulos “a la
inteligencia de las Escrituras” (24, 25 s; 24, 25-27; cfr. Juan 2,22; 12,16).
Es muy significativo el modo en que Lucas habla de Jesús; utiliza una
fórmula indirecta: “se acercó a Jesús para besarlo” (22, 47). Una palabra de
Jesús, en cambio, manifiesta su perspicacia y subraya al mismo tiempo lo
repugnante del procedimiento: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del
hombre!”. De este modo el cristiano es puesto en guardia contra la infidelidad
al Señor. Lucas evita insistir en el hecho del prendimiento. Lo menciona sólo
rápidamente, con un simple participio (22, 54). Su devoción atenúa todo lo
que lesiona brutalmente la dignidad humana de Jesús.
Por el contrario, Lucas muestra a las claras la grandeza de Jesús, sobre
todo la grandeza moral. Esta se refleja ya en la pregunta de los discípulos, que
son conscientes de la autoridad del maestro: “Señor, ¿Heriremos nosotros con
la espada?”. (22,49). Se manifiesta en la respuesta negativa de Jesús y más aún
en su gesto: Jesús no se contenta con poner fin, con una palabra, el uso de las
armas; El repara positivamente los daños infligidos: cura la herida del
enemigo, dando un estupendo ejemplo de dominio de sí y de generosidad.
En el evangelista Juan, hasta el prendimiento, se manifiesta la gloria de
Jesús. Juan subraya que Jesús “sabe” todo lo que está por ocurrir (18, 4) y con
pleno conocimiento de causa toma la iniciativa” “Salió y les dijo: ¿A quién
buscáis?”. La respuesta de los adversarios: “A Jesús Nazareno”, provoca la
afirmación: “¡Soy yo!”. Estas dos palabras tienen un sentido ordinario, “soy
yo”, pero unido a un sentido trascendente “Yo soy”, porque en el Antiguo
Testamento constituyen una revelación de Dios (Ex 3; Is 46, 4, 9; 47, 8; 51,
12). El efecto producido en la turba evidencia el valor de estas palabras y el
poder de Jesús: retroceden y caen en tierra. Luego, la otra prueba de la
autoridad de Jesús: “Si, pues, me buscáis a mí, dejad ir a éstos”. Jesús regula
el curso de los sucesos de acuerdo con su misión: “Esto sucede a fin de que se
cumpliera lo que él les había dicho: Yo no he perdido a ninguno de los que tú
me diste”. Finalmente, la palabra con que reprocha a Pedro completa la
perspectiva con la mención de la relación personal de Jesús con el Padre: la
Pasión es “el cáliz que el Padre ha dado” a Jesús (19,11). En éste se
manifestará la gloria del Hijo único (1,14).

EL PROCESO JUDÍO
Después de su prendimiento, Jesús es entregado a la autoridad de su
pueblo: lo conducen ante el sumo sacerdote. Un procedimiento está por
comenzar: es el proceso judío, segunda parte del relato. Es claro que los
evangelios no pretenden describirnos todo el desarrollo. Omiten muchos
detalles, y dejan más de una vez a los historiadores en la incertidumbre. Los
elementos que retienen son los que, bajo la luz ce la Resurrección, fueron
entendidos como más significativos e insertados, por ello, en la catequesis
primitiva. Estos elementos se nos presentan en cuatro composiciones diversas.

SESIONES DEL PROCESO
En el proceso, Marcos distingue dos tiempos: la instrucción, contada
rápidamente, y la reunión del consejo, que tiene lugar a la mañana (15, 1). La
expresión empleada entonces (“habiendo preparado un consejo”) confiere a la
reunión un carácter más formalmente jurídico. Marcos, empero, no espera este
momento para exponer las acusaciones llevadas contra Jesús; las refiere ya en
la instrucción, que se vuelve así la parte principal del conjunto.
Mateo adopta la misma disposición; más aún, la refuerza dando a la
pregunta del sumo sacerdote en el curso de la indagatoria, la forma de un
juramento solemne (26, 63).
Lucas, en cambio, se interesa solamente en la comparencia oficial, que
se realiza de día (22, 66). No dice nada del interrogatorio anterior, cuyo valor
jurídico parece dudoso. Las preocupaciones del historiador chocan aquí con
las del escritor, y así el relato se desenvuelve más pausadamente, sin
interrupciones ni repeticiones.
Juan habla poco del proceso judío. Relata tan sólo una comparecencia
ante Anás, y hace mención del envío a Caifás.

LA COMPOSICIÓN DE LOS RELATOS
A los elementos del proceso, todos los evangelistas agregan otros datos
significativos: Jesús fue maltratado y negado varias veces.
Marcos presenta el conjunto en una composición de contrastes. Primer
contraste: en lugar de demostrar la culpabilidad del acusado, la indagatoria
revela su dignidad. O sea, por una parte los testimonios contra Jesús no
concuerdan; por otra, Jesús, interrogado por el Pontífice, hace una declaración
pública de mesianismo trascendente. Pero ocurre entonces un segundo
contraste: la revelación de la persona de Jesús no halla ningún eco positivo.
Por el contrario, desata las reacciones opuestas: se grita ente la blasfemia,
Jesús es declarado reo de muerte, se le ultraja, y simultáneamente su más
ferviente discípulo reniega de El. Para quien juzga por lo exterior, parece que
los hechos dieran a la palabra de Jesús e desmentido más completo. La
composición de Marcos pone de relieve este contraste paradojal.
Mateo retiene los mismos elementos y la misma disposición. Surge,
pues, el mismo contraste. Sin embargo, antes de pasar al proceso romano,
Mateo agrega una perícopa propia, la de las monedas de Judas, precio de la
sangre (27, 3-10).
Algunos detalles demuestran que el lugar elegido para insertar esta
perícopa no se funda en la cronología (la compra del campo, por ejemplo, no
se hizo en el momento) sino que responde a una intención doctrinal: Mateo
quiere mostrar el sentido del proceso judío. La evocación del dinero maldito
permite a Mateo darnos la clave de la paradoja que Marcos deja sin
solucionar. Es evidente, ante todo, que el proceso es un proceso injusto: las
monedas de plata lo atestiguan abiertamente. Judas llega y confiesa: “He
pecado entregando la sangre inocente”, y arroja al suelo el precio de la
traición. Incluso los sacerdotes lo admiten cuando dicen: “Es el precio de la
sangre”. Se manifiesta entonces, por medio del complot de Judas y de los
sacerdotes, el cumplimiento del designio de Dios, como estaba predicho en la
Escritura: los profetas habían hablado de estos ciclos de plata (27, 9-10). Se
demuestra al mismo tiempo la realización del juicio de Dios: Judas no se
beneficia de su infame ganancia, y los mismos jefes judíos escriben sobre el
terreno de su propiedad el testimonio del crimen que cometieron: el campo
comprado se llama “hasta hoy” campo de sangre. Las posiciones respectivas
del antiguo Israel y de la Iglesia de Cristo quedan así claramente definidas, y
nuevamente nos encontramos con la dupla característica de Mateo: evangelio
doctrinal, evangelio eclesial.
Lucas adopta un orden muy diverso: cuenta primero la negación de
Pedro y su arrepentimiento, describe después los ultrajes infligidos a Jesús por
los guardias y finalmente narra la sesión del proceso y la entrega del
prisionero a Pilatos.
Esta composición se adapta bien a la perspectiva personal parenética
de Lucas. Aun antes de que comience el proceso, la primera cuestión que se
expone es la del comportamiento del discípulo mientras se juzga al maestro.
Cuando el maestro es humillado, no es agradable declararse su discípulo. La
narración de la negación de Pedro descubre la tentación que se insinúa en el
corazón de cada uno. Y el relato de su arrepentimiento, provocado por una
mirada del Señor que se vuelve hacia él (22,61), devela el secreto de toda
conversión.
Por otra parte, el orden elegido modifica la relación entre la negación de
Pedro y el escarnio de los sirvientes. En Marcos, la negación sigue a los
ultrajes de la servidumbre y ubica a Pedro en el mismo contexto. En Lucas, en
cambio, la negación viene antes de que se hable de vejámenes. Se establece,
de este modo, una distinción: Pedro en lágrimas no está en la actitud de los
insultadores. Así también el lector cristiano: para seguir la Pasión del
Salvador, debe revestir los sentimientos del pecador arrepentido.
En el proceso, Lucas tiene cuidado de la dignidad de Jesús. Omite el
desfile de los testigos y las acusaciones. En seguida viene la interrogación
sobre la persona de Jesús, interrogación doble para mayor claridad. La
declaración de filiación divina no es calificada de blasfemia. Lucas no refiere
ni siquiera una fórmula de condenación. No dirá sino que Jesús fue
condenado. Aquí se contenta con señalar que después de las palabras de Jesús,
las autoridades judías consideran inútil recurrir a otros testigos. Para Lucas es
un modo de destacar la importancia decisiva del testimonio de sí mismo dado
por Jesús. De este modo se manifiesta la adhesión al Maestro.
En el breve relato de Juan, la grandeza de Jesús aparece en rehusar
someterse al interrogatorio. Jesús no da el nombre de sus discípulos y, por lo
que atañe a su doctrina, sugiere hacer una investigación; será fácil, ya que ha
enseñado sin esconderse. Cuando un sirviente lo abofetea, Jesús con gran
dignidad le hace entender su mal proceder.
La negación de Pedro enmarca el interrogatorio y produce un efecto de
contraste que pone de relieve la persona de Jesús. Negando a Jesús, por así
decirlo, Pedro se destruye a sí mismo. Se le pregunta: “¿No eres tú uno de sus
discípulos?”. El responde: “No lo soy”; literalmente, empero, dice: No soy,
Jesús es; el que lo niega no es.

EL PROCESO ROMANO
Después del proceso judío, el proceso romano, tercera parte de la
narración. La presentación de Jesús ante Pilatos es descrita por Marcos en
pocas líneas. Aquí, más que en otra parte, es evidente que el evangelista no
pretende contarlo todo. El interrogatorio es esquemático hasta la oscuridad.
Marcos refiere una pregunta de Pilato, sin haberse preocupado de prepararla:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”. (15, 2). Jesús responde: “Tú lo dices”. No se
dará ninguna explicación.
La carencia de toda preparación pone en mayor relieve la pregunta de
Pilatos. El proceso romano es el proceso del “rey de los judíos”. El título
volverá a escucharse más veces en los labios del procurador; los soldados
romanos lo retomarán y se inspirarán en él para sus crueles burlas.
Proceso extraño: algunos judíos se muestran encarnizados contra el rey
de los judíos y éste no responde nada (15, 3-5); es puesto a la par de un
sedicioso homicida y el sedicioso obtiene la preferencia; el procurador romano
propone liberar al “rey de los judíos”, que no es culpable de ningún crimen,
pero la multitud de judíos exige que le sea impuesto a su rey el suplicio
romano, la cruz. Pilatos finalmente cede. Un epílogo sigue entonces: los
soldados se apresuran a ilustrar el veredicto con una apropiada puesta en
escena: el rey de los judíos recibe un manto de púrpura, corona y homenajes;
pero la corona es de espinas y los homenajes son burlas acompañadas de
golpes. Una vez más, encontramos en Marcos el choque desconcertante de los
hechos: el designio de Dios se presenta en una imagen invertida.
El aporte particular de Mateo se halla en el episodio de Barrabás.
Consta de dos elementos: intervención de la mujer de Pilatos y escena en que
Pilatos se lava las manos. No se trata de simples agregados. Mateo retoma
todo el conjunto y nos presenta una nueva composición óptimamente
construida, donde la intención doctrinal y eclesial aparece claramente. Quedan
definidos los lazos de Cristo con el pueblo de Israel. Cuando la mujer del
pagano intercede por el “justo”, la hija de Sión exige a gritos la muerte de su
Mesías, de su Cristo (en vez de “rey de los judíos”, Mateo utiliza dos veces
este título). “Todo el pueblo” toma sobre sí la responsabilidad que Pilatos
rehúsa (27,25).Esta toma de posición del pueblo de la antigua alianza marca
un vuelco en la historia de la salvación.
En Lucas, el proceso romano tiene otra perspectiva y recibe otros
complementos: ante todo, el envío de Jesús a la jurisdicción de Herodes. Para
Lucas es la ocasión de denunciar un falso modo de interesarse en Jesús, por
curiosidad o por diversión, sin ninguna disposición al compromiso personal.
Con tal comportamiento no se obtiene nada de Jesús. A la curiosidad sucede
entonces el desprecio. Lucas habla aquí de burlas muy brevemente. No hablará
de la crueldad romana.
Su tema principal es la inocencia de Jesús. Inmediatamente después de
la pregunta inicial, Pilatos declara que no encuentra contra el imputado ningún
motivo de condena (2 3, 4). Esta declaración sorprende al lector, porque nada
la explica (para entenderla bien, es necesario recurrir al cuarto evangelio: Juan
18, 33-18).
Lucas repite y amplía, en seguida, la misma declaración en el v. 14,
donde Pilatos se apoya en su propia indagación; en el v. 15 donde interpreta
en el mismo sentido el comportamiento de Herodes; en el v. 22 cuando los
judíos requieren la muerte de Jesús. Consecuente consigo mismo, el
procurador expresa nuevamente la intención de liberar a Jesús (vv. 16, 20, 22).
El clamor de los judíos, no obstante, lo disuade y Pilatos, para terminar de una
vez, “abandona a Jesús a la voluntad de aquéllos (v. 25).
Esta descripción refleja probablemente la lealtad de Lucas hacia Roma,
pero constituye sobre todo un modo de subrayar con vigor la completa
ausencia, en Jesús, de toda culpa. El discípulo fiel no se cansa de insistir en
este punto, sobre el cual funda su veneración por Cristo sufriente. Lucas sabe
extraer de esto una lección importante para los cristianos. Si habrán de ser
arrastrados ante los tribunales, no deberá ser por su culpa, sino, según el
ejemplo del maestro, únicamente por su fidelidad a Dios (cfr. 1 Pe 4, 15-16).
En el cuarto evangelio, el proceso romano se desarrolla mucho más.
Un estudio reciente ha demostrado que el relato está cuidadosamente
estructurado en siete escenas dispuestas de manera simétrica. El tema principal
es la realeza de Jesús. El título de Basileus se repite nueve veces. Esta realeza
se manifiesta continuamente: en el interrogatorio, cuando a Pilatos que se lo
pregunta, Jesús declara ser verdaderamente rey; en las palabras que Pilatos
dirige a la turba: “¿Queréis que yo os deje libre al rey de los judíos?” (18,30;
19, 15); en la diversión de los soldados que visten a Jesús como un rey (Juan
no dice que le hayan quitado después la púrpura); en la presentación final,
cuando Pilatos, sentándose en el tribunal, mostró a Jesús y proclamó: “He aquí
a vuestro rey”.
Por otra parte, todos los acontecimientos se ordenan de modo de
verificar la profecía de Jesús acerca del género de muerte que le habría de
tocar: la elevación sobre la tierra (8, 32-33; 18, 32). Se manifiesta así la gloria
del Hijo de Dios.

EL CALVARIO
CONDENADO al suplicio de la cruz, Jesús es conducido al Calvario y
ajusticiado. Su muerte es el hecho capital de la historia de la salvación. Para
relatarla, cada uno de los evangelistas permanece fiel a su orientación
distintiva: Marcos, más que nada, nos hace experimentar el impacto de los
sucesos y nos sumerge en la oscuridad del misterio; Mateo ilumina los
acontecimientos recurriendo a la Escritura y pone de relieve la dimensión
escatológica; Lucas muestra la eficacia de la cruz por la conversión de los
corazones; Juan subraya el modo con que la gloria de Cristo es manifiesta a
los ojos de los creyentes.
Al comienzo y al final de su relato, Marcos menciona algunos nombres:
el de Simón de Cirene y de sus hijos, el de las santas mujeres. Estos nombres
garantizan la realidad de los hechos. Remiten a testigos que pueden ser
interrogados. Marcos anuncia los acontecimientos en la historia humana.
Acontecimientos desconcertantes, chocantes, la crucifixión es el
resultado del proceso romano. La paradoja, que asomaba antes en las palabras,
se traduce ahora crudamente en los hechos. Jesús es designado como rey de
los judíos en un contexto que contradice totalmente esta dignidad suya.
La serie de burlas que siguen se une sin dificultad a la escena de la
crucifixión. Pero ésta nos conduce otra vez al proceso judío, cuyos distintos
elementos retoma: la acusación de querer destruir el templo, la cuestión de la
mesianidad.
Las pretensiones de Jesús son desmentidas por los hechos. Desde el
punto de vista humano, sería necesario que Jesús “descendiera de la cruz” (15,
30, 32) para justificarlas. Es decir: para demostrar su capacidad de restaurarlo
todo - edificando un nuevo Templo -, Jesús debería ahora escapar a la muerte
inminente. Para manifestar sus poderes de Mesías, ahora tendría que vencer a
sus enemigos. Sólo así sería posible creer en él (15, 32).
Marcos sabe muy bien que este modo de razonar es erróneo, pero lo
expone sin comentarios. Nos hace padecer el escándalo de la cruz.
Viene la hora del juicio de Dios. No es una hora de liberación, sino, por
el contrario, de extrema opresión. Las tinieblas se hacen más densas (cfr. Joel
2, 1, 2, 10; Heb 3, 3, 11; Amós 8, 9; etc.). En la atmósfera oscura, el grito de
Jesús parece dar razón a los que lo insultaban. No es el Templo de Jerusalén el
que es abandonado por Dios y destruido, sino Jesús, ese mismo que ha
hablado contra el Templo. Una última posibilidad de salvación se esfuma
entre la ironía de los enemigos: Elías no interviene “para aplacar la ira” (Cfr.
Eccli 48, 10).
Jesús muere. Parece que todo ha finalizado, en el sentido negativo del
vocablo, o sea que todo acabó en la nada. Sin embargo Marcos observa dos
hechos sorprendentes: el velo del Templo se rasga; un soldado pagano extrae
de los sucesos una conclusión inesperada: exclama que este hombre era Hijo
de Dios.
¡Qué extraño es todo esto!.
Estos hechos parecen poca cosa. Tienen, no obstante, valor de
conclusión. Son dos signos que fijan el sentido del acontecimiento en forma
inesperada, paradojal. De las tinieblas surge finalmente la luz.
Para captar plenamente el significado es necesario prestar atención a la
construcción del relato. Los dos signos, en efecto, han sido cuidadosamente
preparados.
El primer signo, el hecho de que el velo del templo se rasga, revela la
obra de Cristo, porque está en relación con la predicción mencionada antes, en
el transcurso del proceso, y repetida en las burlas de los que pasaban contra el
crucificado. Entre todos los testimonios depuestos en contra de Jesús, Marcos
retiene solamente el que se refiere a la destrucción del templo: “Lo hemos
oído decir: “Yo destruiré este templo construido por mano de hombre, y en
tres días volveré a edificar otro que no estará hecho por mano de hombre” (14,
58). El evangelista reconoce allí una verdadera profecía (cfr. Mc 13, 2). El
desgarrón abierto en el velo no es más que el comienzo del cumplimiento:
entre el cuerpo mortal de Jesús y el santuario construido por mano de hombre
existe una misteriosa conexión: no se podía quebrantar uno sin quebrantar al
otro. La predicción, empero, implicaba una fase positiva de reconstrucción,
ligada inmediatamente a la fase negativa de la destrucción. El antiguo templo
será pronto sustituido por otro no hecho por mano de hombre. Sobre el
Calvario, la confesión del centurión subraya justamente el contenido positivo
de la predicción de Jesús, prefigura la adhesión de los paganos a la fe y su
ingreso en el nuevo templo, que será “casa de oración para todas las naciones”
(Mc 11, 7; Is 66, 7).
El evangelio verifica aquí un tema riquísimo del Antiguo Testamento: la
presencia de Dios en el seno de su pueblo por medio de un santuario
establecido por el hijo de David, al cual se reconoce como Hijo de Dios (2
Sam 7, 2-17).
El segundo signo, la confesión del centurión, se halla íntimamente
ligado al primero. Efectivamente, el centurión reconoce a Jesús como Hijo de
Dios. Su profesión de fe responde al sarcasmo de los pontífices que exigían
para creer en Jesús Mesías, que descendiese de la cruz (15, 32). Al mismo
tiempo se enlaza con la solemne declaración con que Jesús se define como
Cristo, Hijo del Bendito (14, 61-62).
Si el primer signo manifiesta la obra de Cristo, el segundo confirma la
revelación de su persona, hecha delante de las más altas autoridades del
pueblo elegido.
La declaración solemne de Jesús recoge las tradiciones bíblicas más
importantes: la tradición mesiánica del Salmo 110, en que el rey es invitado a
sentarse a la derecha de Dios; la tradición apocalíptica mediante la apelación
de Daniel al “Hijo del hombre”. Jesús revela así su filiación propiamente
divina. Además, se tendrá la imagen del Justo sufriente expresada de modo
sublime en el cántico del siervo de Yahvé. A la luz de esta última tradición el
contexto de humillación y de sufrimiento, que parece desmentir la mesianidad
y la filiación divina de Jesús, constituye, en cambio, la garantía más sólida.
Esto no aparece a primera vista. La luz, sin embargo, comienza justamente en
el momento de las tinieblas más negras: cuando Jesús muere, la palabra del
centurión atestigua la filiación divina. Este es el testimonio del evangelio de
Marcos.
Para los otros evangelistas podemos limitarnos a una exposición más
sumaria. Mateo sigue una exposición semejante a la de Marcos, con el mismo
mensaje. Pero nos trae más luz. Más que Marcos destaca el cumplimiento de
las Escrituras en el transcurso de la narración (por ejemplo, en los escarnios:
27, 43; Salmo 22,9). El lector puede así entender que todo tiene un sentido
positivo en el plan de dios. Las repercusiones de la muerte de Jesús se
coordinan de modo impresionante hasta hacer evidente el alcance escatológico
del evento. A la rotura del velo del Templo se agrega el terremoto; es el fin de
la era antigua. El comienzo de la era nueva se señala de inmediato con la
mención de algunas resurrecciones. Por otra parte, la confesión de fe del
centurión se extiende aquí a sus compañeros. La orientación doctrinal y
eclesial de Mateo se revela también en un episodio suplementario, el de la
guardia del sepulcro, donde la atención es ya llevada a la esperada
resurrección.
Lucas ofrece una composición muy distinta. El muestra que la cruz
transforma al mundo de las almas, produciendo la conversión y
asegurándonos la misericordia.
Jesús en el Calvario nos da ejemplo de cómo perdonar las ofensas,
rogando por sus verdugos: “¡Padre, perdónalos, no sabe lo que hacen!”. Nos
da ejemplo de confianza y de abandono filial: “¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!”. Nos exhorta a la penitencia: “No lloréis sobre mí,
llorad sobre vosotros...” Convierte al ladrón, sin necesidad de palabra. Lo
mismo ocurre con la gente: muchos lo contemplan crucificado y se vuelven
golpeándose el pecho.
Lucas muestra poco interés por las evocaciones escatológicas; le
interesan, en cambio, las repercusiones interiores de los sucesos que narra y
las relaciones personales de las almas con Cristo.
El relato de Juan está todo impregnado de serenidad sublime. No habla
de tinieblas, ni de cataclismos, no hace mención de ningún escarnio, no usa la
palabra “ladrones” (dice solamente “otros dos” y nota la posición de la cruz,
que proclama que se corrigiera, pero no lo logran. Lo que está escrito, está
escrito. Juan muestra que Jesús conduce los acontecimientos: define la
situación de su madre y del discípulo; con pleno conocimiento de causa
(“sabiendo...”), verifica el cumplimiento de las Escrituras, declara que todo
está consumado e, inclinando la cabeza, “entrega” el espíritu”. Después de la
cual, un signo divino manifiesta la fecundidad de la cruz. Así Jesús es
glorificado por el Padre y atrae a todos los hombres a creer en él.

CONCLUSIÓN
El estudio de los relatos de la Pasión confirma las indicaciones
señaladas al principio de este artículo. Los Evangelios no son meras
compilaciones de recuerdos históricos; cada evangelio tiene su orientación y
aporta un mensaje. Marcos insiste en el aspecto desconcertante del designio
divino; Mateo muestra a Cristo bajo la luz de la fe y define la posición de la
Iglesia; Lucas considera ante todo la relación personal con el Señor Jesús;
Juan discierne en todas las circunstancias la glorificación de Jesús.
Esta diversidad de perspectivas constituye una gran riqueza espiritual de
la que todos debemos participar.

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