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lunes, 31 de marzo de 2008

TRATADOS HERMETICOS *** PIEDRA FILOSOFAL


TRATADOS HERMÉTICOS
ANÓNIMO
TRATADO SOBRE LA MATERIA DE LA PIEDRA DE
LOS FILÓSOFOS EN GENERAL
*
De la materia de la piedra en general
La materia primera y lejana de la piedra es triple, a saber, mercurio, plata y oro, pues
toda perfección consiste en estos tres, dado que todo lo que es trino es perfecto. No
hay sino una perfección soberana e independiente que es Dios, pero en su unidad
encierra la trinidad de personas.
Los espíritus desprendidos por todas las materias son de tres tipos, y en el hombre
algunos son buenos, otros malos y otros intermedios, y cabe decir que todas las cosas
más perfectas aman la trinidad.
Sus miembros principales son tres, a saber, el corazón, el cerebro y el hígado, a partir
de los cuales se expanden por todo el cuerpo las arterias, los nervios y las venas, por
los que fluyen los espíritus naturales vitales y animales, que sustentan las facultades
naturales vitales y animales.
Y para no alejarnos de nuestro propósito, decir que en el género humano encontraréis
tres sexos: el masculino, el femenino y el hermafrodita. Y en nuestra obra, el oro es el
macho, la plata, la hembra y el andrógino es el mercurio, debiendo concurrir los tres a
una misma obra.
Y si otros aseguran lo contrario, como aquellos que dicen que la materia de la piedra
es el tártaro, el vitriolo, el antimonio, el vinagre, la orina, el menstruo, la simiente, las
secundinas, la sangre, la celidonia, la lunaria, la salamandra y otras cosas parecidas, o
bien es que ignoran el arte o es que se refieren a otra cosa que quizá se parezca en el
color, o en la consistencia o en otras cualidades parecidas.
Así pues, todos aquellos que buscan la materia fuera del género metálico y en cuerpos
distintos a los metales trabajan inútilmente y en vano. Placería a Dios que éstos
hubieran impreso fuertemente en sus espíritus este axioma de los filósofos: lo
semejante engendra lo semejante.
¿Acaso alguien ha visto a un buey engendrar un león? ¿Engendra el hombre un árbol,
una planta o un metal? Siempre ha sido una norma que el hombre engendre a un
hombre, el caballo, un caballo o, lo que es lo mismo, el hombre es engendrado de la
semilla del hombre, el caballo de la semilla del caballo, y de la semilla de la ruda es
producida la ruda y no la salvia. Lo mismo sucede con el oro, que no podréis producir
jamás sino con oro, ni la plata sin plata; y si alguno se aleja de este camino debe
saber que perderá su tiempo y su aceite y que empleará en ello todas sus riquezas e
invertirá en ello toda su vida. Y dado que son muchos los que emplean muchos años
en este trabajo con grandes dispendios, quiero advertirles que se hallan fuera de la
verdadera vía, pues no es menester tanto tiempo ni son necesarios tantos gastos, pues
lo más costoso en esta obra es el fuego.
Del mercurio de los filósofos
Puesto que lo principal en nuestra obra consiste en saber qué cosa es nuestro
hermafrodita, a saber, el mercurio, tener especial cuidado en conocer lo que es el
leproso mercurio vulgar, que no es, en absoluto, apropiado para nuestro objeto.
¿Pero dónde queréis pues, -me diréis-, que lo busque y de dónde lo debo tomar? Yo os
respondo que se encuentra apresado y atado por muchas cadenas, y sólo el filósofo lo
puede rescatar y dejar en libertad. Él lo ve siempre, pues su casa no tiene puertas ni
ventanas; pero el vulgo no lo ve ni lo reconoce, aunque se encuentra en todo lugar y
está presente en todo momento, lo posee tanto el pobre como el rico, la noche como el
día. Todo el mundo lo manipula, lo toca y lo pisa con el pie, y sin embargo lo
desconoce, porque, como ha sido dicho, su prisión no tiene puertas ni ventanas.
Mas cierto individuo, tras oír decir que el vulgo lo tocaba, lo pisaba con los pies, lo
despreciaba y ensuciaba, se dirigió hacia una montaña de la que había oído decir que
estaba habitada por cuatro hombres y dos mujeres que se ocupaban en cavar los
minerales, y que cada uno de ellos llevaba en su vientre lo que buscaba. Persuadido de
esto, se llegó hasta la montaña y se encontró con el primer personaje, que estaba
ocupado en trabajar y cavar la tierra; le miró atentamente y vio a un hombre fuerte y
robusto, vestido de soldado, de color rojo, que había vuelto de la guerra y que no
sabía de otro oficio para ganarse la vida. Pero éste, al ver al caminante, le habló con
rudeza y le preguntó qué era lo que buscaba y qué lo había tornado tan osado como
para venir a aquellos lugares donde nadie había estado antes.
El viajero, fuertemente sorprendido al saberse mirado con desdén y ser tratado con
unas palabras tan rudas, respondió con gran dulzura: ¡Oh, fortísimo hombre, he oído
decir que sois cuatro los hombres, y dos las mujeres, que trabajáis en esta montaña, y
que por un gran esfuerzo todos vosotros poseéis la materia de la piedra de los
filósofos. Y, puesto que yo ardo de amor por esta bendita piedra, no he tenido ningún
temor en venir a este lugar atravesando las aguas, las montañas y los peñascos;
¿acaso no me daréis vos la esperanza de obtener de alguno de vosotros lo que yo
busco?
Has oído bien, le respondió aquel fuerte hombre, somos cuatro hombres y dos mujeres
y, en efecto, lo poseemos en tanto nosotros somos lo que tú buscas, y es también
cierto que podríamos dártelo, pero dudo si sucederá tal cosa, sin embargo puedes
obtenerlo más fácilmente de uno que de otro. En lo que respecta a mí no lo obtendrás
si no combates valientemente conmigo como un soldado experto, y si no me matas,
pues lo que tú buscas lo guardo en el fondo de mi corazón, y es mi alimento y lo que
me da la vida; y lo mismo sucede con todos los que estamos en esta montaña.
El viajero le respondió: ¡Oh, fortísimo hombre, vos sois duro y robusto; yo no quiero
combatir contra vos pues sería como enfrentar a un pequeño troyano con Aquiles, aún
y cuando fuese capaz de hacer todo lo que hizo David contra Goliat.
Te aconsejo - le dijo el robusto hombre - que no toques tampoco a mi concubina y
vecina, pues aún es más fuerte en el combate, y si yo soy un león, en verdad ella es
una leona. Te aconsejo también que no ataques a nuestro soberano capitán ni a su
esposa, pues son el rey y la reina, y poseen una gran pompa y esplendor, cuida pues
de no atacarlos, aunque puedas vencerlos. Pero si sigues adelante encontrarás a otros,
y si puedes vencerlos llevarás a buen término tus deseos.
El viajero continuó, pues, su camino hasta encontrarse con un hombre muy bello, bien
vestido y espléndido, al que habló como al anterior. Este hombre le respondió que
nunca le daría una cosa de la que obtenía su alimento y que le daba la vida, y que
además si accedía a lo que pedía, no sólo estaba en juego su vida sino también la del
rey y la de la reina.
El caminante miró hacia todos los lados para ver si alguien le veía, pues fue presa del
deseo de matarle y de extraer de su vientre lo que guardaba con tanto celo. Y tras
haberle dicho que de su muerte dependía también la muerte del rey y de la reina,
todavía se sentía más dichoso, pues alimentaba la esperanza de matarlos también y
extraer de ellos el tesoro que anhelaba.
Al ver pues que no aparecía nadie, atacó al hombre espléndido tomándolo por el
cuello, por lo que aquél comenzó a pedirle clemencia prometiéndole que si se la
concedía le revelaría cualquier secreto que le pidiese.
Cuando el viajero le soltó, el hombre le dijo: Si continúas adelante te encontrarás con
un anciano que posee con más abundancia que yo el tesoro que buscas, y le vencerás
fácilmente porque ya es viejo. Es además muy próximo a nuestro rey y a nuestra
reina, pues es su portero y el portador de las llaves, por ello, cuando le venzas podrás
acercarte fácilmente al rey y a la reina para poder matarlos también.
El viajero prosiguió pues su camino hasta que al fin se encontró con un anciano,
hombre de pobre semblante y mal vestido, el más miserable y el más despreciado por
todos, por lo que se mostraba triste y melancólico, y a él le dirigió el mismo discurso
que a los anteriores. Pero el anciano le respondió: ¡Oh buen hombre, buscáis aquí una
cosa que ni los príncipes ni los reyes pueden obtener; es cierto que la podéis encontrar
fácilmente en mí, y que vos podéis vencerme con facilidad en el combate, pues soy
viejo y débil y no llevo lo que buscáis en el fondo de mi corazón, como el primero que
os ha hablado, ni como su concubina. Yo lo guardo en mi vientre, porque mi cuerpo y
el de todos los demás extraen de él su alimento.
Sin embargo perderé la vida si me quitáis lo que buscáis. Pero perdonadme la vida, os
lo ruego, pues soy viejo, pobre y miserable, y podéis encontrar un tesoro mejor en mi
vecino, que es brillante, soberbio y aliado de nuestra reina. Si lo hubieseis vencido
habríais obtenido un tesoro más precioso que el que obtendréis de mí, pues yo soy
pobre, y no encontraréis jamás cosas bellas y relucientes en casa de los pobres y de
los despreciables.
El viajero tuvo piedad del pobre anciano al que podría haber matado fácilmente,
creyendo que era mejor arrebatar un tesoro más preciado al vecino del anciano,
aunque fuera por la fuerza de las armas si no se lo quería dar voluntariamente.
Sin embargo, cuando el viajero se iba, el anciano comenzó a sonreír, pues poseyendo
un tesoro tan precioso había engañado al caminante, el cual, al darse cuenta de ello,
se volvió sobre sus pasos y montando en cólera le dijo: ¡Ah, vil anciano!, ¿así que te
estás burlando de mí? Ahora comprendo que aparentas ser pobre y que sin embargo
posees el mayor tesoro, tal y como tu vecino me había dicho. Paga pues tu burla
recibiendo la muerte de mi mano. Así fue muerto el anciano.
Es fácil saber por todo lo que acabamos de decir de donde se debe tomar el mercurio.
Sería ahora necesario declarar la manera de hacerlo nacer y salir del vientre corporal
en el que está encerrado. Esto lo dan a conocer suficientemente todos los filósofos y es
lo que relatan todos los libros químicos acerca de la importunidad (sic). De aquí el
dicho común de los filósofos: Haz el mercurio por el mercurio; y es cosa esta en la
que, por ser conocida por muchos, no nos vamos a detener más.
De la preparación y purificación del mercurio.
Tomad, pues, vuestro mercurio, y purificadlo bien pasándolo a través de un lienzo
plegado tres veces, cosa que haréis varias veces hasta que aparezca puro como el
agua límpida y cristalina.
Nosotros rechazamos todas las demás formas de purificar el mercurio, como aquellas
que lo purifican mediante el vinagre, la sal, la orina, la cal viva, el vitriolo y otros
corrosivos que destruyen la humedad del mercurio en lugar de exaltarla, y que más
que ser útiles, estorban.
Del sol, de la luna y de su preparación
La segunda materia de la piedra, que es llamada hembra, es la luna, que conviene
tomar tal y como sale de la mina, purísima, que no haya sido empleada para ningún
uso y que no haya probado la violencia del fuego, que no haya sido mezclada con
ningún cuerpo extraño y que sea fácilmente maleable. En una palabra, que sea la más
excelente en su género. Ésta deberá ser reducida a finísimas láminas, aunque otros la
reduzcan en cal. Lo que digo de la luna, lo digo también del sol, que conviene tomar
del color más encendido que hacer se pueda, pues según sea la semilla que sembréis,
tal será cosecha que recojáis.
Comienzo de la obra
Lo primero que conviene señalar aquí es que para hacer la piedra al blanco o bien al
rojo, se debe tomar una materia distinta. Sin embargo la manera de operar en la una y
en la otra es similar. Así pues, lo que se diga de la operación al blanco, debe también
entenderse para la operación al rojo.
En primer lugar es necesario hablar de la putrefacción de la materia, que deberá ser
seguida por la resurrección y exaltación, la cual no tendrá lugar si la putrefacción no la
ha precedido, pues la corrupción del uno es la generación del otro. La semilla de
cualquier hierba lanzada sobre la tierra, se pudre y pierde su forma, después de lo
cual, la virtud que estaba escondida en ella, favorecida por el calor celeste, se
manifiesta, y la tierra que contiene la semilla putrefacta, al ser humectada por las
lluvias y el rocío del cielo, le concede un cuerpo más noble y más perfecto, haciéndole
dar frutos en abundancia.
La naturaleza opera de la misma manera en todos los animales; primero se alimentan,
después crecen y, finalmente, engendran. Y si esto es cierto en los hombres, en los
animales y en las plantas, de lo que no cabe ninguna duda, sería necesario estar ciego
para no ver que la misma cosa sucede en los minerales. Vosotros me diréis que la cosa
es muy distinta en los animales, ya que para la producción de una animal son
necesarias las semillas de dos, a saber, del macho y de la hembra. Yo respondo que lo
que hace la unión de las dos semillas, la del macho y la de la hembra, en la producción
de un animal, una sola semilla lo hace en los minerales. ¿Y por qué no podría hacerlo?
dado que en los vegetales, la semilla que los produce no procede de dos plantas sino
de una sola. Pues no conviene pensar que el sexo del macho o de la hembra atribuido
a las plantas, a causa de su amor mutuo, contribuye en nada en la producción de sus
semejantes. Pero para no dilatar más la cosa, he aquí.
Primera parte de la obra
Tomad doce partes del más puro menstruo de una hembra prostituida y una parte del
cuerpo inferior perfectamente lavado, mezcladlo todo junto hasta que toda la materia
sea amalgamada en un vaso ovalado y de cuello largo Pero es necesario añadir
primero al cuerpo dos o cuatro partes del menstruo, y dejarlo reposar
aproximadamente durante quince días, tiempo en el que se realiza la disolución del
cuerpo.
Tomad después esta materia y estrujadla para extraer de ella el menstruo, que
guardaréis sobre el cuerpo que quedará tras la compresión, añadiréis una o dos partes
de nuevo menstruo, y lo dejaréis reposar aún ocho días, después de los cuales
procederéis como al principio, reiterando en lo mismo hasta que todo el cuerpo sea
llevado a agua.
Todas estas operaciones se harán a fuego lento de cenizas y con el vaso bien cerrado
(bouché avec de la carte).
Segunda parte de la obra
Tomad toda el agua de vida y colocadla en un vaso cerrado como el de antes, y con el
mismo grado de fuego de cenizas, que es el primer grado de fuego, cada ocho días se
formará una piel negra que flotará en la superficie y que es la cabeza del cuervo, la
cual mezclaréis con el polvo negro depositado en el fondo del vaso, después de haber
tirado por inclinación el agua de vida.
Volveréis a colocar esa agua en el vaso y volveréis a proceder del mismo modo, hasta
que ya no se forme más negrura.
Tercera parte de la obra
Tomad toda la cabeza de muerto que habéis amasado y colocadla en el huevo filosófico
a fuego de cenizas de encina, y sellad herméticamente su orificio, pero usad una sola
pasta en las junturas de las dos partes del huevo a fin de que pueda ser abierto con
facilidad.
Durante los primeros ocho días, más o menos, no daréis más de beber a vuestra tierra
negra y muerta, porque está aún embriagada de humedad. Después, cuando haya sido
desecada y alterada, la abrevaréis con agua de vida en igual peso. Abriendo el vaso a
este efecto, mezcladlo bien y, a continuación, lo volvéis a cerrar y lo dejáis reposar, no
hasta que sea totalmente desecado, sino sólo hasta la coagulación; continuad después
imbibiendo hasta que la materia haya absorbido toda el agua.
Cuarta parte de la obra
Tomad después esta materia y colocadla en un huevo a fuego de segundo grado,
dejándola así durante algunos meses hasta que finalmente, después de haber pasado
por diversos colores, se vuelva blanca.
Quinta parte de la obra
Una vez la tierra sea blanca, tendrá una potencia apropiada para recibir la semilla, a
causa de la fecundidad que ha adquirido por las operaciones precedentes. Tomad pues
esta tierra, después de haberla pesado, y divididla en tres partes. Tomad una parte de
fermento, cuyo peso sea igual a una de las partes de vuestra materia dividida y cuatro
partes del menstruo de la hembra prostituida, y haced una amalgama con el fermento
laminado, como antes, y con el menstruo, y haced la disolución a calor lento durante
catorce días, hasta que el cuerpo sea reducido a una cal sutil, pues aquí no se busca el
agua de vida.
Tomad después el menstruo con la cal del cuerpo y las tres partes de vuestra tierra
blanca, y haced con todo esto una amalgama en un mortero de mármol, amalgama
que pondréis en un vaso de cristal a fuego de segundo grado durante un mes.
Finalmente, dadle al fuego su tercer grado hasta que la materia se vuelva muy blanca,
y su aspecto será como el de una masa grosera y dura como la piedra pómez, pero
pesada.
Hasta aquí llega la operación de la piedra al blanco. Para hacer la piedra al rojo se
debe operar de la misma manera, pero al final es necesario someterlo a fuego de
tercer grado durante más tiempo y de forma más vehemente que para la piedra al
blanco.
Sexta parte de la preparación de la piedra para hacer la proyección
Son muchos los que han hecho la piedra desconociendo, sin embargo, la manera de
hacer la preparación para hacer la proyección. Y, sin embargo, la piedra hecha y
acabada no hace ninguna transmutación si no se hace que tenga ingreso en los
cuerpos. Por ello, romped vuestra piedra a trozos, moledla y colocadla en un vaso bien
enlutado hasta el cuello para que pueda soportar un gran fuego, como el de cuarto
grado, y sometedlo a fuego de carbón tan fuerte que la arena alcance una temperatura
tal que al lanzar sobre ella unas gotas de agua se oiga un ruido, y tan fuerte que no
sea posible tocar con la mano el cuello del vaso que está sobre la arena a causa de su
gran calor.
Mantened vuestro vaso en este grado de fuego hasta que vuestra materia se convierta
en un polvo muy sutil y muy ligero, cosa que, de ordinario, ocurre en el espacio de un
mes y medio.
Séptima y última parte del aumento y multiplicación de la piedra
Una vez hayáis hecho la piedra, la podéis multiplicar hasta el infinito sin necesidad de
volver a hacerla de nuevo.
Una vez tengáis la piedra hecha y acabada por la quinta parte de la operación,
tomaréis la mitad de ella para usarla en la preparación necesaria para la proyección, y
la otra mitad la guardaréis para multiplicarla.
Pesad pues esta parte, y si pesa tres partes, tomad una parte, pero no del menstruo,
sino del agua de vida. Tendréis de este modo cuatro partes que pondréis en un huevo
a fuego de segundo grado durante un mes, después del cual pasaréis al tercer grado
del fuego hasta el final, como ya hemos enseñado antes en la quinta parte de la
operación.

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