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lunes, 11 de abril de 2011

EVANGELIOS APOCRIFOS




EL EVANGELIO DE SAN PEDRO
(Fragmento griego de Akhmin)
Endurecimiento de los judíos contra Jesús, después de haber protestado Pilatos de
su inocencia ante ellos
I 1.Mas ninguno de los judíos se lavó las manos, ni Herodes, ni ninguno de los jueces
de Jesús.
2. Y, como no querían lavárselas, Pilatos se levantó del tribunal.
3. Y entonces el rey Herodes ordenó a los judíos que aprehendieran al Señor,
diciéndoles: Haced todo lo que os he mandado que hagáis.
Herodes entrega a Jesús al pueblo
II 1.Empero José, el amigo de Pilatos y del Señor, permaneció allí. Y, sabiendo que se
le iba a crucificar, fue a Pilatos, y le pidió el cuerpo del Señor, para sepultarlo.
2. Y Pilatos envió a pedir a Herodes el cuerpo del Señor.
3. Mas Herodes dijo: Hermano Pilatos, aun cuando nadie lo pidiese, nosotros lo
sepultaríamos, sin esperar a que despuntase el día del sábado, porque escrito está en la
ley que no se ocultará el sol sobre un hombre puesto en suplicio mortal.
4. Y lo entregó al pueblo, la víspera de los Ázimos, su fiesta.
Pasión de Jesús
III 1. Y ellos, habiendo agarrado al Señor, lo empujaban a toda prisa, y decían:
Arrastremos al Hijo de Dios, ahora que somos dueños de él.
2. Y lo revistieron con un manto de púrpura, y lo hicieron sentarse en el Tribunal,
diciendo: Juzga equitativamente, rey de Israel.
3. Y uno de ellos, habiendo traído una corona de espinas, la colocó sobre la cabeza del
Señor.
4. Y otros, puestos delante de él, le escupían en el rostro, y otros le pegaban en las
mejillas, y otros lo golpeaban con una caña, y algunos lo azotaban con un látigo,
diciendo: Tributemos estos honores al Hijo de Dios.
Crucifixión de Jesús
IV 1.Y tomaron dos malhechores, y crucificaron al Señor entre ellos. Mas él se
callaba, como aquel que no siente sufrimiento alguno.
2. Y, cuando hubieron levantado la cruz, inscribieron en ella: Éste es el rey de Israel.
3. Y, habiendo depositado ante él sus vestidos, echaron suertes sobre ellos, y se los
repartieron.
4. Empero uno de los malhechores les dirigió reproches, diciendo: Nosotros, por el mal
que hemos hecho, sufrimos así. Mas éste, que se ha convertido en el Salvador de los
hombres, ¿qué mal os ha hecho?
5. Y, habiéndose irritado contra él, ordenaron que se le rompiesen las piernas, a fin de
que muriese entre tormentos espantosos.
Últimos momentos de Jesús
V 1.Y era mediodía, y las tinieblas se apoderaron de toda la Judea, y ellos estaban
turbados, y se preguntaban con inquietud si el sol se habría ocultado ya, considerando
que él vivía aún, y que está escrito para ellos que el sol no debe ocultarse sobre un
hombre puesto en suplicio mortal.
2. Y uno de ellos dijo: Dadle a beber hiel con vinagre. Y, habiendo hecho la mezcla, se
la dieron a beber.
3. Y consumaron todas las cosas, y acumularon sobre sus cabezas sus pecados.
4. Muchos circulaban con lámparas encendidas, pensando que era ya de noche, y se
ponían a la mesa.
5. Y el Señor clamó, diciendo: Mi potencia, mi potencia, me has abandonado. Y
pronunciadas estas palabras perdió la vida.
6. Y, en aquella misma hora, el velo del templo de Jerusalén se rompió en dos.
Sepultura de Jesús
VI 1.Entonces los judíos arrancaron los clavos de las manos del Señor y lo pusieron
en tierra. Y la tierra entera tembló y un gran temor se esparció entre el pueblo.
2. Mas el sol volvió a brillar, y se encontró que era la hora de nona.
3. Los judíos se regocijaron de ello, y dieron a José el cuerpo del Señor, para que lo
sepultase. Porque José había sido testigo de todo el bien que el Señor había hecho.
4. Habiendo, pues, tomado al Señor, lo lavó, y lo envolvió en un lienzo, y lo transportó
a su propia tumba, llamada el huerto de José.
5. Y los judíos y los ancianos y los sacerdotes comprendieron el mal que se habían
hecho a sí mismos, y comenzaron a lamentarse y a exclamar: ¡Malhayan nuestros
pecados! El juicio y el fin de Jerusalén se aproximan.
Duelo de los discípulos
VII 1.Cuanto a mí, me afligía con mis compañeros y, con el espíritu herido, nos
ocultábamos, porque sabíamos que los judíos nos buscaban, como malhechores y
como acusados de querer incendiar el templo.
2. A causa de todo esto, ayunábamos, y permanecimos en triste duelo, y llorando,
noche y día, hasta el sábado.
Pánico de los judíos
VIII 1.Pero los ancianos y los escribas y los fariseos se habían reunido en concilio, y,
al saber que todo el pueblo murmuraba, y se golpeaba el pecho, diciendo: Si a su
muerte se han producido tamaños signos, ello demuestra que era justo, cobraron gran
pavor.
2. Y fueron a Pilatos, rogándole, y diciendo:
3. Procúranos soldados, a fin de que guardemos su tumba durante tres días. Así
evitaremos que sus discípulos vayan a robar su cuerpo y que el pueblo, creyendo que
ha resucitado de entre los muertos, nos cause algún mal.
El sepulcro de Jesús guardado y sellado
IX 1. Pilatos, pues, les dio al centurión Petronio con soldados, para guardar el
sepulcro. Y a éste fueron con ellos los ancianos y los escribas y los fariseos.
2. Y habiendo arrastrado hasta aquel lugar una enorme piedra, en un esfuerzo común y
con ayuda del centurión y de los soldados, todos los que estaban allí la colocaron a la
puerta del sepulcro, de modo que obstruyese su entrada.
3. Y fijaron, para asegurarla, siete sellos y, plantando una tienda, montaron la guardia.
4. Y por la mañana, cuando el sábado comenzaba a despuntar, llegó una gran multitud
de gentes de Jerusalén y de sus cercanías, para ver el sepulcro sellado.
Prodigios que en el sepulcro ocurrieron
X 1.Empero, en la noche tras la cual se abría el domingo, mientras los soldados en
facción montaban dos a dos la guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas.
2. Y vieron los cielos abiertos, y que dos hombres resplandecientes de luz se
aproximaban al sepulcro.
3. Y la enorme piedra que se había colocado a su puerta se movió por sí misma,
poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él.
4. Y, no bien hubieron visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los
ancianos, porque ellos también hacían la guardia.
5. Y, apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de
la tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno, y a una cruz seguirlos.
6. Y la cabeza de los sostenedores llegaba hasta el cielo, mas la cabeza de aquel que
conducían pasaba más allá de todos los cielos.
7. Y oyeron una voz, que preguntaba en las alturas: ¿Has predicado a los que están
dormidos?
8. Y se escuchó venir de la cruz esta respuesta: Sí.
9. Los circunstantes, pues, se preguntaban unos a otros si no sería necesario marchar de
allí, y relatar a Pilatos aquellas cosas.
10. Y, en tanto que deliberaban todavía, otra vez aparecieron los cielos abiertos, y un
hombre que de ellos descendió y que entró en el sepulcro.
Temor de los que hicieran la guardia en el sepulcro
XI 1.Visto lo cual, el centurión y sus compañeros de guardia se apresuraron a ir a
visitar a Pilatos por la noche, abandonando el sepulcro que vigilaran. Y contaron todo
lo que habían presenciado, vivamente inquietos y diciendo: Verdaderamente era Hijo
de Dios.
2. Mas Pilatos, respondiendo, dijo: Yo estoy puro de la sangre del Hijo de Dios, y sois
vosotros los que lo habéis decidido así.
3. Entonces todos le rogaron, sumisos, que ordenase al centurión y a los soldados no
decir nada de lo que habían visto.
4. Porque (arguyeron), siendo culpable del mayor pecado ante Dios, nos importa no
caer en manos del pueblo judío, y no ser lapidados.
5. Y Pilatos ordenó al centurión y a los soldados que nada dijesen.
Visita de varias mujeres al sepulcro
XII 1.Al rayar el alba, María Magdalena, discípula del Señor, tomando consigo a
varias de sus amigas, fue con ellas al sepulcro en que aquél había sido depositado.
2. Y eligió esa hora, por temor a los judíos, los cuales estaban inflamados de cólera, y
ella no había hecho, sobre el sepulcro del Señor, lo que las mujeres acostumbran a
hacer con los muertos y con los seres queridos.
3. Y las visitantes temían que los judíos las viesen, y decían: Aunque el día en que se
lo crucificó no hayamos podido llorar y lamentarnos, hagámoslo ahora, al menos sobre
su sepulcro. ¿Quién nos revolverá la piedra de la puerta del sepulcro, a fin de que
entremos, nos sentemos junto a él, y lo unjamos?
4. Porque la piedra es enorme, y tememos que alguien nos vea. Y, si no podemos
revolverla, al menos depositaremos a la entrada lo que traemos en memoria suya. Y
lloraremos, y nos lamentaremos, hasta que volvamos a nuestras casas.
Las mujeres encuentran el sepulcro abierto y un ángel les anuncia la resurrección
de Jesús
XIII 1.Y, habiendo llegado al sepulcro, lo encontraron abierto. Y aproximándose, y
bajándose a mirar, vieron, sentado en medio del sepulcro, un mancebo hermoso y
vestido con una ropa muy brillante, que les dijo:
2. ¿Por qué habéis venido? ¿A quién buscáis? ¿Al crucificado? Resucitó, y se fue. Y, si
no lo creéis, mirad, y ved que no está ya en el lugar en que se lo puso. Porque se ha
levantado de entre los muertos, y se ha ido a la mansión de donde se lo había enviado.
3. Entonces las mujeres, espantadas, huyeron.
Los discípulos continúan afligidos
XIV 1.Y era el último día de los Ázimos, y muchos salían de la ciudad, y regresaban
a sus hogares, por haber terminado la fiesta.
2. Nosotros, los doce discípulos del Señor, llorábamos y nos afligíamos. Y cada cual,
apesadumbrado por lo que sucediera, se retiró a su casa.
3. Cuanto a mí, Simón Pedro, y a Andrés, mi hermano, tomamos nuestras redes y nos
fuimos al mar. Y estaba con nosotros Levi, hijo de Alfeo, cuando el Señor...
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
(Citas en la literatura cristiana primitiva)
Serapión (Ob. de Antioquía 190-211)
1. Nosotros, en efecto, hermanos, recibimos tanto a Pedro como a los demás apóstoles
cual si se tratara de Cristo mismo, pero rechazamos con conocimiento de causa las
obras falsificadas con sus nombres, sabiendo que semejantes escritos no los hemos
recibido por tradición. Yo, cuando me encontraba en medio de vosotros, suponía que
todos estabais adheridos a la verdadera fe, y por no hojear el evangelio atribuido a
Pedro, que ellos mismos me presentaban, dije que, si era aquello lo único que les
acongojaba, podían leerlo. Mas ahora, al enterarme de que su verdadero sentir estaba
enmarañado en cierta herejía, a juzgar por lo que se me ha dicho, me apresuré a
personarme de nuevo entre vosotros. Así, pues, hermanos, esperadme en breve. Por
nuestra parte, hermanos, después de darnos perfecta cuenta de la herejía a que estaba
adherido Marciano, quien llegaba a contradecirse a sí mismo, no entendiendo lo que
decía (cosa que podréis saber por mi carta), nos ha sido, pues, posible por medio de los
que manejaron este mismo evangelio; es decir, por los sucesores de los que le
entronizaron (a los que llamaremos docetas, pues la mayor parte de sus doctrinas están
impregnadas en las enseñanzas de estos herejes), hemos podido, digo, por medio de
éstos manejar el libro en cuestión, hojearlo y comprobar que la mayor parte del
contenido está conforme con la recta doctrina del Salvador, si bien se encuentran
algunas recomendaciones nuevas que hemos sometido a vuestra consideración. Y esto
es lo que escribía Serapión. (citado por Eusebio, Hist. Eccl. VI 12,2-6)
Orígenes (+ 253-254)
2. Algunos, haciendo caso a la tradición contenida en el evangelio titulado según
Pedro o en el libro de Santiago, dicen que los hermanos de Jesús son hijos de José,
habidos de una primera mujer que convivió con éste antes que María. (Comm. in Mt.
10,17)
Eusebio de Cesarea (+ 339)
3. Y por lo que se refiere a los llamados Hechos suyos [de Pedro], al Evangelio que
lleva su nombre y a lo que llaman su Predicación y su Apocalipsis, sabemos que no
han sido en manera alguna incluidos por la tradición entre los católicos [libros
canónicos], pues ningún escritor eclesiástico antiguo o contemporáneo se sirvió de
testimonios procedentes de tales obras. (Hist. Eccl. III 3,2)
4. Por otra parte, el estilo desdice de las maneras apostólicas; además, las sentencias y
principios del contenido, en total desacuerdo con la verdadera ortodoxia, demuestran
claramente que se trata, en efecto, de teorías inventadas por herejes. Por que tales
obras no deben ser catalogadas siquiera entre las apócrifas, sino rechazadas por
absurdas e irreverentes. (Hist. Eccl. III 25,6-7)
Teodoreto Cirense (+ h.460)
5. Los nazarenos son judíos que veneran a Cristo como hombre justo y que se sirven
del evangelio llamado según Pedro. (Haeret. fabularum. comp. II 2)
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Aurelio De Santos Otero, BAC
EL EVANGELIO DEL PSEUDO-MATEO
Prólogo A
A su muy querido hermano el sacerdote Jerónimo, los obispos Cromacio
y Heliodoro, salud en el Señor
Habiendo encontrado, en libros apócrifos, relatos del nacimiento y de la infancia de
la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, y, considerando que dichos escritos
contienen muchas cosas contrarias a nuestra fe, juzgamos prudente rechazarlos de
plano, a fin de que, con ocasión del Cristo, no diésemos motivo de júbilo al Anticristo.
Y, mientras nos entregábamos a estas reflexiones, sobrevinieron dos santos
personajes, Parmenio y Virino, y nos informaron de que tu santidad había descubierto
un volumen hebreo, redactado por el bienaventurado evangelista Mateo, y en el que se
referían el nacimiento de la Virgen Madre y la niñez del Salvador. He aquí por qué,
en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, suplicamos de tu benevolencia seas servido de
traducir aquel volumen de la lengua hebrea a la latina, no tanto para hacer valer los
títulos del Cristo, cuanto para desvirtuar la astucia de los herejes. Porque éstos, con
objeto de acreditar sus malvadas doctrinas, han mezclado sus mentiras funestas con la
verdadera y pura historia de la natividad y de la infancia de Jesús, esperando ocultar
la amargura de su muerte, al mostrar la dulzura de su vida. Harás, pues, una buena
obra, acogiendo nuestro ruego, o enviando a tus obispos, en razón de este deber de
caridad que tienes hacia ellos, la respuesta que juzgues más conveniente a la presente
carta. Salud en el Señor, y ora por nosotros.
B
A los santos y bienaventurados obispos Cromacio y Heliodoro, Jerónimo, humilde
servidor del Cristo, salud en el Señor
El que cava el suelo en un lugar en que presume hay oro, no se lanza inmediatamente
sobre todo lo que la parte de tierra abierta echa a la superficie, sino que, antes de
levantar en su azada el brillante metal, mueve y remueve los terrones, acuciado por
una esperdnza que ningún provecho anima aún. En tal concepto, ardua labor es la
que me habéis encomendado, venerables obispos, al pedirme dé curso a relatos que el
mismo santo apóstol y evangelista Mateo no quiso publicar. Porque, si no hubiese en
esos relatos cosas secretas, a buen seguro que las hubiese unido al mismo Evangelio
que lleva su nombre. Pero, cuando escribió este opúsculo, lo ocultó bajo el velo de su
idioma natal, y no deseó su divulgación, aunque hoy día su obra, escrita de su puño y
letra en caracteres hebreos, se encuentra en manos de hombres muy religiosos, que, a
través de los tiempos, la han recibido de sus predecesores. Usando de su derecho de
depositarios, no han autorizado nunca a nadie para traducirlo, y se han limitado a
explicar su contenido de diversas maneras. Pero ocurrió que un maniqueo llamado
Leucio, que ha redactado igualmente falsas historias de los apóstoles, lo sacó a luz,
proporcionando así materia, no de edificación, sino de perdición, y el libro fue
aprobado, bajo esta forma, por un sínodo, a cuya voz ha hecho bien la Iglesia en no
prestar oídos. Cesen, por ende, los ultrajes de los que ladran contra nosotros. No
pretendemos añadir a los escritos canónicos éste de un apóstol y de un evangelista, y
lo traducimos tan sólo para desenmascarar a los herejes. Y aportamos a esta empresa
igual cuidado en cumplir las órdenes de piadosos obispos que en oponernos a la
herética impiedad. Por amor al Cristo, pues, satisfacemos, llenos de confianza, los
deseos y los ruegos de aquellos que, por nuestra obediencia, podrán familiarizarse
con la santa niñez de nuestro Salvador.
c
Otra epístola que se lee al frente de ciertas ediciones
Me pedís mi opinión sobre cierto librito referente a la natividad de Santa María, que
algunos fieles poseen, y quiero que sepáis que en él se encuentran no pocas
falsedades. La causa de ello es haberlo compuesto un tal Seleuco, autor de varias
gestas sobre predicaciones y martirio de apóstoles. El cual dice verdad en todo lo
concerniente a los milagros y a los prodigios por éstos realizados, pero enseña
mentira en lo que a su doctrina toca, y, además, ha inventado por su cuenta y riesgo
muchas cosas que no han sucedido. Me esforzaré, pues, en traducir el escrito, palabra
por palabra, del hebreo, dado que resulta haber sido el santo evangelista Mateo quien
lo redactó, y quien lo puso al frente de su Evangelio, bien que ocultándolo bajo el velo
de aquel idioma. Para la exactitud de este detalle, me remito al autor del prefacio y a
la buena fe del escritor. Porque, aun admitiendo que el opúsculo sugiera dudas, no
afirmaría de un modo absoluto que encierre falsedades. Pero puedo decir libremente
(y ningún fiel, a lo que pienso, me contradecirá) que, sean verídicos o completamente
imaginarios los relatos que en él se contienen, no deja de ser cierto que la muy santa
natividad de María ha sido precedida de grandes milagros, y seguida de otros no
menores. Sentado lo cual con toda buena. fe, estimo que el libro puede ser leído y
creído, sin peligro para las almas de los que saben que en la omnipotencia de Dios
está hacer esas cosas. Finalmente, en cuanto mis recuerdos me lo han permitido,
induciéndome a seguir el sentido más que las palabras, he procurado ora avanzar por
la misma ruta del escritor, sin por ello poner mis pies en la huella de sus pasos, ora
volver a la misma ruta por caminos de travesía. Así he intentado redactar esta
historia, y no diré otra cosa que lo que en ella está escrito, o lo que hubiera podido
lógicamente escribirse.
D
Otro prólogo
Yo, Jacobo, hijo de José, que vivo en el temor de Dios, he escrito todo lo que, ante mis
ojos, he visto realizarse en las épocas de la natividad de la Santa Virgen María por
haberme concedido la sabiduría necesaria para escribir los relatos de su
advenimiento, manifestando a las doce tribus de Israel el cumplimiento de los tiempos
mesiánicos.
Vida piadosa de Joaquín
X 1. En aquellos días, había en Jerusalén un varón llamado Joaquín, de la tribu de
Judá. Y era pastor de sus propias ovejas, y temía al Altísimo en la sencillez y en la
bondad de su corazón. Y no tenía otro cuidado que el de sus rebaños, que empleaba en
alimentar a todos los que, como él, temían al Altísimo. Y ofrecía presentes dobles a los
que trabajaban en la sabiduría y en el temor de Dios, y presentes simples a los que a
éstos servían. Así, de las ovejas, de los corderos, de la lana y de todo lo que poseía
hacía tres partes. La primera la distribuía entre las viudas, los huérfanos, los peregrinos
y los pobres. La segunda la daba a los que se consagraban al servicio de Dios y
celebraban su culto. Cuanto a la tercera, la reservaba para sí y para toda su casa.
2. Y, porque obraba de este modo, Dios multiplicaba sus rebaños, y no había, en todo
el pueblo israelita, nadie que lo igualase en abundancia de reses. Y todo eso comenzó a
hacerlo desde el año quinceno de su edad. Y, cuando llegó a los veinte años, tomó por
esposa a Ana, hija de Isachar y de su propia tribu, es decir, de la raza de David. Y, a
pesar de haber transcurrido otros veinte años, a partir de su casamiento, no había
tenido hijos, ni hijas.
Dolor de Joaquín y de Ana
II 1. Y sucedió que, un día de fiesta, Joaquín se encontraba entre los que tributaban
incienso y otras ofrendas al Señor, y él preparaba las suyas. Y, acercándose un escriba
del templo llamado Rubén, le dijo: No puedes continuar entre los que hacen sacrificios
a Dios, porque éste no te ha bendecido, al no otorgarte una posteridad en Israel. Y,
habiendo sufrido esta afrenta en presencia del pueblo, Joaquín abandonó, llorando, el
templo del Señor, y no volvió a su casa, sino que marchó adonde estaban sus rebaños,
y llevó consigo a sus pastores a las montañas de una comarca lejana, y, durante cinco
meses, su esposa Ana no tuvo ninguna noticia suya.
2. Y la triste lloraba, diciendo: Señor, Dios muy fuerte y muy poderoso de Israel,
después de haberme negado hijos, ¿por qué me arrebatas también a mi esposo? He
aquí que han pasado cinco meses, y no lo veo. Y no sé si está muerto, para siquiera
darle sepultura. Y, mientras lloraba abundantemente en el jardín de su casa, y
levantaba en su plegaria los ojos al Señor, vio un nido de gorriones en un laurel, y,
entreverando sus palabras de gemidos, se dirigió a Dios, y le dijo: Señor, Dios
omnipotente, que has concedido posteridad a todas las criaturas, a los animales
salvajes, a las bestias de carga, a las serpientes, a los peces, a los pájaros, y que has
hecho que todos se regocijen de su progenitura, ¿por qué has excluido a mí sola de los
favores de tu bondad? Bien sabes, Señor, que, desde el comienzo de mi matrimonio,
hice voto de que, si me dabas un hijo o una hija, te lo ofrecería en tu santo templo.
3. Y, a punto de terminar su clamor dolorido, he aquí que de súbito apareció ante ella
un ángel del Señor, diciéndole: No temas, Ana, porque en el designio de Dios está que
salga de ti un vástago, el cual será objeto de la admiración de todos los siglos hasta el
fin del mundo. Y, no bien pronunció estas palabras, desapareció de delante de sus ojos.
Y ella, temblorosa y llena de pavor, por haber tenido semejante visión, y por haber
oído semejante lenguaje, se echó en el lecho como muerta, y todo el día y toda la
noche permaneció en oración continua y en terror extremo.
4. Al fin, llamó a su sierva, y le dijo: ¿Cómo, viéndome desolada por mi viudez y
abatida por la angustia, no has venido a asistirme? Y la sierva le respondió,
murmurando: Si Dios ha cerrado tu matriz, y te ha alejado de tu marido, ¿qué puedo
hacer por ti yo? Y, al oír esto, Ana lloraba más aún.
El ángel guardián de Joaquín.
El encuentro en la Puerta Dorada
III 1. En aquel mismo tiempo, un joven apareció en las montañas en que Joaquín
apacentaba sus rebaños, y le dijo: ¿Por qué no vuelves al lado de tu esposa? Y Joaquín
repuso: Durante veinte años la he tenido por compañera. Pero ahora, por no haber
querido Dios que ella me diese hijos, he sido expulsado ignominiosamente del templo
del Señor. ¿Cómo volvería al lado suyo, después de haber sido envilecido y
despreciado? Continuaré, pues, aquí con mis ovejas, mientras Dios conceda a mis ojos
luz. Sin embargo, por intermedio de mis servidores, seguiré repartiendo de buen grado
su parte a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a los ministros del Altísimo.
2. Y, no bien hubo en tal guisa hablado, el joven le respondió: Soy un ángel de Dios,
que ha aparecido hoy a tu mujer, la cual oraba y lloraba. Yo la consolé, y ella sabe por
mí que ha concebido de ti una hija. esta vivirá en el templo del Señor, y el Espíritu
Santo reposará en ella, y su beatitud será mayor que la de todas las mujeres, aun de las
más santas, de suerte que nadie podrá decir que hubo, ni que habrá, mujer semejante a
ella en este mundo. Baja, pues, de las montañas, y vuelve al lado de tu esposa, a quien
encontrarás encinta, porque Dios ha suscitado progenitura en ella, y su posteridad será
bendita, y Ana misma será bendita y establecida madre con una eterna bendición.
3. Y Joaquín, adorándolo, dijo: Si he encontrado gracia ante ti, reposa un instante en
mi tienda, y bendíceme, puesto que soy tu servidor. Y el ángel le contestó: No te
llames servidor mío, pues ambos somos los servidores de un mismo dueño. Mi comida
es invisible, y mi bebida lo es también, para los mortales. Así, no debes invitarme a
entrar en tu tienda, y lo que habrías de darme, ofrécelo en holocausto a Dios. Entonces
Joaquín tomó un cordero sin mancilla, y dijo al ángel: No me hubiera atrevido a
ofrecer un holocausto a Dios, si tu orden no me hubiese dado el poder sacerdotal de
sacrificarlo. Y el ángel le dijo: Tampoco yo te hubiera invitado a ofrecerlo, si no
hubiese conocido la voluntad de Dios. Y ocurrió que, en el momento en que Joaquín
ofrecía su sacrificio a Dios, al mismo tiempo que el olor del sacrificio, y en cierto
modo con su mismo humo, el ángel se elevó hacia el cielo.
4. Y Joaquín inclinó su faz contra la tierra, y permaneció así prosternado desde la hora
sexta del día hasta la tarde. Y sus mercenarios y jornaleros llegaron, e, ignorando la
causa de su actitud, se llenaron de temor, y pensaron que quería matarse. Y se
acercaron a él, y no sin esfuerzo lo levantaron. Y, cuando les cantó su visión,
estremecidos de estupor y de sorpresa, lo exhortaron a cumplir sin demora el mandato
del ángel, y a volver prontamente al lado de su esposa. Y, como Joaquín discutiese
todavía en su interior sí debía o no debía volver, lo invadió el sueño, y he aquí que el
ángel que le había aparecido estando despierto, le apareció otra vez mientras dormía,
diciéndole: Yo soy el ángel que Dios te ha dado por guardián. Baja con seguridad, y
retorna cerca de Ana, porque las obras de caridad que tú y tu mujer habéis hecho han
sido proclamadas en presencia del Altísimo, el cual os ha legado una posteridad tal
como ni los profetas ni los santos han tenido, ni tendrán, desde el comienzo del
mundo. Y, cuando Joaquín hubo despertado, llamó a sus pastores, y les dio a conocer
su sueño. Y ellos adoraron al Señor, y dijeron a Joaquín: Guárdate de resistir más al
ángel del Señor. Levántate, partamos, y avancemos lentamente, haciendo pastar a los
rebaños.
5. Y, después de caminar treinta días, cuando se aproximaban ya a la ciudad, un ángel
del Señor apareció a Ana en oración, diciéndole: Ve a la llamada Puerta Dorada, al
encuentro de tu esposo, que hoy llega. Y ella se apresuró a ir allí con sus siervas, y en
pie se puso a orar delante de la puerta misma. Y aguardé largo tiempo. Y se cansaba y
se desanimaba ya de tan dilatada espera, cuando, levantando los ojos, vio a Joaquín,
que llegaba con sus rebaños. Y corrió a echarle los brazos al cuello, y dio gracias a
Dios, exclamando: Era viuda, y he aquí que no lo soy. Era estéril, y he aquí que he
concebido. Y hubo gran júbilo entre sus vecinos y conocidos, y toda la tierra de Israel
la felicité por aquella gloria.
María consagrada al templo
IV 1. Y nueve meses después, Ana dio a luz una niña, y llamó su nombre María. Y,
destetada que fue al tercer año, Joaquín y su esposa Ana se encaminaron juntos al
templo, y ofrecieron víctimas al Señor, y confiaron a la pequeña a la congregación de
vírgenes, que pasaban el día y la noche glorificando a Dios.
2. Y, cuando hubo sido depositada delante del templo del Señor, subió corriendo las
quince gradas, sin mirar atrás, y sin reclamar la ayuda de sus padres, como hacen de
ordinario los niños. Y este hecho llenó a todo el mundo de sorpresa, hasta el punto de
que los mismos sacerdotes del templo no pudieron contener su admiración.
Gratitud de Ana al Señor
V 1. Entonces Ana, llena del Espíritu Santo, exclamó en presencia de todos:
2. El Señor, Dios de los ejércitos, ha recordado su palabra, y ha recompensado a su
pueblo con su bendita visita, para humillar a las naciones que se levantaban contra
nosotros, y para que su corazón se vuelva hacia Él. Ha abierto sus oídos a nuestras
plegarias, y ha hecho cesar los insultos de nuestros enemigos. La que era estéril, es
ahora madre, y ha engendrado la exaltación y el júbilo en Israel. He aquí que yo podré
ofrecer dones al Señor, y que mis enemigos no podrán ya impedírmelo nunca más.
Vuelva el Señor sus corazones hacia mí, y procúreme una alegría eterna.
Ocupación de María en el templo.
Origen del saludo «Deo gracias»
VI 1. Y María causaba admiración a todo el mundo. A la edad de tres años, marchaba
con paso tan seguro, hablaba tan perfectamente, ponía tanto ardor en sus alabanzas a
Dios, que se la habría tomado no por una niña pequeña, sino por una persona mayor,
pues recitaba sus plegarias como si treinta años hubiera tenido. Y su semblante
resplandecía como la nieve, hasta el extremo de que apenas podía mirársela. Y se
aplicaba a trabajar en la lana, y lo que las mujeres adultas no sabían hacer, ella, en
edad tan tierna, lo hacía a perfección.
2. Y se había impuesto la regla siguiente. Desde el amanecer hasta la hora de tercia,
permanecía en oración. Desde la hora de tercia hasta la de nona, se ocupaba en tejer. A
la de nona, volvía a orar, y no dejaba de hacerlo hasta el momento en que el ángel del
Señor le aparecía, y recibía el alimento de sus manos. En fin, con las jóvenes de más
edad, se instruía tanto, haciendo día por día progresos, en la práctica de alabar al
Señor, que ninguna la precedía en las vísperas, ni era más sabia que ella en la ley de
Dios, ni más humilde, ni más hábil en entonar los cánticos de David, ni más graciosa
en su caridad, ni más pura en su castidad, ni más perfecta en toda virtud, ni más
constante, ni más inquebrantable, ni más perseverante, ni más adelantada en la
realización del bien.
3. Nunca se la vio encolerizada, ni se la oyó murmurar de nadie. Toda su conversación
estaba tan llena de dulzura, que se reconocía la presencia de Dios en sus labios.
Continuamente se ocupaba en orar y en meditar la ley, y, llena de solicitud por sus
compañeras, se preocupaba de que ninguna pecase ni siquiera en una sola palabra, de
que ninguna alzase demasiado la voz al reír, de que ninguna injuriase o menospreciase
a otra. Bendecía al Señor sin cesar, y, para no distraerse de loarlo, cuando alguien la
saludaba, por respuesta decía: Gracias sean dadas a Dios. De ahí vino a los hombres la
costumbre de contestar: Gracias sean dadas a Dios, cuando se saludan. A diario comía
el alimento que recibía de manos del ángel, y, cuanto al que le proporcionaban los
sacerdotes, lo distribuía entre los necesitados. A menudo se veía a los ángeles
conversar con ella, y obedecerla con el afecto de verdaderos amigos. Y, si algún
enfermo la tocaba, inmediatamente volvía curado a su casa.
Mérito de la castidad
VII 1. Entonces el sacerdote Abiathar ofreció presentes considerables a los pontífices,
para obtener de ellos que María se casase con un hijo suyo. Pero María los rechazó,
diciendo: Es imposible que yo conozca varón, ni que un varón me conozca. Los
pontífices y todos sus parientes trataron de disuadirla de su resolución, insinuándole
que se honra a Dios por los hijos, y se lo adora con la creación de progenitura, y que
así había sido siempre en Israel. Pero María les respondió: Se honra a Dios por la
castidad, ante todo, como es muy fácil probar.
2. Porque, antes de Abel, no hubo ningún justo entre los hombres, y aquél fue
agradable a Dios por su ofrenda, y muerto por el que había desagradado al Altísimo. Y
recibió dos coronas, la de su ofrenda y la de su virginidad, puesto que había evitado
continuamente toda man-cilla en su carne. De igual modo, Elías fue transportado al
cielo en su cuerpo mortal, por haber conservado intacta su pureza. Cuanto a mí, he
aprendido en el templo, desde mi infancia, que una virgen puede ser grata a Dios. He
aquí por qué he resuelto en mi corazón no pertenecer jamás a hombre alguno.
La guarda de María
VIII 1. Y María llegó a los catorce años, y ello dio ocasión a los fariseos para
recordar que, conforme a la tradición, no podía una mujer continuar viviendo en el
templo de Dios. Entonces se resolvió enviar un heraldo a todas las tribus de Israel, a
fin de que, en el término de tres días, se reuniesen todos en el templo. Y, cuando todos
se congregaron, Abiathar, el Gran Sacerdote, se levantó, y subió a lo alto de las gradas,
a fin de que pudiese verlo y oírlo todo el pueblo. Y, habiéndose hecho un gran
silencio, dijo: Escuchadme, hijos de Israel, y atended a mis palabras. Desde que el
templo fue construido por Salomón, moran en él vírgenes, hijas de reyes, de profetas,
de sacerdotes, de pontífices, y estas vírgenes han sido grandes y admirables. Sin
embargo, no bien llegaban a la edad núbil, seguían la costumbre de nuestros
antepasados, y tomaban esposo, agradando así a Dios. Ünicamente María ha
encontrado un nuevo modo de agradarle, prometiéndole que se conservaría siempre
virgen. Me parece, pues, que, interrogando a Dios, y pidiéndole su respuesta, podemos
saber a quién habremos de darla en guarda.
2. Toda la asamblea aprobó este discurso. Y los sacerdotes echaron suertes entre las
doce tribus, y la suerte recayó sobre la tribu de Judá. Y el Gran Sacerdote dijo:
Mañana, venga todo el que esté viudo en esa tribu, y traiga una vara en la mano. Y
José hubo de ir con los jóvenes, llevando también su vara. Y, cuando todos hubieron
entregado sus varas al Gran Sacerdote, éste ofreció un sacrificio a Dios, y lo interrogó
sobre el caso. Y el Señor le dijo: Coloca las varas en el Santo de los Santos, y que
permanezcan allí. Y ordena a esos hombres que vuelvan mañana aquí, y que recuperen
sus varas. Y de la extremidad de una de ellas saldrá una paloma, que volará hacia el
cielo, y aquel en cuya vara se cumpla este prodigio será el designado para guardar a
María.
3. Y, al día siguiente, todos de nuevo se congregaron, y, después de haber ofrecido
incienso, el Pontífice entró en el Santo de los Santos, y presentó las varas. Y, úna vez
estuvieron todas distribuidas, se vio que no salía la paloma de ninguna de ellas. Y
Abiathar se revistió con el traje de las doce campanillas y con los hábitos sacerdotales,
y, entrando en el Santo de los Santos, encendió el fuego del sacrificio. Y, mientras
oraba, un ángel le apareció, diciéndole: Hay aquí una vara muy pequeña, con la que no
has contado, a pesar de haberla depositado con las otras. Cuando la hayas devuelto a
su dueño, verás presentarse en ella la señal que se te indicó. Y la vara era la de José,
quien, considerándose descartado, por ser viejo, y temiendo verse obligado a recibir a
la joven, no habían querido reclamar su vara. Y, como se mantuviese humildemente en
último término, Abiathar le gritó a gran voz: Ven y toma tu vara, que es a ti a quien se
espera. Y José avanzó temblando, por el fuerte acento con que lo llamara el Gran
Sacerdote. Y, apenas hubo tendido la mano, para tomar su vara, de la extremidad de
ésta surgió de pronto una paloma más blanca que la nieve y extremadamente bella, la
cual, después de haber volado algún tiempo en lo alto del templo, se perdió en el
espacio.
4. Entonces todo el pueblo felicitó al anciano, diciéndole: Feliz eres en tu vejez, pues
Dios te ha designado como digno de recibir a María. Y los sacerdotes le dijeron:
Tómala, puesto que has sido elegido por el Señor en toda la tribu de Judá. Pero José
empezó a prosternarse, suplicante, y les dijo con timidez: Soy viejo, y tengo hijos.
¿Por qué me confiáis a esta joven? Y el Gran Sacerdote le dijo: Recuerda, José, cómo
perecieron Dathan, Abirón y Coré, por haber despreciado la voluntad del Altísimo, y
teme no te suceda igual, si no acatas su orden. Y José le dijo: En verdad, no
menosprecio la voluntad del Altísimo, y seré el guardián de la muchacha hasta el día
en que el mismo Dios me haga saber cuál de mis hijos ha de tomarla por esposa.
Entretanto, dénsele algunas vírgenes de entre sus campaneras, con las cuales more. Y
Abiathar repuso: Se le darán vírgenes, para su consuelo, hasta que llegue el día fijado
para que tú la recibas, porque no podrá casarse con ningún otro que contigo.
5. Y José tomó a María con otras cinco doncellas, que habían de habitar con ella en su
casa. Y las doncellas eran Rebeca, Sefora, Susana, Abigea y Zahel, a las cuales los
sacerdotes dieron seda, lino, jacinto, violeta, escarlata y púrpura. Y echaron suertes
entre ellas, para saber lo en que cada una trabajaría, y a María le tocó la púrpura
destinada al velo del templo del Señor. Y, al tomarla, las otras le dijeron: Eres la más
joven de todas, y, sin embargo, has merecido obtener la púrpura. Y, después de decir
esto, empezaron a llamarla, por burla, la reina de las vírgenes. Pero, apenas acabaron
de hablar así, un ángel del Señor apareció en medio de ellas, y exclamó: Vuestro
apodo no será un apodo sarcástico, sino una profecía muy verdadera. Y las jóvenes
quedaron mudas de terror, ante la presencia del ángel y sus palabras, y suplicaron a
María que las perdonase, y que rogase por ellas.
La anuncíación
IX 1. Al día siguiente, mientras María se encontraba en la fuente, llenando su cántaro,
un ángel del Señor le apareció, y le dijo: Bienaventurada eres, María, porque has
preparado en tu seno un santuario para el Señor. Y he aquí que vendrá una luz del cielo
a habitar en ti, y, por ti, irradiará sobre el mundo entero.
2. Y, al tercer día, mientras tejía la púrpura con sus manos, se le presentó un joven de
inenarrable belleza. Al verlo, María quedó sobrecogida de temor, y se puso a temblar.
Pero el visitante le dijo: No temas, ni tiembles, María, porque has encontrado gracia a
los ojos de Dios, y de Sl concebirás un rey, que dominará no sólo en la tierra, sino que
también en los cielos, y que prevalecerá por los siglos de los siglos.
Vuelta de José
X 1. Y, en tanto que ocurría todo esto, José, que era carpintero, estaba en Capernaum,
al borde del mar, ocupado en sus trabajos. Y permaneció allí nueve meses. Y, vuelto a
su casa, encontró a María encinta. Y todos sus miembros se estremecieron, y, en su
desesperación, exclamó: Señor Dios, recibe mi alma, porque más vale morir que vivir.
Y las jóvenes que con María estaban le arguyeron: ¿Qué dices, José? Nosotras
sabemos que ningún hombre la ha tocado, y que su virginidad continúa íntegra, intacta
e inmaculada. Porque ha tenido por guardián a Dios, y ha permanecido siempre orando
con nosotras. A diario un ángel conversa con ella, y a diario recibe su alimento de
manos de ese ángel. ¿Cómo podría existir un solo pecado en ella? Y, si quieres que te
declaremos nuestras sospechas, nadie la ha puesto encinta, si no es el ángel de Dios.
2. Pero José dijo: ¿Por qué queréis embrollarme, haciéndome creer que quien se ha
unido a ella es un ángel de Dios? ¿No parece más seguro que un hombre haya fingido
ser un ángel de Dios, y la haya engañado? Y, al decir esto, lloraba y exclamaba: ¿Con
qué cara me presentaré en el templo del Señor? ¿Cómo osaré mirar a los sacerdotes?
¿Qué haré? Y, mientras hablaba así, pensaba en esconderse, y en abandonarla.
José confortado por un ángel
XI 1. Y ya había decidido levantarse en la noche, y huir, para habitar en un lugar
oculto, cuando, aquella misma noche, le apareció en sueños un ángel del Señor, que le
dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es
engendrado, del Espíritu Santo es. Y parirá un hijo, que será llamado Jesús, porque
salvará al pueblo de sus pecados.
2. Y, desvanecido el sueño, José se levantó, dando gracias a su Dios, y habló a María y
a las vírgenes que estaban con ella, y les contó su visión. Y, consolado con respecto a
María, dijo: He pecado, por haber abrigado sospecha contra ti.
La prueba del agua
XII 1. Tras esto, se extendió la nueva de que María estaba encinta. Y José fue
conducido ante el Gran Sacerdote por los servidores del templo, y aquél, con los
demás sacerdotes, lo colmó de reproches, diciéndole: ¿Por qué has seducido a una
doncella de tanto mérito, que los ángeles de Dios han nutrido en el templo como una
paloma, que no quiso nunca ni aun ver a un hombre, y que estaba tan instruida en la
ley de Dios? Si tú no la hubieses violentado, ella permanecería virgen hasta ahora.
Pero José juraba que nunca la había tocado. Entonces el Gran Sacerdote Abiathar le
dijo: Por vida de Dios, yo te haré beber el agua de la bebida del Señor, y en el acto tu
pecado será demostrado.
2. Entonces todo Israel se reunió en una muchedumbre innumerable, y también María
fue conducida al templo del Señor. Y los sacerdotes y los parientes de María le decían,
llorando: Confiesa tu pecado a los sacerdotes, tú que eras como una paloma en el
templo de Dios, y que recibías tu alimento de la mano de un ángel. José fue llevado al
altar. Y se le dio el agua de la bebida del Señor. Si un hombre, después de haber
mentido, la probaba, y daba siete veces la vuelta al altar, Dios ponía alguna señal sobre
su rostro. Y, cuando hubo bebido reposadamente, y dado siete vueltas al altar, ningún
signo de pecado apareció en su cara. Entonces, todos los sacerdotes y los servidores
del templo y la multitud proclamaron su virtud, diciendo: Feliz eres, porque en ti no se
ha hallado falta.
3. Y, llamando a María, le dijeron: Pero tú, ¿qué disculpa podrías dar? ¿Y qué mayor
signo podría mostrarse en ti que ese embarazo que te traiciona? Sólo te pedimos que
digas quién te ha seducido, ya que José está puro de toda relación contigo. Más te
valdrá confesar tu pecado que dejar que la cólera de Dios te marque con su signo ante
todo el pueblo. Empero María les dijo con firmeza y sin temblar: Si hay alguna
mancha o pecado o concupiscencia impura en mí, que Dios me designe a la faz de
todos los pueblos, para que yo sirva a todos de ejemplo saludable. Y se aproximó
confiadamente al altar del Señor, y bebió el agua de la bebida del Señor, y dio las siete
vueltas al altar, y no se vio en ella ninguna marca.
4. Y, como todo el pueblo estaba lleno de estupor y de duda, viendo el embarazo de
María, sin que signo de impureza apareciese en su rostro, se elevó entre la
muchedumbre un gran vocerío de palabras contradictorias. Unos loaban su santidad, al
paso que otros la acusaban. Entonces María, advirtiendo que el pueblo no estimaba su
justificación completa, dijo con clara voz, para ser entendida de todos: Por la vida del
Señor, Dios de los Ejércitos, en cuya presencia me hallo, que yo no he conocido
ningún hombre, y más que no lo debo conocer, porque desde mi infancia he tomado
esa resolución. Y desde mi infancia he hecho a Dios el voto de permanecer pura para
que me ha creado, y así quiero vivir para Él solo, y para Él solo permanecer sin mácula
mientras exista.
5. Entonces todos la abrazaron, pidiéndole que perdonase sus maliciosas sospechas. Y
todo el pueblo y los sacerdotes y todas las vírgenes la llevaron a su casa, regocijados,
gritando y diciendo: Bendito sea el nombre del Señor, porque ha manifestado tu
santidad a todo el pueblo de Israel.
Visión de los dos pueblos.
Nacimiento de Jesús en la gruta.
Testimonio de los pastores
XIII 1. Y ocurrió, algún tiempo más tarde, que un edicto de César Augusto obligó a
cada uno a empadronarse en su patria. Y este primer censo fue hecho por Cirino,
gobernador de Siria. José, pues, se vio obligado a partir con María para Bethlehem,
porque él era de ese país, y María era de la tribu de Judá, de la casa y patria de David.
Y, según José y María iban por el camino que conduce a Bethlehem, dijo María a José:
Veo ante mí dos pueblos, uno que llora, y otro que se regocija. Mas José le respondió:
Estáte sentada y sosténte sobre tu montura, y no digas palabras inútiles. Entonces un
hermoso niño, vestido con un traje magnífico, apareció ante ellos, y dijo a José: ¿Por
qué has llamado inútiles las palabras qúe María ha dicho de esos dos pueblos? Ella ha
visto al pueblo judío llorar, por haberse alejado de su Dios, y al pueblo de los gentiles
alegrarse, por haberse aproximado al Señor, según la promesa hecha a nuestros padres,
puesto que ha llegado el tiempo en que todas las naciones deben ser benditas en la
posteridad de Abraham.
2. Dichas estas palabras, el ángel hizo parar la bestia, por cuanto se acercaba el instante
del alumbramiento, y dijo a María que se apease, y que entrase en una gruta
subterránea en la que no había luz alguna, porque la claridad del día no penetraba
nunca allí. Pero, al entrar María, toda la gruta se iluminó y resplandeció, como si el sol
la hubiera invadido, y fuese la hora sexta del día, y, mientras María estuvo en la
caverna, ésta permaneció iluminada, día y noche, por aquel resplandor divino. Y ella
trajo al mundo un hijo que los ángeles rodearon desde que nació, diciendo: Gloria a
Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
3. Y José había ido a buscar comadronas. Mas, cuando estuvo de vuelta en la gruta,
María había ya parido a su hijo. Y José le dijo: Te he traído dos comadronas, Zelomi y
Salomé, mas no osan entrar en la gruta a causa de esta luz demasiado viva. Y María,
oyéndola, sonrió. Pero José le dijo: No sonrías, antes sé prudente, por si tienes
necesidad de algún remedio. Entonces hizo entrar a una de ellas. Y Zelomi, habiendo
entrado, dijo a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María la
comadrona dio un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo que yo
nunca he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha parido un niño,
y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por ninguna efusión de sangre,
y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha concebido, virgen ha parido, y virgen
permanece.
4. Oyendo estas palabras, la otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer
eso que oigo, a no asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria:
Permíteme tocarte, y asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como
María le diese permiso, Salomé adelanté la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se
secó, y de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú
sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada en cambio,
que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he despachado a un
menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo desgraciada por mi
incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
5. Y, hablando ella así, un joven de gran belleza apareció a su lado, y la dijo:
Aproxímate al niño, adóralo, tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador
del mundo y de cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo
adoró, y tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo
fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y
experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.
6. Porque unos pastores afirmaban a su vez que habían visto a medianoche ángeles
cantando un himno, loando y bendiciendo al Dios del cielo, y diciendo que el Salvador
de todos, el Cristo, había nacido, y que en él debía Israel encontrar su salvación.
7. Y una gran estrella brillaba encima de la gruta, de la tarde a la mañana, y nunca,
desde el principio del mundo, se había visto una tan grande. Y los profetas que estaban
en Jerusalén decían que esa estrella indicaba el nacimiento del Cristo, el cual debía
cumplir las promesas hechas, no sólo a Israel, sino a todas las naciones.
El buey y el asno del pesebre
XIV 1. El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró
en un establo, y deposité al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron.
Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a
su dueño y el asno el pesebre de su señor.
2. Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar.
Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás
entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres
días.
La circuncisión
XV 1. El sexto día entraron en Bethlehem, donde pasaron el séptimo día. El octavo,
circuncidaron al niño, y lo llamaron Jesús, como lo había denominado el ángel antes
de su concepción. Cuando se cumplieron, según la ley de Moisés, los días de la
purificación de María, José condujo al niño al templo del Señor. Y, como el niño había
sido circunciso, ofrecieron por él dos tórtolas y dos pichones.
2. Y había en el templo un hombre de Dios, perfecto y justo, llamado Simeón, y de
edad de ciento doce años. Y el Señor le había hecho saber que no moriría sin haber
visto al Cristo, hijo de Dios encarnado. Cuando hubo visto al niño, gritó en alta voz:
Dios ha visitado a su pueblo y el Señor ha cumplido su promesa. Y adoró al niño.
Luego, tomándolo en su manto, lo adoró otra vez, y le besó los pies, diciendo: Ahora,
Señor, deja partir a tu servidor en paz, según tu promesa, puesto que mis ojos han visto
tu salvación, que has preparado a la faz de todos los pueblos: luz que debe disipar las
tinieblas de las naciones, e ilustrar a Israel, tu pueblo.
3. Había también en el templo del Señor una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de
la tribu de Aser, que había vivido con su marido siete años después de su virginidad, y
que era viuda hacía ochenta y cuatro años. Nunca se había alejado del templo del
Señor, entregándose siempre a la oración y al ayuno. Y, acercándose, adoró al niño, y
proclamó que era la redención del siglo.
Visita de los magos
XVI 1. Y, transcurridos dos años, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que
traían consigo grandes ofrendas, y que interrogaron a los judíos, diciéndoles: ¿Dónde
está el rey que os ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a
adorarlo. Y la nueva llegó al rey Herodes, y lo asustó tanto, que consultó a los
escribas, a los fariseos y a los doctores del pueblo para saber por ellos dónde habían
anunciado los profetas que debía nacer el Cristo. Y ellos respondieron: En Bethlehem
de Judea. Porque está escrito: Y tu, Bethlehem, tierra de Judá, no eres la menor entre
las ciudades de Judá, porque de ti debe salir el jefe que regirá a Israel, mi pueblo.
Entonces el rey Herodes llamó a los magos, e inquirió de ellos el tiempo en que la
estrella había aparecido. Y los envió a Bethlehem, diciéndoles: Id, e informaos
exactamente del niño, y, cuando lo hayáis encontrado, anunciádmelo, a fin de que yo
también lo adore.
2. Y, al dirigirse los magos a Bethlehem, la estrella les apareció en el camino, como
para servirles de guía, hasta que llegaron adonde estaba el niño. Y los magos, al
divisar la estrella, se llenaron de alegría, y, entrando en su casa, vieron al niño Jesús,
que reposaba en el seno de su madre. Entonces descubrieron sus tesoros, e hicieron a
María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció una pieza de
oro. Después, uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra. Y, como quisieran volver a
Herodes, un ángel les advirtió en sueños que no hiciesen tal. Adoraron, pues, al niño
con alegría extrema, y volvieron a su país por otro camino.
Degollación de los inocentes
XVII 1. Viendo el rey Herodes que había sido burlado por los magos, ardió en
cólera, y envió gentes para que los capturaran y los mataran. Y, no habiéndolos
apresado, ordenó degollar en Bethlehem a todos los niños de dos años para abajo,
según el tiempo que había inquirido de los magos.
2. Pero la víspera del día en que esto tuvo lugar, José fue advertido en sueños por un
ángel del Señor, que le dijo: Toma a María y al niño, y dirígete a Egipto por el camino
del desierto. Y José partió, siguiendo las palabras del ángel.
Jesús y los dragones
XVIII 1. Habiendo llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de
su montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta
con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió de la gruta una
multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron gritos de espanto. Entonces
Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los
dragones, y éstos lo adoraron, y se fueron. Y así se cumplió la profecía de David:
Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos.
2. Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los hombres.
Pero José y María temían que el niño fuese herido por los dragones. Y Jesús les dijo:
No temáis, y no me miréis como un niño, porque yo he sido siempre un hombre hecho,
y es preciso que todas las bestias de los bosques se amansen ante mi.
Los leones guían la caravana
XIX 1. Igualmente los leones y los leopardos lo adoraban, y los acompañaban en el
desierto. Por doquiera que iban José y María, ellos los precedían, señalaban la ruta, e,
inclinando sus cabezas, reverenciaban a Jesús. El primer día que María vio venir
leones y toda clase de fieras hacia ella, tuvo gran temor. Pero el niño Jesús, mirándola
alegremente, le dijo: No temas nada, madre mía, que no es por hacerte mal, sino para
obedecerte, por lo que vienen a tu alrededor. Y, con estas palabras, disipó todo temor
del corazón de Maria.
2. Los leones hacían camino con ellos y con los bueyes y los asnos y las bestias de
carga que llevaban los equipajes, y no les causaban ningún mal, sino que marchaban
con toda dulzura entre los corderos y las ovejas que José y María habían llevado de
Judea, y que conservaban con ellos. Y andaban también por entre los lobos, y nadie
sufría ningún mal. Entonces se cumplió lo que había dicho el profeta: Los lobos
pacerán con los corderos, y el león y el buey comerán la misma paja. Porque había dos
bueyes y una carreta en la que iban los objetos necesarios, y los leones los dirigían en
su marcha.
Milagro de la palmera
XX 1. Y ocurrió que, al tercer día de su viaje, María estaba fatigada en el desierto por
el ardor del sol, y, viendo una palmera, dijo a José: Voy a descansar un poco a su
sombra. Y José la condujo hasta la palmera, y la hizo apearse de su montura. Cuando
María estuvo sentada, levantó los ojos a la palmera, y, viendo que estaba cargada de
frutos, dijo a José: Yo quisiera, si fuese posible, probar los frutos de esta palmera. Y
José le dijo: Me sorprende que hables así, viendo la altura de ese árbol, y que pienses
en comer sus frutos. Lo que a mí me preocupa es la falta de agua, pues ya no queda en
nuestros odres, y no tenemos para nosotros, ni para nuestros animales.
2. Entonces el niño Jesús, que descansaba, con la figura serena y puesto sobre las
rodillas de su madre, dijo a la palmera: Arbol, inclínate, y alimenta a mi madre con tus
frutos. Y a estas palabras la palmera inclinó su copa hasta los pies de María, y
arrancaron frutos con que hicieron todos refacción. Y, no bien hubieron comido, el
árbol siguió inclinado, esperando para erguirse la orden del que lo había hecho
inclinarse. Entonces le dijo Jesús: Yérguete, palmera, recobra tu fuerza, y sé la
compañera de los árboles que hay en el paraíso de mi Padre. Descubre con tus raíces el
manantial que corre bajo tierra, y haz que brote agua bastante para apagar nuestra sed.
Y en seguida el árbol se enderezó, y de entre sus raíces brotaron hilos de un agua muy
clara, muy fresca y de una extremada dulzura. Y, viendo aquel agua, todos se
regocijaron, y bebieron, ellos y todas las bestias de carga, y dieron gracias a Dios.
La palma de la victoria
XXI 1. A la mañana siguiente, partieron, y, en el momento en que se ponían en
camino, Jesús se volvió hacia la palmera y dijo: Yo te concedo, palmera, el privilegio
de que una de tus ramas sea llevada por mis ángeles y plantada en el paraíso de mi
Padre. Te quiero conferir este favor, para que se diga a aquellos que hayan vencido en
cualquier lucha: Has obtenido la palma de la victoria. Y, mientras decía esto, he aquí
que un ángel del Señor apareció sobre la palmera, y, tomando una de sus ramas, voló
hacia el cielo con ella en la mano.
2. Y, viendo tal, todos cayeron de hinojos, y quedaron como muertos. Mas Jesús les
dijo: ¿Por qué ha invadido el temor vuestros corazones? ¿Ignoráis que esa palmera que
he hecho transportar al paraíso será dispuesta para todos los santos en un lugar de
delicias, como ha sido preparada para vosotros en este desierto? Y todos se levantaron
llenos de alegría.
Los ídolos de Sotina
XXII 1. Y, según caminaban, José dijo a Jesús: Señor, el calor nos abruma.
Tomemos, si quieres, el camino cercano al mar, para poder reposar en las ciudades de
la costa. Jesús le respondió: No temas nada, José, que yo abreviaré nuestra ruta, de
suerte que la distancia que habíamos de recorrer en treinta días la franqueemos en esta
sola jornada. Y, mientras hablaban así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las
montañas y las ciudades de Egipto.
2. Alegremente entraron en el territorio de Hermópolis y llegaron a una ciudad
denominada Sotina, y, como no conocían a nadie que hubiese podido darles
hospitalidad, penetraron en un templo que se llamaba el capitolio de Egipto. Y en este
templo había trescientos sesenta y cinco ídolos, a quienes se rendían a diario honores
divinos con ceremonias sacrílegas.
Cumplimiento de una profecía de Isaías
XXIII 1. Pero ocurrió que, cuando la bienaventurada María, con el niño, entró en el
templo, todos los ídolos cayeron por tierra, cara al suelo y hechos pedazos, y así
revelaron que no eran nada.
2. Ernonces se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: He aquí que el Señor
vendrá sobre una nube ligera, y entrará en Egipto, y todas las obras de la mano de los
egipcios temblarán ante su faz.
Afrodisio adora a Jesús
XXIV 1. Y, anunciada la nueva a Afrodisio, gobernador de la ciudad, éste vino al
templo con todas sus tropas. Y, al verlo acudir, los pontífices del templo esperaban que
castigase a los que habían causado la caída de los dioses.
2. Pero, entrando en el templo, cuando vio a todos los ídolos caídos de cara al suelo, se
acercó a María, y adoró al niño, que ella llevaba sobre su seno, y, cuando lo hubo
adorado, se dirigió a su ejército y a sus amigos, diciendo: Si éste no fuera el Dios de
nuestros dioses, éstos no se prosternarían ante él, por lo que atestiguan tácitamente que
es su Señor. Conque, si nosotros no hacemos prudentemente lo que vemos hacer a
nuestros dioses, correremos el riesgo de atraer su indignación y de perecer, como
ocurrió al Faraón de Egipto, que, por no rendirse a grandes prodigios, fue ahogado en
el mar con todo su ejército. Entonces, por Jesucristo, todo el pueblo de aquella ciudad
creyó en el Señor Dios.
Regreso de Egipto a Judea
XXV 1. Poco tiempo más tarde, el ángel dijo a José:
2. Vuelve al país de Judá, pues muertos son los que querían la vida del niño.
Juegos del niño Jesús
XXVI 1. Después de su vuelta de Egipto, y estando en Galilea, Jesús, que entraba ya
en el cuarto año de su edad, jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del
Jordán. Estando sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que
dirigió varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces uno de
los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del agua, y destruyó lo que
Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de
Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo hago? Y el que aquello había
hecho murio.
2. Y los padres del difunto alzaron tumultuosamente la voz contra José y María,
diciendo: Vuestro hijo ha maldecido al nuestro, y éste ha muerto. Y, cuando José y
María los oyeron, fueron en seguida cerca de Jesús, a causa de las quejas de los padres,
y de que se reunían los judíos. Pero José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a
hablarle, pero tú adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el odio del
pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Y su madre fue a él, y le
rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él respondió: Merecía
la muerte, porque había destruido las obras que yo hice.
3. Y su madre le insistía, diciendo: No permitas, Señor, que todos se levanten contra
nosotros. Y él, no queriendo afligir a su madre, tocó con el pie derecho la pierna del
muerto, y le dijo: Levántate, hijo de la iniquidad, que no eres digno de entrar en el
reposo de mi Padre, porque has destruido las obras que yo he hecho. Entonces, el que
estaba muerto, se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo el agua por unos
surcos a las pequeñas lagunas.
Los gorriones de Jesús
XXVII 1. Después de esto, Jesús tomó el barro de los hoyos que había hecho y, a la
vista de todos, fabricó doce pajarillos. Era el día del sábado, y había muchos niños con
él. Y, como uno de. los judíos hubiese visto lo que hacía, dijo a José: ¿No estás viendo
al niño Jesús trabajar el sábado, lo que no está permitido? Ha hecho doce pajarillos
con su herramienta. José reprendió a Jesús, diciéndole: ¿Por qué haces en sábado lo
que no nos está permitido hacer? Pero Jesús, oyendo a José, batió sus manos y dijo a
los pájaros: Volad. Y a esta orden volaron, y, mientras todos oían y miraban, él dijo a
las aves: Id y volad por el mundo y por todo el universo, y vivid.
2. Y los asistentes, viendo tales prodigios, quedaron llenos de gran asombro. Unos lo
admiraban y lo alababan, mas otros lo criticaban. Y algunos fueron a buscar a los
príncipes de los sacerdotes y a los jefes de los fariseos, y les contaron que Jesús, hijo
de José, en presencia de todo el pueblo de Israel, había hecho grandes prodigios, y
revelado un gran poder. Y esto se relató en las doce tribus de Israel.
Muerte del hijo de Anás
XXVIII 1. Y otra vez un hijo de Anás, sacerdote del templo, que había venido con
José, y que llevaba en la mano una vara, destruyó con ella, lleno de cólera y en
presencia de todos, los pequeños estanques que Jesús había hecho, y esparció el agua
que Jesús había conducido, y destruyó los surcos por donde venía.
2. Y Jesús, viendo esto, dijo a aquel muchacho que había destruido su obra: Grano
execrable de iniquidad, hijo de la muerte, oficina de Satán, a buen seguro que el fruto
de tu semilla quedará sin fuerza, tus raíces sin humedad, tus ramas áridas y sin
sazonar. Y en seguida, en presencia de todos, el niño se desecó, y murió.
Castigo de los hijos de Satán
XXIX 1. Entonces José se espantó, y llevó a Jesús y a su madre a casa.
2. Y he aquí que un niño, también agente de iniquidad, corriendo a su encuentro, se
arrojó sobre un hombro de Jesús, por burlarse de él, o por hacerle daño, si podía. Pero
Jesús le dijo: No volverás sano y salvo del camino que haces. Y en seguida el niño
feneció. Y los padres del muerto, que habían visto lo que pasara, dieron gritos,
diciendo: ¿Dónde ha nacido ese niño? Manifiesta que toda palabra que dice es
verdadera, y aun a menudo se cumple antes de que la pronuncie. Y se acercaron a José,
y le dijeron: Conduce a Jesús fuera de aquí, porque no puede habitar con nosotros en
esta población. O, a lo menos, enséñale a bendecir, y no a maldecir. Y José fue a Jesús
y le dijo: ¿Por qué obras así? Muchos tienen ya quejas de ti, y nos odian por tu causa,
y por ti sufrimos vejaciones de las gentes. Mas Jesús, respondiendo a José, dijo: No
hay más hijo prudente que aquel a quien su padre ha instruido siguiendo la ciencia de
este tiempo, y la maldición de su padre no daña a nadie, sino a los que hacen el mal.
3. Entonces las gentes se amotinaron contra Jesús, y lo acusaron ante su padre. Y,
cuando José vio aquello, se asustó mucho, temiendo un acceso de violencia y una
sedición en el pueblo de Israel. En aquel momento, Jesús tomó por la oreja al niño que
había muerto, y lo alzó de tierra en presencia de todos. Y se vio entonces a Jesús
conversar con él, como un padre con su hijo. Y el espíritu del niño volvió en sí, y se
reanimó, y todos quedaron llenos de sorpresa.
Zaquías
XXX 1. Un maestro judío, llamado Zaquías, habiendo oído asegurar de Jesús que
poseía una sabiduría más que eminente, concibió propósitos intemperantes e
inconsiderados contra José, a quien dijo: ¿No quieres confiarme a tu hijo, para que lo
instruya en la ciencia humana y en la religión? Pero bien veo que tú y María preferís
vuestro hijo a las tradiciones de los ancianos del pueblo. Deberíais respetar más a los
sacerdotes de la Sinagoga de Israel, y cuidar de que vuestro hijo compartiese con los
otros niños una afección mutua, y de que se instruyese, al lado de ellos, en la doctrina
judaica.
2. José respondió diciendo: ¿Y quién es el que podrá guardar e instruir a ese niño?
Mas, si tú quieres hacerlo, nosotros no nos oponemos en modo alguno a que lo ilustres
en todo aquello que los hombres enseñan. Habiendo oído Jesús las palabras de
Zaquías, le respondió, y le dijo: Maestro de la ley, a un hombre como tú, le conviene
parar en todo lo que acabas de decir y de nombrar. Yo soy extraño a vuestras
instituciones, y estoy exento de vuestros tribunales, y no tengo padre según la carne.
Cuanto a vosotros que leéis la Ley, y que os instruís en ella, debéis permanecer en ella.
Aunque presumas de no tener igual en materia de ciencia, aprenderás de mí que
ningún otro que yo puede enseñar las cosas de que has hablado. Y, cuando haya salido
de la tierra, abolirá toda mención de la genealogía de tu raza. Tú, en efecto, ignoras de
quién he nacido, y de dónde vengo. Pero yo os conozco a todos exactamente, y sé
cuándo habéis nacido, y qué edad tenéis, y cuánto tiempo permaneceréis en este
mundo.
3. Entonces cuantos habían oído estas palabras quedaron asombrados, y exclamaron:
He aquí un verdaderamente grande y admirable misterio. Nunca hemos oído nada
semejante. Nada de este género ha sido dicho por otro, ni por los profetas, ni por los
fariseos, ni nunca tal se ha oído. Nosotros sabemos dónde él ha nacido, y que tiene
cinco años apenas. ¿De dónde viene que pronuncie esas palabras? Los fariseos
respondieron: Jamás oímos a un niño tan pequeño pronunciar tales palabras.
4. Y Jesús, contestándoles, dijo: ¿Os sorprende oír a un niño pronunciar tales palabras?
¿Por qué, pues, no dais fe a lo que os he dicho? Y puesto que, cuando yo os he dicho
que sé cuándo habéis nacido, os habéis asombrado, os diré más, para que os asombráis
más aún. Yo he tratado a Abraham, a quien vosotros llamáis vuestro padre, y le he
hablado, y él me ha visto. Oyendo estas palabras, todos callaban, y nadie osaba hablar.
Y Jesús les dijo: He estado entre vosotros con los niños, y no me habéis conocido. Os
he hablado como a sabios, y no me habéis comprendido, porque, en realidad, sois más
jóvenes que yo, y además, no tenéis fe.
Sabiduría de Jesús. Confusión de Leví
XXXI 1. Otra vez el maestro Zaquías, doctor de la Ley, dijo a José y María: Dadme
al niño, y lo confiará al maestro Leví, que le enseñará las letras, y lo instruirá.
Entonces José y María, acariciando a Jesús, lo condujeron a la escuela, para que fuese
instruido por el viejo Leví. Jesús, luego que entró, guardaba silencio. Y el maestro
Leví, nombrando una letra a Jesús, y comenzando por la primera, Aleph, le dijo:
Responde. Pero Jesús calló, y no respondió nada. Entonces el maestro, irritado, cogió
una vara, y le pegó en la cabeza.
2. Pero Jesús dijo al profesor: Sabe, en verdad, que el que es golpeado instruye al que
le pega, en vez de ser instruido por él. Pero todos los que estudian y que escuchan son
como un bronce sonoro o como un címbalo resonante, y les falta el sentido y la
inteligencia de las cosas significadas por su sonido. Y, continuando Jesús, dijo a
Zaquías: Toda letra, desde la Aleph a la Thau, se distingue por su disposición. Dime,
pues, primero lo que es Thau, y te diré lo que es Aleph. Y aún dijo Jesús: Hipócritas,
¿cómo los que no conocen lo que es Aleph podrán decir Thau? Di primero lo que es
Aleph, y te creerá cuando digas Beth. Y Jesús se puso a preguntar el nombre de cada
letra, y dijo: Diga el maestro de la Ley lo que es la primera letra, o por qué tiene
numerosos triángulos, graduados, agudos, etc. Cuando Leví lo oyó hablar así del orden
y disposición de las letras, quedó estupefacto.
3. Entonces comenzó a gritar ante todos, y a decir: ¿Es que este niño debe vivir sobre
la tierra? Merece, por el contrario, ser elevado en una gran cruz. Porque puede apagar
el fuego, y burlarse de otros tormentos. Pienso que existía antes del cataclismo, y que
ha nacido antes del diluvio. ¿Qué entrañas lo han llevado? ¿Qué madre lo ha puesto en
el mundo? ¿Qué seno lo ha amamantado? Me arredro ante él, por no poder sostener la
palabra que sale de su boca. Mi corazón se asombra de oír tales palabras, y pienso que
a ningún hombre es dable comprenderlas, a menos que Dios no esté con él. Y ahora,
desgraciado de mí, he quedado entregado a sus burlas. Ahora que creía tener un
discípulo, he encontrado un maestro, sin saberlo. ¿Qué diré? No puedo sostener las
palabras de este niño, y huirá de esta ciudad, porque no puedo comprenderlo. Viejo
soy, y he sido vencido por un niño. No puedo encontrar ni el principio ni el fin de lo
que afirma. Os digo, en verdad, y no miento, que, a mis ojos, este niño, juzgando por
sus primeras palabras y por el fin de su intención, no parece tener nada de común con
los hombres. No sé si es un hechicero o un dios, o si un ángel de Dios había en él. Lo
que es, de dónde viene, lo que llegará a ser, lo ignoro.
4. Entonces Jesús, con aire satisfecho, le sonrió, y dijo en tono imperioso a los hijos de
Israel, que estaban presentes, y que lo escuchaban: Los estériles sean fecundos, los
ciegos vean, los cojos anden derechos, los pobres tengan bienes, y los muertos
resuciten, para que cada uno vuelva a su estado primero, y viva en aquel que es la raíz
de la vida y de la dulzura perpetua. Y, cuando el niño Jesús hubo dicho esto, todos los
que estaban aquejados de enfermedades fueron curados. Y nadie osaba ya decirle nada,
ni oír nada de él.
Jesús resucita a un niño muerto
XXXII 1. Después de esto, José y María fueron con Jesús a la ciudad de Nazareth, y
él estaba allí con sus padres. Un día de sábado, en que Jesús jugaba en la terraza de
una casa con otros niños, uno de ellos hizo caer de la terraza al suelo a otro, que murió.
Y como los padres del niño no habían visto esto, lanzaron gritos contra José y María,
diciendo: Vuestro hijo ha hecho caer al nuestro, y lo ha matado.
2. Pero Jesús callaba, y no respondía palabra. José y María fueron cerca de Jesús, y su
madre lo interrogó, diciendo: Mi Señor, dime si tú lo has tirado. Entonces Jesús
descendió de la terraza, y llamó al muerto por su nombre de Zenón. Y éste respondió:
Señor. Y Jesús le preguntó: ¿Te he tirado yo de la terraza al suelo? El niño contestó:
No, Señor.
3. Y los padres del niño que había muerto se maravillaron, y honraron a Jesús por el
milagro que había hecho. Y de allí José y María partieron con Jesús para Jericó.
Jesús en la fuente
XXXIII 1. Jesús tenía seis años, y su madre lo envió a buscar agua a la fuente con
los niños. Y sucedió que, cuando había llenado su vasija de agua, uno de los niños lo
empujó y le destrozó la vasija.
2. Pero Jesús extendió el manto que llevaba, y recogió en él tanta agua como había en
el cántaro, y la llevó a su madre. La cual, viendo todo esto, se sorprendía, meditaba
dentro de sí misma, y lo guardaba todo en su corazón.
Milagro del grano de trigo
XXXIV 1. Otro día Jesús fue al campo, y, tomando un grano de trigo del granero de
su madre, lo sembró él mismo.
2. Y el grano germinó, y se multiplicó extremadamente. Lo recolectó él mismo, y
recogió tres medidas de trigo, que dio a sus numerosos parientes.
Jesús en medio de los leones
XXXV 1. Hay un camino que sale de Jericó, y que va hacia el Jordán, en el lugar por
donde pasaron los hijos de Israel, y donde se dice que se detuvo el arca de la alianza. Y
Jesús, siendo de edad de ocho años, salió de Jericó, y fue hacia el Jordán.
2. Y había, al lado del camino, cerca de la orilla del Jordán, una caverna en que una
leona nutría sus cachorros, y nadie podía seguir con seguridad aquel camino. Jesús,
viniendo de Jericó, y oyendo que una leona tenía su guarida en aquella caverna, entró
en ella a la vista de todos. Mas, cuando los leones divisaron a Jesús, corrieron a su
encuentro, y lo adoraron. Y Jesús estaba sentado en la caverna, y los leoncillos corrían
aquí y allá, alrededor de sus pies, acariciándolo y jugando con él. Los leones viejos se
mantenían a lo lejos, con la cabeza baja, lo adoraban, y movían dulcemente su cola
ante él. Entonces el pueblo, que permanecía a distancia, no viendo a Jesús, dijo: Si no
hubiesen él o sus parientes cometido grandes pecados, no se habría ofrecido él mismo
a los leones. Y, mientras el pueblo se entregaba a estos pensamientos, y estaba
abrumado de tristeza, he aquí que de súbito, en presencia de todos, Jesús salió de la
caverna, y los leones viejos lo precedían, y los leoncillos jugaban a sus pies.
3. Los parientes de Jesús se mantenían a distancia, con la cabeza baja, y miraban. El
pueblo permanecía también alejado, a causa de los leones, y no osaba unirse a ellos.
Entonces Jesús dijo al pueblo: ¡Cuánto más valen las bestias feroces, que reconocen a
su Maestro, y que lo glorifican, que vosotros, hombres, que habéis sido creados a
imagen y semejanza de Dios, y que lo ignoráis! Las bestias me reconocen, y se
amansan. Los hombres me ven, y no me conocen.
Jesús despide en paz a los leones y les ordena que no hagan daño a nadie
XXXVI 1. Luego Jesús atravesó el Jordán con los leones, a la vista de todos, y el
agua del Jordán se separó a derecha e izquierda. Entonces dijo a los leones, de forma
que todos lo oyeran: Id en paz, y no hagáis daño a nadie, pero que nadie os enoje hasta
que volváis al lugar de que habéis salido.
2. Y las fieras, saludándolo, no con la voz, pero sí con la actitud del cuerpo, volvieron
a la caverna. Y Jesús regresó cerca de su madre.
Milagro del trozo de madera
XXXVII 1. Como José era carpintero, y no fabricaba más que yugos para los
bueyes, arados, carros, instrumentos de labranza y camas de madera, ocurrió que un
hombre joven le encargó hacerle un lecho de seis codos. José mandó a su aprendiz
cortar la madera mediante una sierra de hierro, según la medida que había sido dada.
Pero el aprendiz no guardó la medida prescrita, e hizo una pieza de madera más corta
que la otra. Y José empezó a preocuparse y a pensar en lo que convenía hacer al
respecto.
2. Y, cuando Jesús lo vio preocupado con que no había arreglo posible, le habló para
consolarlo, diciéndole: Ven, tomemos las extremidades de las dos piezas de madera,
coloquémoslas una junto a otra, y tiremos de ellas hacia nosotros, para que podamos
hacerlas iguales. José obedeció, porque sabía que podía hacer cuanto quisiera. Y tomó
los extremos de los trozos de madera, y los apoyó contra un muro, cerca de él, y Jesús
tomó los otros extremos, tiró del trozo más corto, y lo hizo igual al más largo. Y dijo a
José: Ve a trabajar, y haz lo que has prometido. Y José hizo lo que había prometido.
Explicación del alfabeto
XXXVIII 1. Por segunda vez pidió el pueblo a José y María que enviasen a Jesús a
aprender las letras a la escuela. No se negaron a hacerlo, y, siguiendo el orden de los
ancianos, lo llevaron a un maestro para que lo instruyese en la ciencia humana. Y el
maestro comenzó a instruirlo con un tono imperioso, ordenándole: Di Alpha. Pero
Jesús le contestó: Dime primero qué es Beth, y te diré qué es Alpha. Y el maestro,
irritado, pegó a Jesús, y, apenas lo hubo tocado, cuando murió.
2. Y Jesús volvió a casa de su madre. José, aterrado, llamó a María y le dijo: Mi alma
está triste hasta la muerte por causa de este niño. Porque puede ocurrir que cualquier
día alguien lo hiera a traición, y muera. Pero María, respondiéndole, dijo: Hombre de
Dios, no creo que eso pueda pasar, antes creo con certeza que aquel que lo ha enviado
para nacer entre los hombres lo protegerá contra toda malignidad, y lo conservará en
su nombre al abrigo del mal.
El niño Jesús explica la Ley
XXXIX 1. Por tercera vez rogaron los judíos a María y a José que condujeran con
dulzura al niño a otro maestro, para ser instruido. Y José y María, temiendo al pueblo,
a la insolencia de los príncipes y a las amenazas de los sacerdotes, lo llevaron de
nuevo a la escuela, aun sabiendo que nada podía aprender de un hombre el que tenía
de Dios una ciencia perfecta.
2. Cuando Jesús hubo entrado en la escuela, guiado por el Espíritu Santo, tomó el libro
de manos del maestro que enseñaba la Ley, y en presencia de todo el pueblo, que lo
veía y oía, se puso a leer no lo que estaba escrito en el libro, sino que hablaba en él el
espíritu de Dios vivo, como si un torrente de agua brotase de una fuente viva, y como
si esa fuente estuviese siempre colmada. Y enseñó al pueblo con tanta energía la
grandeza de Dios, que el mismo maestro cayó a tierra, y lo adoró. Pero el corazón de
los que allí estaban, y lo habían oído hablar, fue presa del estupor. Y cuando José lo
hubo oído, fue corriendo hacia Jesús, temeroso de que el maestro muriese. Y,
viéndolo, el maestro dijo: No me has dado un discípulo, sino un maestro. ¿Quién
sostendrá la fuerza de sus palabras? Entonces se cumplió lo que fue dicho por el
salmista: El río de Dios está lleno de agua. Tú has preparado su nutrición, porque así
es como se prepara.
Jesús resucita a un muerto a ruegos de José
XL 1. Y José partió de allí con María y Jesús, para ir a Capernaum, a orillas del mar, a
causa de la maldad de sus enemigos. Y, cuando Jesús moraba en Capernaum, había en
la ciudad un hombre llamado José e inmensamente rico. Pero había sucumbido a la
enfermedad, y estaba extendido muerto sobre su lecho.
2. Y, cuando Jesús hubo oído a los que gemían y se lamentaban sobre el muerto, dijo a
José: ¿Por qué no prestas el socorro de tu bondad a ese hombre que lleva el mismo
nombre que tú? Y José le respondió: ¿Qué poder o qué medio tengo yo de prestarle
socorro? Y le dijo Jesús: Toma el pañuelo que llevas en la cabeza, ponlo sobre el
rostro del muerto, y dile: El Cristo te salve. Y en seguida el muerto quedará curado, y
se levantará de su lecho. Después de haberlo oído, José fue corriendo a cumplir la
orden de Jesús, entró en la casa del muerto, y colocó sobre su rostro el pañuelo que él
llevaba sobre su cabeza, diciéndole: Jesús te salve. Y al instante el muerto se levantó
de su lecho, preguntando quién era Jesús.
Curación de Jacobo
XLI 1. Y fueron a la ciudad que se llama Bethlehem, y José estaba en su casa con
María, y Jesús con ellos. Y un día José llamó a Jacobo, su primogénito, y lo envió a la
huerta a recoger legumbres para hacer un potaje. Jesús siguió a su hermano a la huerta,
y José y María no lo sabían. Y he aquí que, mientras Jacobo recogía las legumbres,
una víbora salió de un agujero, y mordió la mano del muchacho, que se puso a gritar,
por el mucho dolor. Y, ya desfalleciente, clamaba con voz llena de amargura: ¡Ah, una
malvada víbora me ha herido la mano!
2. Pero Jesús, que estaba al otro lado, corrió hacia Jacobo, al oír su grito de dolor, y le
tomó la mano, sin hacerle otra cosa que soplarla encima, y refrescarla. Y en seguida
Jacobo fue curado, y la serpiente murió. Y José y María no sabían lo que pasaba. Pero
a los gritos de Jacobo, y al mandárselo Jesús, corrieron a la huerta, y vieron a la
serpiente ya muerta y a Jacobo perfectamente curado.
Jesús y su familia
XLII 1. Cuando José iba a un banquete con sus hijos, Jacobo, José, Judá y Simeón, y
con sus dos hijas, y con Jesús y María, su madre, iba también la hermana de ésta,
María, hija de Cleofás, que el Señor Dios había dado a su padre Cleofás y a su madre
Ana, porque habían ofrecido al Señor a María, la madre de Jesús. Y esta María había
sido llamada con el mismo nombre de María para consolar a sus padres.
2. Siempre que estaban reunidos, Jesús los santificaba, y los bendecía, y comenzaba el
primero a comer y a beber. Porque ninguno osaba comer, ni beber, ni sentarse a la
mesa, ni partir el pan, hasta que Jesús, habiéndolos bendecido, hubiere hecho el
primero estas cosas. Si por casualidad no estaba allí, esperaban que lo hiciese. Y, cada
vez que él quería aproximarse para la comida, se aproximaban también José y María y
sus hermanos, los hijos de José. Y estos hermanos, teniéndolo ante sus ojos como una
luminaria, lo observaban y lo temían. Y, mientras Jesús dormía, fuese de día o de
noche, la luz de Dios brillaba sobre él. Alabado y glorificado sea por los siglos de los
siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
HISTORIA COPTA DE JOSÉ EL
CARPINTERO
Introito
He aquí el relato del fallecimiento de nuestro santo padre José, padre del Cristo según
la carne, y que vivió ciento once años. En el monte de los Olivos nuestro Salvador
refirió a los apóstoles su vida por entero. Y los mismos apóstoles escribieron sus
palabras, y las depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Y el día en que el santo
anciano abandonó su cuerpo, en la paz de Dios, fue el 26 del mes de epifi.
Discurso de Jesús a los apóstoles
I. Y llegó un día en que, hallándose nuestro buen Señor sentado en el monte de los
Olivos y sus discípulos reunidos en torno suyo, les habló en estos términos: Queridos
hermanos, hijos de mi buen Padre, vosotros, a quienes Él ha elegido para heraldos
suyos entre el mundo entero, sabéis bien cuán a menudo os he predicho que seré
crucificado; que gustará la muerte por todos; que resucitará de entre los muertos; que
os daré el encargo de predicar el Evangelio, a fin de que lo anunciáis en el mundo
entero; que os investiré de una fuerza venida de lo alto, y que os llenará del Espíritu
Santo, para que prediquéis a todas las naciones, diciéndoles: Haced penitencia, porque
más vale al hombre hallar un vaso de agua en la vida venidera que gozar en ésta de
todos los bienes del mundo y, además, el lugar que ocupa la planta de un pie en el
reino de mi Padre vale más que todas las riquezas de este mundo y, a más, una hora de
los justos que se regocijan vale más que cien años de los pecadores que lloran y se
lamentan. Así, pues, ¡oh mis miembros gloriosos!, cuando vayáis entre los pueblos,
dirigidles esta enseñanza: Con balanza justa y justo peso mi Padre pesará vuestra
conducta. Una sola palabra que hayáis dicho os será examinada. Así como no hay
medio de escapar a la muerte, tampoco lo hay de escapar a nuestros actos buenos o
malos. Mas cuanto yo os he dicho termina en esto: el fuerte no se puede salvar por su
fuerza, ni el hombre por la multitud de sus riquezas. Y escuchad ahora, que os contaré
la historia de mi padre José, el viejo carpintero, bendito de Dios.
Viudedad de José
II. Había un hombre llamado José, natural de la villa de Bethlehem, la de los judíos,
que es la villa del rey David. Era muy instruido en la sabiduría y en el arte de la
construcción. Este hombre llamado José desposó a una mujer en la unión de un santo
matrimonio, y le dio hijos e hijas: cuatro varones y dos hembras. He aquí sus nombres:
Judá, Josetos, Jacobo y Simeón. Los nombre da las muchachas eran Lisia y Lidia. Y la
mujer de José murió, según ley de todo nacido, dejando a su hijo Jacobo de corta edad.
Y José, varón justo, glorificaba a Dios en todas sus obras. E iba fuera de su villa natal
a ejercer el oficio de carpintero, con dos de sus hijos, porque vivían del trabajo de sus
manos, según la ley de Moisés. Y este hombre justo de que hablo es mi padre carnal, a
quien mi madre María fue unida como esposa.
María es presentada en el templo
III. Mientras mi padre José vivía en viudedad, María, mi madre, buena y bendita en
todo modo, estaba en el templo, consagrada a su servicio en la santidad. Tenía
entonces la edad de doce años y había pasado tres en la casa de sus padres y nueve en
el templo del Señor. Viendo los sacerdotes que la Virgen practicaba el ascetismo, y
que permanecía en el temor del Señor, deliberaron entre sí y se dijeron: Busquemos un
hombre de bien para desposarla, no sea que el caso ordinario de las mujeres le ocurra
en el templo y seamos culpables de un gran pecado.
Elección de José para esposo tutelar de María
IV. Por entonces convocaron a la tribu de Judá, que habían elegido entre las doce,
echando a suertes. Y la suerte correspondió al buen viejo José, mi padre carnal. Y los
sacerdotes dijeron a mi madre, la Virgen bendita: Vete con José y obedécele, hasta que
llegue el tiempo en que efectúes el casamiento. Mi padre José acogió a María en su
casa, y ella, encontrando al pequeño Jacobo con la tristeza del huérfano, se encargó de
educarlo, y por esto se llamó a María madre de Jacobo. Luego que José la hubo
recibido, se puso en viaje hacia el lugar en que ejercía su oficio de carpintero. Y, en su
casa, María, mi madre, pasó dos años hasta que llegó el buen momento.
Concepción pura de María.
Dudas y zozobras de José
V. En el catorceno año de su edad, vine al mundo de mi propia voluntad, y entré en
ella, yo, Jesús, vuestra vida. Cuando llevaba tres meses encinta, el cándido José volvió
de su viaje. Y, encontrando a la Virgen embarazada, se turbó, tuvo miedo y pensó
despedirla en secreto. Y, a causa del disgusto, no comió ni bebió en todo aquel día.
Un ángel revela a José el misterio del embarazo de María
VI. Mas, mediada la noche, he aquí que Gabriel, el arcángel de la alegría, vino a él en
una visión, por mandato de mi Padre, y le dijo: José, hijo de David, no temas admitir a
María, tu esposa, porque aquel que ella parirá ha salido del Espíritu Santo. Y se le
llamará Jesús, y él es quien apacentará y guiará a todos los pueblos con un cetro de
hierro. Y el ángel se alejó de él, y José se levantó, hizo como el ángel le había
ordenado y recibió a María junto a sí.
Empadronamiento ordenado por Augusto y viaje de la Sagrada Familia a
Bethlehem
VII. Vino en seguida una orden del rey Augusto para hacer el censo de toda la
población de la tierra, cada uno en su respectiva ciudad. El viejo condujo a la Virgen
María, mi madre, a su villa natal de Bethlehem. Y, como ella estaba a punto de parir,
él inscribió su nombre ante el escriba así: José, hijo de David, con María, su esposa, y
Jesús, su hijo, de la tribu de Judá. Y mi madre María me puso en el mundo en el
camino de regreso a Bethtehem, en la tumba de Raquel, mujer de Jacobo el patriarca,
que fue la madre de José y de Benjamín.
Satánica decisión de Herodes y huida a Egipto
VIII. Satán dio un consejo a Herodes el Grande, padre de Arquelao, el que hizo
decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo. Y así él me buscó para matarme, imaginando
que mi reino era de este mundo. José fue advertido por una visión. Se levantó, me
tomó con María, mi madre, en cuyos brazos yo iba recostado, mientras que Salomé
nos seguía. Partimos para Egipto. Y allí permanecimos un año, hasta que el cuerpo de
Herodes fue presa de los gusanos, que lo hicieron morir en castigo de la sangre de los
inocentes niños que había vertido en abundancia.
Regreso de Egipto a Galilea
IX. Y, cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvimos a un pueblo de
Galilea que se llama Nazareth. Mi padre José, el viejo bendito, practicaba el oficio de
carpintero, y vivíamos del trabajo de sus manos. Fiel observador de la ley de Moisés,
nunca comió su pan gratuitamente.
Vejez robusta y juiciosa de José
X. Y, pasado tan largo lapso, su cuerpo no estaba debilitado. Sus ojos no habían
perdido la luz y ni un solo diente había perdido su boca. En ningún momento le faltó
prudencia y buen juicio, antes permanecía vigoroso como un joven, cuando ya su edad
había alcanzado el año ciento once.
Sumisión de Jesús a sus padres
XI. Entonces, sus hijos más jóvenes, Josetos y Simeón, tomaron mujer y se
establecieron en sus casas. Sus dos hijas también se casaron, según es lícito a todo ser
humano. José permaneció con Jacobo, su hijo más joven. Y, desde que la Virgen me
pariera, yo había permanecido con ella en la completa sumisión que conviene a la
calidad de hijo. Porque, en verdad, yo he ejecutado y hecho todas las obras humanas,
fuera del pecado. Y llamaba a María «madre» y a José «padre». Y obedecía en cuanto
me iban a decir. Y no les replicaba una sola palabra, sino que los amaba mucho.
Aproxímase la muerte de José
XII. Y ocurrió que la muerte de mi padre se acercó, según es ley del hombre. Cuando
su cuerpo sintió la enfermedad, su ángel le advirtió: En este año morirás. Y su alma se
turbó y fue a Jerusalén, al templo del Señor, y se prosternó ante el altar, diciendo:
Plegaria dirigida por José a Dios
XIII. ¡Oh, Dios, padre de toda misericordia y de toda carne, Dios de mi alma, de mi
cuerpo y de mi espíritu, pues que los días de mi vida en este mundo se han cumplido,
he aquí que yo te ruego, Señor Dios, envíes a mí al arcángel San Miguel, para que esté
junto a mí hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo, sin dolor y sin turbación!
Porque para todo hombre hay un gran temor que es la muerte: para el hombre y para
todo animal doméstico, o para la bestia salvaje, o para el reptil, o para el pájaro, en una
palabra, para toda criatura bajo el cielo, que posee un alma viviente, es un dolor y una
aflicción esperar que su alma se separe de su cuerpo. Así, pues, mi Señor, que esté tu
arcángel junto a mí hasta que mi alma se separe sin dolor de mi cuerpo. No permitas
que el ángel que me fue dado vuelva hacia mí su róstro lleno de cólera, cuando yo esté
en tu camino, y que me deje solo. No dejes que aquellos cuya faz cambia me
atormenten en el camino que yo recorra hacia ti. No dejes detener mi alma por quienes
guardan tu puerta, y no me confundas ante tu tribunal formidable. No desencadenes
contra mí las olas del río de fuego en que todas las almas se purifican antes de ver la
gloria de tu divinidad, ¡oh Dios, que juzgas a todos en verdad y en justicia! Ahora, mi
Señor, reconfórteme tu misericordia, porque tú eres la fuente de todo bien. A ti sea
dada gloria por la eternidad de las eternidades. Amén.
Enfermedad de José
XIV. Y se dirigió en seguida a Nazareth, la villa en que habitaba. Y sufrió la
enfermedad de que debía morir, según el destino de todo hombre. Y su enfermedad era
más grave que ninguna de las que había sufrido desde el día en que fue puesto en el
mundo. He aquí los estados de vida de mi querido padre José. Alcanzó la edad de
cuarenta años. Tomó mujer. Vivió cuarenta y nueve años con su mujer, y, cuando ésta
murió, pasó un año solo. Mi madre pasó luego dos años en su casa, luego que los
sacerdotes se la hubieran confiado, dándole esta instrucción: Vela por ella hasta el
momento de cumplir vuestro matrimonio. Al comenzar el tercer año de vivir ella con
él, y en el quinceno año de la vida de ella, me puso en el mundo por un misterio que
únicamente comprendemos yo, mi Padre y el Espíritu Santo, que sólo somos uno.
Trastornos físicos y mentales de José
XV. Y el total de los días de la vida de mi padre, el bendito viejo José, fue de ciento
once años, conforme a la orden que había dado mi buen Padre. El día en que dejó su
cuerpo fue el 26 del mes de epifi. Entonces, el oro fino que era la carne de mi padre
José comenzó a transmutarse, y la plata que eran su razón y su juicio se alteró. Olvidó
el comer y el beber y se equivocaba en su oficio. Ocurrió, pues, que ese día, 26 de
epifi, cuando la luz comenzaba a extenderse, mi padre José se agitó mucho sobre su
lecho. Sintió un vivo temor, lanzó un profundo gemido y se puso a gritar con gran
turbación, expresándose de este modo:
Trenos de José
XVI. ¡Malhaya yo en este día! ¡Malhaya el día en que mi madre me parió! ¡ Malhaya
el seno en que recibí el germen de vida! ¡Malhayan los pechos cuya leche mame!
¡Malhayan las rodillas en que me he sentado! ¡Malhayan las manos que me sostenían
hasta que fui mayor, para entrar en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios, que
se han empleado en la injuria, la calumnia, la detracción y el engaño! ¡Malhayan mis
ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que han gustado de escuchar
frívolos discursos! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no les pertencía!
¡Malhayan mi estómago y mi vientre, que han tomado alimentos que no les
correspondían y que, si hallaban alguna cosa de comer, la devoraban más que una
llama pudiera hacerlo! ¡Malhayan mis pies, que tan mal han servido a mi cuerpo,
llevándolo por otras vías que las buenas! ¡Malhaya mi cuerpo, que ha tornado mi alma
desierta y extraña al Dios que la creó! ¿Qué haré yo ahora? Estoy cercado por todas
partes. En verdad, malhaya todo hombre que corneta pecado. En verdad que la misma
turbación que yo he visto en mi padre Jacobo cuando dejó su cuerpo cae hoy sobre mí,
desgraciado que soy. Pero es Jesús, mi Dios, el árbitro de mi suerte, quien cumple su
voluntad en mí.
Jesús consuela a su padre
XVII. Viendo que mi padre José hablaba de tal forma, me levanté y fui hacia él, que
estaba acostado, y lo hallé turbado de alma y de espíritu. Y le dije: Salud, mi querido
padre José, cuya vejez es a la vez buena y bendita. Él, con gran temor de la muerte, me
contestó: ¡Salud infinitas veces, mi hijo querido! He aquí que mi alma se apacigua
después de escuchar tu voz. ¡Jesús, mi Señor! ¡Jesús, mi verdadero rey! ¡Jesús, mi
bueno y misericordioso salvador! ¡Jesús, el liberador! ¡Jesús, el guía! ¡Jesús, el
defensor! ¡Jesús, todo bondad! ¡Jesús, cuyo nombre es dulce y muy untuoso a todas las
bocas! ¡Jesús, ojo escrutador! ¡Jesús, oído atento! Escúchame hoy a mí, tu servidor,
que te implora, y que solloza en tu presencia. Tú eres Dios, en verdad. Tú eres, en
verdad, el Señor, según el ángel me ha dicho muchas veces, sobre todo el día que mi
corazón tuvo sospechas, por un pensamiento humano, cuando la Virgen bendita estaba
encinta y yo me propuse despedirla en secreto. Cuando tales eran mis reflexiones, el
ángel se me mostró en una visión, y me habló en estos términos: José, hijo de David,
no temas recibir a María, tu esposa, porque aquel que ha de parir es sali- ¶do del
Espíritu Santo. No albergues ninguna duda respecto a su embarazo, porque ella parirá
un niño, que llamarás Jesús. Tú eres Jesús, el Cristo, el salvador de mi alma, de mi
cuerpo y de mi espíritu. No me condenes a mí, tu esclavo y obra de tus manos. Yo no
sé nada, Señor, y no comprendo el misterio de tu concepción desconcertante. Nunca he
oído que una mujer haya concebido sin un hombre, ni que una mujer haya parido
conservando el sello de su virginidad. Yo recuerdo el día que la serpiente mordió al
niño que murió. Su familia te buscó para entregarte a Herodes, y tu misericordia lo
salvó. Resucitaste a aquel cuya muerte te habían achacado por calumnia, diciendo: Tú
eres quien lo ha matado. Hubo una gran alegría en la casa del muerto. Yo te tomé la
oreja, y te dije: Sé prudente, hijo. Y tú me reprochaste, diciendo: Si no fueses mi padre
según la carne, no haría falta que te enseñase lo que acabas de hacer. Ahora, pues, ¡oh
mi Señor y mi Dios!, si es para pedirme cuenta de aquel día para lo que me has
enviado estos signos terroríficos, yo pido a tu bondad que no entres conmigo en
disputa. Yo soy tu esclavo y el hijo de tu sierva. Si rompes mis lazos, yo te ofreceré un
sacrificio de alabanza, es decir, la confesión de la gloria de tu divinidad. Porque tú eres
Jesucristo, el hijo del Dios verdadero y el hijo del hombre al tiempo mismo.
Jesús consuela a su madre
XVIII. Al acabar de hablar así mi padre José, no pude contener las lágrimas, y
lloraba viendo que la muerte lo dominaba y oyendo las palabras que salían de su boca.
En seguida, ¡oh hermanos míos!, pensé en mi muerte en la cruz para salvar al mundo
entero. Y aquella cuyo nombre es suave a la boca de quienes me aman, María, mi
madre, se levantó. Y me dijo con una gran tristeza: ¡Malhaya yo, querido hijo! ¿Va,
pues, a morir aquel cuya vejez es buena y bendita, José, tu padre según la carne? Yo
dije: ¡Oh mi madre querida! ¿Quién de entre todos los hombres no pasará por la
muerte? Porque la muerte es la soberana de la humanidad, ¡oh mi bendita madre! Tú
misma morirás como todo nacido. Pero así para José, mi padre, como para ti, la muerte
no será una muerte, sino una vida eterna y sin fin. Porque también yo debo
necesariamente morir, a causa de la forma carnal que he revestido. Ahora, pues, ¡oh mi
madre querida!, levántate para ir hacia José, el viejo bendito, a fin de que sepas el
destino que le vendrá de lo alto.
Dolores y gemidos de José
XIX. Y ella se levantó. Y, dirigiéndose al lugar en que Josa estaba acostado, lo
encontró cuando los signos de la muerte acababan de manifestarse en él. Yo, ¡oh mis
amigos!, me senté a su cabecera, y María, mi madre, a sus pies. Él levantó los ojos
hacia mi rostro. Y no pudo hablar, porque el momento de la muerte lo dominaba.
Entonces alzó otra vez la vista, y lanzó un gran gemido. Yo sostuve sus manos y sus
pies un largo trecho, mientras él me miraba y me imploraba, diciendo: Ño dejéis que
me lleven. Yo coloqué mi mano en su corazón, y conocí que su alma había subido ya a
su garganta, para ser arrancada de su cuerpo. No había llegado aún el instante postrero,
en que la muerte debía venir, porque, si no, ya no hubiera aguardado más. Pero habían
llegado ya la turbación y las lágrimas que la preceden.
Empieza la agonía del patriarca
XX. Cuando mi querida madre me vio palpar su cuerpo, ella le palpé los pies, y
encontró que el calor y la respiración lo habían abandonado. Y me dijo ingenuamente:
¡Gracias, hijo mío! Desde que has posado tu mano sobre su cuerpo, el calor lo ha
dejado. He aquí sus pies y sus piernas, que están frías como el hielo. Yo fui hacia sus
hijos, y les dije: Venid para hablar a vuestro padre, que ahora es el momento, antes que
la boca deje de hablar, y la pobre carne se vuelva fría. Entonces los hijos e hijas de
José fueron a él. Y él estaba en peligro a causa de los dolores de la muerte y presto a
salir de este mundo. Lisia, la hija de José, dijo a sus hermanos: Malhaya a mí, mis
hermanos queridos, si éste no es el mal de nuestra madre, que no habíamos vuelto a
ver hasta ahora. Igual será nuestro padre José, que no veremos nunca más. Entonces
los hijos de José alzaron la voz, llorando. Yo también, y María, la Virgen, mi madre,
lloramos con ellos, porque el momento de la muerte había sobrevenido.
Jesús divisa a la muerte que se acerca
XXI. Entonces miré en dirección al mediodía y divisé a la muerte. Entré en la
mansión, seguida de Amenti, que es su instrumento, con el diablo seguido de sus
ayudantes, vestidos de fuego, innumerables y echando por la boca humo y azufre. Mi
padre José miró y vio que lo buscaban, llenos contra él de la cólera con que
acostumbran a encender sus rostros contra toda alma que deja un cuerpo,
especialmente contra los pecadores en quienes advierten el más mínimo signo de
posesión. Cuando el buen viejo los divisé, sus ojos vertieron lágrimas. En este
momento, el alma de mi buen padre José se separó, lanzando un suspiro, a la vez que
buscaba medio de ocultarse, para salvarse. Cuando yo vi, por el gemido de mi padre
José, que había distinguido a las potencias que nunca hasta entonces había visto, me
levanté en seguida, y amenacé al diablo y a los que iban con él. Y todos se fueron en
vergüenza y con gran desorden. Y, de cuantos estaban sentados en torno a mi padre
José, nadie, ni aun mi madre María, conoció nada de los ejércitos terribles que
persiguen a las almas de los hombres. Cuanto a la muerte, cuando vio que yo había
amenazado a las potencias de las tinieblas, y las había echado fuera, tomó miedo. Y
me levanté al instante, y elevé una plegaria a mi Padre Misericordioso, diciéndole:
Oración de Jesús a su Padre
XXII. ¡Oh Padre mío, raíz de toda misericordia y de toda verdad! ¡Ojo que ves!
¡Oído que oyes! Escúchame a mí, que soy tu hijo querido, y que te imploro por mi
padn José, rogando que le envíes un cortejo numeroso de ángeles, con Miguel, el
dispensador de la verdad, y con Gabriel, el mensajero de la luz. Acompañen ellos el
alma de mi padre José, hasta que haya pasado los siete círculo; de las tinieblas. No
atraviese mi padre las vías angostas por las que es terrible andar, donde se tiene el gran
ea panto de ver las potencias que las ocupan, donde el río de fuego que corre en el
abismo mueve sus ondas como las olas del mar. Y sé misericordioso para el alma de
mi buen padre José, que va a tus manos santas, porque éste es el momento en que
necesita tu misericordia. Yo os lo digo, ¡oh mis venerables hermanos, y mis apóstoles
benditos!: todo hombre nacido en este mundo y que conoce el bien y el mal, después
que ha pasado todo su tiempo en la concupiscencia de sus ojos, necesita la piedad de
mi buen Padre cuando llega el momento de morir, de franquear el pasaje, de
comparecer ante el Tribunal Terrible y de hacer su defensa. Pero vuelvo al relato de la
salida del cuerpo de mi buen padre José.
José expira
XXIII. Y, cuando la agonía llegaba a su término último y mi padre iba a rendir el
alma, lo abracé. Y apenas dije el amén, que mi querida madre repitió en la lengua de
los habitantes del cielo, se presentaron Miguel y Gabriel, con el coro de los ángeles, y
se colocaron cerca del cuerpo de mi padre José. En este momento la rigidez y la
opresión lo abrumaban en extremo, y comprendí que el instante próximo y su premio
habían llegado, porque el cuerpo era presa de dolores parecidos a los que preceden al
parto. La agonía lo acosaba, tal que una violenta tempestad o un enorme fuego que
devora gran cantidad de materias inflamables. Cuanto a la muerte misma, el miedo no
le permitía entrar en el cuerpo de mi querido padre José, para separarlo de su alma,
porque, al mirar el interior de la habitación, me encontró sentado cerca de su cabeza y
con mi mano en sus sienes. Y, cuando advertí que la intrusa vacilaba en entrar por mi
causa, me levanté, me puse detrás del umbral y encontré a la muerte, que esperaba sola
y poseída de un gran temor. Y le dije: ¡Oh tú, que has llegado de la región del
mediodía, entra pronto a cumplir lo que mi Padre te ha ordenado! Pero vela por José
como por la luz de tus ojos, porque es mi padre según la carne y ha sufrido por mí
mucho, desde los días de mi niñez, huyendo de un sitio a otro, a causa del perverso
propósito de Herodes. Y he recibido sus lecciones, como todos los hijos cuyos padres
acostumbran a instruirlos para su bien. Y entonces Abbatón entró y tomó el alma de
mi padre José, y la separó de su cuerpo, en el punto y hora en que el sol iba a
despuntar en su órbita, el 12 del mes de epifi. Y el total de los días de la vida de mi
querido padre José fue de ciento once años. Y Miguel tomó los dos extremos de una
mortaja de seda preciosa, y Gabriel tomó los otros dos. Y tomaron el alma de mi
querido padre José, y la depositaron en la mortaja. Y ninguno de los que se hallaban
cerca del cuerpo de mi padre conoció que había muerto, y mi madre Maria, tampoco.
Y mandé a Miguel y a Gabriel que velasen el cuerpo de José, a causa de los raptores
que pululaban por los caminos, y que los ángeles incorporales, cuando salieran de la
casa con el cadáver, continuasen cantando en su ruta, hasta conducir el alma a los
cielos, cerca de mi buen Padre.
Jesús consuela a los hijos de José
XXIV. Y volví cerca del cuerpo de mi padre José, que yacía como un cesto. Le bajé
los ojos y se los cerré, así como la boca, y quedé contemplándolo. Y dije a la Virgen:
Oh María, ¿qué se hicieron los trabajos del oficio que José realizó desde su infancia
hasta ahora? Todos han pasado en un solo momento. Es como si no hubiese venido
nunca al mundo. Cuando sus hijos e hijas me oyeron decir esto a María, mi madre, me
dijeron con profusión de lágrimas: Malhaya nosotros, ¡oh nuestro Señor! Nuestro
padre ha muerto, ¡y nosotros no lo sabíamos! Yo les dije: En verdad, ha muerto. Mas
la muerte de José, mi padre, no es una muerte, sino una vida para la eternidad. Grandes
son los bienes que va a recibir mi muy amado José. Porque desde que su alma ha
dejado su cuerpo, todo dolor ha cesado para él. Está en el reino de los cielos por toda
la eternidad. Ha dejado tras sí este mundo de penosos deberes y de vanos cuidados. Ha
ido a la morada de reposo de mi Padre, que está en los cielos, y que nunca será
destruida. Cuando yo hube dicho a mis hermanos: Ha muerto vuestro padre José, el
viejo bendito, se levantaron, desgarraron sus vestiduras, y lloraron mucho rato.
Duelo en la ciudad de Nazareth
XXV. Entonces, todos los de la ciudad de Nazareth y de toda la Galilea, al oír el
duelo, se reunieron en el lugar en que estábamos, según costumbre de los judíos. Y
pasaron todo el día llorando, hasta la hora novena. A la hora novena, hice salir a todos.
Vertí agua sobre el cuerpo de mi amado padre José, lo ungí en aceite perfumado, y
rogué a mi Padre, que está en los cielos, con las plegarias celestes que escribí con mis
propios dedos cuando aún no había encarnado en la Virgen María. Y, al decir yo amén,
muchos ángeles llegaron. Di orden a dos de ellos de extender una vestidura, e hice
levantar el cuerpo bendito de mi buen padre José para amortajarlo con ella.
Palabras de bendición de Jesús sobre el cadáver de su padre
XXVI. Y puse mi mano en su corazón, diciendo: Nunca el olor fétido de la muerte
se apodere de ti. No oigan tus oídos nada malo. No invada la corrupción tu cuerpo. No
se vea atacada tu mortaja por la tierra, ni se separe de tu cuerpo, hasta que lleguen los
mil años. No se caigan los cabellos de tu cabeza, esos cabellos que yo he tomado
tantas veces con mis manos, ¡oh mi buen padre José! Y la dicha sea contigo. A los que
den una ofrenda a tu santuario el día de tu conmemoración, que es el 26 del mes de
epifi, yo los bendeciré con un don celestial que se les hará en los cielos. Quien, en tu
nombre, ponga un pan en la mano de un pobre no dejaré que carezca de los bienes de
este mundo, mientras viva. Quienes lleven una copa de vino a los labios de un
extranjero, o de un huérfano, o de una viuda, en el día de tu conmemoración, yo se lo
haré presente, para que tú los lleves al banquete de los mil años. Los que escriban el
libro de tu tránsito, según lo he contado hoy con mi boca, por mi salud, ¡oh mi padre
José!, que los tendré presentes en este mundo, y, cuando dejen su cuerpo, yo romperé
la cédula de sus pecados, para que no sufran ningún tormento, salvo la angustia de la
muerte y el río de fuego que purifica toda alma ante mi Padre. Y, cuando un hombre
pobre, no pudiendo hacer lo que yo he dicho, engendre un hijo y le llame José, para
glorificar tu nombre, ni hambre, ni epidemia entrarán en su mansión, porque tu
nombre estará allí.
Honras fúnebres
XXVII. En seguida, los notables de la población fueron al sitio en que estaba
depositado el cuerpo de mi padre, acompañados de los acólitos de los funerales, y con
objeto de amortajar su cuerpo según los ritos judíos. Y lo encontraron amortajado ya.
El lienzo se había unido a su cuerpo como con grapas de hierro. Y, cuando lo
movieron, no hallaron la abertura de su mortaja. Entonces, lo llevaron a la tumba. Y,
cuando lo hubieron puesto a la entrada de la caverna para abrir la puerta y depositarlo
entre sus padres, recordé el día en que partió conmigo para Egipto y las tribulaciones
que por mí sufrió, y me extendí sobre su cuerpo, y lloré sobre él, diciendo:
Reflexiones de Jesús sobre la muerte
XXVIII. ¡Oh muerte, que causas tantas lágrimas y lamentos! ¡Es, sin embargo,
Aquel que domina todas las cosas quien te ha dado ese poder sorprendente! Pero el
reproche no alcanza tanto a la muerte como a Adán y a su mujer. La muerte no hace
nada sin orden de mi Padre. Ha habido hombres que han vivido novecientos años antes
de morir, y muchos otros han vivido más aún, sin que nadie entre ellos haya dicho que
ha visto la muerte, ni que ésta viniese por intervalos a atormentar a cualquiera. Es que
no atormenta a los hombres más que una vez, y esta vez es mi buen Padre quien la
envía al hombre. Cuando viene hacia él, es porque oye la sentencia que parte del cielo.
Si la sentencia llega cargada de cólera, también con cólera llega la muerte para llevar
el alma a su Señor. La muerte no tiene el poder de llevar el alma al fuego o al reino de
los cielos. La muerte cumple la orden de Dios. Adán, al contrario, no cumplió la orden
de mi Padre, sino que cometió una transgresión. Y la cometió, hasta irritar a mi Padre
contra él, obedeciendo a su mujer y desobedeciendo a Dios, de modo que atrajo la
muerte sobre toda alma viviente. Si Adán no hubiese desobedecido a mi buen Padre,
no hubiese atraído la muerte sobre él. ¿Qué es, pues, lo que me impide rogar a mi buen
Padre para que envíe un carro luminoso, donde yo pondría a mi padre José, sin que
gustase la muerte, para hacerlo conducir, con la carne en que fue engendrado, hacia un
lugar de reposo, con los ángeles incorpóreos? Mas por la transgresión de Adán, sobre
1a humanidad entera ha venido la gran angustia de la muerte. Y yo mismo, pues que
revisto esta carne, debo gustar la muerte por las criaturas que he creado, para serles
misericordioso.
Enterramiento de José
XXIX. Mientras yo hablaba así, y abrazaba a mi padre José, llorando sobre él, ellos
abrieron la puerta de la tumba y depositaron su cuerpo junto al de Jacobo, su padre. Su
fin ocurrió en su año ciento once. Ni un solo diente se perdió en su boca, ni sus ojos se
oscurecieron, sino que su mirada era como la de un niñito. Nunca perdió su vigor, sino
que practicó su oficio de carpintero hasta el día en que lo atacó la enfermedad de que
debía morir.
Una objeción hecha a Jesús por sus discípulos
XXX. Nosotros, los apóstoles, oyendo estas palabras de la boca de nuestro Salvador,
nos regocijamos. Nos lenvantamos, y adoramos sus manos y sus pies con júbilo,
diciendo: Gracias te damos, ¡oh nuestro buen Salvador!, por habernos hecho dignos de
oír de tu boca, Señor, palabras de vida. Sin embargo, nos asombras, ¡oh nuestro buen
Salvador! Puesto que concediste la inmortalidad a Enoch y a Elías, y puesto que hasta
ahora están rodeados de bienes, y conservan la carne en que han nacido, y que no ha
conocido corrupción, este viejo bendito José, el carpintero, a quien has hecho tan gran
honor, que has llamado tu padre, y a quien obedeciste en todo, aquel a cuyo propósito
nos has dado instrucciones diciendo: Cuando yo os invista de poder, cuando envíe
hacia vosotros a aquel que es prometido por mi Padre, es decir, el Parácleto, el Espíritu
Santo, para enviaros a predicar el Santo Evangelio, predicaréis también a mi padre
José; y a más: Decir estas palabras de vida en el testamento de su tránsito; y aun: Leed
este testamento los días de fiesta y sagrados; y en fin: Aquel que corte o añada
palabras de este testamento, de modo que me ponga por embustero, sufrirá mi santa
venganza: después de todo esto, nos sorprende que lo hayas llamado tu padre carnal y
que, no obstante, no le hayas prometido la inmortalidad, para hacerlo vivir
eternamente.
Respuesta de Jesús
XXXI. Nuestro Salvador contestó, y nos dijo: La sentencia que mi Padre dicté contra
Adán no será nunca baldía, por cuanto desobedeció sus mandatos. Cuando mi Padre
ordena que un hombre sea justo, éste se convierte en su elegido. Cuando el hombre
ama las obras del diablo, por su voluntad de hacer el mal, si Dios lo deja vivir largo
tiempo, ¿no sabe que caerá en las manos de Dios, si no hace penitencia? Pero, cuando
alguien llega a una edad avanzada entre buenas acciones, son sus obras las que hacen
de él un anciano. Cada vez que Dios ve que un hombre corrompe su carne en su
camino sobre la tierra, acorta su existencia, como hizo con Ezequías. Toda profecía
dictada por mi Padre debe cumplirse por entero. Me habéis hablado de Enoch y Elías,
diciendo: Viven en la carne en que han nacido, y respecto a José mi padre según la
carne, diciendo: ¿Por qué no lo has dejado en su carne hasta ahora? Pero, aunque
hubiese vivido diez mil años, habría debido morir. Yo os lo digo, ¡oh mis miembros
santos!, que cada vez que Enoch o Elías piensan en la muerte hubieran querido morir,
para librarse de la gran angustia en que se encuentran. Porque deben morir en un día
de terror, de clamor, de aflicción y de amenaza. En efecto: el Anticristo matará a estos
dos hombres, vertiendo su sangre sobre la tierra como un vaso de agua, a causa de las
afrentas que le hicieron sufrir rechazándolo.
Gozoso aquietamiento de los apóstoles
XXXII. Nosotros respondimos diciéndole: Oh nuestro Señor y nuestro Dios, ¿qué
hombres son ésos que habéis dicho que el hijo de la perdición matará por un vaso de
agua? Jesús, nuestro Salvador y nuestra vida, nos dijo: Son Enoch y Elías. Y, mientras
nuestro Salvador nos decía estas cosas, fuimos presa de gran gozo. Y le rendimos
gracias y alabanzas a él, nuestro Señor y nuestro Dios, nuestro Salvador Jesucristo,
aquel por quien toda loanza conviene al Padre, a él mismo y al Espíritu vivificador,
ahora y en todos los tiempos y hasta la eternidad de todas las eternidades. Amén.
Fuente: Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
HISTORIA ÁRABE DE JOSÉ EL
CARPINTERO
Preliminar
En nombre de Dios, uno en esencia y trino en personas, paso a referir la historia de la
muerte de nuestro padre, el santo anciano José el Carpintero. Protélannos a todos,
hermanos míos, su bendición y sus plegarias. Amén.
El total de los días de su existencia fue de ciento once años, y su salida del mundo
tuvo lugar el 26 del mes de ab ib, que corresponde al mes de ab. Su plegaria nos
guarde. Amén.
Nuestro Señor Jesucristo cantó esto a sus virtuosos discípulos, en el monte de los
Olivos, y también les cantó toda la carrera de José en el mundo, y la manera como
terminó sus días. Los apóstoles conservaron tan santos discursos, los escribieron y los
depositaron en la Biblioteca de Jerusalén. Su plegaria nos guarde. Amén.
Jesús habla a sus discípulos
I. Un día, Jesucristo, nuestro Dios, nuestro Señor y nuestro Salvador, se sentó entre
sus discípulos, que se hablan congregado cerca de é1, en el monte de los Olivos. Y les
dijo: Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que os ha elegido entre todo el mundo,
vosotros sabéis que muchas veces os he anunciado que debo ser crucificado y morir
por la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de entre los muertos. Yo os
confiaré la predicación del Santo Evangelio que sostiene la buena nueva, para que la
anunciéis al mundo. Y os investirá de la fuerza de lo alto, y os llenará del Espíritu
Santo. Anunciaréis a todos los pueblos la penitencia y la remisión de los pecados.
Porque un solo vaso de agua que el hombre halle en el otro mundo valdrá más que
todos los tesoros del mundo presente. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre
vale más que todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es
mejor que mil años de los pecadores, porque los lloros y las lágrimas de éstos no
cesarán nunca, ni nunca se detendrán. Y jamás hallarán reposo, ni consuelo. Y ahora
¡oh mis nobles miembros!, cuando os pongáis en camino, predicad a todos los pueblos,
dadles la buena nueva, y decidles que el Salvador los pesará en una justa balanza, y
con una exacta medida, y que habrán de defenderse y de contestar por sí mismos en el
día del juicio, cuando el Salvador les pida cuenta de cada palabra. Y tendrán que darla.
Y, así como a nadie olvida la muerte, igualmente el día del juicio manifestará las obras
de todos, buenas o malas. Y, según la palabra que os he dicho, no se precie el fuerte de
su fuerza, ni de su riqueza el rico, sino que quien quiera glorificarse se glorifique en el
Señor.
José queda viudo
II. Había un hombre llamado José, que pertenecía al pueblo de Bethlehem, ciudad de
Judá y del rey David. Estaba muy instruido en las ciencias, y fue sacerdote en el
templo del Señor. Conocía el oficio de carpintero. Se casó, según ejemplo de todos los
hombres, y engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. He aquí sus
nombres: Judas, Justo, Jacobo y Simón. Las dos hijas se llamaban Asia y Lidia. Y la
esposa de José, el justo, que loaba a Dios en todos sus actos, murió. Y este José, el
justo, fue espeso de María, mi madre. Y partió, con sus hijos, para un trabajo de su
oficio de carpintero.
Presentación de María en el templo
III. Cuando José el justo quedó viudo, María, mi madre, casta y bendita, acababa de
cumplir los doce años. Porque sus padres la presentaron en el templo del Señor,
cuando tenía tres años, y permaneció en el templo nueve. Y los sacerdotes, al ver que
la virgen santa y temerosa de Dios había crecido, dijeron: Busquemos un hombre justo
y temeroso de Dios para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que
no le ocurra en el templo lo que pasa a las mujeres, y Dios no se irrite contra nosotros.
Segundo matrimonio de José
IV. Entonces enviaron mensajeros y convocaron a los doce viejos de la tribu de Judá,
que escribieron los nombres de las doce tribus de Israel. Y la suerte tocó al viejo
bendito, José el justo. Y los sacerdotes dijeron a mi madre bendita: Vete con José, y
vive con él hasta el momento de tu matrimonio. Y José el justo llevó a mi madre a su
morada. Y mi madre encontró a Jacobo de corta edad, abandonado y triste como
huérfano que era, y ella lo educó, y por eso fue llamada María madre de Jacobo. Y
José la dejó en su casa, y partió para el sitio en que desempeñaba su oficio de
carpintero.
María, encinta. José sospecha de ella
V. Y, cuando la virgen pura hubo pasado dos años enteros en su casa, desde el
momento en que se la había llevado a ella, yo vine al mundo de mi propio grado, y,
por la voluntad de mi Padre y designio del Espíritu Santo, encarné en María por un
misterio que excede de la comprensión de las criaturas. Y, cuando transcurrieron tres
meses de su embarazo, el hombre justo volvió de su trabajo, y encontró encinta a la
virgen mi madre. Y tuvo gran turbación, y pensé depedirla secretamente. Y, por efecto
de su temor, de su disgusto y de su angustia de corazón, no comió ni bebió aquel día.
Aviso del ángel a José
VI. Y, en medio del día, el santo arcángel Gabriel se le apareció en sueños, por orden
de mí Padre, y dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque
está encinta por obra del Espíritu Santo. Parirá un hijo cuyo nombre será Jesús. Y él
llevará a pacer a todos los pueblos con un cetro de hierro. El ángel lo abandonó y José
se levantó de su sueño. E hizo como el ángel le había ordenado y María vivió con él.
Natividad de Jesús
VII. Por aquellos días, el emperador Augusto César dictó un decreto, que ordenaba se
empadronase la población del mundo entero, y que cada cual lo hiciese en su ciudad
natal. José, el viejo justo, tomó a María, y se dirigió a Bethlehem, porque el tiempo del
alumbramiento estaba próximo. Inscribió su nombre en el registro así: José, hijo de
David, y María, su esposa, que son de la tribu de Judá. Y María, mi madre, me puso en
el mundo en Bethlehem, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa de Jacobo,
el patriarca, y que era madre de José y de Benjamín.
Huida a Egipto
VIII. Y he aquí que Satán corrió a advertir a Herodes el Grande, padre de Arquelao.
(Este Herodes es quien hizo decapitar a Juan, mi amigo y mi deudo.) Y Herodes
ordenó que me buscasen, pensando que mi reino era de este mundo. José, el buen
viejo, fue advertido en sueños. Y se levantó, y tomó a María, mi madre, en cuyos
brazos yo iba, y los acompañaba Salomé. Partió para Egipto, donde pasó un año
entero, hasta que hubo cesado la cólera de Herodes. El cual murió de la peor muerte,
por haber vertido la sangre de los niños inocentes, que tiránicamente mandó degollar,
sin que hubiesen cometido falta alguna.
Vuelta a Nazareth
IX. Y cuando aquel pérfido e impío Herodes hubo muerto, volvieron a la tierra de
Israel y se establecieron en una ciudad de Galilea que se llama Nazareth. Y José, el
viejo bendito, ejercía la profesión de carpintero. Vivía del trabajo de sus manos, como
prescribe la ley de Moisés, y nunca comió gratis el pan ganado por otro.
Vejez de José
X. Y el viejo llegó a la extrema ancianidad. Mas su cuerpo no se debilitó, su vista no
se alteró, sus dientes no se pudrieron, su razón no se conturbó lo más mínimo. Era
como un joven vigoroso, y sus miembros estaban libres de enfermedad. Y el total de
su edad fue de ciento once años.
Vida en Nazareth
XI. Justo y Simón, los hijos de José, se casaron, y fueron a habitar sus moradas.
Igualmente se casaron las dos hijas y fueron a habitar sus moradas. Quedaron, en la
mansión de José, Judas, el pequeño Jacobo, y mi madre María. Yo quedé con ellos,
como uno de sus hijos, y cumplí lo que forma la vida, menos el pecado. Llamaba a
María «mi madre» y a José «mi padre». Los obedecía sin falta en cuanto me
ordenaban, como han hecho todos los nacidos. Nunca los descontenté. Nunca les
repliqué, ni los contradije, sino que los amaba como a las niñas de mis ojos,
La muerte ronda de cerca a José
XII. Y se acercó el momento en que el santo viejo debía pasar de este mundo al otro,
como todos los nacidos. Su cuerpo se debilitó y un ángel le advirtió que iba a entrar en
el reposo eterno. Y sintió gran turbación y miedo en su alma. Y se fue a Jerusalén, y
entró en el templo del Señor, y ante el santuario oró en estos términos:
Oración de José en el templo
XIII. ¡Oh Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne, Dios
de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo te imploro, oh mi Señor y mi Dios! Si
mis días son cumplidos, y si mi salida de este mundo está próxima, envíame al
poderoso Miguel, el jefe de tus santos ángeles, para que esté cerca de mí, hasta que mi
pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor, ni conmoción. Porque un
lóbrego temor y un violento disgusto se abaten, en el día de la muerte, sobre todos los
cuerpos, sobre hombres, mujeres, bestias de carga, bestias salvajes, reptiles o volátiles,
sobre toda criatura animada de un soplo de vida que hay bajo el cielo. Y sufren pavor,
miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos. Y
ahora ¡oh mi Señor y mi Dios! esté tu ángel junto a mi alma y mi cuerpo, hasta que se
separen uno de otro. No me vuelva el rostro el ángel que me custodia desde que fui
creado, sino vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de vos. Séame su
rostro afable y alegre, y acompáñeme en paz. No dejes que aquellos cuya faz es
multiforme se aproximen a mí en los puntos que yo recorra, hasta que llegue en paz
junto a ti. No dejes que quienes guardan tus puertas prohíban la entrada a mi alma. No
me confundas ante tu tribunal terrible. No se acerquen a mí Ls bestias feroces. No se
anegue mi alma en las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de
percibir la divinidad de tu majestad, ¡oh Dios, justo juez, que juzgas a la humanidad
con equidad y con rectitud, y que das a cada uno según sus obras! Y ahora, ¡oh mi
dueño y mi Dios!, préstame tu gracia, alumbra mi camino hacia ti, fuente abundante de
todo bien y de toda grandeza para la eternidad. Amén.
José cae enlermo
XIV. En seguida volvió a su casa, de la villa de Nazareth. Y cayó enfermo para
morir, según es ley impuesta a todo hombre. Y fue tan oprimido por el mal, que nunca,
desde que vino al mundo había estado más enfermo. He aquí la cuenta exacta de los
estados de vida de José, el justo. Vivió cuarenta años antes de casarse. Su mujer estuvo
bajo su protección cuarenta y nueve años, hasta que murió. Un año después de su
muerte, le fue confiada mi madre, la casta María, por los sacerdotes, para que la
guardase hasta el tiempo de su matrimonio. Vivió en su casa dos años, y durante el
tercero, a los quince de su edad, me puso en el mundo por un misterio que ninguna
criatura puede saber, no siendo yo, y mi Padre, y el Espíritu Santo, que existen en mí,
en la unidad.
Postración material y moral de José
XV. El total de la vida de mi padre, el buen viejo, fue de ciento once años, según las
órdenes de mi Padre. Y el día en que su alma dejó su cuerpo fue el 26 del mes de abib.
El oro fino comenzó a transmutarse, y a alterarse la plata pura, quiero decir, su razón y
su sabiduría. Olvidó el beber y el comer. Y se desvaneció, y le fue indiferente el
conocimiento de su arte de carpintero. Cuando acababa de apuntar la aurora del día 26
del mes de abib, el alma del justo viejo José se agité, según estaba él en su lecho.
Abrió la boca, gimió, golpeó sus manos y gritó a gran voz:
Imprecaciones del patriarca
XVI. ¡Malhaya el día en que vine al mundo! ¡Malhaya el vientre que me llevó!
¡Malhayan las entrañas que me concibieron! ¡Malhayan los pechos que me
amamantaron! ¡Malhaya las piernas en que me apoyé! ¡Malhayan las manos que me
han conducido hasta que fui mayor, porque he sido concebido en la iniquidad, y mi
madre me ha deseado en el pecado! ¡Malhayan mi lengua y mis labios que han
proferido la calumnia, la detracción, la mentira, el error, la impostura, el fraude, la
hipocresía! ¡Malhayan mis ojos, que han visto el escándalo! ¡Malhayan mis oídos, que
han gustado de oír la maledicencia! ¡Malhayan mis manos, que han tomado lo que no
era legítimamente suyo! ¡Malhayan mi vientre, que ha comido lo que no era lícito
comer! ¡Malhayan mi garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Malhayan
mis pies, que han ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Mal-hayan mi cuerpo y
mi triste alma, que se han apartado del Dios que los creó! ¿Y qué haré cuando parta
para el lugar en que comparecerá ante el juez justo, que me reprochará todas las obras
protervas que he acumulado rurante mi juventud? ¡Malhaya todo hombre que muere en
el pecado! En verdad, esta hora es terrible, la misma que se abatió sobre mi padre
Jacobo, cuando su alma se separé de su cuerpo, y he aquí que se abate hoy sobre mí,
desgraciado yo. Pero aquel que gobierna mi alma y mi cuerpo es Dios, cuya voluntad
se cumple en ellos.
Plegaria de José a Jesús
XVII. Así habló José, el piadoso anciano. Y yo fui a él y hallé su alma muy turbada y
puesta en extrema angustia. Y le dije: Salud, ¡oh mi padre José, el hombre justo!
¿Cómo te encuentras? Y dijo él: Salud a ti muchas veces, ¡oh mi querido hijo! He aquí
que los dolores de la muerte me han rodeado. Mas mi alma se ha apaciguado, al oír tu
voz, ¡oh mi defensor Jesús! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma! ¡Jesús,
mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de aquellos que lo aman! Ojo
que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y llora ante ti! Tú eres
mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces, y sobre todo el día en que mi
corazón dudaba, con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando
ella concibió y yo pensé en repudiarla secretamente. Y cuando pensaba así, he aquí
que los ángeles del Señor se me aparecieron por un misterio oculto, diciéndome: José,
hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, no te disgustes, ni pronuncies sobre
su embarazo una palabra desentonada, que ella está encinta por obra del Espíritu
Santo, y pondrá en el mundo un hijo, cuyo nombre será Jesús. Y salvará a su pueblo de
sus pecados. No me tengas rencor por eso, Señor, porque yo no conocía el misterio de
tu nacimiento. Yo recuerdo, Señor, el día en que la serpiente mordió a aquel niño, que
murió por efecto de ello. Los suyos querían entregarte a Herodes, y decían: Eres tú
quien lo has matado. Y tú lo resucitaste de entre los muertos. Y yo fui, y tomé tu
mano, y dije: Hijo, ten cuidado. Y tú me respondiste: ¿No eres mi padre según la
carne? Ya te enseñará quién soy yo. No te irrites ahora, mi Señor y mi Dios, contra mí
a causa de aquel momento. No me juzgues, pues soy tu esclavo y el hijo de tu servidor.
Tú eres mi Señor y mi Dios, mi Salvador y el Hijo de Dios verdadero.
Congojas de María
XVIII. Así habló mi padre José, y no tenía fuerza para llorar. Y vi que la muerte se
apoderaba de él. Mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó, y me dijo: ¡Hijo
querido, va, pues, a morir el piadoso viejo José! Yo le dije: ¡Oh madre querida, todas
las criaturas nacidas en este mundo han de morir, porque la muerte está impuesta a
todo el género humano! Tú misma, virgen y madre mía, morirás, como todos. Pero tu
muerte, como la de este piadoso anciano, no será muerte, sino vida perpetua para la
eternidad. Yo también es preciso que muera, en este cuerpo que he tomado de ti. Mas,
álzate ¡oh mi madre purísima!, y vete cerca de José, el viejo bendito, para ver lo que
ocurre durante su ascensión.
Jesús conlorta a su madre
XIX. María, mi madre purísima, fue adonde estaba José, mientras yo me sentaba a
sus pies. Lo miré, y vi que los signos de la muerte habían aparecido sobre su rostro. El
anciano bendito alzó la cabeza, y me miró fijamente. No podía hablar, por los dolores
de la muerte, que lo rodeaban. Pero gemía mucho. Le tuve las manos durante una
hora..., mientras me miraba y me hacía señas de que no lo abandonase. Puse mi mano
en su corazón, y encontré que su alma estaba próxima a su palacio, y que se preparaba
a abandonar su cuerpo.
Duelo de los hijos de José
XX. Cuando mi madre, la Virgen, me vio tocar su cuerpo, le tocó ella los pies, y los
halló ya muertos y sin calor. Y me dijo: ¡Oh hijo querido, he aquí que sus pies están
fríos como la nieve! Y llamó a los hijos e hijas de José y les dijo: Venid todos, porque
su hora ha llegado. Asia, hija de José, respondió diciendo: ¡Malhaya yo, hermanos
míos! Es la enfermedad de mi madre querida. Clamó y lloró, y todos los hijos de José
lloraron. Y yo y mi madre María lloramos con ellos.
Visión de muerte
XXI. Y miré hacia el mediodía y vi a la muerte, seguida del infierno, y de las
milicias que lo acompañan, y de sus acólitos. Sus vestidos, sus rostros y sus bocas
arrojaban llamas. Cuando mi padre José los vio avanzar hacia sí, sus ojos se
humedecieron, y en este momento gimió mucho. Y, al oírlo yo suspirar tanto, rechacé
a la muerte y a los servidores que la acompañaban, y clamé a mi buen Padre,
diciéndole:
Oración de Jesús
XXII. ¡Oh Señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye, escucha mi clamor y
mi demanda por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y a
Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros, para
que acompañen hasta ti el alma de mi padre José. Es la hora en que mi padre necesita
misericordia. Y yo os digo, mis discípulos, que todos los santos, y cuantos nacen en
este mundo, justos o pecadores, deben por precisión pasar por el trance de la muerte.
Llegada de dos ángeles a la habitación mortuoria
XXIII. Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la
envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre,
que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto.
Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el
camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión
de los justos.
Jesús cierra los ojos al muerto
XXIV. Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y
cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión
que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus
hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y
clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino
vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al
reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y
rompieron a llorar.
Los habitantes de Galilea lloran al patriarca
XXV. Y he aquí que el pueblo de Nazareth y de Galilea oyó los gritos, y acudió, y
lloró desde la hora de tercia hasta la de nona. Y a la de nona cada uno se fue a su
hogar. Y llevaron el cuerpo, después de embalsamarlo con costosos perfumes. Y yo
imploré a mi Padre con la plegaria de los habitantes del cielo, esa plegaria que escribí
con mi mano antes de ser concebido en el seno de la Virgen, mi madre. Y, cuando
hube acabado, y dicho el amén, vinieron ángeles en gran número. Y dije a dos de ellos
que envolvieran en un manto luminoso el cuerpo de José, el anciano bendito.
Institución de la festividad de José
XXVI. Y le dije: La fetidez de la muerte no tendrá poder sobre ti. Ni miasmas ni
gusanos saldrán jamás de tu cuerpo. Ni uno solo de tus huesos se quebrantará. Ni un
cabello de tu cabeza se alterará. Nada de tu cuerpo perecerá, ¡oh mi padre José!, sino
que permanecerá intacto hasta los mil años. A todo hombre que piense hacerte una
oferta el día de tu conmemoración lo bendecirá, y lo indemnizaré en la congregación
de los primogénitos que están alistados en los cielos: Quien en tu nombre nutra con el
trabajo de sus manos a los pobres, y a las viudas, y a los huérfanos, en el día de tu
conmemoración, no carecerá de nada en ningún día de su vida. A quien en tu nombre
dé a beber un vaso de agua o de vino a una viuda o a un huérfano, yo te lo entregaré,
para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años. Todo el que pensara en hacer
una ofrenda el día de tu conmemoración, será bendito por mí, y le daré 30, 60 y 100
por uno. El que escriba tu historia, tus trabajos y tu partida de este mundo y el discurso
que ha salido de mi boca, yo te lo daré en este mundo. Y, cuando su alma salga de su
cuerpo, y deje este mundo, yo quemaré el libro de sus pecados, y no lo pondré en
tortura el día del juicio. Y atravesará sin dolor ni fatiga el mar de fuego. Y lo que debe
hacer todo hombre pobre que no pueda hacer lo que he indicado es, si le nace un hijo,
que lo llame José, y no tendrá nunca en su casa muerte súbita.
Funerales de José
XXVII. Y los jefes de la población vinieron adonde estaba el cuerpo de José, el
viejo bendito. Llevaban lienzos, y quIsieron amortajarlo, como es costumbre entre los
judíos, pero hallaron hecho su amortajamiento, y cuando quisieron desenvolverlo,
hallaron que la mortaja le estaba adherida como con hierro, y no encontraron extremos
en el lienzo. Luego lo llevaron a una caverna. Y abrieron la puerta, para depositar su
cuerpo junto al de sus padres. Y yo recordé el día en que partió conmigo para Egipto, y
los muchos trabajos que soportó por mi causa. Y lloré sobre él largo tiempo e,
inclinándome sobre su cuerpo, dije:
Misión de la muerte
XXVIII. ¡Oh muerte, que aniquilas toda inteligencia, y que siembras tantas lágrimas
y tantos lamentos! ¡Es, no obstante, Dios, mi Padre, quien te ha dado ese poder! Por su
transgresión, murieron Adán y Eva. Y la muerte no ha sido suprimida o eludida por
nadie. Y, sin embargo, no hace nada sin la orden del Padre. Hombres hubo que
vivieron novecientos años y murieron. Otros vivieron más, y murieron. Ni uno solo de
ellos ha dicho: Yo no he gustado la muerte. Porque el Señor no prepara a cada instante
el castigo de cada uno, sino una vez solamente. En esta hora, mi Padre la envía hacia el
hombre. Y, cuando se le acerca, considera la orden que le viene del cielo, diciendo: La
he acometido con ímpetu, y su alma será pronto arrastrada. Y se apodera de esa alma y
hace lo que quiere de ella. Y porque Adán transgredió el mandato de mi Padre, mi
Padre se irritó contra él, y lo condenó a muerte, y la muerte entró en el mundo. Si
Adán hubiese obedecido a mi Padre, la muerte no hubiera nunca sido su destino.
¿Pensáis que no hubiera yo podido pedir a mi Padre, y que él no me enviaría un carro
de fuego que llevase el cuerpo de mi padre José al lugar de reposo, donde habitaría con
los seres espirituales? Mas, por la transgresión de Adán, el trabajo y el dolor de la
muerte han sido decretados contra todo el género humano. Y por esta razón, preciso es
que también yo muera corporalmente, para que esos seres creados por mí alcancen
misericordia.
Adiós de Jesús a José
XXIX. Cuando hube dicho esto, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré sobre él.
Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su padre, Jacobo.
Y entró en el reposo cuando acababa de cumplir su año ciento once. Ni un solo diente
de su boca había sufrido, su mirada no se alteró, su talle no se encorvó, su fuerza no
amenguó, sino que practicó su oficio hasta el día de su muerte, que fue el 26 de abib.
Duda de los apóstoles
XXX. Y nosotros, los apóstoles, después de haber oído a nuestro Salvador, nos
regocijamos, y lo adoramos, diciendo: ¡Oh Salvador nuestro, concédenos tu gracia!
Acabamos de oír la palabra de vida, pero nos sorprende que, habiéndose dado a Enoch
y a Elías el don de no morir, y de habitar hasta ahora en la mansión de los justos, sin
que sus cuerpos sufran corrupción, al anciano José, el carpintero, tu padre carnal, de
quien nos has dicho que refiramos su tránsito al otro mundo, cuando prediquemos el
Evangelio a los pueblos; que le dediquemos cada año un día de fiesta santificada; que
incurriremos en falta, si ponemos o quitamos la menor tilde a tu narración; y que, el
día de tu nacimiento en Bethlehem, te llamó hijo suyo: nos sorprende, repetimos, que a
tan sublime varón no lo hayas hecho inmortal como a aquellos otros dos, afirmando,
como afirmas, que era un justo y un elegido, al mismo tenor que ellos.
Ley universal de la muerte
XXXI. Mas nuestro Señor repuso: La profecía de mi Padre se cumplió en Adán por
su desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se realiza en cuanto le place. Ahora bien:
cuando el hombre desatiende el mandato de Dios y sigue las obras de Satanás,
cometiendo pecado, si su vida se prolonga, es con la esperanza de que se arrepienta, y
aprenda que debe caer en las garras de la muerte. Y, si se prolonga la vida de un
hombre bueno, los hechos de su vejez se hacen notorios y los demás hombres buenos
los imitan. Si veis un hombre irascible, sabed que sus días serán abreviados. Con
relación a aquellos que son llevados en lo mejor de sus días, todas las profecías de mi
Padre dominan a los hijos de los hombres hasta que se cumplen puntualmente. Y, en lo
que concierne a Enoch y a Elías, como viven hasta ahora en el cuerpo en que nacieron,
y como, por otra parte, mi padre José no ha quedado como ellos conservando cuerpo,
yo os contesto que el hombre, aunque viva miríadas de años, debe morir. Y yo os digo,
hermanos míos, que aquéllos, al fin de los tiempos, al llegar el día de la conmoción, la
turbación y la angustia, vendrán al mundo y morirán. Porque el Anticristo matará a los
cuatro hombres y verterá su sangre como un vaso de agua, a causa de la vergüenza que
le causaron, cubriéndolos públicamente de confusión.
Anuncio de los tiempos últimos
XXXII. Y dijimos: ¡Oh Señor, nuestro Salvador y nuestro Dios! ¿Y quiénes son esos
cuatro que habéis dicho que el Anticristo matará por sus reproches? Y dijo el
Salvador: Son Enoch, Elías, Sila y Tabitha. Y, cuando hubimos oído este discurso del
Salvador, nos regocijamos, nos exaltamos, y dirigimos todas nuestras alabanzas y
todas nuestras acciones de gracias a nuestro Señor, a nuestro Dios y a nuestro Salvador
Jesucristo, aquel a quien convienen la gloria, el honor, la dominación, la potencia y la
alabanza, y con él a su Padre supremamente bueno y al Espíritu Santo vivificador,
ahora y en todos los tiempos y por los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO
Dolor de Joaquín
I 1. Consta en las historias de las doce tribus de Israel que había un hombre llamado
Joaquín, rico en extremo, el cual aportaba ofrendas dobles, diciendo: El excedente de
mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que ofrezca en expiación de mis faltas será
para el Señor, a fin de que se me muestre propicio.
2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor, los hijos de Israel aportaban sus ofrendas.
Y Rubén se puso ante Joaquín, y le dijo: No te es lícito aportar tus ofrendas el primero,
porque no has engendrado, en Israel, vástago de posteridad.
3. Y Joaquín se contristó en gran medida, y se dirigió a los archivos de las doce tribus
de Israel, diciéndose: Veré en los archivos de las doce tribus si soy el único que no ha
engendrado vástago en Israel. E hizo perquisiciones, y halló que todos los justos
habían procreado descendencia en Israel. Mas se acordó del patriarca Abraham, y de
que Dios, en sus días postrimeros, le había dado por hijo a Isaac.
4. Y Joaquín quedó muy afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al
desierto. Y allí plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciendo
entre sí: No comeré, ni beberé, hasta que el Señor, mi Dios, me visite, y la oración será
mi comida y mi bebida.
Dolor de Ana
II 1. Y Ana, mujer de Joaquín, se deshacía en lágrimas, y lamentaba su doble aflicción,
diciendo: Lloraré mi viudez, y lloraré también mi esterilidad.
2. Y, habiendo llegado el gran día del Señor, Judith, su sierva, le dijo: ¿Hasta cuándo
este abatimiento de tu corazón? He aquí llegado el gran día del Señor, en que no te es
lícito llorar. Mas toma este velo, que me ha dado el ama del servicio, y que yo no
puedo ceñirme, porque soy una sierva, y él tiene el signo real.
3. Y Ana dijo: Apártate de mi lado, que no me pondré eso, porque el Señor me ha
humillado en gran manera. Acaso algún perverso te ha dado ese velo, y tú vienes a
hacerme cómplice de tu falta. Y Judith respondió: ¿Qué mal podría desearte, puesto
que el Señor te ha herido de esterilidad, para que no des fruto en Israel?
4. Y Ana, sumamente afligida, se despojó de sus vestidos de duelo, y se lavó la cabeza,
y se puso su traje nupcial, y, hacia la hora de nona, bajó al jardín, para pasearse. Y vio
un laurel, y se colocó bajo su sombra, y rogó al Señor, diciendo: Dios de mis padres,
bendíceme, y acoge mi plegaria, como bendijiste las entrañas de Sara, y le diste a su
hijo Isaac.
Trenos de Ana
III 1. Y, levantando los ojos al cielo, vio un nido de gorriones, y lanzó un gemido,
diciéndose: ¡Desventurada de mí! ¿Quién me ha engendrado, y qué vientre me ha dado
a luz? Porque me he convertido en objeto de maldición para los hijos de Israel, que me
han ultrajado y expulsado con irrisión del templo del Señor.
2. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los pájaros del cielo, porque
aun los pájaros del cielo son fecundos ante ti, Señor.
3. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a las bestias de la tierra, porque
aun las bestias de la tierra son fecundas ante ti, Señor.
4. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque aun estas
aguas son fecundas ante ti, Señor.
5. ¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a esta tierra, porque aun esta
tierra produce fruto a su tiempo, y te bendice, Señor.
La promesa divina
IV 1. Y he aquí que un ángel del Señor apareció, y le dijo: Ana, Ana, el Señor ha
escuchado y atendido tu súplica. Concebirás, y parirás, y se hablará de tu progenitura
en toda la tierra. Y Ana dijo: Tan cierto como el Señor, mi Dios, vive, si yo doy a luz
un hijo, sea varón, sea hembra, lo llevaré como ofrenda al Señor, mi Dios, y
permanecerá a su servicio todos los días de su vida.
2. Y he aquí que dos mensajeros llegaron a ella, diciéndole: Joaquín tu marido viene a
ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta él, diciéndole:
Joaquín, Joaquín, el Señor ha oído y aceptado tu ruego. Sal de aquí, porque tu mujer
Ana concebirá en su seno.
3. Y Joaquín salió, y llamó a sus pastores, diciendo: Traedme diez corderos sin mácula,
y serán para el Señor mi Dios; y doce terneros, y serán para los sacerdotes y para el
Consejo de los Ancianos; y cien cabritos, y serán para los pobres del pueblo.
4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que lo esperaba en la puerta de
su casa, lo vio venir, y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello, diciendo:
Ahora conozco que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones; porque era
viuda, y ya no lo soy; estaba sin hijo, y voy a concebir uno en mis entrañas. Y Joaquín
guardó reposo en su hogar aquel primer día.
Concepción de María
V 1. Y, al día siguiente, presentó sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: Si el
Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote. Y,
una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran Sacerdote,
cuando éste subía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo:
Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha perdonado todos mis pecados. Y
salió justificado del templo del Señor, y volvió a su casa.
2. Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera:
¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha
glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales,
Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María.
Fiesta del primer año
VI 1. Y la niña se fortificaba de día en día. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la
puso en el suelo, para ver si se mantenía en pie. Y la niña dio siete pasos, y luego
avanzó hacia el regazo de su madre, que la levantó, diciendo: Por la vida del Señor,
que no marcharás sobre el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo. Y
estableció un santuario en su dormitorio, y no le dejaba tocar nada que estuviese
manchado, o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se conservaban
sin mancilla, y que entretenían a la niña con sus juegos.
2. Y, cuando la niña llegó a la edad de un año, Joaquín celebró un gran banquete, e
invitó a él a los sacerdotes y a los escribas y al Consejo de los Ancianos y a todo el
pueblo israelita. Y presentó la niña a los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo:
Dios de nuestros padres, bendice a esta niña, y dale un nombre que se repita siglos y
siglos, a través de las generaciones. Y el pueblo dijo: Así sea, así sea. Y Joaquín la
presentó a los príncipes de los sacerdotes, y ellos la bendijeron, diciendo: Dios de las
alturas, dirige tu mirada a esta niña, y dale una bendición suprema.
3. Y su madre la llevó al santuario de su dormitorio, y le dio el pecho. Y Ana entonó
un cántico al Señor Dios, diciendo: Elevará un himno al Señor mi Dios, porque me ha
visitado, y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me ha dado un fruto de su
justicia a la vez uno y múltiple ante Él. ¿Quién anunciará a los hijos de Rubén que Ana
amamanta a un hijo? Sabed, sabed, vosotras las doce tribus de Israel, que Ana
amamanta a un hijo. Y dejó reposando a la niña en el santuario del dormitorio, y salió,
y sirvió a los invitados. Y, terminado el convite, todos salieron llenos de júbilo, y
glorificando al Dios de Israel.
Consagración de María en el templo
VII 1. Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años,
Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos
hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió:
Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso:
Esperemos.
2. Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los
hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas
lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se
fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les
mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote
recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu
nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la
redención por Él concedida a los hijos de Israel.
3. E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia
sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.
Pubertad de María
VIII 1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración, y glorificando al
Omnipotente, porque la niña no se había vuelto atrás. Y María permaneció en el
templo del Señor, nutriéndose como una paloma, y recibía su alimento de manos de un
ángel.
2. Y, cuando llegó a la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron, y dijeron: He
aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del Señor. ¿Qué medida
tomaremos con ella, para que no mancille el santuario? Y dijeron al Gran Sacerdote:
Tú, que estás encargado del altar, entra y ruega por María, y hagamos lo que te revele
el Señor.
3. Y el Gran Sacerdote, poniéndose su traje de doce campanillas, entró en el Santo de
los Santos, y rogó por María. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció,
diciéndole: Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos
vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor envíe un prodigio, de aquel
será María la esposa. Y los heraldos salieron, y recorrieron todo el país de Judea, y la
trompeta del Señor resonó, y todos los viudos acudieron a su llamada.
José, guardián de María
IX 1. Y José, abandonando sus herramientas, salió para juntarse a los demás viudos, y,
todos congregados, fueron a encontrar al Gran Sacerdote. Este tomó las varas de cada
cual, penetró en el templo, y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a
tomar las varas, salió, se las devolvió a sus dueños respectivos, y no notó en ellas
prodigio alguno. Y José tomó la última, y he aquí que una paloma salió de ella, y voló
sobre la cabeza del viudo. Y el Gran Sacerdote dijo a José: Tú eres el designado por la
suerte, para tomar bajo tu guarda a la Virgen del Señor.
2. Mas José se negaba a ello, diciendo: Soy viejo, y tengo hijos, al paso que ella es una
niña. No quisiera servir de irrisión a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote respondió
a José: Teme al Señor tu Dios, y recuerda lo que hizo con Dathan, Abiron y Coré, y
cómo, entreabierta la tierra, los sumió en sus entrañas, a causa de su desobediencia.
Teme, José, que no ocurra lo mismo en tu casa.
3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su guarda, diciéndole: He aquí que te he
recibido del templo del Señor, y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a trabajar en mis
construcciones, y después volveré cerca de ti. Entretanto, el Señor te protegerá.
El velo del templo
X 1. Y he aquí que los sacerdotes se reunieron en consejo, y dijeron: Hagamos un velo
para el templo del Señor. Y el Gran Sacerdote dijo: Traedme jóvenes sin mancilla de
la casa de David. Y los servidores fueron a buscarlas, y encontraron siete jóvenes. Y el
Gran Sacerdote se acordó de María, y de que era de la tribu de David, y de que
permanecía sin mancilla ante Dios. Y los servidores partieron, y la trajeron.
2. E introdujeron a las jóvenes en el templo del Señor, y el Gran Sacerdote dijo: Echad
a suertes sobre cuál hilará el oro, el jacinto, el amianto, la seda, el lino fino, la
verdadera escarlata y la verdadera púrpura. Y la verdadera escarlata y la verdadera
púrpura tocaron a María, que, habiéndolas recibido, volvió a su casa. Y, en este
momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel lo reemplazó en sus funciones, hasta que
recobró la palabra. Y María tomó la escarlata, y empezó a hilarla.
La anunciación
XI 1. Y María tomó su cántaro, y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que se oyó una
voz, que decía: Salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo, y bendita eres
entre todas las mujeres. Y ella miró en torno suyo, a derecha e izquierda, para ver de
dónde venía la voz. Y, toda temblorosa, regresó a su casa, dejó el cántaro, y, tomando
la púrpura, se sentó, y se puso a hilar.
2. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciéndole: No temas, Maria,
porque has encontrado gracia ante el Dueño de todas las cosas, y concebirás su Verbo.
Y María, vacilante, respondió: Si debo concebir al Dios vivo, ¿daré a luz como toda
mujer da?
3. Y el ángel del Señor dijo: No será así, María, porque la virtud del Señor te cubrirá
con su sombra, y el ser santo que de ti nacerá se llamará Hijo del Altísimo. Y le darás
el nombre de Jesús, porque librará a su pueblo de sus pecados. Y María dijo: He aquí
la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
La visitación
XII 1. Y siguió trabajando en la púrpura y en la escarlata, y, concluida su labor, la
llevó al Gran Sacerdote. Y éste la bendijo, y exclamó: María, el Señor Dios ha
glorificado tu nombre, y serás bendita en todas las generaciones de la tierra.
2. Y María, muy gozosa, fue a visitar a Isabel, su prima. Y llamó a la puerta. E Isabel,
habiéndola oído, dejó su escarlata, corrió a la puerta, y abrió. Y, al ver a María, la
bendijo, y exclamó: ¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque el fruto
de mi vientre ha saltado dentro de mí, y te ha bendecido. Pero María había olvidado
los misterios que el arcángel Gabriel le revelara, y, alzando los ojos al cielo, dijo:
¿Quién soy, Señor, que todas las generaciones de la tierra me bendicen?
3. Y pasó tres meses con Isabel. Y, de día en día, su embarazo avanzaba, y, poseída de
temor, volvió a su casa, y se ocultó a los hijos de Israel. Y tenía dieciséis años cuando
estos misterios se cumplieron.
Vuelta de José
XIII 1. Y llegó el sexto mes de embarazo, y he aquí que José volvió de sus trabajos de
construcción, y, entrando en su morada, la encontró encinta. Y se golpeó el rostro, y se
echó a tierra sobre un saco, y lloró amargamente, diciendo: ¿En qué forma volveré mis
ojos hacia el Señor mi Dios? ¿Qué plegaria le dirigiré con relación a esta jovencita?
Porque la recibí pura de los sacerdotes del templo, y no he sabido guardarla. ¿Quién ha
cometido tan mala acción, y ha mancillado a esta virgen? ¿Es que se repite en mí la
historia de Adán? Bien como, en la hora misma en que éste glorificaba a Dios, llegó la
serpiente y, encontrando a Eva sola, la engañó, así me ha ocurrido a mí.
2. Y José se levantó del saco, y llamó a María, y le dijo: ¿Qué has hecho, tú, que eres
predilecta de Dios? ¿Has olvidado a tu Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu
alma, después de haber sido educada en el Santo de los Santos, y de haber recibido de
manos de un ángel tu alimento?
3. Pero ella lloró amargamente, diciendo: Estoy pura y no he conocido varón. Y José le
dijo: ¿De dónde viene entonces lo que llevas en tus entrañas? Y María repuso: Por la
vida del Señor mi Dios, que no sé cómo esto ha ocurrido.
José, confortado por un ángel
XIV 1. Y José, lleno de temor, se alejó de María, y se preguntó cómo obraría a su
respecto. Y dijo: Si oculto su falta, contravengo la ley del Señor, y, si la denuncio a los
hijos de Israel, temo que el niño que está en María no sea de un ángel, y que entregue a
la muerte a un ser inocente. ¿Cómo procederé, pues, con María? La repudiaré
secretamente. Y la noche lo sorprendió en estos pensamientos amargos.
2. Y he aquí que un ángel del Señor le apareció en sueños, y le dijo: No temas por ese
niño, pues el fruto que está en María procede del Espíritu Santo, y dará a luz un niño, y
llamarás su nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados. Y José se despertó,
y se levantó, y glorificó al Dios de Israel, por haberle concedido aquella gracia, y
continuó guardando a María.
José ante el Gran Sacerdote
XV 1. Y el escriba Anás fue a casa de José, y le preguntó: ¿Por qué no has aparecido
por nuestra asamblea? Y José repuso: El camino me ha fatigado, y he querido reposar
el primer día. Y Anás, habiendo vuelto la cabeza, vio que María estaba embarazada.
2. Y corrió con apresuramiento cerca del Gran Sacerdote, y le dijo: José, en quien has
puesto toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley. Y el Gran Sacerdote lo
interrogó: ¿En qué ha pecado? Y el escriba respondió: Ha mancillado y consumado a
hurtadillas matrimonio con la virgen que recibió del templo del Señor, sin hacerlo
conocer a los hijos de Israel. Y el Gran Sacerdote exclamó: ¿José ha hecho eso? Y el
escriba Anás dijo: Envía servidores, y comprobarás que la joven se halla encinta. Y los
servidores partieron, y encontraron a la doncella como había dicho el escriba, y
condujeron a María y a José para ser juzgados.
3. Y el Gran Sacerdote prorrumpió, lamentándose: ¿Por qué has hecho esto, María?
¿Por qué has envilecido tu alma, y te has olvidado del Señor tu Dios? Tú, que has sido
educada en el Santo de los Santos, que has recibido tu alimento de manos de un ángel,
que has oído los himnos sagrados, y que has danzado delante del Señor, ¿por qué has
hecho esto? Pero ella lloró amargamente, y dijo: Por la vida del Señor mi Dios, estoy
pura, y no conozco varón.
4. Y el Gran Sacerdote dijo a José: ¿Por qué has hecho esto? Y José dijo: Por la vida
del Señor mi Dios, me hallo libre de todo comercio con ella. Y el Gran Sacerdote
insistió: ¡No rindas falso testimonio, confiesa la verdad! Tú has consumado a
hurtadillas el matrimonio con ella, sin revelarlo a los hijos de Israel, y no has inclinado
tu frente bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que tu raza sea bendita. Y José se
calló.
La prueba del agua
XVI 1. Y el Gran Sacerdote dijo: Devuelve a esta virgen que has recibido del templo
del Señor. Y José lloraba abundantemente. Y el Gran Sacerdote dijo: Os haré beber el
agua de prueba del Señor, y Él hará aparecer vuestro pecado a vuestros ojos.
2. Y, habiendo tomado el agua del Señor, el Gran Sacerdote dio a beber a José, y lo
envió a la montaña, y éste volvió sano. Y dio asimismo de beber a María, y volvió
también de ésta indemne. Y todo el pueblo quedó admirado de que pecado alguno se
hubiera revelado en ellos.
3. Y el Gran Sacerdote dijo: Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer la falta de
que se os acusa, yo tampoco quiero condenaros. Y los dejó marchar absueltos. Y José
acompañó a María, y volvió con ella a su casa, lleno de júbilo y glorificando al Dios
de Israel.
Visión de los dos pueblos
XVII 1. Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba se empadronasen
todos los habitantes de Bethlehem de Judea. Y José dijo: Voy a inscribir a mis hijos.
Pero ¿qué haré con esta muchacha? ¿Cómo la inscribiré? ¿Como mi esposa? Me
avergonzaría de ello. ¿Como mi hija? Pero todos los hijos de Israel saben que no lo es.
El día del Señor será como quiera el Señor.
2. Y ensilló su burra, y puso sobre ella a María, y su hijo llevaba la bestia por el ronzal,
y él los seguía. Y, habiendo caminado tres millas, José se volvió hacia María, y la vio
triste, y dijo entre sí de esta manera: Sin duda el fruto que lleva en su vientre la hace
sufrir. Y por segunda vez se volvió hacia la joven, y vio que reía, y le preguntó: ¿Qué
tienes, María, que encuentro tu rostro tan pronto entristecido como sonriente? Y ella
contestó: Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que llora y se aflige
estrepitosamente, y otro que se regocija y salta de júbilo.
3. Y, llegados a mitad de camino, María dijo a José: Bájame de la burra, porque lo que
llevo dentro me abruma, al avanzar. Y él la bajó de la burra, y le dijo: ¿Dónde podría
llevarte, y resguardar tu pudor? Porque este lugar está desierto.
Pausa en la naturaleza
XVIII 1. Y encontró allí mismo una gruta, e hizo entrar en ella a María. Y, dejando a
sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una partera al país de Bethlehem.
2. Y yo, José, avanzaba, y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al
aire, y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia el cielo, y lo veía inmóvil, y los
pájaros detenidos. Y las bajé hacia la tierra, y vi una artesa, y obreros con las manos en
ella, y los que estaban amasando no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca
no la llevaban, sino que tenían los ojos puestos en la altura. Y unos carneros
conducidos a pastar no marchaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba
la mano para pegarles con su vara, y la mano quedaba suspensa en el vacío. Y
contemplaba la corriente del río, y las bocas de los cabritos se mantenían a ras de agua
y sin beber. Y, en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario
curso.
El hijo de María, en la gruta
XIX 1. Y he aquí que una mujer descendió de la montaña, y me preguntó: ¿Dónde
vas? Y yo repuse: En busca de una partera judía. Y ella me interrogó: ¿Eres de la raza
de Israel? Y yo le contesté: Sí. Y ella replicó: ¿Quién es la mujer que pare en la gruta?
Y yo le dije: Es mi desposada. Y ella me dijo: ¿No es tu esposa? Y yo le dije: Es
María, educada en el templo del Señor, y que se me dio por mujer, pero sin serlo, pues
ha concebido del Espíritu Santo. Y la partera le dijo: ¿Es verdad lo que me cuentas? Y
José le dijo: Ven a verlo. Y la partera siguió.
2. Y llegaron al lugar en que estaba la gruta, y he aquí que una nube luminosa la
cubría. Y la partera exclamó: Mi alma ha sido exaltada en este día, porque mis ojos
han visto prodigios anunciadores de que un Salvador le ha nacido a Israel. Y la nube se
retiró en seguida de la gruta, y apareció en ella una luz tan grande, que nuestros ojos
no podían soportarla. Y esta luz disminuyó poco a poco, hasta que el niño apareció, y
tomó el pecho de su madre María. Y la partera exclamó: Gran día es hoy para mí,
porque he visto un espectáculo nuevo.
3. Y la partera salió de la gruta, y encontró a Salomé, y le dijo: Salomé, Salomé, voy a
contarte la maravilla extraordinaria, presenciada por mí, de una virgen que ha parido
de un modo contrario a la naturaleza. Y Salomé repuso: Por la vida del Señor mi Dios,
que, si no pongo mi dedo en su vientre, y lo escruto, no creeré que una virgen haya
parido.
Imprudencia de Salomé
XX 1.Y la comadrona entró, y dijo a María: Disponte a dejar que ésta haga algo
contigo, porque no es un debate insignificante el que ambas hemos entablado a cuenta
tuya. Y Salomé, firme en verificar su comprobación, puso su dedo en el vientre de
María, después de lo cual lanzó un alarido, exclamando: Castigada es mi incredulidad
impía, porque he tentado al Dios viviente, y he aquí que mi mano es consumida por el
fuego, y de mí se separa.
2. Y se arrodilló ante el Señor, diciendo: ¡Oh Dios de mis padres, acuérdate de que
pertenezco a la raza de Abraham, de Isaac y de Jacob! No me des en espectáculo a los
hijos de Israel, y devuélveme a mis pobres, porque bien sabes, Señor, que en tu
nombre les prestaba mis cuidados, y que mi salario lo recibía de ti.
3. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció, diciendo: Salomé, Salomé, el Señor
ha atendido tu súplica. Aproxímate al niño, tómalo en tus brazos, y él será para ti salud
y alegría.
4. Y Salomé se acercó al recién nacido, y lo incorporó, diciendo: Quiero prosternarme
ante él, porque un gran rey ha nacido para Israel. E inmediatamente fue curada, y salió
justificada de la gruta. Y se dejó oír una voz, que decía: Salomé, Salomé, no publiques
los prodigios que has visto, antes de que el niño haya entrado en Jerusalén.
Visita de los magos
XXI 1. Y he aquí que José se dispuso a ir a Judea. Y se produjo un gran tumulto en
Bethlehem, por haber llegado allí unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los
judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a
adorarlo.
2. Y Herodes, sabedor de esto, quedó turbado, y envió mensajeros cerca de los magos,
y convocó a los príncipes de los sacerdotes, y los interrogó, diciendo: ¿Qué está escrito
del Cristo? ¿Dónde debe nacer? Y ellos contestaron: En Bethlehem de Judea, porque
así está escrito. Y él los despidió. E interrogó a los magos, diciendo: ¿Qué signo
habéis visto con relación al rey recién nacido? Y los magos respondieron: Hemos visto
que su estrella, extremadamente grande, brillaba con gran fulgor entre las demás
estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto de hacerlas invisibles con su luz. Y hemos
reconocido por tal señal que un rey había nacido para Israel, y hemos venido a
adorarlo. Y Herodes dijo: Id a buscarlo, y, si lo encontráis, dadme aviso de ello, a fin
de que vaya yo también, y lo adore.
3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente los
precedió hasta que llegaron a la gruta, y se detuvo por encima de la entrada de ésta. Y
los magos vieron al niño con su madre María, y sacaron de sus bagajes presentes de
oro, de incienso y de mirra.
4. Y, advertidos por el ángel de que no volviesen a Judea, regresaron a su país por otra
ruta.
Furor de Herodes
XXII 1. Al darse cuenta de que los magos lo habían engañado, Herodes montó en
cólera, y despachó sicarios, a quienes dijo: Matad a todos los niños de dos años para
abajo.
2. Y María, al enterarse de que había comenzado el degüello de los niños, se espantó,
tomó al suyo, lo envolvió en pañales, y lo depositó en un pesebre de bueyes.
3. Isabel, noticiosa de que se buscaba a Juan, lo agarró, ganó la montaña, miró en torno
suyo, para ver dónde podría ocultarlo, y no encontró lugar de refugio. Y, gimiendo,
clamó a gran voz: Montaña de Dios, recibe a una madre con su hijo. Porque le era
imposible subir a ella. Pero la montaña se abrió, y la recibió. Y había allí una gran luz,
que los esclarecía, y un ángel del Señor estaba con ellos, y los guardaba.
Muerte de Zacarías
XXIII 1. Y Herodes buscaba a Juan, y envió sus servidores a Zacarías, diciendo:
¿Dónde has escondido a tu hijo? Y él repuso: Soy servidor de Dios, permanezco
constantemente en el templo del Señor, e ignoro dónde mi hijo está.
2. Y los servidores se marcharon del templo, y anunciaron todo esto a Herodes. Y
Herodes, irritado, dijo: Su hijo debe un día reinar sobre Israel. Y los envió de nuevo a
Zacarías, ordenando: Di la verdad. ¿Dónde se halla tu hijo? Porque bien sabes que tu
sangre se encuentra bajo mi mano. Y los servidores partieron, y refirieron todo esto a
Zacarias.
3. Y éste exclamó: Mártir seré de Dios, si viertes mi sangre. Y el Omnipotente recibirá
mi espíritu, porque sangre inocente es la que quieres derramar en el vestíbulo del
templo del Señor. Y, a punto de amanecer, Zacarías fue muerto, y los hijos de Israel
ignoraban que lo hubiese sido.
Nombramiento de nuevo Gran Sacerdote
XXIV 1. Pero los sacerdotes fueron al templo, a la hora de la salutación, y Zacarías
no fue en su busca, para bendecirlos, según costumbre. Y se detuvieron, esperando a
Zacarías, para saludarlo, y para celebrar al Altísimo.
2. Y, como tardaba, se sintieron poseídos de temor. Y uno de ellos, más audaz, penetró
en el templo, y vio cerca del altar sangre coagulada, y oyó una voz que decía: Zacarías
ha sido asesinado, y su sangre no desaparecerá de aquí hasta que llegue su vengador.
Y, al escuchar estas palabras, quedó espantado, y salió, y llevó la nueva a los
sacerdotes.
3. Y éstos, atreviéndose, al fin, a entrar, vieron lo que había sucedido, y los artesonados
del templo gimieron, y ellos mismos rasgaron sus vestiduras de alto abajo. Y no
encontraron el cuerpo de Zacarías, sino sólo su sangre, maciza como una piedra. Y
salieron llenos de pánico, y anunciaron a todo el pueblo que se había dado muerte a
Zacarías. Y todas las tribus del pueblo lo supieron, y lo lloraron, y se lamentaron
durante tres días y tres noches.
4. Y, después de estos tres días, los sacerdotes deliberaron para saber a quién pondrían
en lugar de Zacarías, y la suerte recayó sobre Simeón, el mismo que había sido
advertido por el Espíritu Santo de que no moriría sin haber visto al Cristo encarnado.
Conclusión
XXV 1. Y yo, Jacobo, que he escrito esta historia, me retiré al desierto, cuando
sobrevinieron en Jerusalén disturbios con motivo de la muerte de Herodes.
2. Y, hasta que se apaciguó la agitación en Jerusalén, en el desierto permanecí,
glorificando al Dios Omnipotente, que me ha concedido favor e inteligencia
suficientes para escribir esta historia.
3. Sea la gracia con los que temen a Nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponde la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.






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