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martes, 10 de marzo de 2009

El CÓDIGO SECRETO DE LA BIBLIA -- MICHAEL DROSNIN

El CÓDIGO SECRETO
DE LA
BIBLIA




El inquietante mensaje que sólo hoy a podido
ser descifrado gracias a la informática

MICHAEL DROSNIN

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Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.
Libro de Daniel 12, 4
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Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.
ALBERT EINSTEIN, 1955


INDICE

. • INTRODUCCION
. • CAPITULO UNO: EL CODIGO
. • CAPITULO DOS: EL HOLOCAUSTO ATÓMICO
. • CAPITULO TRES: TODO SU PUEBLO EN GUERRA
. • CAPITULO CUATRO: EL LIBRO SELLADO
. • CAPITULO CINCO: EL PASADO RECIENTE
. • CAPITULO SEIS: ARMAGEDON
. • CAPITULO SIETE: APOCALIPSIS
. • CAPITULO OCHO: LOS DIAS FINALES
. • COROLARIO
. • NOTAS A LOS CAPITULOS
. • NOTAS A LAS ILUSTRACIONES
. • APENDICE
. • AGRADECIMIENTOS
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INTRODUCCIÓN
El reportaje es el primer borrador de la historia. Este libro ofrece un informe completo de un código oculto en la Biblia que revela hechos ocurridos miles de años después de que la propia Biblia fuera escrita.
Quizá se trate, por tanto, del primer borrador del futuro.
Nuestro conocimiento del código bíblico es incipiente. Es como acceder a un gigantesco puzzle de infinitas piezas con sólo unos pocos cientos o miles de ellas en la mano. Tampoco tenemos un modelo: hemos de imaginarlo.
Lo único que puedo afirmar con absoluta certeza es que hay un código en la Biblia y que en un puñado de dramáticos casos ha servido para anunciar hechos que ocurrieron tal y como se había predicho.
No hay manera de saber si el código será igualmente certero en cuanto al futuro más lejano.
Me he propuesto aplicar aquí los mismos criterios de investigación periodística que he aplicado en otros casos. He empleado cinco años en verificar la información.
No he dado nada por hecho sin contrastarlo antes.
He confirmado cada hallazgo del código bíblico en mi ordenador personal mediante dos programas distintos: el empleado por el matemático israelí que descubrió el código y un segundo programa diseñado de manera independiente del primero.
Asimismo, he entrevistado a los científicos que investigaron el código tanto en Estados Unidos como en Israel.
Fui testigo de muchos de los hechos descritos en el libro. Cuando no fue así, el relato de los mismos se ha basado en testimonios directos o en noticias confirmadas por prensa escrita.
Al final del libro hay un apartado de minuciosas notas rerentes a cada capítulo, otro de notas relativas a las ilustraciones y una copia del experimento original que dio veracidad al código de la Biblia.
Me he trazado el objetivo de referir cuanto está codificado en la Biblia con la misma objetividad con que habría cubierto un suceso de actualidad en mis tiempos en el Washington Post o la información sobre un consejo de dirección cuando trabajaba en el Wall Street Journal.
No soy rabino ni sacerdote, ni un estudioso de la Biblia. No tengo convicciones preconcebidas pero sí un único rasero: la verdad.
Este libro no es la última palabra. Es sólo el primer aviso.
CAPITULO UNO
EL CÓDIGO
El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel para encontrarme en Jerusalén con el poeta Chaim Gun, amigo íntimo del primer ministro Itzhak Rabin.
«Un matemático israelí ha descubierto en la Biblia un código oculto que parece revelar hechos ocurridos miles de años después de que fuera escrita», rezaba mi carta a Rabin.
«Si me he permitido escribirle es porque la única vez que su nombre completo -Itzhak Rabin-aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo cruzan.
»Esto no debería tomarse a la ligera, toda vez que los asesinatos de Anwar al-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia; en el caso de Sadat, con el nombre completo del homicida, la fecha y el lugar del atentado, y el modo de perpetrarlo.
»Creo que corre usted un grave peligro, pero también que el peligro puede ser evitado.»
El 4 de noviembre de 1995 llegó la terrible confirmación. Un hombre que se creía encomendado por Dios acababa de disparar a Rabin por la espalda. Durante tres mil años, el atentado había permanecido oculto en el código secreto de la Biblia.
La muerte de Rabin vino a confirmar, de manera dramática, que el código bíblico, el texto oculto en el Antiguo Testamento que vaticina el futuro, es una realidad innegable. El código fue descubierto por el doctor Eliyahu Rips, uno de los expertos mundiales en teoría de grupos, el modelo matemático en el que se basa la física cuántica. Lo han corroborado renombrados matemáticos de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea. Lo ha verificado un experto en descodificación del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Ha superado tres niveles de revisión por parte de una destacada publicación científica.
El asesinato de Rabin no es el único acontecimiento moderno de que da cuenta el código. Además de los atentados contra Sadat o los hermanos Kennedy, en la Biblia están codificados centenares de hechos cruciales para el mundo, desde la segunda guerra mundial hasta el escándalo del Watergate, el Holocausto, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna o el reciente impacto de un cometa en Júpiter.
Tampoco ha sido el asesinato de Rabin el único acontecimiento anunciado con antelación. El día exacto en que el cometa chocaría con Júpiter fue descodificado antes de que ocurriera, y otro tanto sucedió con las fechas de la guerra del Golfo.
Nada de esto parece ajustarse a las reglas de nuestro pragmático mundo y, puesto que no soy creyente, yo sería de los primeros en tacharlo de fiebre milenarista. Pero he estado metido en ello durante cinco años. He pasado muchas semanas junto al doctor Rips, su descubridor. He aprendido hebreo y comprobado el código día tras día en mi ordenador personal. He hablado con el funcionario de Defensa estadounidense que confirmó personalmente la existencia del código en la Biblia. Y me he desplazado a Harvard, Yale y la Universidad Hebrea para entrevistar a tres de los más eminentes matemáticos del mundo. Todos ellos han coincidido en afirmar que en la Biblia hay un código y que éste predice el futuro.
Yo, en cambio, siempre me mantuve reticente. Hasta que Rabin fue asesinado.
Aunque yo mismo había encontrado en el código la clara advertencia de que Rabin sería asesinado durante el año judío que empezaba a finales de 1995, jamás creí que pudiera ocurrir. Al morir Rabin cuando y como rezaba la predicción, lo primero que pensé fue: «Dios mío, esto va en serio.»
No podía ser una coincidencia. Las palabras «asesino que asesinará» cruzan el nombre de «Itzhak Rabin» la única vez que éste aparece completo en el Antiguo Testamento. Según el código de la Biblia, Rabin moriría en el año judío que empezaba en septiembre de 1995. El 4 de noviembre de 1995, el mundo conoció la trágica noticia de su muerte.
Chaim Guri, el amigo de Rabin, me confesó que pensó lo mismo que yo cuando se enteró del atentado.
«Fue como si me atravesaran el corazón con un puñal dijo Guri-. Llamé al jefe del Estado Mayor, el general Barak, y le dije: "El periodista norteamericano lo sabía desde hace un año; se lo advertí al primer ministro. Estaba en la Biblia."»
La primera vez que tropecé con la predicción del asesinato de Rabin recordé la pregunta que me había hecho el editor: «Si hubiera sabido usted acerca del asesinato de Sadat antes de que ocurriera, ¿podría haberle avisado del peligro y evitado que sucediera?»
Con Rabin lo intenté y fallé. Nadie logró dar previamente con el nombre del pistolero o la fecha exacta del atentado. Pocos días después de mi primer contacto con el primer Ministro israelí, el doctor Rips y yo fuimos a ver al principal científico del Ministerio de Defensa, el general Isaac Ben-Israel. Buscábamos nuevos detalles. Pero sólo parecía figurar el año.
Después del atentado, el nombre del asesino -«Amir»-saltó de inmediato a la vista. Siempre había estado allí, encima del de su víctima, perfectamente descifrable.
«Amir» aparecía codificado en el mismo sitio que «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará». Más aún; las palabras «nombre del asesino» aparecían en el texto de la Biblia en el mismo versículo que encerraba el nombre de «Amir». En ese preciso versículo, el texto oculto afirmaba «Golpeó, mató al primer ministro». Incluso llegaba a identificarlo con un israelí que dispararía casi a quemarropa: «Su asesino, uno de su gente, aquel que se acercó.» El código revelaba adernás cuándo y dónde ocurriría. «En 5756», el año judío que empezó en septiembre de 1995, se cruzaba con «Tel-Aviv» y «asesinato de Rabin». «Amir» volvía a aparecer muy cerca.
No obstante, antes del atentado sólo sabíamos que el código vaticinaba que sería «en 5756». Y Rabin ignoró las advertencias.
«No te creerá -me había prevenido su amigo Guri cuando le entregué la carta-. Rehúye todo misticismo. Y además es fatalista.»
De modo que no sé si podía haberse evitado el asesinato. Sólo sé lo que le expresé al primer ministro en mi carta: «Nadie puede decirle si un acontecimiento codificado está predeterminado o es sólo una posibilidad. Yo creo que es una posibilidad, es decir, que en la Biblia están codificadas todas las probabilidades y que nuestros actos determinan el resultado final.»
No habíamos sido capaces de salvarle la vida a Rabin. Pero de manera súbita, casi brutal, yo tenía la absoluta certeza de que el código de la Biblia era una realidad.
Cuando, hace cinco años, volé a Israel por primera vez, el código de la Biblia, e incluso la propia Biblia, estaba muy lejos de mis intereses. El objeto de mi viaje era conversar con el jele de la inteligencia israelí sobre la guerra del futuro.
Sin embargo, estando allí tuve noticias de otro misterio, un misterio que me hizo retroceder varios milenios de golpe: exactamente 3200 años, hasta la época en que, según la Biblia, Dios se dirigió a Moisés en el monte Sinaí.
Un joven funcionario al que había conocido poco antes se dirigió a mí cuando me disponía a abandonar la sede del servicio secreto.
-Hay un matemático en Jerusalén a quien me gustaría que conociese -me dijo-. Al parecer encontró la fecha exacta del inicio de la guerra del Golfo en la Biblia.
-No soy creyente -dije, entrando en mi coche.
-Tampoco yo lo soy -dijo el funcionario-. Pero el caso es que él encontró un código en la Biblia con la fecha exacta del conflicto tres semanas antes de que estallara.
Parecía muy difícil de creer. Pero el funcionario era tan poco religioso como yo, y el hombre que había descubierto el código tenía fama de ser un auténtico genio de las matemáticas. Fui a verle.
Eli Rips es un hombre modesto. Tal es así que tiende a quitarse méritos por su propio trabajo y adjudicárselos a otros, y nadie diría que es un matemático de renombre mundial. Cuando nos conocimos en junio de 1992, en su casa de las afueras de Jerusalén, supuse que hacia el final de la velada yo acabaría comprobando que no tenía ningún descubrimiento que mostrarme.
Rips extrajo un volumen de su biblioteca y me leyó una cita de un sabio del siglo XVIII llamado el Genio de Vilna:
«Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá, desde la primera hasta la última palabra. Y no tan sólo en un sentido general, sino hasta el menor detalle de cada especie y cada uno de sus individuos, y hasta el detalle de cada detalle de cuanto le ocurra a éste desde que nace hasta que deja de existir.»
Cogí una Biblia de su escritorio y le pedí que me enseñara dónde aparecía en ella la guerra del Golfo. En lugar de abrir el libro sagrado, Rips encendió su ordenador.
-El código de la Biblia es un programa de ordenador -explicó.
En la pantalla aparecieron cientos de letras hebreas resaltadas en cinco colores distintos. Parecía un enorme crucigrama.
Rips me mostró una hoja impresa. «Hussein», «Scuds» y «misil ruso» aparecían codificados juntos en el Génesis. La secuencia completa del código rezaba: «Hussein escogió un día.»
-Aquí, en Génesis 14, donde se narra la historia de las guerras de Abraham con los reinos vecinos, encontramos la fecha: «fuego el 3 Shevat». Esa fecha del calendario judío equivale al 18 de enero de 1991-dijo Rips levantando la vista de la pantalla-. Es el día en que Iraq lanzó el primer misil Scud contra Israel.
-¿Cuántas fechas ha encontrado usted? -pregunte.
-Sólo ésta, tres semanas antes de que estallara la guerra -repuso Rips.
-Pero ¿quién podía saber hace tres mil años que habría una guerra del Golfo, por no mencionar el misil lanzado el 18 de enero?
-Dios.

El código de la Biblia fue descubierto en el texto hebreo original del Antiguo Testamento, es decir, en la primera versión escrita del libro sagrado. Este libro ha sido traducido a casi todos los idiomas y es hoy la base de la religión occidental. El código de la Biblia es ecuménico: su información va dirigida a todos. Sin embargo, sólo existe en hebreo, ya que éste es el idioma original de la Biblia.
Rips me contó que el primero en intuir la presencia de un código en el texto fue un rabino de Praga, hace ya más de medio siglo. El rabino, que se llamaba H. M. D. Weissmandel, descubrió que si se saltaba cincuenta letras y luego otras cincuenta y otras cincuenta más podía leer la palabra «Torá» desde el principio del libro del Génesis. Y que lo mismo ocurría con el libro del Éxodo. Y en el de los Números. Y en el Deuteronomio.
«Yo me enteré por pura casualidad hablando con un rabino de Jerusalén -me dijo Rips-. Intenté encontrar el original y finalmente di con la única copia que existe, aparentemente, en la Biblioteca Nacional de Israel. No se extendía mucho sobre el código, apenas unas pocas páginas, pero parecía interesante.»
Aquello fue doce años atrás.
«Empecé contando letras, como Weissmandel -continuó Rips-. Verá, Isaac Newton también anduvo detrás del código de la Biblia y lo consideraba más importante que su teoría del universo.»
Isaac Newton, el primer científico moderno, el hombre que formuló los principios mecánicos de nuestro sistema solar y descubrió la fuerza de gravedad, estaba seguro de que la Biblia ocultaba un código capaz de revelar el futuro. Aprendió hebreo y dedicó la mitad de su vida a buscarlo.
De acuerdo con su biógrafo John Maynard Keynes, se diría que Newton estaba obsesionado con el código. Cuando Keynes asumió el cargo de rector de Cambridge, descubrió las notas que Newton había dejado allí al abandonar la rectoría. Keynes no cabía en sí de asombro. La mayor parte del millón de palabras manuscritas por el propio Newton no versaban sobre matemáticas o astronomía, sino sobre teología esotérica. Dejaban bien a las claras la certeza del gran físico de que la Biblia ocultaba una profecía de la historia de la humanidad.
Newton, afirmaba Keynes, estaba convencido de que la Biblia y el universo entero eran un «criptograma pergeñado por el Todopoderoso», y estaba deseoso de «leer el acertijo de la mente divina, el acertijo de los acontecimientos pasados y futuros que la divinidad había preestablecido».
Newton murió sin encontrar el código. Por variados que fueran los modelos matemáticos que aplicaba, no logró encaminar sus largos años de búsqueda.
Rips si lo lograría. Isaac Newton no pudo descubrirlo porque, a diferencia de Eliyahu Rips, carecía de una herramienta esencial: el ordenador. El código de la Biblia tenía una especie de protección temporal. Un sello inviolable, salvo para los ordenadores.

«Usé un ordenador y atravesé el umbral -explicó Rips-. Encontré tantas palabras codificadas que ya no podía tratarse de una mera casualidad estadística. Estaba seguro de haber dado con algo verdaderamente importante.
»Lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida», me confesó Rips, cuyo fuerte acento, mitad ruso, mitad hebreo, es fiel testimonio de su apresurada salida de Rusia, hace ya veinte años, con destino a Israel.
Si bien es creyente y en la esquina superior derecha de cada una de las páginas de sus cálculos y anotaciones garabatea dos caracteres hebreos de agradecimiento a Dios, Rips considera, con Newton, que las matemáticas son sagradas. Armado de tesón, Rips finalmente logró elaborar un sofisticado modelo matemátiéo que, aplicado por ordenador, confirmaba la codificación del Antiguo Testamento. Sin embargo no lograba superar una última dificultad: encontrar el modo de demostrar los hechos de manera sencilla y elegante. Hasta que conoció a otro israelí, el físico Doron Witztum.
Witztum no trabaja para ninguna universidad y, a diferencia de Rips, es prácticamente desconocido en el medio científico. Pero fue quien completó el modelo matemático, y por ello Rips lo considera «tan genial como Rutherford».
Rips me dio una copia del experimento original, «Secuencias equidistantes de letras en el libro del Génesis». En el resumen de la página inicial podía leerse: «El análisis randomizado señala la existencia de información oculta en el texto del Génesis, imbricada en forma de secuencias equidistantes de letras. Su nivel de significancia es del 99,998%.»
Allí mismo, en su sala de estar, leí el informe entero. Rips y sus colegas habían escogido 32 grandes sabios, eminencias de tiempos bíblicos y modernos, a fin de determinar si sus nombres, fechas de nacimiento y de muerte estaban codificadas en el primer libro de la Biblia. Luego buscaron estos mismos nombres y datos codificados en la traducción hebrea de Guerra y paz y en otros dos textos originales en hebreo. En la Biblia, nombres y fechas aparecían ligados. En Guerra y paz y los otros dos libros, no.
Las posibilidades de dar por puro azar con la información codificada resultaron ser de una en diez millones.
A modo de control, Rips cogió los 32 nombres y las 64 fechas y las entremezcló en diez millones de combinaciones distintas hasta que todos los pares obtenidos fueron incorrectos menos uno. Luego determinó, con la ayuda de un ordenador, cuál de los diez millones de ejemplos ofrecía mejores resultados. Para su sorpresa, en la Biblia sólo estaban apareados los datos correctos.
«Ninguna de las 9999999 combinaciones al azar aparecían en el texto oculto -dijo Rips-. El resultado era de cero a 9999999, o de uno en diez millones.»
Un experimentado descodificador de la ultrasecreta Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, el centro clandestino de escucha situado en las inmediaciones de Washington, tuvo noticias del asombroso descubrimiento israelí y decidió investigar el caso.
Harold Gans se había pasado la vida creando y rompiendo códigos para los servicios secretos norteamericanos. Era, por formación, experto en estadísticas. Hablaba hebreo. Y estaba seguro de que el código de la Biblia era «ridículo, cosa de diletantes».
Gans confiaba en poder demostrar que el tal código no existía. De modo que creó su propio programa de ordenador y buscó la misma información que los israelíes pretendían haber encontrado. Para su sorpresa, los datos estaban allí. Las fechas de nacimiento y muerte de los sabios aparecían codificadas junto a sus nombres.
Gans no daba crédito a sus ojos. Decidió buscar información totalmente nueva en el código para así poner en evidencia los fallos del experimento de Rips e incluso, quién sabe, demostrar que todo era un truco, un montaje.
«Si el código -me dijo Gans-era en efecto real, supuse que las ciudades donde estos grandes hombres habían nacido y muerto también estarían codificadas.»
Durante 440 horas, Gans no sólo buscó los nombres de los 32 sabios utilizados por Rips, sino que realizó el mismo control con una lista anterior, desechada por éste, de otros 34 sabios. En los 66 casos, los nombres y las ciudades de óbito y nacimiento coincidían.
«Me entraron escalofríos al verificarlo», recuerda Gans. A la vista de los resultados no tuvo más remedio que creer en el código.
El descodificador del Pentágono había corroborado, de manera independiente y con su propio programa, los resultados de los investigadores israelíes. Hombres que habían vivido cientos y miles de años después de que la Biblia fuera escrita aparecían codificados con todo detalle. Rips había encontrado las fechas. Gans, las ciudades. Sin duda, el código de la Biblia era real.
«Concluimos, pues, que estos resultados permiten corroborar los resultados comunicados por Witztum, Rips y Rosenberg», escribió Gans en el informe final de su investigación.
«El trabajo que realicé con el código de la Biblia -diría Gans luego-no se diferenciaba mucho de mi práctica habitual en el Departamento de Defensa. Al principio, mi escepticismo era del ciento por ciento. El código me parecía una soberana tontería. Me propuse desmantelarlo y acabé demostrando que era un hecho.»
Había en la Biblia información acerca del pasado y el futuro codificada de manera tal que no existía posibilidad matemática alguna de que fuera casual; además, la información no aparecía en ningún otro texto.
Rips y Witztum enviaron su artículo a Statistical Science, una destacada publicación científica norteamericana. Robert Kass, profesor de Carnegie-Mellon y editor de la revista, se mostró escéptico. No obstante decidió someterlo al juicio de otros expertos, que por otra parte constituye el procedimiento habitual de verificación entre colegas de todas las publicaciones científicas serias.
Para asombro de Kass, el artículo de Rips-Witztum pasó la revisión. El primer revisor confirmaba la solidez matemática del trabajo. Kass recurrió a un segundo experto. Éste también dio fe de la corrección de los procedimientos. Entonces Kass hizo algo inédito: llamó a un tercer experto.
«Nuestros revisores -me confió Kass-estaban desconcertados. La posibilidad de que el libro del Génesis contuviera información significativa acerca de personajes actuales iba contra todas sus convicciones. No obstante, las pruebas adicionales reconfirmaron el fenómeno.»
Kass envió el siguiente mensaje por correo electrónico a los israelíes: «El artículo ha pasado la tercera revisión. Vamos a publicarlo.»
A pesar del natural escepticismo de los matemáticos laicos, ninguno pudo encontrar error alguno en el procedimiento. Ninguno pudo esgrimir la más mínima objeción respecto del experimento. Tampoco pudo dar ninguno una explicación razonable de la sobrecogedora existencia en la Biblia de un código capaz de vaticinar hechos posteriores a su escritura.
La Biblia tiene la forma de un gigantesco crucigrama. Está codificada de principio a fin con palabras que, al conectar entre sí, revelan una historia oculta.
Cada palabra está formada por letras equidistantes entre sí, de manera que saltando x letras desde la primera surge, como en una especie de acróstico, el mensaje significativo. Pero el sistema no es tan simple como parece. Imbricada en todo el texto conocido de la Biblia yace oculta bajo el original hebreo del Antiguo Testamento una compleja red de palabras y frases, una nueva revelación.
Hay una Biblia debajo de la Biblia.
La Biblia no sólo es un libro: también es, por así decirlo, un programa de ordenador. Grabada en piedra y manuscrita en rollos de pergamino, impresa luego en formato de libro, la Biblia ha esperado durante siglos a que inventáramos los ordenadores. Ahora por fin podemos leerla como estaba pensado que lo hiciéramos.
Para dar con el código, Rips eliminó los espacios entre palabras y convirtió la totalidad del texto bíblico original en una hebra continua compuesta por 304805 letras. Al hacerlo, estaba devolviendo la Torá a la forma primigenia que los grandes sabios le atribuyen. Pues ésa es la forma legendaria en que Moisés habría recibido la Biblia de Dios: «contigua, sin solución de palabras».
El ordenador explora esta hebra en busca de nombres, palabras y frases codificadas. Comienza por la primera letra de la Biblia y verifica todas las secuencias alternas posibles: palabras formadas por saltos de 1, 2, 3, y así hasta varios miles de espacios. Luego repite la búsqueda comenzando por la segunda letra. Luego por la tercera, la cuarta, hasta llegar a la última letra del texto.
En cuanto encuentra una palabra clave, el ordenador puede dedicarse a buscar información relacionada con ésta. Una vez tras otra descubre, codificados con significativa proximidad, nombres, fechas y lugares afines: Rabin, Amir, Tel-Aviv, el año de su asesinato, todo en el mismo tramo de texto.
El ordenador registra las conexiones entre palabras tras someterlas a una doble verificación: que su proximidad en el texto sea significativa y que la secuencia alterna que las forma sea la más corta de todas las posibles.
Rips puso como ejemplo del funcionamiento del códigó el caso de la guerra del Golfo: «Pedimos al ordenador que buscara las palabras "Saddam Hussein". Luego rastreamos la existencia de palabras afines que pudieran aparecer de manera matemáticamente significativa. Junto a "Guerra del Golfo" encontramos las palabras "Scuds" y "misiles rusos"; además, la fecha de inicio del conflicto estaba codificada con la palabra "Hussein".»
Las palabras formaban una matriz de crucigrama. Los hechos demuestran a las claras que el código de la Biblia permite identificar grupos de palabras entrecruzadas que contienen bloques homogéneos de información. Junto a «Bilí Clinton», la palabra «presidente». Junto a «alunizaje», «nave espacial» y «Apolo 11». Junto a «Hitler», «nazi». Junto a «Kennedy», «Dallas».
Uno tras otro, todos los experimentos y pruebas demostraron que las matrices de palabras cruzadas sólo aparecían en la Biblia. Ni en Guerra y paz ni en ningún otro libro conocido ni en diez millones de textos generados al azar por ordenador se verificaba este asombroso fenómeno.
Según Rips, la cantidad de información codificada en la Biblia es infinita. Cada vez que se logra descodificar un nuevo nombre, palabra o frase, surge a su alrededor un nuevo crucigrama. Las palabras afines se entrecruzan en sentido vertical, horizontal y diagonal.
Tomemos por caso el asesinato de Rabin.
En primer lugar pedimos al ordenador que rastreara la Biblia en busca del nombre «Itzhak Rabin». Sólo aparecía una vez, con una secuencia alterna de 4772 espacios.
El ordenador dividió toda la Biblia -la hebra completa de 304805 letras-en 64 hileras de 4772 letras cada una. El texto impreso del código consiste en una especie de instantánea de la parte central de esa matriz. En el centro de la instantánea aparece, en letras rodeadas por un círculo, el nombre «Itzhak Rabin».
Si «Itzhak Rabin» hubiera estado escrito mediante una secuencia de diez saltos, cada hilera habría constado de diez letras. Si la secuencia hubiera sido de cien, las hileras habrían tenido cien letras de longitud. Cada vez que las hileras se reagrupan queda formado un nuevo juego de palabras y frases imbricadas.
Cada palabra codificada determina la matriz de texto bíblico que se forma, el crucigrama que confecciona el ordenador. Hace tres mil años, la Biblia fue codificada de tal modo que el descubrimiento del nombre de Rabin revelara de manera automática información crucial relativa a su persona.
Entrecruzadas con «Itzhak Rabin» encontramos las palabras «asesino que asesinará». Así lo refleja en el cuadro inferior la secuencia de letras encerradas en cuadrados:
La probabilidad de que el nombre completo de Rabin apareciese junto con la predicción de su asesinato era al menos de una en tres mil. Para los matemáticos, todo lo que pasa de una en un centenar es altamente improbable. Las pruebas más rigurosas suelen ser de una entre mil.
El 1 de septiembre de 1994 volé a Israel con el propósito de alertar a Rabin. No obstante, sólo un año después que fuera asesinado encontramos en el código el nombre de su asesino. Codificado junto a «Itzhak Rabin» y «asesino que asesinará», aparecía codificado «Amir».
El nombre de Amir había permanecido allí durante tres mil años, esperando a que nosotros tropezáramos con él. Pero el código de la Biblia no es una bola de cristal: es imposible encontrar algo si uno no sabe qué es lo que está buscando.
No estábamos, a todas luces, ante una variante del tipo Nostradamus, con frases como «Una estrella surgirá en Oriente y caerá el Gran Rey», plausibles de ser leídas de tal modo que siempre resulten proféticas.
Aquí se proporcionaban detalles tan precisos como los de la cobertura que la CNN había hecho del suceso: el nombre completo de Rabin, el de su asesino, el año de su asesinato, etc., todos ellos -salvo Amir- desvelados antes del fatal desenlace.
No obstante costaba creerlo. Le pregunté a Rips si no era factible encontrar información similar en cualquier texto, o en combinaciones al azar de letras sin verdadero sentido. Tal vez la presencia de la fecha en que empezaría la guerra del Golfo, incluso la del asesinato de Rabin, eran pura coincidencia. Rips, por toda respuesta, sacó una moneda del bolsillo y la lanzó al aire.
«Si esta moneda es justa, la mitad de las veces debería caer del lado de la cara y la otra mitad del lado de la cruz. Si yo lanzara la moneda veinte veces y siempre cayera de un mismo lado, la gente diría que está cargada. La probabilidad de que caiga veinte veces seguidas del mismo lado es menor a una en un millón.» La Biblia -concluyó Rips- es la moneda cargada. Lleva un código dentro.»
Citó a continuación su primer experimento, el de los sabios codificados en el Génesis: «La única alternativa es que se trate de un hecho absolutamente azaroso, que por puro azar hayamos tropezado con la mejor combinatoria de 32 nombres y 64 fechas. Pero eso sólo ocurriría una vez en diez millones.»
Sin embargo, si Rips está en lo cierto, si hay un código en la Biblia y si este código predice el futuro, la ciencia convencional carece por ahora de explicación fehaciente. No sorprende, pues, que algunos científicos convencionales se resistan a aceptarlo. Uno de ellos, el experto australiano en estadística Avraham Hasofer, atacó la hipótesis del código antes de que Rips publicara su experimento, cuando aún no había evidencias matemáticas que lo validaran. Según Hasofer: «En grandes conglomerados de datos resulta inevitable la presencia de cierto tipo de patrones. Es tan dificil encontrar un conjunto de dígitos o letras sin patrones como una nube sin forma o silueta. En cualquier caso, el uso de pruebas estadísticas en cuestiones que atañen a la fe plantea serios problemas.»
Rips afirma que su crítico se equivoca tanto científica como religiosamente. Señala que Hasofer no se molestó en realizar la más mínima comprobación estadística, no verificó la solidez matemática de los procedimientos ni se paró a observar el código.
«Por supuesto que cualquier texto -aclara Rips-contiene combinaciones azarosas de letras. Las palabras "Saddam Hussein" pueden aparecer en cualquier conjunto lo bastante grande de datos, pero nunca imbricadas con las palabras "Scuds", "misiles rusos" y la fecha de inicio del conflicto, todo ello antes de que ocurriera nada. Tanto da si el texto es de cien mil o de cien millones de letras: no encontraremos información congruente en ninguna parte... a excepción de la Biblia.
«Actualmente, un gran sector de la humanidad considera la Biblia como algo folklórico, de contenido mitico, mientras que sólo la ciencia ofrece una lectura aceptable de la realidad. Otros aseguran que la Biblia, en tanto palabra divina, ha de ser cierta, y por consiguiente la que se equivoca es la ciencia. A mi entender, cuando completemos nuestra comprensión de ambas, ciencia y religión se fundirán en una y por fin tendremos una teoría unificada completa.»
En los casi tres años que lleva publicado, nadie ha enviado una refutación en regla a la revista matemática donde el artículo de Rips-Witztum apareció.
Los experimentados científicos que revisaron la consistencia del código no han objetado su existencia. Pese a su escepticismo inicial, tanto el veterano descodificador del Pentágono como los tres revisores de la revista matemática y los profesores de Harvard, Yale y la Universidad Hebrea acabaron creyendo en el código de la Biblia.
Dijo Einstein en cierta ocasión: «Por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.» El tiempo, advertía Einstein, no es en modo alguno lo que parece. No fluye en una única dirección. El futuro y el pasado coexisten.
Newton, el otro gran fisico que definió nuestro universo, no sólo afirmó que el futuro ya existe sino que creía en la posibilidad de predecirlo; de hecho, dedicó parte de su vida a buscar en la Biblia un código oculto capaz de anticipar el futuro.
Algunos científicos actuales, entre ellos el que quizá goza hoy de mayor renombre, Stephen Hawking, creen que llegará un momento en que podremos viajar en el tiempo. «No es improbable -aventura Hawking-que en un futuro tengamos la capacidad de viajar en el tiempo.»
Tal vez, el poeta T. S. Eliot no estaba tan desacertado cuando escribió: «El tiempo presente y el pasado / Quizá están presentes en el tiempo futuro / Y el futuro encerrado en el tiempo pasado.»
Pero yo no estaba preparado para aceptar esta codificación del futuro en la Biblia sin la clase de pruebas en las que nos apoyamos los periodistas: hechos reales y contrastados.
Pasé toda una semana junto a Eli Rips, trabajando codo con codo en su ordenador. Le pedí que buscara cosas relacionadas con acontecimientos mundiales corrientes, con un cometa que acababa de ser avistado, con datos científicos modemos; una vez tras otra, el Antiguo Testamento aportaba la información requerida. Y cada vez que recurríamos al texto de control, la traducción hebrea de Guerra y paz, la información no aparecía. Estaba en la Biblia; en otros textos no.
Durante aquella semana, así como en mis seis subsiguientes estancias en Israel y a lo largo de cinco años de investigación personal, fuimos encontrando diez, luego cien y finalmente mil acontecimientos actuales codificados en la Biblia. En ocasiones, si el titular del New York Times o el Jerusalem Post era lo bastante relevante, no resultaba descabellado dirigirse al código, pues allí, en un documento escrito tres mil años antes del suceso, éste aparecía anunciado con pelos y señales.
La información demostró, una y otra vez, ser tan precisa como la de los artículos de los periódicos: nombres, lugares, fechas, todo tipo de datos codificados a lo largo y ancho del Pentateuco, desde el Génesis hasta el Deuteronomio. Y a veces incluso aparecía antes de que ocurriesen los hechos.
Seis meses antes de las elecciones presidenciales de 1992 en Estados Unidos, el código vaticinó la victoria de Bill Clinton. Conectado a «Clinton» se leía su futuro cargo, «presidente».
La más reciente de las sacudidas políticas de la historia norteamericana, la caída de Richard Nixon a raíz del escándalo del Watergate, también está codificada en la Biblia. «Watergate» aparece junto a «Nixon» y el año de su dimisión forzosa, 1974. Cerca de «Watergate», el código oculto plantea una pregunta: «¿quién es él?», y responde: «presidente, pero fue destituido».
La Depresión está codificada en relación al crash del mercado de valores. «Colapso económico» y «depresión» aparecen juntos en la Biblia, y también la palabra «valores». El año en que empezó todo, 1929 («5690»), completa la información.
Pero también están codificados los triunfos del hombre, como por ejemplo el alunizaje. «Hombre en la Luna» aparece junto a «nave espacial» y «Apolo 11». El código menciona incluso la fecha exacta en que Neil Armstrong pisó la superficie lunar por pnmera vez: 20 de julio de 1969.
También las célebres palabras de Armstrong, «Es un paso pequeño para un hombre pero un paso de gigante para la humanidad», tienen su eco en el código secreto. Allí donde consta la fecha del magno acontecimiento, una frase entrecruza la palabra «Luna»: «hecho por la humanidad, hecho por un hombre».
Todo esto y la referencia concreta a la «Apolo 11» se encuentran en el pasaje del Génesis donde Dios le dice a Abraham: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas.»
Durante los años posteriores a mi primer viaje a Israel continué rastreando el código de la Biblia por mi cuenta, no como matemático sino como investigador periodístico, contrastando las menciones con los hechos. Mi criterio era que toda información acerca del pasado reciente y el futuro próximo podía aportar pruebas y añadir datos a lo que la ciencia matemática había establecido sin aparentes fisuras. Transcurridos dos años de mis investigaciones, encontré en el código una predicción astronómica... y no tardé en ver cómo se cumplía en el mundo real.
En julio de 1994, el mundo entero fue testigo de la mayor explosión jamás presenciada en nuestro sistema solar. Un cometa bombardeaba a Júpiter con una fuerza superior al billón de megatones, creando bolas incandescentes más grandes que la Tierra. Yo mismo había encontrado en la Biblia, dos meses antes de la colisión, la información codificada acerca de Júpiter y el cometa mediante un programa de ordenador hecho para mi en Israel en base al modelo matemático de Rips.
Las menciones al choque eran dos, una en el libro del Génesis y otra en el de Isaías. En ambas, el cometa, bautizado como «Shoemaker-Levy», aparecía codificado con su nombre completo -o sea, los apellidos de quienes lo descubrieron en 1993-y su impacto con Júpiter estaba representado de un modo gráficamente explícito. En el código de la Biblia, el nombre del planeta y el del cometa se entrecruzan dos veces. En Isaías di, antes de que ocurriera, con la fecha exacta del impacto: 16 de julio.
Algo que los astrónomos modernos habían logrado predecir con apenas unos meses de anticipación ya se encontraba descrito en el código bíblico, con absoluta precisión, desde hacía tres mil años.
Este sobrecogedor descubrimiento tuvo en mí un efecto tal que volví a creer en el código con más convicción que antes. Durante dos años no había cesado de preguntarme ¿es posible que exista algo así?, ¿pudo una inteligencia no humana codificar el texto de la Biblia? Y cada mañana, a pesar de las abrumadoras pruebas que lo confirmaban, me despertaba sumido en un mar de dudas.
¿Y si se trataba de un fraude? ¿Y si, en lugar de una nueva revelación, estábamos ante un caso similar a los diarios de Hitler, con un Clifford Irving cósmico como autor?
Rabinos y académicos jamás se han puesto de acuerdo sobre el origen de la Biblia. Las autoridades religiosas sostienen que los primeros cinco libros, del Génesis al Deuteronomio, fueron escritos por Moisés hace más de tres mil años. Los académicos les atribuyen en cambio muchos autores, que habrían redactado el texto a lo largo de varios siglos. Pero se trata de una discusión irrelevante.
El Antiguo Testamento existe como tal al menos desde hace mil años. Desde entonces, cosa que ningún erudito pondría en duda, no ha cambiado ni una sola coma. Existe una versión completa que data del año 1008 (el códice de Leningrado) y todas las Biblias en hebreo que se publican la reproducen letra por letra. Así pues, el texto utilizado por el programa de ordenador -aquel en el que yo encontré la fecha exacta (16 de julio de 1994) de la colisión del cometa con Júpiter-ha permanecido intacto durante, como mínimo, mil años. Lo cual invalida la posibilidad de un fraude, ya que el falsificador habría tenido igualmente que conocer el futuro.
Ningún falsificador había codificado la colisión de Júpiter; ni en tiempos bíblicos ni en la Edad Media ni en la primavera de 1994, es decir, dos meses antes de que ocurriera. Una vez más, la certeza me acompañaba. Fui a ver a Rips a la Universidad de Columbia. Estaba allí como profesor visitante y ocupaba el mismo despacho del edificio de matemáticas que en otra época perteneciera a Lipman Bers, el presidente de la American Mathematical Society que veintiséis años atrás organizó la campaña mundial para liberar a Rips de las prisiones soviéticas.
En 1968, Rips era uno de tantos jóvenes recién graduados de la URSS. La indignación ante la invasión de Checoslovaquia lo llevó a manifestarse en contra; el régimen lo detuvo y lo encerró. Dos años después, gracias a la solidaria intercesión de sus colegas occidentales, Rips era liberado y autorizado a emigrar a Israel. Actualmente ejerce de profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, pero también ha impartido clases en las universidades de Chicago y Berkeley, y goza de prestigio mundial entre los matemáticos.
En su despacho de Columbia, Rips estudió la hoja impresa con mi descubrimiento de la colisión en Júpiter. «Esto es apasionante», exclamó. Como yo, a veces Rips no podía evitar que la precisión del código lo siguiera sobresaltando.
Los atrónomos sabían que el planeta chocaría con Júpiter pues podían seguir su trayectoria, y sabían cuándo ocurriría el impacto pues podían medir su velocidad. Pero, quienquiera que fuese el codificador de la Biblia, lo cierto es que disponía de esa misma información cuando obtenerla era aún imposible, miles de años antes de que Shoemaker y Levy hubieran descubierto siquiera el cometa. ¿Cómo podía la Biblia contener la fecha exacta de la colisión?
He ahí, desde luego, la gran pregunta: ¿se puede conocer el futuro?
Rips y yo fuimos a ver a David Kazhdan, uno de los principales matemáticos de Harvard. Kazhdan confesó que creía en la realidad del código de la Biblia pero que se veía incapaz de explicar cómo funcionaba.
-Todo parece indicar –dijo-que hace tres mil años la Biblia fue codificada con información sobre acontecimientos futuros. He estudiado los resultados. Son científicamente inobjetables. Creo que el código existe.
-Pero ¿cómo funciona? -le pregunté.
-Lo ignoro -respondió Kazhdan-. Pero no olvidemos que el hombre aceptó la existencia de la electricidad cien años antes de poder explicar cómo funcionaba.
Les pregunté a ambos cómo era posible que alguien, hombre o Dios, pudiera ver lo que aún no había ocurrido. Hasta entonces, yo creía que el futuro no existía mientras no hubiera ocurrido.
-El mundo -fue la respuesta teológica de Rips- fue creado. Su Creador no está limitado por el tiempo o el espacio. Para nosotros, el futuro no existe. Pero el Creador vio de un solo golpe todo el universo, del principio al fin.
-La ciencia -fue la respuesta newtoniana de Kazhdan-acepta que si conocemos la posición de cada molécula y cada átomo, podemos prever su desarrollo. En un mundo mecánico, basta conocer la situación y velocidad de un objeto (ya sea una bala o un cohete rumbo a Marte) para saber con precisión adónde y cuándo llegará. Como ve, no es tan complicado anticipar el futuro.
Sin embargo –continuó-, si usted me pregunta si me sorprende que el futuro esté codificado en la Biblia, desde luego he de decirle que sí.
I. Piatetski-Shapiro, destacado matemático de Yale, también confirma el código, pero no puede dejar de asombrarse ante su capacidad para predecir hechos que ocurrieron mucho después de que la Biblia fuera escrita.
«Creo que si, que el código existe -dice Piatetski-Shapiro-. Conozco los resultados y admito que son sorprendentes. Predicciones del futuro, de Hitler, del Holocausto...»
Doron Witztum, el colaborador israelí de Rips, se ocupó de realizar en el código bíblico una búsqueda exhaustiva del término «holocausto», que dio por resultado la aparición de numerosos y estremecedores detalles.
«Hitler» y «nazi» se encontraban junto a «matanza». «En Alemania» se cruzaba con «nazis» y «Berlin». Y el hombre que dirigió los campos de concentración, «Eichmann», aparecía junto a «los hornos» y «exterminio».
«En Auschwitz» aparecía codificado allí donde el texto original de la Biblia dice: «un fin a toda la carne». Incluso los detalles más técnicos de la «solución final» tenían cabida en el código. El gas empleado para matar a los judios, el «Zyklon B», flanqueaba el nombre de «Eichmann». Piatetski-Shapiro, que había tenido acceso a estos hallazgos, estaba impresionado.
-Mi instinto matemático -señaló- me dice que aquí hay algo verdadero.
No obstante, el profesor de Yale no encontraba una explicación cabal a este fenómeno.
-No hay, dentro del sistema de leyes matemáticas que conocemos, nada que explique la predicción del futuro. La física newtoniana -objetó Piatetski-Shapiro-es demasiado simple para explicar un conjunto de predicciones tan complejo y detallado. Tampoco la física cuántica nos saca de apuros. Yo creo que estamos ante una inteligencia que trasciende nuestro alcance.
El matemático hizo una breve pausa y luego continuó:
-Sólo veo una respuesta. Dios existe.
-¿Podremos explicarlo algún día en términos puramente científicos? -pregunté.
-Lo dudo -repuso él-. Quizá en parte, pero algo siempre permanecerá oculto. Es posible, en teoría, creer en el código de la Biblia sin creer en Dios. Pero aquel que acepta la existencia de Dios ya no necesita preguntarse quién puede ver el futuro.
Si el futuro puede ser previsto, ¿puede también ser modificado?
En otras palabras, si hubiéramos conocido de antemano las intenciones de Hitler, ¿habríamos podido evitar la segunda guerra mundial? ¿Podrían haber esquivado Rabin o Kennedy las balas de sus asesinos? Suponiendo que los nombres de Amir u Oswald hubieran aparecido en el código de la Biblia antes de que todo ocurriera, ¿habrían podido ser detenidos a tiempo? ¿Existía acaso una probabilidad alternativa, una que contemplara la detención de los pistoleros y conservara con vida a Kennedy o Rabin?
La cuestión radica en saber si el código de la Biblia vaticina lo que pasará o sólo nos previene de ello; si predice un futuro único y predeterminado o presenta todos los futuros posibles.
Éste es precisamente el debate que ocupa a los fisicos desde que Werner Heisenberg formulara su célebre principio de incertidumbre. Stephen Hawking nos lo explica con meridiana sencillez: «¡Cómo podemos pretender predecir con exactitud el futuro si ni siquiera somos capaces de medir con exactitud el estado actual del universo!»
La mayoría de los científicos creen que el principio de incertidumbre es una propiedad fundamental e ineluctable del mundo. Según este principio no habría un futuro único sino muchos futuros posibles. Recurramos nuevamente a Hawking: «La mecánica cuántica no predice un único resultado definido para cada observación. Predice, en cambio, los diferentes resultados posibles y sus probabilidades de ocurrir.»
¿Presenta, pues, la Biblia, al igual que la mecánica cuántica, todas las variantes posibles? ¿O anuncia predicciones invariables, talladas en piedra? Algunas, como la del asesinato de Rabin, han ocurrido sin lugar a dudas. ¿Es esto cierto para todas las predicciones?
Si bien no contamos aún con experiencia suficiente como para responder a esta pregunta, podría ser que ni siquiera la regla aparentemente inamovible del principio de incertidumbre rigiese en el caso del código.
De hecho, toda la ciencia convencional y la totalidad de los conceptos convencionales de realidad podrían perder toda relevancia si un ser situado fuera del sistema, fuera de nuestras tres dimensiones, fuera del tiempo, hubiera codificado la Biblia. De ser así, el código no tendría que obedecer ninguna de nuestras leyes, ya fueran científicas o no.
Hasta Hawking admite que nuestras reglas del azar no tienen por qué aplicarse a Dios: «Nada nos impide imaginar un sistema de leyes capaz de determinar los acontecimientos para un ser sobrenatural.» Desde el momento en que aceptamos que no estamos solos -y que existe una inteligencia que trasciende la nuestra-todo lo demás requiere un reposicionamiento.
El gran genio de la ciencia contemporánea, Albert Einstein, jamás quiso aceptar la idea de que el universo estuviera gobernado por el azar. «No hay duda de que la mecánica cuántica causa gran impresión. Pero -objetaba Einstein-una voz interna me dice que todavía no hemos llegado al meollo del asunto. La teoría habla de muchas cosas pero no nos acerca ni un ápice al secreto del "Gran Jefe".»
«Dios -afirmaba Einstein- no juega a los dados.»
¿Era posible que un código oculto en la Biblia hubiera registrado una serie de hechos miles de años antes a que éstos ocurrieran, hubiera consignado nuestra historia anticipandose a ella y fuera capaz de revelarnos un futuro que nosotros aún no habíamos vívido?
Abrumado por estas preguntas, me dirigí al matemático más célebre de Israel, el doctor Robert J. Aumann. Se trata de uno de los expertos mundiales en teoría de juegos, miembro de las academias de ciencias estadounidense e israelí.
«El código de la Biblia -dijo tajante Aumann-es un hecho. El planteamiento científico es impecable y los resultados de Rips son altamente significativos, de un modo inusual en el mundo de la ciencia. He leído sus trabajos con atención; los resultados son claros y están perfectamente desarrollados. Es más de cuanto se puede pedir en términos estadísticos. El rendimiento más exigente no suele pasar de una probabilidad en un millar. Los resultados de Rips son significativos como mínimo a un nivel de una en cien mil. No es nada frecuente ver resultados así en la experimentación científica.
«Es de vital importancia continuó Aumann-dispensarle a éste el mismo tratamiento que a cualquier otro experimento científico, ser muy fríos, muy metódicos, hacer las pruebas pertinentes y verificar los resultados. Por lo que a mí respecta, el código de la Biblia no ofrece dudas. Le hablo como contable. He revisado los libros y no hay cuenta que no cuadre. Son de una limpidez inmaculada.»
Al principio, Aumann había albergado serias dudas. Le resultaba dificil aceptar que un código oculto en la Biblia pudiera revelar el futuro.
«Es algo que se contradecía con mi formación matemática e incluso con los planteamientos religiosos a los que me había amoldado. Se aleja tanto del conocimiento científico... No ha habido nada igual en siglos y siglos de ciencia moderna.»
Aumann habló con destacados matemáticos de Israel, de Estados Unidos, de Europa, del mundo entero. Ninguno pudo señalar el más mínimo fallo en el procedimiento de Rips. Aumann siguió durante años los trabajos de Rips y dedicó varios meses a revisarlos en detalle. Finalmente, el 19 de marzo de 1996, el más famoso de los matemáticos israelíes comunicó a la Academia de Ciencias de Israel sus conclusiones: «El código de la Biblia es un hecho demostrado.»
Pero el código esconde grandes misterios aún no desentrañados. Rips, que es quien más sabe del tema, lo compara con un gigantesco puzzle de millares de piezas de las que nosotros conocemos apenas unos cientos.
«Si el código cobrara amplia difusión -previene Rips-y la gente intentase emplearlo para predecir el futuro, deberían saber que es muy complejo. Allí pueden estar contempladas todas las probabilidades y aquello que hagamos Podría determinar los acontecimientos. Quizá fue hecho así a fin de preservar el libre albedrío. Lo peor que podría ocurrir es que alguna gente interpretara lo que está codificado en la Biblia como mandamientos, como órdenes a cumplir. Porque no es eso, es sólo información, no pueden ser sino probabilidades.»
Sin embargo, si el código de la Biblia contempla todas las probabilidades, la gran pregunta, lejos de desaparecer, asume otra magnitud: ¿cómo puede un código contener cada instante de la historia humana? En términos históricos, el asesinato de Rabin, el escándalo del Watergate, incluso la llegada del hombre a la Luna no son más que momentos puntuales. ¿Cómo pueden estar codificados todos y cada uno de esos momentos en un solo libro?
Le pregunté a Rips si había algún limite a la información del código. ¿Qué proporción de nuestra historia podía contener la Biblia?
«La entera totalidad -contestó el matemático. Volvió a citar la frase que me había leído en ocasión de nuestro primer encuentro, las palabras de aquel sabio dieciochesco, el Genio de Vilna-: Es regla que todo lo que fue, es y será hasta el fin de los tiempos está incluido en la Torá.»
Pero ¿cómo podía ser esto cierto si el texto original del Antiguo Testamento constaba exactamente de 304805 letras?
«En teoría, la información que pudo ser codificada no tiene límite -dijo Rips y, cogiendo mi cuaderno de notas, empezó a desarrollar una ecuación-. Teniendo un conjunto finito podemos buscar el conjunto exponencial y, a continuación, el conjunto de todos los subconjuntos. Además, cada elemento de cada conjunto puede estar activo o inactivo.»
Rips había escrito en el cuaderno la siguiente fórmula: S, P(S),P(P(S)) = P2(s)..., PK(S). Aunque se me escapaban los detalles matemáticos, entendí lo que quería demostrarme: de una base de datos limitada pueden extraerse incontables combinaciones y permutaciones.
«Diez o veinte billones como mínimo. Para hacernos una idea: si empezamos a contar desde uno -explicó Rips-sin parar, noche y día, tardaríamos cien años en llegar a tres billones.»
En otras palabras, el código secreto de la Biblia contiene más información de la que podríamos dedicarnos a contar, no ya a encontrar en el texto, a lo largo de varias vidas. Sin tomar en cuenta cada uno de los «crucigramas» que genera la intersección de dos, tres o diez palabras distintas. Rips piensa que la información codificada es incalculable y, probablemente, infinita. Y eso que sólo estamos hablando del nivel inicial y menos complejo del código de la Biblia.
Siempre hemos tenido a la Biblia por un libro. Ahora sabemos que bajo esa forma se esconden otras. Por ejempío, la de programa informático. Y no porque Rips haya introducido su contenido en un ordenador sino porque su autor original lo diseño para que fuera interactivo y cambiante.
Podemos considerar el código de la Biblia como una serie de revelaciones temporizadas, es decir, sólo descifrables mediante la tecnología de la época a que aluden las predicciones. Quizá se trate de una forma de información inimaginable para nosotros, del mismo modo que la informática habría resultado inconcebible para los nómadas que hace tres mil años poblaban el desierto.
«Seguramente consta de varios niveles más de profundidad -aventura Rips-, pero por el momento carecemos de un modelo matemático lo bastante potente como para acceder a ellos. Sin duda ha de parecerse más a un holograma que a un crucigrama. Estamos hurgando en matrices bidimensionales y probablemente deberíamos buscar en tres dimensiones como mínimo, sólo que ignoramos cómo hacerlo.»
Nadie puede explicar, por otra parte, cómo fue creado el código. Todos los científicos, matemáticos y físicos que han aceptado su existencia coinciden en señalar que ni los más veloces ordenadores de que disponemos -incluidos todos los Crays de la gran sala central del Pentágono, las unidades principales de la IBM y todos los ordenadores del mundo trabajando juntos-podrían obtener un texto como el que fue codificado hace tres mil años.
«Me resulta imposible imaginar -dice Rips-cómo o quién pudo hacer algo así. Estamos ante una mente que supera nuestra imaginación.»
El programa de ordenador gracias al cual hemos podido acceder al código no será, sin duda, la última forma que adopte la Biblia. Es probable que su próxima encarnación ya exista y esté esperando a que inventemos la máquina capaz de descubrirla.
«Es más -advierte Rips-, me temo que ni siquiera lograremos acabar de descodificar toda la información a la que tenemos acceso. Incluso a este primer nivel, la información parece infinita.»
No sabemos todavía si todo el pasado y todo el futuro de cada uno de nosotros están contenidos en algún nivel superior y por ahora inaccesible del código secreto de la Biblia. Ello la convertiría, en efecto, en el Libro de la Vida.
Lo que sí parece evidente es que el nivel de codificación al que hemos logrado acceder contiene todos los acontecimientos relevantes de la historia mundial.
Todos los líderes de la segunda guerra mundial -Roosevelt, Churchill, Stalin, Hitler- están allí. «América», «revolución» y 1776 («5536») aparecen en el mismo sector. «Napoleón» está codificado junto a «Francia», pero también junto a «Waterloo» y «Elba». La revolución que cambió la faz del siglo XX, la «revolución» comunista en «Rusia», está codificada al lado del año en que triunfó, 1917 («5678»).
Grandes artistas y escritores, inventores y científicos, tanto antiguos como actuales, aparecen por doquier en el texto oculto. «Homero» está descrito como «poeta griego». «Shakespeare» forma parte de una misma secuencia codificada que no sólo revela su nombre sino también sus logros: «Shakespeare» -«llevó a escena» -«Hamlet»-«Macbeth».
«Beethoven» y «Johann Bach» aparecen como «compositores alemanes», y «Mozart» es un «compositor» de «música». «Rembrandt» está codificado junto a «holandés» y «pintor». «Picasso» figura como «el artista».
También los grandes avances tecnológicos están registrados en el código. Los «hermanos Wright» están conectados con la palabra «aeroplano». «Edison» figura junto a «electricidad» y «bombilla», «Marconi» junto a «radio». Los dos científicos cuyas definiciones del universo continúan rigiendo el mundo moderno, Newton y Einstein, se encuentran en el código junto a sus principales descubrimientos.
Al lado de «Newton», el hombre que describió el funcionamiento de nuestro sistema solar y la fuerza gravitatoria que mantiene en su sitio a los planetas, aparece la palabra «gravedad». Hasta los intentos del propio Newton por encontrar en la Biblia un código capaz de revelar el futuro están consignados en el texto oculto: cerca del nombre del astrónomo puede leerse «código de la Biblia».
A Einstein se lo menciona una vez. En la proximidad se lee «vaticinaron una persona sesuda». La palabra «ciencia», intercalada con la frase «un nuevo y excelente conocimiento», cruza el nombre. Y justo encima de «Einstein» el código predice: «revolucionó la realidad».
También su teoría de la relatividad está codificada. De hecho, la explicación global del universo que Einstein buscaba y no encontró, la teoría unificada completa, podría encontrarse codificada en la Biblia desde hace tres mil años. Junto al nombre del científico, la única vez que éste aparece, y asimismo al mencionar la teoría de la relatividad, el código da la siguiente pista: «añadir una quinta parte». Lo cual parece indicar que no encontraremos la respuesta que buscaba Einstein en nuestro espacio de tres dimensiones ni al añadir la cuarta dimensión temporal, sino en una quinta dimensión cuya existencia ningún fisico cuántico pone hoy en entredicho.
«En los textos religiosos más antiguos -observó Rips-también se menciona una quinta dimensión. La llaman "profundidad del bien y del mal".»
¿Cielo e infierno? Estas cuestiones en otro tiempo preocupaban al hombre, pero pocos científicos actuales, y aún menos periodistas, suelen tomarlas en serio. Sin embargo, el código secreto de la Biblia vuelve a situarnos ante las grandes preguntas de antaño.
¿Prueba el código que hay un Dios? Para Eli Rips, la respuesta es sí.
«El código de la Biblia ofrece pruebas científicas inapelables», declara el matemático. Pero Rips creía en Dios antes de encontrar tales pruebas.
Muchos otros coincidirán con él en que por fin tenemos pruebas seculares de su existencia. Por mi parte, sólo sé que ningún humano pudo haber codificado la Biblia de esta manera. Contamos, pues, con la primera prueba científica de que existe, o al menos existió en la época en que fue escrita la Biblia, una inteligencia que trasciende la nuestra. Ignoro si se trata de Dios. Pero estoy seguro de que codificar información en la Biblia respecto de hechos que ocufflrían tres mil años después no está al alcance de ningún ser humano.
Si tanto el asesinato de Rabin como la guerra del Golfo y el impacto de un cometa en Júpiter están codificados, y no hay duda de que lo están, sólo es posible que lo hiciera una inteligencia muy distinta de la nuestra. El código de la Biblia nos empuja a aceptar algo que el texto bíblico no puede sino inducirnos a creer: no estamos solos.
Pero el código no sólo anuncia la existencia de su codificador. También pretende hacernos llegar una advertencia.
CAPÍTULO DOS

«EL HOLOCAUSTO ATOMICO»
Con palabras claras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento predicen que la «batalla final» comenzará en Israel, con un ataque a la Ciudad Sagrada, Jerusalén, y finalmente se extenderá al mundo entero.
El libro del Apocalipsis anuncia que «será Satanás soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para la guerra, numerosos como la arena del mar. Subieron por toda la anchura de la tierra y cercaron el campamento de los santos y de la ciudad amada Pero bajó fuego del cielo y los devoré». En el código de la Biblia sólo una capital del mundo aparece ligada con «guerra mundial» u «holocausto atómico», y ésta es «Jerusalén».
El día del asesinato de Rabin encontré las palabras «todo su pueblo en guerra» codilicadas en la Biblia. La advertencia de guerra total estaba escondida en la misma matriz del código que predecía el asesinato. «Todo su pueblo en guerra» aparecía justo encima de «asesino que asesinará», en el mismo lugar de «Itzhak Rabin».
Regresé inmediatamente a Israel. El asesinato de Rabin lo cambiaba todo. Era la primera ocasión en que el código de la Biblia me parecía enteramente real. De pronto, lo que estaba codificado se convertía en cuestión de vida o muerte. El código advertía de que todo el país estaba en peligro.
Israel lloraba la muerte de Rabin; entretanto, yo trabajaba con Eli Rips en su casa de las afueras de Jerusalén. Tratábamos de descodificar los detalles de la nueva predicción. «todo su pueblo en guerra».
Rips y yo buscamos en el código de la Biblia las señales de un conflicto catastrófico. Todavía no sabíamos que el código advertía de un ataque atómico a Jerusalén Aún no habíamos encontrado las palabras «guerra mundial». Pero en el primer barrido de ordenador encontramos las palabras «holocausto de Israel». El «holocausto» estaba codificado una vez, comenzando en un versículo del Génesis en el que el patriarca Jacob anuncia a sus hijos lo que acontecerá a Israel en el «fin de los días».
«Lo primero es saber cuándo» -dijo Rips- e inmediatamente revisó los siguientes cinco años; el resto del siglo.
De repente palideció y me mostró los resultados. El año judío en curso, 5756 el final de 1995 y la mayor parte, de 1996 del calendario moderno-aparecía en el mismo lugar que la predicción del nuevo «holocausto».
El cuadro era decididamente aterrador. Evidentemente, el año se conectaba con «holocausto de Israel». Era una unión perfecta. «5756» figuraba en un versículo en el que aparecía codificado el «holocausto».
El año 2000, 5760 del antiguo calendario, también aparecía conectado, pero en aquel momento el último año del siglo parecía distante. En los días que siguieron al asesinato de Rabin en esa segunda semana de noviembre de 1995, lo abrumador era la clara mención del «holocausto» junto al año en curso.
¿Cuáles son las probabilidades? pregunté a Rips. Mil contra una -respondió.
¿Qué podía originar un holocausto en el Israel moderno? Lo único que acertábarnos a imaginar era un ataque nuclear. De manera inesperada el antiguo texto sagrado nos sorprendió con una imagen completamente moderna: «holocausto atómico». Estas palabras aparecían sólo una vez. Tres años de los cinco siguientes ocupaban el mismo lugar: 1996, 1997 y el año 2000; pero de nuevo el que atrajo nuestra atención fue el año en curso, 5756. «En 5756» figuraba justo debajo de «holocausto atómico».
¿Cuáles son las probabilidades de que se repita dos veces por casualidad? -pregunté.
-Una en un millón dijo Rips.
Existían advertencias de peligro durante el resto del siglo, y más allá. Si el código de la Biblia estaba en lo cierto, Israel correría un peligro sin precedentes durante al menos cinco años. Sólo había un año codificado junto a «holocausto atómico» equiparable a 1996... 1945 el año de Hiroshima.
Miramos otra vez la frase «todo su pueblo en guerra», la declaración que aparecía junto al asesinato de Rabin. Estas mismas palabras también estaban codificadas al lado de «holocausto atómico», De hecho, aparecían tres veces en el texto de la Biblia, dos de ellas codificadas con «holocausto atómico». Rips volvió a calcular las probabilidades. De nuevo eran al menos de mil contra una -pregunté a Rips qué probabilidades tenían cada uno de los peligros previstos-la guerra, el holocausto, el ataque atómico de aparecer codificados en el texto en tales condiciones.
No tenemos cómo calcularlo dijo Rips-. Pero ha de ser de varios millones contra uno.
El código de la Biblia parecía vaticinar un nuevo holocausto, la destrucción tota! de un país. Una guerra en Oriente Medio desencadenaría, casi con toda seguridad, un conflicto global, quizá una nueva guerra mundial.
Los acontecimientos previstos estaban sucediendo realmente como se habían pronosticado. Ya había muerto un primer ministro. Yo no podía quedarme tranquilamente a esperar que se hiciera realidad la siguiente predicción.
La información de que disponíamos pudo haber salvado a Rabin; no fue así. Ahora teníamos información que podía evitar una guerra. Los hechos se habían disparado y la situación me resultaba verdaderamente extraña. Había tropezado por casualidad con un código bíblico que revelaba con toda claridad acontecimientos futuros, pero yo no era religioso, no creía en Dios, nada de ello tenía sentido para mi.
Yo había trabajado como periodista en el Washington Post y en el Walt Sercel Journal. Había escrito un libro basado en miles de documentos. Estaba acostumbrado a la realidad pura y dura en tres dimensiones. No era un estudioso de la Biblia. Ni siquiera hablaba hebreo, el idioma de la Biblia y del código. Tuve que aprenderlo desde cero.
Había encontrado el asesinato de Rabin codificado en la Biblia. Pocas personas conocían el código. Sólo Rips Sabía que también parecía predecir un ataque atómico, otro holocausto, quizá una guerra mundial. Él era matemático, no periodista. No tenía experiencia en el trato con líderes gubernamentales. No había sentido la necesidad de advertir a Rabin. Ni estaba preparado para contárselo al nuevo pnmer ministro, Shimon Peres. Por otro lado, mi instinto de periodista me decía que este nuevo peligro podía no ser real. Todos los líderes árabes acababan de asistir al entierro de Rabin. A fines de 1995, la paz parecía estar más asegurada que nunca.
«Todo su pueblo en guerra» sonaba a amenaza muy remota. No había vuelto a estallar una verdadera guerra desde que Israel derrotó a Egipto y Siria en 1973. No había vuelto a haber levantamientos internos desde que, en 1993, el apretón de manos de Rabin y Arafat puso fin a la Intifada. En los tres últimos años ni siquiera había tenido lugar un ataque terrorista importante. Israel estaba más en paz que nunca desde que se estableciera como Estado moderno después de la segunda guerra mundial. Un «holocausto atómico» parecía más que improbable. Una «guerra mundial» parecía increíble; pero lo mismo me había ocurrido con la muerte de Rabin. Sólo sabía que su asesinato aparecía en el código. Y ahora Rabin estaba muerto. Había sido asesinado, exactamente como se predecía, en 5756, el año judío iniciado en septiembre de 1995.
Eché una nueva mirada a las matrices que acababa de imprimir. «La próxima guerra» aparecía codificada una vez en la Biblia. «Será tras la muerte del primer ministro», declaraba el texto secreto. Los nombres «Itzhak» y «Rabin» surgían en el mismo versículo.
Ahora estaba seguro de que el código de la Biblia desvelaba el futuro, pero no de si todas sus predicciones se harían realidad. Y todavía no sabía si el futuro podía cambiarse. Esa noche, mientras me revolvía en la cama preguntándome cómo llegar hasta Shimon Peres y qué contarle, di súbitamente con la respuesta a la pregunta fundamental.
Cada letra del alfabeto hebreo es también un número. Se pueden escribir fechas y años con letras, y en el código de la Biblia siempre ocurre así. Las mismas letras que deletreaban el año en curso -5756-también componían una frase. Las letras que formaban los números 5756, el año del pronosticado holocausto, también nos planteaban una dramática pregunta: «¿Lo cambiaréis?»
Antes de transcurrida una semana de la muerte de Rabin envié una carta a Shimon Peres, el nuevo primer ministro, alertándole de un nuevo peligro codificado en la Biblia. Mi carta decía:
«Existe un código oculto en la Biblia que reveló el asesinato de Rabin un año antes de que ocurriera.»
Le escribo ahora porque el código de la Biblia advierte de un nuevo peligro para Israel: la amenaza de un "holocausto atómico".
»La información sobre el "holocausto atómico" de Israel es muy detallada. Se nombra la fuente del peligro y la fecha: está anunciado para este año judío de 5756.
»Creo que el peligro puede evitarse si es atendido. No es una cuestión religiosa. La solución es de lo más secular.»
La reacción inicial del primer ministro fue de incredulidad.
«Continuamente se ponen en contacto conmigo astrólogos y adivinadores con una advertencia u otra», le dijo Peres a su viejo amigo Elhanan Yishai, destacado miembro del partido laborista, cuando éste le entregó mi carta el 9 de noviembre. Había pasado menos de una semana desde que Rabin fuera asesinado. Peres no tenía tiempo para las predicciones de un código bíblico.
Igualmente escéptica se mostró Eliza Goren, la secretaria de prensa del primer ministro. Estaba muy cerca de Rabin cuando le dispararon y, aunque había leído la carta que le mandé un año antes advirtiéndole del asesinato, aun así no podía creer que el código fuera real.
«Aquí somos gente racional, Michael dijo-. Estamos en pleno siglo XX.»
Yo soy periodista, no adivino. No me interesaba hacer predicciones. No deseaba ser el hombre que viaja alrededor del mundo diciendo: «Cuidado con tus idus de marzo.» Y aunque no tenía ni idea de si el peligro de un «holocausto atómico» existía fuera del código de la Biblia, expertos estadounidenses en terrorismo nuclear me habían confirmado que era muy posible. De hecho afirmaban que casi era un milagro que no hubiera ocurrido todavía. La antigua Unión Soviética era un mercado abierto de material atómico, los Estados árabes radicales sus más que probables compradores, e Israel el objetivo evidente.
«Nunca hasta hoy se había desintegrado un imperio dotado de treinta mil armas nucleares, cuarenta mil toneladas de armas químicas, toneladas de materiales susceptibles de fisión y decenas de miles de científicos y técnicos que saben cómo construir estas armas pero no cómo ganarse la vida», declaraba un informe del Senado estadounidense sobre el mercado negro soviético. Un oficial ruso que investigaba el robo de uranio enriquecido de una base de submarinos de Múrmansk lo expuso con mayor sencillez: «Hasta las patatas están mejor guardadas.»
Pero yo no necesitaba la confirmación de expertos para saber si el peligro era real. Había estado en Moscú en septiembre de 1991, unas semanas después del fracasado golpe contra Gorbachov, cuando la Unión Soviética pareció desplomarse de la noche a la mañana. Ya entonces todo estaba en venta. Recordé mi encuentro con un grupo de científicos militares rusos, incluidos algunos de los máximos expertos en armamento nuclear. Ninguno de ellos podía permitirse una camisa decente. Llevaban los cuellos y puños desgastados y deshilachados. El científico más veterano, creador de un importante sistema soviético de misiles, me llevó aparte y ofreció vendérmelo. Obviamente, pocos terroristas árabes habrían tenido problemas para comprar una bomba. El peligro expresado por el código de la Biblia debía de ser real, pero yo no tenía forma de confirmarlo ni de evitarlo.
Varios días después de volver a Estados Unidos conseguí llegar por fin al jefe local de los servicios secretos israelíes, el general Jacob Amidror. Supuse que él, al igual que Peres, desestimaría el código de la Biblia. Los rangos superiores del gobierno israelí eran entonces desafiantemente laicos, y los cuadros militares y de inteligencia lo eran más que nadie. Garanticé inmediatamente al general Amidror que se trataba de inteligencia, no de religión.
-No soy creyente. Soy investigador periodístico. Para mí, el código de la Biblia es información, no religión -aclaré.
-¿Cómo puede decir eso? -respondió Amidror-. ¿Cómo puede descartar la autoría de Dios? Esto está codificado en la Biblia desde hace tres mil años.
Amidror resultó ser muy religioso. No sólo aceptaba el código como verdadero; lo aceptaba como palabra divina. De los casi totalmente laicos jefazos de la inteligencia israelí, había ido a parar al único hombre que no necesitaba garantías sobre el código bíblico. No obstante, Amidror se declaró incapaz de encontrar pruebas del peligro anunciado en el mundo real.
-Si existe un peligro –dije, proviene del otro reino. En ese caso, todo lo que podemos hacer es rezar.
Nada más pasar el Año Nuevo de 1996, me llamó a Nueva York el más importante asesor militar de Peres, el general Danny Yatom.
«El primer ministro ha leído su carta y la que envió usted a Rabin. Quiere verle», me dijo.
De modo que regresé a Israel y, para preparar mi encuentro con Peres, volví a trabajar con Eli Rips. Dimos un nuevo repaso a todos los cálculos matemáticos. Rips tecleó en el ordenador «holocausto de Israel» y el año judío en curso, «5756». Se emparejaron. Las probabilidades eran una en un millar. Tecleó «holocausto atómico» y el mismo año. De nuevo volvieron a emparejarse. Las probabilidades eran en este caso superiores: 8 en 9800.
¿Quién podía emprender un ataque atómico contra Israel? ¿Quién sería el enemigo? Atravesaban a «holocausto atómico» las palabras «desde Libia». «Libia» aparecía otras dos veces en el mismo cuadro. El nombre del líder libio «Gadafi» estaba codificado en el último libro de la Biblia, en un versículo que declaraba: «El Señor traerá desde lejos una nación contra ti, que caerá sobre ti como un buitre.»
También aparecían codificadas las palabras «artillería libia», así como el año en curso, «5756». Las probabilidades de que una arma estuviera codificada junto con el año volvían a ser al menos de mil contra una. «Artillero atómico» también estaba codificado en la Biblia, y al parecer se lo localizaba en «el Pisgá», una de las cumbres de una cadena montañosa de Jordania, la misma que escaló Moisés para ver la Tierra Prometida. Al cotejar con el texto original de la Biblia, encontré que el primer versículo donde se menciona el Pisgá también afirma, casi abiertamente:
«Arma aquí, en este lugar, camuflada.»
Parecía increíble que las palabras reales del Antiguo Testamento, escritas hace tres mil años, pudieran revelar la localización de una arma atómica dispuesta para ser lanzada contra Israel. Y, sin embargo, si el peligro era real, si era inminente un «holocausto de Israel», un «holocausto atómico», entonces todo cuadraba a la perfección. Si en verdad existía un código en la Biblia, si en verdad revelaba el futuro, entonces desde luego la advertencia más claramente codificada debería referirse al momento preciso en que la tierra de la Biblia pudiera ser borrada, el momento en que el pueblo de la Biblia pudiera perecer eliminado, un hecho lo bastante importante como para figurar directamente en el texto original.
«Es muy coherente dijo Rips-. La intención salta a la vista.»
Rips no tenía duda de que el ataque atómico estaba codificado con toda nitidez y prácticamente contra todo azar; pero mi encuentro con Peres lo inquietaba.
«El Todopoderoso –plantee-podría haber ocultado el futuro a ojos de quienes no están destinados a verlo.»
El 26 de enero de 1996 me entrevisté con Shimon Peres en su despacho de Jerusalén y le advertí del ataque atómico codificado. En nuestro encuentro, el mandatario sólo me hizo una pregunta:
-¿Se predice qué podemos hacer nosotros?
-Es una advertencia, no una predicción -respondí.
Le enseñé a Peres dos matrices impresas del código de la Biblia. Una mostraba las palabras «holocausto de Israel» codificadas junto al año judío en curso, «5756». En la otra aparecían las palabras «holocausto atómico» junto al año en curso. Le dije que las probabilidades de que tales coincidencias fueran por azar eran de al menos una en un millar. Peres me interrumpió:
-¿Las probabilidades de que eso ocurra?
Le expliqué que nadie podía calcular con certeza las probabilidades de que el holocausto fuera a ocurrir. Nadie había conseguido profundizar lo suficiente en el código como para ello; pero las probabilidades de que 1996 coincidiera dos veces en el código con el peligro anunciado eran al menos de una en un millar. En términos matemáticos se hallaban más allá del azar.
-Si el código de la Biblia está en lo cierto, Israel estará en peligro por lo que queda de siglo: los siguientes cinco años -dije al primer ministro-. Pero quizá sea este año el más crítico.
En Libia parecía estar la fuente del peligro. Mostré a Peres cómo «Libia» atravesaba en el código a «holocausto atómico».
-Ignoro si eso significa un ataque libio en toda regla o bien uno lanzado desde cualquier otro lugar por terroristas respaldados por Libia dije-. Yo me inclino a pensar que Gadafi comprará un artefacto atómico a cualquiera de las antiguas repúblicas soviéticas y que serán terroristas quienes lo usen contra Israel.
Peres me escuchó impasible. Era evidente que había leído atentamente mi carta y que no había olvidado la que envié a Rabin un año antes de que lo asesinaran. No hizo preguntas filosóficas sobre el código bíblico. No mencionó a Dios. No preguntó si su propio nombre aparecía codificado; algo natural después del asesinato de Rabin. Sólo tenía un idea en mente: el peligro anunciado para Israel.
No pareció sorprenderle la amenaza de un ataque atómico. Peres había dirigido el programa de armamento nuclear israelí en una base militar ultrasecreta en Dimona. Conocía la facilidad con que un artefacto nuclear puede convertirse en arma terrorista.
-Ignoro si Israel corre verdadero peligro –manifesté antes de marcharme-. Sólo sé que así lo advierte el código de la Biblia.
Al día siguiente, 27 de enero de 1996, el líder libio Muammar al-Gadafi hizo una extraña declaración pública. Instó a todos los países árabes a que adquirieran armas nucleares.
«Los árabes, amenazados por Israel, tienen derecho a comprar armas nucleares sea como sea», afirmó.
Cuando Gadafi hizo esta declaración, yo estaba en Jordania, en la cima del monte Nebo, el pico del Pisgá que Moisés escaló para ver la Tierra Prometida, en la misma cadena montañosa sobre el mar Muerto donde el código de la Biblia localizaba el punto de lanzamiento de un ataque atómico. La localización del arma era de una claridad meridiana. «Bajo las laderas del Pisgá» atravesaba «artillero atómico».
Inmediatamente antes había una frase que era como una «X» en un mapa. Allí, el versículo original de la Biblia rezaba: «Para que prolonguéis vuestros días en la Tierra.» Resultaba curioso que ese pasaje atravesara las palabras «artillería atómica», así como «holocausto atómico». Parecía ofrecer la esperanza de que el ataque podía evitarse. Un mensaje oculto en ese versículo de la Biblia decía cómo hacerlo.
Las mismas letras que en hebreo significan «para que prolonguéis» equivalen también a las palabras «dirección» y «fecha». La dirección estaba clara. La cadena montañosa de Jordania, el Pisgá, marcaba la ubicación del arma atómica que aparecía justo debajo de «dirección». Sin embargo no podíamos encontrar la fecha. Sabíamos dónde buscar pero no cuándo. A pesar de todo fui allí al día siguiente de mi entrevista con Shimon Peres, y allí estaba cuando Gadafi lanzó su amenaza.
«Bajo las laderas del Pisgá» había unos cinco kilómetros de colinas peladas y uadis desiertos. Cualquiera de ellos podía esconder una pieza de artillería o una lanzadera de misil. Expertos estadounidenses en terrorismo nuclear me habían confiado que para transportar determinados proyectiles de artillería atómica en una mochila basta un hombre fuerte, y a lo sumo dos. Había miles de proyectiles atómicos diseminados por toda la antigua Unión Soviética, todos ellos capaces de destruir una ciudad entera.
Era extraño estar allí, donde debió de detenerse Moisés, y divisar Israel por encima del mar Muerto, al otro lado del agua, sabiendo que en algún lugar de las colinas y uadis circundantes unos terroristas libios podían estar preparándose para lanzar una cabeza nuclear contra Tel-Aviv o Jerusalén.
Un día más tarde regresé a Jerusalén para reunirme con Danny Yatom, el general que había organizado mi encuentro con Peres y que estaba a punto de ser nombrado jefe del Mossad, el famoso servicio secreto israelí. Yatom acababa de volver de Washington, de las fracasadas conversaciones de paz con Siria, pero ya había hablado con Peres de nuestro encuentro.
-¿Se lo tomó en serio? -pregunté a Yatom.
-Le entrevistó usted, ¿no? -dijo el general.
Conversamos con más detalle sobre el peligro del «holocausto atómico» codificado en la Biblia. Yatom quería saber cuándo, dónde. Le referí lo que sabía y añadí:
-El lugar y la fecha pueden ser sólo probabilidades. Podríamos equivocarnos respecto de los detalles pero no respecto del peligro general.
Yatom me hizo la misma pregunta que me había hecho Peres, si estaba codificado qué solución adoptar.
-Tal vez sea imposible impedir que un cometa choque con Júpiter -dije-. Pero desde luego se puede evitar que Libia ataque a Israel.
Tres días más tarde, en un discurso pronunciado en Jerusalén, Peres dijo por primera vez en público que el mayor peligro al que se enfrentaba el mundo eran las armas nucleares que podían «caer en manos de países irresponsables y ser transportadas a hombros de fanáticos».
Era una clara reformulación de la advertencia del código de la Biblia. Gadafi bien podía comprar tecnología atómica que terroristas apoyados por Libia podían utilizar contra Israel. Con todo, si el código de la Biblia tenía razón, Peres se equivocaba. No era éste el mayor peligro con el que se enfrentaba el mundo.
-Si hay algo de verdad en todo esto -le dije al general Yatom-, estamos ante el principio del peligro, no el fin.
CAPÍTULO TRES
«TODO SU PUEBLO EN GUERRA»
La mañana del domingo 25 de febrero de 1996 Israel sufrió el peor ataque terrorista de los últimos tres años. Un palestino convertido en bomba humana voló un autobús abarrotado que circulaba por Jerusalén matando a veintitrés personas. Durante los siguientes nueve días otros dos ataques terroristas con bomba en Jerusalén y Tel-Aviv elevaron el número de víctimas mortales a 61, hicieron añicos la paz en Oriente Medio y sumieron de nuevo a Israel en estado de guerra.
Yo conocía la fecha en que daría comienzo la oleada de terror desde el día en que murió Rabin. En la línea anterior a la de «asesino que asesinará» aparecía una segunda predicción: «todo su pueblo en guerra». Esas mismas palabras aparecían otras dos veces en la Biblia, en cada caso junto a la fecha: «Desde el 5 de Adar, todo su pueblo en guerra.» El 5 de Adar del antiguo calendario judío equivalía al 25 de febrero de 1996. La ominosa advertencia del código -«todo su pueblo en guerra»-se había hecho realidad en la fecha exacta de la premonición.
Mi conmoción fue tan intensa como el día del asesinato de Rabin, aunque las bombas me sacudieron menos que la nueva demostración de veracidad del código bíblico. Cuatro meses antes, cuando Israel vivía en paz, cuando la paz parecía tan segura que hasta los líderes del mundo árabe acudieron al entierro de Rabin, el código de la Biblia había pronosticado que a fines de febrero Israel estaría en guerra.
Un mes antes, durante mi entrevista con el primer ministro Peres, esa predicción parecía tan improbable que temía que al transmitírsela se debilitara mi advertencia de un «holocausto atómico». Y de pronto, exactamente cuando lo anunciara la Biblia tres mil años antes, estallaba el conflicto y Peres en persona declaraba que Israel estaba en guerra, «una guerra en todos los sentidos del término».
Era una espeluznante confirmación de la exactitud del código bíblico, que además incluía detalles de los tres ataques suicidas. Las palabras «autobús», «Jerusalén» y «bomba» aparecían juntas. Incluso la Biblia menciona el nombre de la calle en que los terroristas palestinos volaron autobuses dos domingos seguidos: «Jaifa Road». Aparecían codificados el mes y el año, «Adar 5756», fecha que en el calendario judío correspondía a febrero y marzo de 1996, junto a la exacta localización de los atentados y la palabra «terror».
De hecho, en el texto oculto de la Bilia donde aparecía codificado «autobús» había una descripción completa de los tempraneros ataques: «fuego, gran estruendo, despertaron pronto, atacarán, y habrá terror».
El último ataque terrorista, un atentado suicida en el corazón de Tel-Aviv que el 4 de marzo de 1996 elevaba a 61 el número de víctimas, también aparecía detallado en el código. «Dizengoff», el nombre del centro comercial donde ocurrió, figuraba junto a «Tel-Aviv» y «terrorista». «Bomba terrorista» y «Tel-Aviv» también coincidían en el código. El nombre del grupo terrorista que estaba detrás de los ataques aparecía asimismo ligado al arma empleada -«bomba de Hamas»-y al año del trágico suceso, «5756».
Las masacres de Jerusalén y Tel-Aviv, las terribles imágenes de cuerpos despedazados que se sucedían día tras día, partieron en dos al país, dividieron a árabes y judíos y pusieron sangriento punto final a una paz aparentemente consolidada. Hierros retorcidos y carne desgarrada reemplazaron la imagen del famoso apretón de manos entre el ahora asesinado primer ministro israelí Rabin y el líder palestino Arafat. Cuando supe que habían asesinado a Rabin me conmovió tanto su muerte como la brutal realidad del código. Pero cuando las bombas estallaron en la fecha exacta anunciada por el código mi conmoción fue aún mayor, porque en ese momento yo sabía que el texto secreto también predecía un «holocausto atómico», un «holocausto de Israel», una «guerra mundial». La ominosa advertencia «todo su pueblo en guerra», codificada junto al asesinato de Rabin, el aviso que con tanta precisión anunciaba la fecha exacta en que comenzaría la nueva oleada de terrorismo, predecía de hecho un peligro mucho mayor.
En dos ocasiones aparecían en el código esas palabras -«todo su pueblo en guerra» - junto a «holocausto atómico».
El último día de abril de 1996, después de que el primer ministro Peres se reuniera con el presidente Clinton, volví a entrevistarme con el general Danny Yatom en la embajada israelí en Washington.
Yatom acababa de ser designado jefe del Mossad y tuvo que ausentarse de una recepción diplomática para entrevistarse conmigo. Conversamos solos en la puerta de la embajada, apartados de la multitud de dignatarios que departía en el patio. Numerosos policías, agentes del servicio secreto con equipos de visión nocturna y agentes de seguridad israelíes con perros de policía patrullaban el perímetro de la embajada.
Le mostré a Yatom un mapa del Israel antiguo donde destacaba la montaña jordana desde la que Moisés divisó la Tierra Prometida.
«No hay sitio más favorable para lanzar un ataque atómico contra Israel que éste dije. Si el peligro es real, tenemos poco tiempo. Está señalado para el 6 de mayo por la noche.»
En realidad aún no habíamos sido capaces de encontrar una fecha claramente codificada. «6 de mayo» aparecía señalada, pero esa combinación de letras hebreas figuraba con tanta frecuencia en la Biblia que no tenía un sentido nítido. No era, en términos matemáticos, un dato significativo. Pero era la única fecha de que disponíamos y distaba apenas una semana.
«No sé si esa fecha tiene verdadero significado -le expliqué a Yatom-, pero el código de la Biblia predijo el día exacto en que volaron el primer autobús. No dispone usted más que de una semana para comprobarlo.»
El 6 de mayo llegó y pasó sin novedad. Yatom no encontró armas. Israel no fue atacado. Mi confianza en el código de la Biblia empezó a tambalearse. Pero pronto se disiparon mis dudas.
Una semana antes de las históricas elecciones israelíes del 29 de mayo de 1996 una votación que decidiría el futuro de la paz sellada con el apretón de manos entre Rabin y Arafat-encontré la predicción del resultado en el código bíblico. «Primer ministro Netanyahu» aparecía codificado en el Antiguo Testamento y cruzaba ese nombre la palabra «elegido». Su apodo, «Bibi», figuraba en la misma linea y en el mismo versículo de la Biblia.
No creí que fuera a suceder. Benjamin Netanyahu se oponía abiertamente al plan de paz. Shimon Peres era el arquitecto del plan y el heredero de pleno derecho de Itzhak Rabin. Yo confiaba en que Israel no le daría la espalda, incluso después de la oleada de atentados terroristas. Peres sería reelegido con toda seguridad. Todos los sondeos eran unánimes. Nadie esperaba que ganara Netanyahu.
La víspera de las elecciones llamé a Eli Rips y le conté que había encontrado codificado en la Biblia «primer ministro Netanyahu». Fue Rips quien descubrió que «elegido» atravesaba su nombre. Estadisticamente estaba más allá de toda duda. Las probabilidades eran superiores a una en doscientas.
El código bíblico parecía predecir que, si Netanyahu ganaba, moriría pronto. «Seguramente será asesinado» atravesaba con toda nitidez en el texto a «primer ministro Netanyahu». En la línea siguiente, y también en sentido transversal al nombre, aparecía la amenaza bíblica de muerte prematura: «le será arrebatada el alma». Es la frase específica con que se describe la muerte de un hombre antes de que alcance los cincuenta años. Netanyahu tenía cuarenta y seis. Su muerte estaba anunciada con tanta claridad como la de Rabin. Las probabilidades de que esa muerte figurara codificada junto al nombre eran de una en un centenar. Para el asesinato de Rabin las probabilidades eran de una en tres mil.
Pero en el cuadro que predecía la elección de Netanyahu había muerte por doquier. «Asesinado» aparecía dos veces. El código también insinuaba que podía morir en una guerra. El texto oculto completo del anuncio de su muerte decía: «le será arrebatada el alma en combate».
El día previo a las elecciones escribí la siguiente nota:
«Si sólo me guiara por el código de la Biblia, tendría que decir que si Netanyahu resulta elegido no llegará con vida al término de su mandato.» Pero en el fondo estaba tranquilo. No me cabía duda de que esta vez el código fallaría. No creía que Netanyahu fuera a morir. Ni que fuera a ganar las elecciones.
El 29 de mayo de 1996, tal como anunciaba el código secreto, Benjamin Netanyahu fue elegido primer ministro de Israel. Fue una votación tan ajustada -el 50,4% contra el 49,6 % que el resultado no se confirmó del todo hasta pasados dos días de los comicios. Fue un empate, finalmente decidido por los votos por correo, cuyo desenlace llevaba tres mil años codificado en la Biblia.
La Casa Blanca, la OLP, los encuestadores y toda la prensa israelí se vieron pillados por sorpresa. Nadie esperaba que ganara Netanyahu. Como todo el mundo, la noche de las elecciones me fui a dormir convencido de que Peres había ganado y desperté con Netanyahu como nuevo primer ministro. Nuevamente sobresaltado, me invadió el mismo pánico que cuando el asesinato de Rabin y la oleada de terror confirmaron los vaticinios del código. Lo sorprendente no era que Netanyahu hubiera derrotado a Peres, sino que esa predicción tuviera tres mil años de antigüedad.
Una vez más, el código de la Biblia acertaba y yo me equivocaba. Ya no se trataba de una mera confirmación de mis propias suposiciones o de un texto que predecía lo obvio. Ahora anticipaba con firmeza cosas que nadie podía esperar que sucedieran.
El peligro de «holocausto atómico» volvió a cobrar visos de realidad. No sólo porque el código parecía recuperar consistencia sino también porque «Netanyahu» formaba parte de una importante cadena de acontecimientos que conducían al terror, empezando por el asesinato de Rabin y acabando en un ataque atómico. Era como el ensamblaje de las piezas de un rompecabezas que, lenta e inexorablemente, completan una imagen horrible.
«Netanyahu» encajaba entre «Itzhak Rabin» y su asesino, «Amir», justo encima de las palabras que encontré el día en que murió Rabin: «todo su pueblo en guerra».
Descubrí que atravesaban el nombre de «Amir» las palabras «cambió la nación, los hará malvados». Era como si el enfebrecido pistolero hubiera reemplazado a Rabin, el pacificador, por el hombre que ahora levantaría a «todo su pueblo en guerra», Netanyahu. Y junto a éste emergían palabras de terror bíblico: «para el gran horror, Netanyahu». Esas mismas palabras, que sugerían un acontecimiento tan espantoso que no tenía parangón fuera de la escala cósmica de la Biblia, volvían a figurar junto al anuncio de su elección, la única vez en que «primer ministro Netanyahu» aparecía codificado. Y las mismas palabras -«para el gran horror, Netanyahu»- aparecían en una tercera ocasión: junto a «holocausto atómico».
Al día siguiente de que Netanyahu pronunciara el discurso como nuevo primer ministro llamé a su padre. BenZion Netanyahu, uno de los principales asesores de su hijo, es el primogénito de una vieja familia sionista cuyo padre cambió su apellido al llegar a Israel por otro que en hebreo significa «dado por Dios». El profesor Netanyahu es un estudioso de la Inquisición, de los antiguos orígenes del acoso a los judíos que condujeron al Holocausto hitleriano.
Bibi y él se reúnen cada sábado. Pero el viernes por la mañana, cuando tuvo mi carta en sus manos, Ben-Zion Netanyahu se la llevó a su hijo inmediatamente. La carta decía:
«Le he pedido a su padre que le entregue esta carta porque poseo información referente a una amenaza contra Israel que quizá debería usted contrastar personalmente.
»La advertencia proviene del código secreto oculto en la Biblia que ya ha pronosticado acontecimientos ocurridos miles de años después de su escritura.
»Anunció el asesinato de Rabin, anunció la fecha exacta de los atentados terroristas que han tenido lugar este año y también ha anunciado que usted resultaría electo.
»Ahora advierte de un "holocausto atómico".
»Ignoro si Israel se encuentra verdaderamente en peligro. Sólo sé que el peligro se halla codificado en la Biblia.
»Si lo tomo en consideración es porque predijo que Rabin moriría en el año 5756, que los terroristas atacarían el 25 de febrero y que usted sería primer ministro.
»Si la amenaza de un "holocausto atómico" también es real, el lapso de tiempo para evitarlo será muy corto. Recientemente hemos encontrado información que desvela una fecha.»
Por fin habíamos dado con el día en que Israel sería atacado: el último día del año judío de 5756, el 13 de septiembre de 1996. «Holocausto de Israel» aparecía codificado junto a «29 de Elul». Exactamente tres años después del famoso apretón de manos entre Itzhak Rabin y Yasir Arafat en los jardines de la Casa Blanca. Si el 13 de septiembre de 1993 supuso el inicio de la paz tras cuatro mil años de enfrentamientos entre árabes y judíos, el 13 de septiembre de 1996 podía representar el terrible golpe final de ese inacabable combate.
Viajé a Israel seis semanas antes de la fecha prevista para el «holocausto atómico». Todavía no habíamos acordado ninguna entrevista con el primer ministro. Lo primero que hice fue ir a ver a Eli Rips. El padre del mandatario ya se había comunicado telefónicamente con él y Rips le devolvió la llamada durante mi visita. El matemático le explicó que el código bíblico parecía afirmar que Israel sufriría un ataque nuclear. Le dijo que estaba claramente codificado, con amplias probabilidades de acierto aunque también precisó que nadie podía saber si el peligro era absolutamente real.
«Hay un código secreto en la Biblia dijo Rips-. Pero ignoramos su capacidad predictiva. Si bien las palabras "holocausto atómico" y "holocausto de Israel" aparecen en efecto junto al año en curso, nadie sabe si esto significa que el peligro es inmediato, inevitable o incluso real. Lo que está claro es que las palabras que anuncian el peligro están codificadas intencionadamente.»
«Se entrevistará contigo -me dijo Rips cuando colgó el teléfono--. Parecía un tanto perplejo pero me ha dicho que te recibirá.»
-Si esto es cierto, entonces tendré que creer en Dios, y no sólo en Dios, sino en el Dios de Israel, y tendré que hacerme creyente -dijo Ben-Zion Netanyahu al recibirme en su sala de estar.
Era toda una afirmación para ese sionista desafiantemente secular, un judío que confiaba más en las pistolas que en Dios para consolidar la nueva nación surgida al hilo de la segunda guerra mundial. Le confié que yo no era creyente ni religioso.
-¿Cómo puede decir eso? -se sorprendió él-. Una cosa así tiene que ser sobrenatural. Esto no lo hizo ningún hombre. Si existe un código en la Biblia, significa que tiene dos mil o tres mil años. Y si desvela lo que pasa ahora, si es verdadero, entonces Dios existe. ¿Por qué ha venido usted a verme?
-Porque el código de la Biblia afirma que Israel corre un peligro sin precedentes y creo que el primer ministro ha de saberlo -respondí.
-El primer ministro ya lo sabe -dijo-. Y yo también. Para eso no necesitamos un código bíblico que nos lo cuente.
-Aun así, el código indica que Israel se enfrenta a un «holocausto atómico» posiblemente este año -añadí.
Le mostré unas cuantas matrices impresas del código. La predicción del asesinato de Rabin. La predicción de la elección de su hijo. Las predicciones de un «holocausto de Israel» y de un «holocausto atómico».
-Si todo esto aparece codificado, significa que lo fue por un ser sobrenatural mucho más adelantado que nosotros; que a su lado somos como hormigas. ¿Cómo podemos detenerlo? -preguntó Netanyahu.
Tanto Netanyahu como Rips, de hecho las dos personas con las que me había encontrado, parecían asumir que si el código era verdadero, tenía que provenir de Dios. Yo no era de su opinión.
Para mí era sencillo imaginar que venía de alguien bueno que quería salvarnos, pero que no era nuestro creador. Evidentemente no provenía de alguien omnipotente, ya que, de ser así, en vez de codificar una advertencia no habría necesitado más que evitar el peligro.
No obstante, lo que le dije al padre del mandatario fue que no había nada predeterminado, que lo que hiciéramos decidiría el resultado.
-Hablaré con mi hijo -dijo Netanyahu-. Trataré de organizar una entrevista
Mientras esperaba noticias del primer ministro busqué en el código confirmaciones del peligro que corría Israel.
La única codificación de «la próxima guerra» volvió a atraer mi interés. Cuando lo vi por primera vez me pareció una confirmación evidente de conexión entre el asesinato de Rabin y la amenaza de un holocausto atómico.
El texto oculto de la Biblia declaraba, justo encima de «la próxima guerra»: «Será tras la muerte del primer ministro.» También aparecían codificados en el mismo versículo los nombres «Itzhak» y «Rabin».
En ese momento volví a observarlo y reparé en una nueva predicción en el mismo texto oculto: «otro morirá».
Fue una confirmación sorprendente de que Netanyahu también podría correr peligro y conectaba su anunciada muerte con «la próxima guerra».
Volví a ver a su padre para contarle aquello que le había ocultado en nuestro primer encuentro: el mismo código que predecía la elección de su hijo también parecía predecir que moriría en el poder.
Ben-Zion Netanyahu ya había perdido un hijo. El hermano del primer ministro, Jonathan, murió mientras dirigía la famosa incursión de un comando sobre Entebbe que liberó a cientos de rehenes el 4 de julio de 1976. En Israel era un héroe nacional.
No había sido mi intención contarle al padre de Netanyahu que su otro hijo corría ahora peligro. Pero como nadie conseguía llegar hasta el primer ministro tuve que mostrarle al anciano el nuevo juego de matrices impresas del código.
En una ocasión apareció codificado en la Biblia «primer ministro Netanyahu». La palabra «elegido» cruzaba su nombre.
«Lo descubrimos una semana antes de que su hijo fuera elegido», dije.
Le enseñé una segunda matriz. En ella aparecía la palabra «Cairo» junto a «primer ministro Netanyahu». Era la primera capital árabe que había visitado. La tercera matriz mostraba las palabras «hacia Amman», de nuevo en el mismo lugar que «primer ministro Netanyahu». Su viaje a la capital jordana estaba anunciado para la semana siguiente.
«Las tres primeras predicciones ya se han hecho realidad -dije-. Creo que también debemos tomarnos en serio la cuarta.»
Tendí la cuarta matriz al padre del primer ministro. Las palabras «en verdad morirá» atravesaban «primer ministro Netanyahu».
El código lo hacia parecer inevitable. Aseguré al padre de los Netanyahu que sólo era una posibilidad, no una predestinación.
Pidió que le mostrara de nuevo el vaticinio del asesinato de Rabin y lo contempló durante un rato en silencio.
Otra vez más dijo que hablaría con su hijo.
«Vi a mi hijo anoche -me dijo Ben-Zion el día anterior a mi programado viaje de regreso. No quiere un encuentro. Bibi no es un místico. Es muy práctico, muy terco y sencillamente no se lo cree.»
Las mismas aterradoras palabras que utilizó el amigo de Rabin cuando traté de advertirle del anunciado asesinato:
«No te creerá. No tiene nada de místico. Y es un fatalista.»
Y ahora Rabin estaba muerto.
Volví a Nueva York y envié una última carta al mandatario. La recibió justo antes del Año Nuevo judío. Mi carta decía:
«Según el código, Israel correrá peligro durante los próximos cuatro años, pero el año actual puede ser crítico, y los días anteriores al Rosh Hashanah el peor momento.»
Comenzaba la cuenta atrás. El código de la Biblia ya había demostrado su inefabilidad prediciendo el día que comenzaría la oleada de terror con la misma exactitud con la que había pronosticado la muerte de Rabin.
El 13 de septiembre de 1996, día del anunciado holocausto, se aproximaba y el nuevo primer ministro se negaba a tomar en consideración la advertencia.
Faltaban tres días para el aniversario del apretón de manos de Rabin y Arafat. Rabin había muerto como lo predecía el código bíblico. La paz también había muerto como predecía el código bíblico. Peres, el arquitecto de la paz, había sido sustituido por Netanyahu, opuesto a la paz, como también vaticinaba el código de la Biblia.
Todo lo señalado para 5756, el año del anunciado «holocausto atómico», se había cumplido. De esa forma, a medida que se acercaba el fin de año no podía retirar de mi mente la pregunta que deletreaba la grafía hebrea, que indicaba asimismo el año; el reto aparentemente dirigido a nosotros: «¿Lo cambiaréis?»
Y entonces descubrí que 5756 también aparecía codificado junto al «fin de los días».

CAPÍTULO CUATRO

EL LIBRO SELLADO
Las dos grandes revelaciones bíblicas, el libro de Daniel del Antiguo Testamento y el del Apocalipsis del Nuevo, constituyen predicciones de un horror sin precedentes que nos serán plenamente reveladas en el «fin de los días», cuando se abra un libro secreto.
En el del Apocalipsis, sólo el Mesías podrá abrir el libro protegido por «siete sellos»: «Vi también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Pero nadie era capaz, ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo.»
En el de Daniel, que es la versión original de la misma historia, un ángel le revela al profeta el futuro ulterior, y luego le dice: «Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.» Fueron estos dos versos los que impulsaron a Isaac Newton a buscar un código en la Biblia.
En los cinco libros originales, el fin se anuncia en cuatro ocasiones. Fijé mi atención en la primera de ellas, cuando el patriarca Jacob les cuenta a sus doce hijos «lo que os ha de acontecer en días venideros». En el código, allí se lee «5756».
«En 5756» atraviesa la frase «en el fin de los días». Este año del antiguo calendario hebreo corresponde al que va de septiembre de 1995 a septiembre de 1996. De las diez siguientes cifras posibles, ninguna otra coincidía. Las probabilidades de que el año en curso estuviera codificado junto al «fin de los días» por casualidad era de una en un centenar.
Me resistía a creer que el apocalipsis estuviera a punto de empezar. Verifiqué la segunda mención del fin de los días en el texto corriente. Aquí es Moisés quien anuncia al pueblo de Israel lo que le acontecerá «al final de los tiempos». El pasaje coincide con la codificación del asesinato de Rabin.
Busqué la tercera mención. Justo antes de morir, en su discurso final ante los antiguos israelitas, Moisés vuelve a advertirles del mal «que sobrevendrá al final de los días». También aquí la codificación correspondía al asesinato de Rabin. La cuarta mención está puesta en boca del misterioso hechicero Balaam, quien le anuncia a un viejo enemigo de Israel «lo que este pueblo ha de hacer a tu pueblo en los postreros días».
Hay en su visión apocalíptica un escalofriante atisbo de realidad. Predice una gran batalla en Oriente Medio, una guerra futura entre Israel y los árabes, un conflicto terrible que «aniquilará para siempre» varias naciones. «Lo veo, pero no para ahora dijo Balaam hace tres mil años-. Lo diviso, aunque no está cerca.» En el código de la Biblia, esta profecía de los «postreros días» coincidía con «holocausto atómico» y «guerra mundial».
Además de éstas, existe en la Biblia otra mención del «fin de los días». Casi al final del libro de Daniel, el ángel se niega a revelar al profeta los detalles de un apocalipsis que durará tres años y medio y luego le dice: «Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin.» Y más adelante: «te levantarás para recibir tu suerte al fin de los días».
Así pues, verifiqué el contenido de este pasaje en el código secreto y descubrí que también hacía referencia al año en curso, 1996. Las probabilidades de que «en 5756» y el «fin de los días» coincidiesen nuevamente en el texto eran de una en doscientas o más. Hice que el ordenador rastreara las fechas de los siguientes cien años, pero ningún año del próximo siglo se repetía en ambas profecías bíblicas.
El código de la Biblia afirmaba sin duda alguna que el fin era inminente, que el presente año, el que en el calendario moderno había empezado a fines de 1995 y terminaba a fines de 1996, era la fecha inaugural del tan anunciado apocalipsis. Lo que el código no decía era cuándo acabaría el «fin de los días».
Volví a revisar el último capítulo de Daniel, allí donde el libro secreto queda sellado. El texto original señala que el «libro sellado» revelará al mundo los detalles de un horror jamás visto: «Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones.» En cierto modo presentaba al código secreto como una advertencia de la catástrofe postrera. Si bien no aclaraba cuándo ocurriría, el código parecía dejar claro que habría una tercera «guerra mundial», un «holocausto atómico», el definitivo Armagedón.
Llevaba cuatro años investigando el código de la Biblia y sabía desde el principio que las dos principales predicciones del final de los tiempos hablaban de un conocimiento revelado cuando se abriera un libro secreto. Sin embargo no se me había ocurrido hasta entonces que el libro sellado pudiera ser el código. Porque, pensándolo bien, si el código de la Biblia existía de verdad, sólo podía tener un objeto: prevenimos de la inminencia de un peligro sin precedentes. ¿Cómo explicar si no la presencia de un código con más de tres mil años de antigúedad en el libro más importante del planeta? Deduje, asimismo, que el peligro debía de estar a punto de sobrevenir porque de otro modo no habríamos descubierto el código.
Una inteligencia capaz de ver el futuro había codificado la Biblia. Sabía cuándo sobrevendría el peligro. Diseñó, por tanto, un código que sólo la tecnología de la época crucial podría desvelar. ¿Era, pues, éste el «libro sellado»? De hecho, el código tenía una especie de seguro temporal que garantizaba su secreto hasta tanto no se inventaran los ordenadores. ¿Habíamos logrado abrir el «libro sellado»? ¿Estábamos realmente a las puertas del tan temido «fin de los días»?
Eli Rips, recordé, había comparado el código secreto con un puzzle gigante de miles de piezas de las que sólo teníamos unas cuantas. Poco a poco se iba formando la imagen, pero era demasiado grande y, sobre todo, demasiado sobrecogedora como para aceptarla. Regresé a Israel y me dirigí a la casa de Rips en Jerusalén.
Juntos estudiamos los pasajes de la Biblia donde aparecían codificadas las dos predicciones del «fin de los días» y donde ambas coincidían con el año en curso.
-¿Lo encuentra usted posible? -pregunté.
-Sí -respondió él, pensativo.
-¿Será el código secreto el «libro sellado» del que habla la Biblia? -volví a preguntar.
Tampoco el descubridor del código se había planteado nunca la posibilidad de haber accedido al «libro sellado» de las profecías, el texto secreto que, según vaticina la propia Biblia, será abierto a modo de postrera revelación en el «fin de los días».
-Desde luego, si el peligro codificado es real, si el holocausto atómico está a punto de estallar, se cumpliría la profecía de Daniel dijo Rips.
Abrió su Biblia y leyó en voz alta las famosas palabras:
«Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones.» Rips estaba de acuerdo con que el libro secreto había sido diseñado para salir a la luz ahora.
-Por eso fracasó Isaac Newton -reflexionó Rips-. Estaba «sellado hasta el fin de los tiempos». Para abrirlo se requería un ordenador.
Le dije a Rips que no creía que fuera a sobrevenir un «fin de los tiempos». Y mucho menos que estuviera a punto de comenzar.
-Estoy convencido de que es verdad el antiguo comentario -dijo Rips-de que ocurrirán cosas terribles antes de la llegada del Mesías.
Yo repuse que me resultaba imposible creer en una salvación sobrenatural. A mi entender, la única ayuda que recibiríamos provendría del código secreto. Lo cual tampoco me resultaba fácil de creer. Volví a revisar la matriz donde el «fin de los días» se cruzaba con «en 5756». Allí, el ordenador había descodificado otras dos palabras: «Amir», el nombre del asesino de Rabin, y «guerra». La primera aparecía en la misma secuencia equidistante que la fecha crucial; justo debajo podía leerse la segunda. Tal vez no quedaba claro cuándo empezaría la «guerra» predicha, pero de que el código estaba programado para el presente no había la menor duda.
El «fin de los días» ya no era un suceso místico que sobrevendría en un futuro lejano. Según el código de la Biblia, ya había empezado. Estábamos en el umbral del tan anunciado apocalipsis. No obstante, tanto el peligro como el modo de prevenirlo parecían estar codificados. Así lo indicaban las palabras «plaga», «paz» y algo que podía leerse ya como ruego, ya como orden: «¡salvad!».
Rips abrió nuevamente su Biblia en el libro de Daniel y señaló las palabras que seguían a la predicción de un «tiempo de angustia» sin precedentes: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el Libro.» ¿Quería eso decir que el «libro sellado» se había abierto justo a tiempo de advertirnos del peligro postrero, el temible «fin de los días»?
Yo no podía creerlo. Jamás había creído en el apocalipsis. Siempre pensé que se trataba de una amenaza vacía, la vara con la que todas las religiones mantenían a su rebaño a raya. La historia está llena de predicadores catastrofistas que veían en la Biblia signos inminentes del fin del mundo. Leían las palabras de Daniel y el Apocalipsis y las interpretaban como ilustraciones de su propio presente.
Los guardianes de los rollos del mar Muerto, los fanáticos que hace más de dos mil años escondieron copias de casi todos los libros de la Biblia en cavernas junto al mar Muerto, estaban convencidos de que la batalla final había dado comienzo. También los primeros cristianos creyeron que el Nuevo Testamento les anunciaba el advenimiento inminente del fin. ¿Acaso no había advertido Cristo que «esta generación no pasará hasta que todo esto haya acontecido»?
Toda época ha tenido sus voceros apocalípticos. Al cumplirse el primer milenio, en el año 1000 de nuestra era. Durante todos los períodos de guerra o crisis. Y siempre basados en citas bíblicas, siempre convencidos de haber podido por fin desgarrar el velo y ver claramente en el lenguaje simbólico los signos precisos del advenimiento del fin.
Ninguno estaba en lo cierto. Pero hasta ahora ningún científico serio había descubierto un código informatizado en la Biblia, una prueba matemática corroborada por todos los científicos que se ocuparon de revisarla. Asimismo, ninguno había encontrado antes un código capaz de predecir hechos concretos del mundo real. Jamás se habían encontrado nombres y fechas precisas en los textos. Como por ejemplo el nombre de un cometa y el día en que chocaría contra Júpiter. O el de un primer ministro, el de su asesino y el año en que éste lo asesinaría. Nadie había encontrado el día exacto del comienzo de una guerra.
El código secreto de la Biblia era diferente.
Suponiendo que el código fuera una advertencia a este mundo, ¿de dónde venía entonces? ¿Quién podía prever los próximos tres mil años y codificarlos en la Biblia?
La misma Biblia dice, por supuesto, que su autor es Dios, y que Moisés recibió de Él los primeros cinco libros en el monte Sinaí: «Dijo Yahvé a Moisés: Sube hasta mí, al monte; quédate allí y te daré las tablas de piedra, la ley (Torá) y los mandamientos.»
Fue aquél, según la Biblia, un encuentro sobrecogedor. En la quietud crepuscular del desierto irrumpió de pronto un rayo terrible y la montaña que se cernía en sombras fue iluminada por un relámpago fulgurante. Grandes llamas surgieron de la cima del monte como si el pico mismo estuviera ardiendo y, al brillo de una luz creciente, la vasta extensión del desierto empezó a temblar.
Sobresaltados por el trueno y el relámpago, así como por el suelo que temblaba bajo sus pies, seiscientos mil hombres, mujeres y niños huyeron de las tiendas donde dormitaban y contemplaron aterrados el monte que se agitaba violentamente y humeaba como un horno. Un cuerno de carnero sonó por encima del trueno y un hombre avanzó hacia la mole de piedra. De pronto, una voz lo llamó desde todas y ninguna parte: «Moisés, sube a la cima del monte.» Corría el año 1200 a. J.C.
De acuerdo con la Biblia, en la cima del monte Sinaí oyó Moisés la voz a la que llamamos «Dios». Y esa voz le dictó los Diez Mandamientos -las leyes en las que se ha basado la civilización occidental- y el libro al que llamamos Biblia.
Sin embargo, allí donde Dios dice: «Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo», en el código se lee: «ordenador». La palabra «ordenador» aparece seis veces en el texto original de la Biblia, oculta en el término hebreo para «pensamiento». Cuatro de las seis menciones anacrónicas de «ordenador» pertenecen a los versículos del Éxodo que describen la construcción del Arca de la Alianza, la célebre «arca perdida» que albergaba los Diez Mandamientos.
El código sugiere que incluso las leyes grabadas en las dos tablas de piedra podrían haber sido generadas por ordenador. «Las tablas eran obra de Dios, y la escritura, grabada sobre las mismas, era escritura de Dios», dice el versículo 32, 16 del Éxodo. Pero el texto codificado en ese mismo pasaje afirma: «fue hecho por ordenador». Lo que describe el código ha de ser un artefacto muy superior a todos cuantos conocemos. No hace mucho, el New York Times informó que la humanidad podría estar a punto de dar el siguiente paso, es decir, de incorporar el mundo dentro de átomos y crear «un método de procesamiento de información tan potente que sería para la informática actual lo que la energía nuclear para el fuego». Este «ordenador cuántico» podría, según el Times, realizar en cosa de minutos cálculos que nuestros superordenadores tardarían hoy en día cientos de millones de años en efectuar.
El astrónomo Carl Sagan observó en cierta ocasión que si el universo albergaba alguna otra forma inteligente de vida, parte de ella debió de haber evolucionado con toda probabilidad mucho antes que nosotros, de modo que habría tenido miles, o cientos de miles, o millones, o cientos de millones de años para desarrollar la tecnología avanzada que nosotros recién estamos empezando a manejar.
«Tras billones de años de evolución biológica (en su planeta y en el nuestro), no es lógico que una civilización extraterrestre esté a escasa distancia tecnológica de nosotros -escribió Sagan-. Ha habido humanos durante más de dos millones de años, pero sólo hace un siglo que conocemos la radio. Si hubiera civilizaciones extraterrestres más primitivas que nosotros, lo más probable es que estuvieran en un estadio muy anterior a la radio. Y si fueran más avanzadas, entonces nos llevarían una enorme delantera. Basta pensar en los avances tecnológicos que ha experimentado el mundo en unos pocos siglos. Lo que para nosotros es tecnológicamente difícil o imposible, incluso mágico, podría ser para ellos de una trivialidad apabullante.»
Arthur C. Clarke, autor de 2001, donde un misterioso monolito negro aparece en sucesivas etapas de la evolución humana, precisamente cuando estamos a punto de acceder a un nivel superior, hizo una observación similar:
«Toda tecnología lo bastante avanzada resulta indiscernible de la magia.»
Lo que el código de la Biblia parece plantear es que tras los «milagros» del Antiguo Testamento se esconde una tecnología avanzada. El código lo llama «ordenador». Pero quizá sólo lo haga para que podamos entenderlo. «Cada época histórica ha recurrido a su tecnología más impactante como metáfora del cosmos, e incluso de Dios», afirma en su libro La mente de Dios el físico australiano Paul Davies.
Puesto que la raíz de la misma palabra que designa en hebreo al «ordenador» significa asimismo «pensamiento», cuando la Biblia revela que hay un «ordenador» detrás de los «milagros» podría estar refiriéndose a una «mente». Pero no a una mente como la nuestra, ni a un ordenador como los nuestros.
La única creencia compartida por todas las grandes religiones es la de que existe una inteligencia externa no humana: Dios. Si el código de la Biblia prueba algo, esto es que efectivamente existe una inteligencia no humana o, al menos, que tal inteligencia existía cuando la Biblia fue escrita.
Ningún humano podría haberse anticipado a lo que ocurriría miles de años más tarde y codificar en ese antiguo libro los detalles del mundo de hoy.
Hemos olvidado que la Biblia es nuestro mejor relato de un encuentro cercano. El tan esperado contacto con otra clase de inteligencia podría haber ocurrido mucho tiempo atrás. Según el texto sagrado, habría ocurrido cuando una voz salida de la nada le habló a Abraham, y volvió a ocurrir cuando la voz le habló a Moisés desde un arbusto en llamas.
El código de la Biblia es, de hecho, esa forma alternativa de contacto que los científicos dedicados a la investigación de vida extraterrestre siempre han planteado: «el descubrimiento de un artefacto-mensaje extraterrestre en o cerca de la Tierra». El físico Davies sugirió que un «artefacto extraterrestre» podría estar «programado para manifestarse sólo cuando la civilización terrícola atravesase determinado umbral de conocimiento». ¿Qué mejor descripción del código secreto de la Biblia, un mensaje temporizado que sólo ha podido abrirse gracias al desarrollo de los ordenadores?
El resto de la hipótesis de Davies continúa describiendo con todo detalle el código de la Biblia: «El artefacto podría entonces ser interrogado directamente, al igual que una terminal interactiva moderna, estableciéndose así un modo de diálogo. Tal artefacto (similar a una cápsula temporal extraterrestre) podría almacenar una enorme cantidad de información de suma importancia para nosotros.» Davies, ganador del premio Templeton de ciencia y religión, imagina «tropezar con el artefacto en la Luna o en Marte», o «descubrirlo de pronto en la superficie terrestre en el momento apropiado».
De hecho siempre ha estado ahí. Se trata del libro más leído del mundo. Sólo que no nos habíamos percatado de su verdadera naturaleza.
Lo que Moisés recibió en el monte Sinaí fue, por tanto, una base de datos interactiva a la que hasta ahora no habíamos podido acceder adecuadamente. La Biblia que Dios le dictó a Moisés era en realidad un programa de ordenador. Al principio fue grabado en piedra y escrito en rollos de pergamino. Luego fue encuadernado en forma de libro. No obstante, el código lo llama «el antiguo programa de ordenador».
Ahora que sabemos ponerlo en marcha, la verdad oculta de nuestro pasado y nuestro futuro puede salir a la luz. El título de «código de la Biblia» también está codificado en el texto bíblico, y estas palabras significan asimismo «Él ocultó, disimuló en la Biblia». Lo cual sugiere que hay otra Biblia codificada dentro de la historia que abiertamente narra el Antiguo Testamento. El código informatizado confirma a las claras su función de «sello», de seguro temporal que hasta ahora ha protegido los secretos ocultos. En una de las matrices, la frase «sellado ante Dios» cruza las palabras «código de la Biblia».
Y el término «ordenador» aparece codificado en el último capítulo de Daniel, partiendo del mismo versículo
Pero las mismas palabras hebreas para «revelador de secretos» significan también «rollo secreto». Así, el texto oculto afirma: «Él reveló los secretos para permitir que tú revelaras este rollo secreto.»
El código de la Biblia es el «rollo secreto».
¿Es este «Dios» que enseñó el futuro a José y a Daniel el mismo que ahora, a través del código bíblico, nos enseña el futuro a nosotros?
Todo esto, como dice Miles, parece una vez más «adivinación a nivel internacional».
El asesinato de Rabin y el año en que ocurriría fueron anunciados anticipadamente. La guerra del Golfo y la fecha de su inicio fueron anunciadas con absoluta precisión.
Pero yo aún ignoraba si las predicciones de una tercera «guerra mundial», de un «holocausto atómico», del «fin de los días» eran del todo exactas. Además, me preguntaba por qué se había limitado Dios a revelar el peligro en lugar de evitarlo. «El Dios que ayuda a José -escribe Miles-era lo bastante grande como para saber qué estaba ocurriendo pero no tanto como para determinar lo que podría ocurrir.» Esto mismo puede aplicarse a quienquiera que fuese el codificador de la Biblia. Era capaz de prever el futuro, no de modificarlo. Por eso había escondido una advertencia en la Biblia.
En opinión de Miles, el libro de Daniel presenta la historia humana como «un vasto rollo de película cuyo contenido se conoce antes de su proyección». Dios puede «ofrecer un avance». La cuestión es hasta qué punto la visión de la película nos haría cambiarla. ¿Abrir el «libro sellado» nos otorga tan sólo la horrible visión del «fin de los días» o también nos permite evitarlo?
«Incluso en un mundo creado por un Dios todopoderoso y benévolo puede haber entre el bien y el mal un combate de resultado incierto», apunta Eli Rips.
En ese sentido, el código de la Biblia podría ofrecer un juego de probabilidades. Tal vez incluya todos nuestros futuros posibles. Cada uno de los acontecimientos predichos se encuentra codificado al menos junto a dos resultados posibles. Rips acepta que el código pudiera contener una secuencia positiva y otra negativa, dos cadenas de realidad opuestas e imbricadas. Un defensor y un fiscal, como en los tribunales.
«Tal vez siempre coexistan dos afirmaciones opuestas a fin de preservar nuestro libre albedrío y el código esté escrito como un debate -señaló Rips-. Según el Midras, el mundo fue creado dos veces: primero desde una perspectiva absoluta del bien y del mal; luego Dios comprendió que así era imposible la existencia, que la imperfección humana no tenía cabida, y añadió la compasión. Lo cual no equivale a mezclar agua caliente y fría hasta que quede tibia, sino a mezclar fuego y nieve sin que ninguno pierda su esencia. Las dos cadenas del código de la Biblia podrían comportarse así.»
Sin embargo, Rips dudaba de que los codificadores también fueran dos.
«La Biblia fue codificada a un mismo tiempo por una mente única -insistió-que podría haber codificado dos puntos de vista distintos.»
Luego abrió la Biblia en Isaías 45, 7 y leyó: «Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; Yo modelo la luz y creo la tiniebla, Yo hago la dicha y creo la desgracia, Yo soy Yahvé, el que hago todo esto.» Como matemático y judío devoto, Rips no necesita preguntarse quién era el codificador. La respuesta es obvia. El codificador, el defensor y el fiscal son todos uno. Y ese uno es Dios.
Para mí no era tan sencillo. Tenía la prueba de que existía un código pero no de que existiera Dios. Si el código provenía de un Dios todopoderoso, no tenía sentido que nos vaticinara el futuro. Le bastaría con modificarlo. En cambio, el código parecía provenir de alguien bueno pero no omnipotente, alguien que quería advertirnos de un peligro terrible para que intentásemos evitarlo.
El libro del Apocalipsis anuncia que la batalla final caerá sobre nosotros por sorpresa, como un ladrón en medio de la noche. En efecto, las palabras inmediatamente anteriores al Armagedón son: «Mira que vengo como ladrón.» La Biblia nos advierte de una desgracia súbita e inevitable. Sin embargo, el mensaje del código es precisamente el opuesto; nos advierte para que podamos evitar el desastre apocalíptico.
La verdad está oculta en el último capítulo de Daniel, en el versículo que describe el «libro sellado». El código revela que el libro secreto fue diseñado para ser encontrado ahora. Este año de 1997, correspondiente en el calendario hebreo al número 5757, aparece codificado junto a las palabras «sella el libro hasta el tiempo del fin». Justo encima, el texto oculto señala: «para vosotros, los secretos ocultos». Y atravesando «5757» vuelven a aparecer esas mismas palabras, que también significan: «para vosotros, fue codificado».
Pero ¿quién lo codificó? Las últimas palabras que se le dicen a Daniel -«Y tú, vete hasta que llegue el fin, pues reposarás, y te levantarás para recibir tu suerte al fin de los días»-tienen más de un significado. Hablan también de alguien que ha estado luchando a lo largo del tiempo para evitar un desastre anunciado y acaba llevando la historia a buen puerto: «Persevera por la suerte de todos hasta el fin de los días.»
Alguien escondió en la Biblia una advertencia, la información necesaria para que impidamos la destrucción del mundo.
CAPÍTULO CINCO

EL PASADO RECIENTE
«Para ver el porvenir hay que mirar hacia atrás», señala el libro de Isaías. Así, pues, cuando descubrí que el código de la Biblia anunciaba la inminencia del apocalipsis -es decir, que el «fin de los días» ya había comenzado y que el verdadero Armagedón podía iniciarse con un ataque atómico a Israel -y como no me era dado investigar el futuro, decidí dedicarme a investigar el pasado.
Exceptuando quizá el Diluvio universal, nada nos acercó tanto a un apocalipsis como la segunda guerra mundial.
«Guerra mundial», «Hitler» y «holocausto» aparecen codificados en la Biblia en el último libro del Antiguo Testamento. «Este mundo devastado, guerra mundial» se lee en una misma secuencia la única vez que «guerra mundial» aparece.
En el código figuran los nombres de todos los líderes de la segunda guerra: Roosevelt, Churchill y Stalin, además de Hitler. También se hallan codificados junto a «guerra mundial» 105 principales países implicados en la contienda: Alemania, Inglaterra, Francia, Rusia, Japón y Estados Unidos.
El año en que empezó la guerra, 1939, aparece tanto junto a «guerra mundial» como a «A. Hitler» y la palabra «nazi». El «holocausto» se encuentra codificado junto a 1942, el año de la «solución final», el año en que dio comienzo el exterminio masivo de judíos en Europa.
La súbita entrada de Estados Unidos en la contienda a raíz del ataque japonés a Pearl Harbor se ve intensamente reflejado en el código bíblico. Junto a «Roosevelt» se encuentra codificado su cargo de «presidente» y la fecha, 7 de diciembre de 1941, en que declaró la guerra: «dio la orden de atacar el día de la gran derrota».
«Pearl Harbor» también aparece, atravesado por las palabras «destrucción de la fortaleza». La base naval, identificada como localización de «la flota», figura asimismo junto a «guerra mundial», «7 de diciembre» e «Hiroshima».
«Hiroshima» está codificado en una secuencia equidistante de 1945 letras, que es el año en que cayó la bomba. También se describe el impacto de esta primera bomba atómica -«Hiroshima para acabar bombardeando mundo entero»-allí donde el texto original del Génesis señala que «le pesó a Yahvé de haber hecho el hombre en la tierra, y se indignó en su corazón».
«Holocausto atómico» se halla codificado junto a «5705», el año judío que equivale a 1945. De hecho, el año atraviesa «holocausto atómico» la única vez que esas palabras aparecen en la Biblia.
El peligro inmediato no podía parecer más real. Si la última guerra mundial estaba codificada de forma tan precisa, era imposible ignorar la advertencia que formulaba sobre la siguiente.
«La próxima guerra» estaba codiflcado junto a un texto oculto que advertía: «será tras la muerte del primer ministro».
Todos los asesinatos que han cambiado el curso de la historia humana -los de Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi, Anwar al-Sadat, Itzhak Rabin O los dos Kennedy, John y Robert- han sido vaticinados por la Biblia.
La única vez que «presidente Kennedy» aparece, la siguiente palabra de esa secuencia es «morir». El nombre de la ciudad en la que sería tiroteado, «Dallas», también túe codificado en el mismo lugar.
«Oswald» se encuentra junto a «nombre del asesino que asesinará»; las mismas palabras que, en el mismo versículo de la Biblia, aparecen codificadas junto a «Itzhak Rabin» y el nombre de su asesino, «Amir».
«Tirador» y «francotirador» también se hallan junto a «Oswald», e incluso existe una descripción precisa de como éste matará a Kennedy: «disparará a la cabeza, [a] muerte».
También se pronostica la muerte del propio Oswald. Junto a su nombre aparece Ruby», y el texto oculto dice: «matará al asesino».
El nombre del hermano del presidente asesinado, «R. F. Kennedy», y la predicción de su muerte aparecen asimismo en la Biblia. De hecho, ambos homicidios se hallan codificados en el mismo lugar. En una misma matriz figuran «presidente Kennedy, morir», «Dallas», «R. F. Kennedy» y «segundo mandatario morirá». Atraviesa «R. F. Kennedy» el nombre de su asesino, «S. Sirhan». Y en el punto exacto de intersección entre «Sirhan» y «Kennedy», el texto oculto anuncia: «segundo mandatario morirá».
En los magnicidios modernos se da una pauta sorprendente: los líderes que aportan esperanzas son los asesinados. Y todos los criminales aparecen en el código.
«A. Lincoln» figura dos veces; una en el Deuteronomio, otra en el Génesis. En el primero de los casos, el nombre de su asesino, «Booth», surge en tres ocasiones en un versículo que atraviesa «Lincoln». Y «asesinado» cruza la otra mención de «A. Lincoln», el presidente que liberó a los esclavos.
En el libro del Éxodo se encuentra codificado el nombre de quien guió a la India en su cruzada anticolonial, el Mahatma Gandhi. Las palabras «será asesinado» preceden a «M. Gandhi» en el código secreto.
También aparece codificado el asesinato del otro mandatario de Oriente Medio, el presidente egipcio Anwar al-Sadat, que, como Rabin, destacó por su intento de promover la paz. En el código secreto figuran su nombre, el nombre del asesino, Chaled Islambuli, y la fecha del atentado: 6 de octubre de 1981.
«Chaled disparará a Sadat» se lee en una matriz, y «asesinará» atraviesa a «Sadat» en otra donde aparece la fecha hebrea «8 Tishri». Incluso la ocasión, un «desfile militar», se halla codificada en el Antiguo Testamento.
Los principales homicidios de los dos últimos siglos fueron previstos y detallados con toda precisión en el código bíblico tres mil años antes de que ocurrieran. Eso fue lo que intenté transmitirle al primer ministro Rabin un año antes de que también él cayera asesinado: «La única vez que su nombre completo, Itzhak Rabin, aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo atraviesan. Esto no debería pasarse por alto, toda vez que los asesinatos de Anwar al-Sadat y de John y Robert Kennedy también aparecen codificados en la Biblia.»
El código advertía que Rabin sería asesinado «en 5756», el año judío que comenzó en septiembre de 1995. El año estaba codificado junto a «asesinato de Rabin» y «Tel-Aviv».
Y ahora también Rabin había muerto como, donde y cuando estaba vaticinado.
Si el código de la Biblia estaba en lo cierto, la «próxima guerra» llegaría tras un asesinato, pero la desencadenaría un acto de terrorismo.
Oriente Medio era el centro del terrorismo mundial y todas las bombas, asesinatos, masacres aparecían codificados en la Biblia. El primer ataque que descubrí me sobrecogió: el código bíblico, con tres mil años de antiguedad, se adelantaba a las noticias. Mientras volábamos hacia Tel-Aviv un día de diciembre de 1992, la azafata me ofreció el Jerusalem Post. En primera página y en grandes titulares se leía: «Secuestrado policía de fronteras.» Introduje inmediatamente su nombre, «Toledano», en el programa de búsqueda de mi ordenador portátil. En efecto, aparecía una vez codificado en el libro del Génesis.
«Cautiverio de Toledano», declaraba la secuencia completa. El nombre de la ciudad en que había sido secuestrado, «Lod», utilizaba la misma «d» de «Toledano». El código también decía: «él morirá».
El periódico declaraba que aún se desconocía su suerte. Al día siguiente encontraron el cadáver. Con posterioridad, cuando se publicaron las confesiones de los terroristas, uno de ellos relató los sucesos que siguieron al secuestro. Éste, tras discutir sobre la conveniencia de matar o no al policía, al parecer les había dicho a los otros dos secuestradores: «No derraméis sangre.» Estas mismas palabras aparecían junto a «Toledano» en el código de la Biblia.
El código también pronosticó el peor acto de terrorismo judío en el Israel actual: la matanza, en febrero de 1994, de treinta árabes que oraban en una mezquita.
En la Biblia aparecían juntos el nombre del homicida, un médico israelí llamado Goldstein, el nombre de la ciudad en la que tuvieron lugar los asesinatos, Hebrón, y las palabras «hombre de la casa de Israel que inmole».
El lugar de la masacre arroja cierta luz sobre las antiguas raíces del polvorín de Oriente Medio y sobre cuán íntimamente ligado está todo con la Biblia.
La mezquita fue construida sobre un templo que a su vez se había erigido sobre una tumba. Ésta podría ser el sepulcro original de los patriarcas bíblicos Abraham, Isaac y Jacob. Lo que sí está claro es que se trata de un antiguo punto de fricción entre árabes e israelíes. En 1929 hubo otra matanza en Hebrón. Los palestinos se amotinaron, mataron a sesenta y siete judíos y expulsaron de la ciudad a los supervivientes. También esto lo había pronosticado el código bíblico. «Hebrón» aparece junto al año del motín («5689») y el texto oculto completo dice:
«Hebrón, que los desalojó.»
En la actualidad, quinientos judíos, fuertemente armados, viven en un enclave que rodea la tumba de los patriarcas, y varios cientos más en un asentamiento cercano llamado Kiryat-Arbá, rodeados de ciento sesenta mil árabes. Los colonos israelíes se niegan a marchar. Citan la Biblia para reivindicar su derecho a permanecer. El capítulo 23 del Génesis lo dice con claridad: «Así, aquel campo y la cueva que hay en él llegaron a ser de Abraham como propiedad sepulcral.»
Abraham compró la tierra para sepultar en ella a su mujer, Sara, y a su familia, hace ya cuatro mil años. Pero los árabes no impugnan el documento escritural. Sólo señalan que Abraham también es, según la Biblia, su patriarca.
Las palabras originales del Génesis afirman: «Murió Sara en Kiryat-Arbá, que es Hebrón.» El texto oculto del mismo versículo dice: «lucharás en la ciudad de la emboscada, que es Hebrón».
Mientras el siglo XX llega a su fin, los asesinatos aleatorios, incluso las masacres como la de Hebrón, no representan verdadero peligro. La nueva amenaza proviene de los terroristas que esgrimen armas de destrucción masiva.
Ese peligro se presentó de golpe en dos sitios insospechados: Tokio y Oklahoma; ambos ataques también estaban codificados en la Biblia. El 20 de marzo de 1995, un fanático de la secta religiosa Aum Shinrikyo liberó un gas venenoso en el metro de Tokio. Doce personas murieron y más de cinco mil sufrieron los efectos del sarín, un gas de origen alemán que fue desarrollado por científicos nazis y que ataca el sistema nervioso. El gas fue lanzado en los vagones del metro durante la hora punta matinal.
Según un informe del Senado de Estados Unidos, «la secta conocida como Aum Shinrikyo -y no un país en tiempos de guerra-obtuvo así el dudoso honor de convertirse en el primer grupo en usar armas químicas a gran escala». El senador Sam Nunn, vicepresidente de la comisión, afirmaba: «Creo que este atentado indica que hemos entrado en una nueva era.»
«Aum Shinrikyo» aparecía codificado en la Biblia junto a «metro» y «plaga». En el mismo lugar surgía dos veces la palabra «plaga». Cuando la policía japonesa allanó la sede de la secta religiosa encontró suficiente gas venenoso como para matar a diez millones de personas, es decir, a todos los hombres, mujeres y niños de Tokio.
La secta del Juicio Final tenía ramificaciones mundiales, miles de millones de dólares en activos y, aparte del gas nervioso, también almacenaba cantidades ingentes de gérmenes de guerra bacteriológica, entre los que se contaba el ántrax. Incluso habían enviado un equipo al Zaire para recoger el mortífero virus Ébola e intentaban adquirir armas nucleares.
Lo que podía haber ocurrido -si la policía no hubiera detenido a los líderes de Aum Shinrikyo, descubierto sus planes e incautado sus armas-también aparecía codificado en la Biblia. «Tokio será evacuado» decía la profecía no cumplida, la probabilidad fallida.
Junto a «Tokio, Japón» se hallaba codificada la palabra con la que la Biblia designa las «plagas» como en el caso de las diez plagas de Egipto seguida de «arma voladora». Aparecían asimismo junto a «plagas», «escuadrón aéreo», el gas venenoso «cianuro» y el virus incurable «Ébola».
Más tarde, la policía japonesa informó que los documentos incautados en la sede de Aum demostraban que la secta tenía proyectado lanzar un ataque masivo contra Tokio utilizando helicópteros tripulados y de control remoto preparados para fumigar agentes letales tanto biológicos como químicos.
El líder del grupo, Shoko Asahara, predijo que el mundo se acercaba a su fin.
Antes de ser arrestado, Asahara fijaria una nueva fecha para el Armagedón: 1996.
El año codificado junto a «Tokio será evacuado» era «5756», que en el antiguo calendario hebreo equivale a 1996. Tokio había estado a punto de sufrir una plaga de proporciones bíblicas cuyo hipotético relato aparecía codificado en la Biblia.
Un mes más tarde, el 19 de abril de 1995, a las nueve de la mañana, un camión bomba hacía volar por los aires el edificio Murrah en la ciudad de Oklahoma, con un resultado de 168 víctimas, incluidos veinte niños. La policía arresto en pocas horas a Timothy McVeigh, un antiguo sargento del ejército vinculado a la extrema derecha.
El atentado de Oklahoma fue el peor ataque terrorista de la historia de Estados Unidos. Se encontraba codificado en la Biblia casi con los mismos detalles que difundieron luego los noticiarios televisivos. «Oklahoma» aparecía junto a las palabras «terrible, muerte pavorosa» y «terror».
Se nombraba el objetivo: «edificio Murrah». Y a su lado había una descripción del horror: «muerte», «desolados», «aniquilados», «muertos, despedazados».
Se identificó al principal sospechoso: «su nombre es Timothy McVeigh». En realidad, expuestos como en un crucigrama en el libro del Éxodo aparecían los cargos imputados a McVeigh por la masacre del 19 de abril de 1995:
«Su nombre es Timothy McVeigh, día 19, en la 9ª hora, por la mañana, emboscó, sorprendió, terror, a dos años de la muerte de Koresh.»
Los investigadores gubernamentales declararon que McVeigh quería vengar a la secta Koresh, un grupo religioso apocalíptico, la mayoría de cuyos miembros habían perecido el 19 de abril de 1993, exactamente dos años antes, en el incendio que siguió a su enfrentamiento a tiros con agentes federales.
El eco perturbador de la locura de esa secta puede percibirse en el versículo de la Biblia donde estaba codificada la tragedia de Oklahoma: «El terror de Yahvé cayó sobre las ciudades que los rodeaban.»
El pasado reciente estaba codificado con extraordinaria precisión. Sin embargo, las dos preguntas que yo albergaba desde el principio -¿podríamos descubrir los detalles de los acontecimientos antes de que ocurrieran?, ¿podríamos modificar el futuro?- todavía no tenían respuesta.
Timothy Mcveigh había permanecido oculto en la Biblia durante tres mil años y sólo descubrimos su presencia en el código después de que se le acusó de la muerte de 168 personas en Oklahoma. Yigal Amir no pudo ser descubierto con antelación aun cuando ya conocíamos la predicción del asesinato de Rabin. La supuesta trama de Aum Shinrikyo contra Tokio permaneció en sombras hasta que sus líderes fueron detenidos.
Así pues, la gran pregunta seguía sin respuesta: si esto era en verdad el principio del «fin de los días», ¿qué podíamos hacer? Ya no se trataba de una mera especulación filosófica. Si el código bíblico era real como sugería su pormenorizada información sobre el pasado reciente, este mundo podía estar a punto de enfrentarse a desastres -tanto naturales como provocados por el hombre- de una escala nunca vista, acontecimientos tan terribles que nada podía prepararnos para afrontarlos excepto las milenarias profecías de la Biblia.
CAPÍTULO SEIS
ARMAGEDÓN
Hace más de dos mil años, una comunidad mesiánica se refugió en el farallón rocoso que domina el mar Muerto; esperaban que se les unieran los ángeles para librar la última batalla contra el diablo, y de esa forma preparar la «guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las sombras».
Por temor a que los romanos destruyeran las copias restantes de la Biblia, ese pequeño grupo de antiguos israelitas escondió cientos de rollos de pergamino en las cavernas de los escarpados peñascos del desierto. En 1947, un joven pastor beduino lanzó una piedra contra una de las cuevas y oyó ruido de cerámica rota. Dentro de la vasija que había recibido el impacto encontró las copias más antiguas que se conocen de cualquier libro de la Biblia.
Subí esos peñascos a los pocos días de enterarme de que la Biblia, cuyos manuscritos del mar Muerto confirmaban una antiguedad no menor de dos mil años, pronosticaba en un código secreto informatizado acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrita. Permanecí sentado horas en la cima de la montaña, contemplando un paisaje desértico, inalterado durante milenios, desde que el grupo religioso acampara allí a la espera del fin.
Al día siguiente contemplé en el Santuario del Libro de Jerusalén la más antigua profecía del Apocalipsis, el rollo de pergamino de Isaías, con una edad de 2 500 años. El texto integro original de Isaías, hallado intacto en esas cavernas sobre el mar Muerto, estaba enrollado en un enorme cilindro instalado en un pedestal asomado al profundo pozo que ocupaba el centro del museo abovedado.
¿Por qué, me pregunté, estaba expuesto el rollo de esta singular manera? Llamé a Armand Bartos, el arquitecto que diseñó el museo que hoy alberga los rollos del mar Muerto.
Fue diseñado así para que el cilindro pudiera retraerse automáticamente, descender al nivel inferior y quedar recubierto por placas de acero -informó Bartos.
-¿Por qué? -pregunté.
-Para proteger la copia más antigua de la Biblia que se conoce -dijo Bartos.
-¿De qué? -volví a preguntar.
-De una guerra nuclear.
Nadie sabia aún que el antiguo rollo que envolvía el gran cilindro, protegido mediante un ingenioso mecanismo del peligro nuclear, ocultaba la advertencia de que Jerusalén podía, en efecto, ser devastada por un ataque nuclear, un «holocausto atómico» que provocaría una «guerra mundial», el verdadero Armagedón.
El secreto se ocultaba en un «libro sellado». Isaías describe un terrible apocalipsis que aún ha de llegar, una visión verdaderamente aterradora de una guerra futura, y luego afirma: «Toda esta revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado.»
Se trata de la primera referencia bíblica a un «libro sellado». Primero en una cueva, luego en un código indescifrable hasta la invención del ordenador, permaneció oculta una visión de nuestro futuro. Al principio, Isaías afirma que nadie será capaz de abrir el «libro sellado»: «Y si lo dais a uno que sabe leer, diciendo: Ea, lee eso, dice el otro: No puedo porque está sellado.» Pero luego predice que el «libro sellado» será abierto: «Oirán aquel día los sordos palabras de un libro, y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán.»
En el texto oculto, estos mismos versículos de Isaías revelan que el libro sellado es en verdad el código secreto: «Él reconoció las palabras, serán informatizadas, su informe escucharon en ese día, los secretos, las palabras mágicas del libro.» Sólo un ordenador pudo descifrar la advertencia de una guerra nuclear realizada hace 2500 años. Y ahora el código de la Biblia revelaba cuándo y dónde comenzaría el verdadero apocalipsis.
Verifiqué cada uno de los próximos 120 años. Sólo dos de ellos, 2000 y 2006, aparecían claramente codificados junto a «guerra mundial». Ambos estaban asimismo codifi cados con «holocausto atómico». Eran los dos únicos años de los próximos 120 que coincidían con ambas expresiones.
No hay manera de saber si la guerra que predice el código ha de estallar en el 2000 o en el 2006. El primero aparece en dos ocasiones, pero 2006 presenta mayores probabilidades matemáticas. Tampoco hay manera de saber si el peligro es real. Pero si el código está en lo cierto, podría desatarse una guerra mundial hacia finales del milenio, probabilidad no del todo descartable dentro de los próximos diez años.
«Holocausto atómico» y «guerra mundial» están codificados juntos. Según el código, en la próxima guerra se emplearán armas de destrucción masiva que jamás se habían empleado en batalla alguna. Hiroshima significó el fin de la segunda guerra, pero hoy en día existen, entre ojivas atómicas y misiles balísticos múltiples, al menos cincuenta mil armas nucleares. Cada una de ellas puede destruir una ciudad entera. Podrían barrer el mundo en pocas horas.
La tercera guerra mundial sería, literalmente, el Armagedón.
El aviso de cuándo, dónde y cómo arrostraría nuestro mundo el verdadero Armagedón, una guerra mundial nuclear, ha permanecido oculto en el más sagrado de los versículos de la Biblia durante tres mil años.
Cuando abrimos el «libro sellado» en busca de la tercera guerra mundial descubrimos que el año en que podría estallar se hallaba previsto en un rollo de veintidós líneas que ocupa un lugar central en la Biblia.
El rollo se llama Mezuzah. Contiene las 170 palabras, de las 304805 letras que componen los cinco textos originales de la Biblia, que Dios ordenó disponer en un rollo aparte y fijar a la entrada de cada hogar.
Los años 2000 y 2006 -«en 5760» y «en 5766»-se hallan entre esas 170 palabras. «Guerra mundial» -la única vez que aparece codificada en la Biblia-se encuentra en el mismo lugar y atraviesa uno de los versículos sagrados. «Holocausto atómico» -la única vez que aparece codificado en la Biblia-también figura junto a ambos años en los mismos versículos del rollo.
La Mezuzah, que contiene quince versículos, comienza con el mandato más importante: «Escucha, Israel. Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé.» En dos ocasiones indica Dios en esos breves versículos la forma exacta en que deben mantenerse vivas esas palabras:
«Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en las puertas.»
Los años en que puede comenzar la tercera guerra mundial estaban inscritos en los versículos mejor guardados del Antiguo Testamento. Y allí donde fueron codificados los años 2000 y 2006 el texto oculto de los sagrados manuscritos hace advertencias de guerra: «Bombardeará vuestro país, terror, devastación, será lanzado.»
No parece casual que la fecha en que el mundo deberá hacer frente a una guerra nuclear aparezca codificada en dos de los quince versículos de la Biblia que en dos ocasiones Dios ordenó memorizar, enseñar a los niños y recitar cada mañana y cada noche. No puede ser casual que los años más claramente codificados junto a «guerra mundial» estuvieran ocultos en las 170 palabras que permanecieron guardadas en un rollo aparte durante tres mil años y que aún hoy siguen ocupando un sitio privilegiado a la entrada de casi cada casa de Israel.
Basta que falte una sola letra para que la Mezuzah no pueda utilizarse. Alguien quiso asegurarse de que, pasara lo que pasara con el resto de la Biblia, esas palabras, este manuscrito, se preservaría exactamente como fue escrito y con su código oculto intacto. Ese antiguo código, que ahora predecía que la tercera guerra mundial podía estallar en el transcurso de diez años, también había pronosticado que la segunda guerra mundial se iniciaría «en 5700», 1939-1940 del calendario moderno. «En 5700, llegó el incinerador», señala el texto oculto completo, prediciendo no sólo la guerra sino también los hornos del Holocausto.
El Armagedón de los años 2000 y 2006 fue codificado en los mismos versículos sagrados de la Biblia, el código cuidadosamente preservado en la Mezuzah que con tanta precisión había pronosticado la última guerra mundial.
En lugar de guerra nuclear entre superpotencias, el mundo puede enfrentarse ahora a una nueva amenaza: el terrorismo dotado de armas nucleares.
Junto a «terrorismo», «guerra mundial» y justo por debajo de «tercera», aparecen las palabras «guerra a degüello» -que sugieren un combate de aniquilación total claramente codificadas junto a «holocausto atómico».
La súbita caída de la Unión Soviética cambió el mundo. La desaparición del principal adversario de Estados Unidos puso a disposición de los terroristas el mayor mercado mundial de armas nucleares.
Una comisión del Senado estadounidense confirmó el peligro. «Nunca se había desintegrado un imperio en posesión de treinta mil armas nucleares», afirmó el senador Sam Nunn, vicepresidente del comité. El senador Richard Lugar, para quien la antigua Unión Soviética era un «gigantesco supermercado potencial de armas nucleares, químicas y biológicas», advirtió que «se había incrementado la posibilidad de que detonaran en Rusia, Europa, Oriente Medio o incluso Estados Unidos una, dos
o una docena de armas de destrucción masiva».
La caída del comunismo fue presagiada por el código bíblico. La única vez que aparece «comunismo» lo hace junto a «caída de» y «Ruso». «China» se encuentra debajo, entrelazada con un vaticinio: la palabra «siguiente».
Muchos occidentales vivieron la caída de la Unión Soviética como una victoria. El fin del comunismo en China seria visto como un triunfo final, pero el caos de otra potencia nuclear aumentaría la venta indiscriminada o el robo de armas nucleares capaces de destruir ciudades enteras.
Si el código de la Biblia está en lo cierto, son los terroristas nucleares quienes pueden desencadenar la próxima guerra mundial. Puede comenzar -cómo sugirió el primer ministro Peres unos días después de nuestro encuentro-cuando una arma nuclear «cae en manos de paises irresponsables y es transportada a hombros de fanáticos».
La segunda guerra mundial finalizó con una bomba atómica. La tercera guerra mundial puede iniciarse de ese modo.
Jerusalén, la ciudad más disputada de la historia -conquistada por el rey David, incendiada por los babilonios, saqueada por los romanos y sitiada por los cruzados, sus tres mil años de sangrientos conflictos tampoco finalizaron al recuperarla los israelíes durante la guerra de 1967-, aparece codificada en la Biblia como claro objetivo del anunciado ataque nuclear.
Hay una sola ciudad en el mundo que aparece codificada en la Biblia junto a «holocausto atómico» o «guerra mundial», y ésta es «Jerusalén».
El nombre de la ciudad se halla oculto en un único versículo de la Biblia, codificado allí donde Dios amenaza con castigar a Israel a lo largo de toda la historia: «Porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian.»
«Vuestra ciudad destruida por un acto de terrorismo» atraviesa «holocausto atómico». El objetivo se confirma en la profecía más antigua del Apocalipsis, aquella encontrada intacta entre los rollos del mar Muerto, el libro de Isaías, de 2500 años de antigúedad.
«¡Ay de ti, Ariel, Ariel, villa donde acampó David!», se lamenta Isaías, utilizando un antiguo nombre bíblico para denominar a Jerusalén. El asedio que redujo a «polvo» la ciudad sagrada es descrito en palabras vivamente apocalípticas:
«Sucederá que, de un momento a otro, de parte de Yahvé Sebaot serás visitada con trueno, estrépito y estruendo, turbión, ventolera y llama de fuego devoradora.»
Se trata de una visión sumamente precisa de un «holocausto atómico», previsto miles de años antes y expresado en las únicas palabras que un vidente de la antigñedad podía utilizar para describirlo. Comparémosla con la descripción moderna del bombardeo atómico de Hiroshima: «La ciudad entera quedó en ruinas al instante. El centro de la ciudad se derrumbó. Media hora después, la explosión producida por el impulso térmico empezó a fundirse en una tormenta de fuego que duró seis horas. Durante cuatro horas, en pleno mediodía, un violento huracán surgido de las extrañas condiciones meteorológicas producidas por la explosión acabó de devastar lo que quedaba de la ciudad.»
Estas palabras, que parecen repetir las de Isaías, pertenecen al conocido relato que hizo Jonathan Schell del bombardeo de 1945 en su libro The Fate of the Earth.
Nadie en Hiroshima oyó la explosión. La onda expansiva generó un vacio, pero a kilómetros de distancia hubo un ruido tremendo, un terrible «trueno» diferente a todo cuanto se hubiera oído hasta entonces. La bomba de Hiroshima explotó en el aire, a unos setenta metros del suelo. Si lo hubiera hecho en tierra, como es muy probable que ocurriera en el caso de un ataque terrorista, el horror habría sido aún mayor.
Toda la población de una ciudad quedaría inmediatamente reducida a polvo. Parafraseando de nuevo a Schell, «cualquier ser humano que se encontrara en la zona quedaría reducido a humo y cenizas; sencillamente, desaparecería sin remisión. La población incinerada, convertida en polvo radiactivo, se elevaría en el hongo atómico para luego depositarse en la tierra».
Regresemos a Isaías: «Serás abatida, desde la tierra hablarás, por el polvo será ahogada tu palabra, tu voz será como un espectro de la tierra, y desde el polvo tu palabra será como un susurro. Y será como polvareda fina la turba de tus enemigos, y como tamo que pasa la turba de tus despiadados. Y sucederá repentinamente, en un momento.» Esta curiosa descripción de un asedio de la antigúedad resulta, en cambio, una visión perfecta de las consecuencias de un ataque y una respuesta nucleares.
Luego, el singular pasaje críptico sentencia: «Y os será toda visión como palabras de un libro sellado.» De hecho, han permanecido selladas hasta ahora y reveladas por un código que quizá exista para advertirnos, en el momento preciso, de un inminente ataque atómico.
«Arma atómica» se halla codificada en el libro de Isaías. «Atómica» comparte su
«m» con «Jerusalén» (con z final en hebreo). Y allí donde «Jerusalén» atraviesa «arma atómica», lo hace también «rollo». Las palabras «él lo abrió» se superponen a «rollo».
El nombre antiguo de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la advertencia apocalíptica de Isaías, aparece codificado junto a «guerra mundial». La profecía bíblica del Armagedón, conocida de antiguo, parece confirmarse en el código. Jerusalén, punto central de las tres principales religiones de Occidente, legendaria ciudad donde reinó David, donde murió Jesús, donde Mahoma ascendió al cielo, podría ser destruida en una última batalla provocada por el odio religioso.
El Armagedón podría ser una guerra nuclear de escala mundial.
Yo no creía en las profecías apocalípticas de la Biblia. Nunca creí que Dios o el diablo pudieran destruir el mundo, o que las fuerzas del bien o del mal fueran a chocar en una última batalla. Pero la declaración del código bíblico de que la última batalla, el Armagedón, podría iniciarse en Oriente Medio con un acto de terrorismo nuclear, de pronto me pareció demasiado real.
La palabra «Armagedón» proviene del último libro del Nuevo Testamento, de un versículo en apariencia fantasioso: «Son espíritus de demonios, que realizan señales y van donde los reyes de todo el mundo para convocarlos a la gran batalla del gran día del Dios Todopoderoso. [...] Y los convocaron en el lugar llamado en hebreo Armagedón.»
Pero Armagedón es un lugar real. Es el nombre griego de una antigua ciudad de Israel, Megiddó. En hebreo, «monte Megiddó» es «Harmegiddo». Armagedón, o Harmaguedón, es sencillamente la transcripción griega de ese nombre.
Fui allí una noche. Volvía a Jerusalén cuando vi en un indicador verde y blanco de la autopista un nombre que sólo había visto antes en la Biblia: «Megiddó». Aunque era después de medianoche, me detuve para ver las ruinas de la ciudad fortificada. Parecía inconcebible que este remoto lugar pudiera haber sido, en otra época, el emplazamiento de una batalla importante.
Cerca de Megiddó, oculta a los ojos de los turistas, se encuentra una de las más importantes bases de la aviación israelí, Ramat David. Está en el norte, con la mira puestaen Siria, el más implacable enemigo de Israel. La base está situada en primerísima línea de cualquier guerra eventual que pudiera estallar en Oriente Medio.
«Armagedón» se halla codificado en la Biblia junto al nombre del líder sirio, Hafiz al-Asad. De hecho, el nombre del actual emplazamiento de la tan profetizada última batalla aparece junto a su nombre en una misma secuencia equidistante: «Armagedón, holocausto Asad.»
«Siria» aparece codificado junto a «guerra mundial». Es el país que destaca, precisamente por inesperado. Junto a «guerra mundial» también aparecen «Rusia», «China» y «Estados Unidos», pero se trata de las tres superpotencias con mayores probabilidades de implicación. «Siria» es la sorpresa.
Si el Armagedón es verdadero, bien podría comenzar de la forma en que aparece profetizado en el texto original de la Biblia. El último libro del Nuevo Testamento predice una guerra final de un furor sin precedentes: «Satanás será soltado de su prisión y saldrá a seducir a las naciones de los cuatro extremos de la tierra, a Gog y a Magog, y a reunirlos para el combate.»
Nadie sabe dónde estaba ubicadas la antigua Magog, pero la profecía original de la última batalla, narrada en el libro de Ezequiel, habla de que Israel será invadida desde el norte: «Vendrás de tu lugar, del extremo norte, tú y pueblos numerosos contigo, todos montados a caballo, enorme horda, ejército poderoso.»
El único enemigo actual de Israel situado al norte es Siria. «Siria» se halla codificado en el libro de Ezequiel iniciando el versículo que predice la invasión. Se nombra a los aliados de Siria: «Persia» y «Put»; paises que en la actualidad se llaman Irán y Libia.
El texto directo del libro de Ezequiel predice una temible batalla entre Israel y las naciones árabes circundantes: «un holocausto grande en las montañas de Israel». Éste, según el código de la Biblia, es el modo como se iniciará la tercera guerra mundial: con un ataque atómico a Jerusalén seguido de una invasión de Israel.
En el mismo museo de Jerusalén donde se exhiben los manuscritos del mar Muerto, cuya singular visión original del apocalipsis está dispuesta en un artilugio diseñado para soportar un ataque atómico, hay otra exposición. El manuscrito original de la teoría de la relatividad de Einstein y la ecuación que cambió el mundo e inició la era atómica -E = mc2- se exhiben allí del puño y letra del científico.
No obstante, lo que más llamó mi atención fue algo que había dicho Einstein: «No sé con qué armas se luchará en la tercera guerra mundial, pero en la cuarta se luchará con palos y piedras.»
A fines del siglo XX parece amenazarnos un tipo de caos hasta ahora desconocido para el mundo. Hemos fabricado armas que pueden destruir la civilización humana en un solo día y que hoy podrían estar en manos de cualquiera.
Las predicciones del código bíblico parecen coincidir con la profecía abiertamente expresada en la Biblia, y el horror ha adquirido un rostro, un tiempo y un lugar: el Armagedón, una guerra nuclear a escala mundial, podría estallar en el 2000 o 2006, es decir, en el lapso de una década.
Y no se acaba allí el peligro anunciado.
CAPÍTULO SIETE
APOCALIPSIS
El gran golpe final de todas las visiones apocalípticas es un imponente terremoto.
En el Apocalipsis, el último libro del Antiguo Testamento, el seísmo es la séptima plaga del séptimo ángel. «Un gran temblor de tierra como no hubo desde que existen hombres sobre la Tierra, un terremoto tan violento. [...] Entonces todas las islas huyeron y las montañas desaparecieron.»
De hecho, así predice Ezequiel que concluirá la guerra final contra Gog y Magog: «Si, aquel día habrá un gran terremoto en el suelo de Israel. Temblarán entonces ante mí [...] todos los hombres de sobre la faz de la Tierra. Se desplomarán los montes, caerán las rocas, todas las murallas caerán por tierra.»
La amenaza de la destrucción de este mundo mediante un violento seísmo es una constante del texto original de la Biblia. «Haré temblar los cielos y se removerá la tierra de su sitio -advierte Dios a Isaías-. Los hombres huirán a las cuevas de las rocas y a los agujeros de la tierra por temor a Yahvé cuando Él decida sacudir la Tierra.»
Esta misma advertencia se encuentra oculta en el último versículo de la Biblia primigenia, las palabras que cierran el relato de aquello que Dios dictó a Moisés en el Sinaí: «Aniquilar, destruir por completo, lanzó una fuerza violenta y para todos el gran terror: fuego, terremoto.»
No puede ser casual que el último secreto revelado en el código bíblico se refiera al golpe final profetizado abiertamente en todos los posteriores pasajes apocalípticos de la Biblia.
El código parece advertir que durante los próximos cien años habrá una serie de «grandes terremotos» en todo el mundo. Junto a «el gran terror» aparecen claramente codificados tres años: 2000, 2014 y 2113. De los tres, el más alejado cuenta con las mayores probabilidades.
No está claro si el código fija una serie de desastres o una serie de postergaciones. Con todo, los primeros terremotos tendrán lugar durante la primera década del siglo próximo, quizá incluso a fines de éste.
El tan pronosticado apocalipsis, si existe en verdad, no comenzará en una mítica tierra lejana, sino en ciudades verdaderas, en el mundo real. Estados Unidos, China, Japón e Israel se hallan todos codificados junto a «gran terremoto» y a diversos años del futuro inmediato.
El código de la Biblia parece predecir que el siguiente terremoto de grandes proporciones sacudirá California. También menciona los seísmos más graves que este estado ha sufrido en el pasado. El más grande de ellos sufrido por Estados Unidos -el gran terremoto de San Francisco de 1906- ya había sido codificado hace tres mil años.
Juntos aparecen «S. F. Calif.» y 1906. «Fuego, terremoto» también se lee junto al año, y el texto oculto señala: «ciudad consumida, destruida».
También aparece codificado el mayor terremoto de la historia reciente de Estados Unidos, una vez más en San Francisco. Coinciden en un mismo sitio el año, 1989, las palabras «fuego, terremoto» y «S. F. Calif.».
De entre todas las ciudades del mundo, Los Ángeles posee las mayores probabilidades matemáticas de sufrir un «gran terremoto». «L. A. Calif.» aparece junto a «gran terremoto» con posibilidades muy elevadas. También acompañan al anunciado cataclismo «América» y «EE.UU.».
Los sismólogos coinciden en afirmar que el sur de California es la zona de Estados Unidos con mayores probabilidades de padecer en un futuro próximo un terremoto de grandes proporciones. El U. S. Geological Survey de 1995 anuncia que existe entre un «80 y un 90 % de probabilidades de que antes de 2024 el sur de California registre un seísmo de magnitud 7».
Los expertos que realizaron ese pronóstico no habían previsto el último gran movimiento sísmico que afectó la zona de Los Ángeles en enero de 1994, causando 61 víctimas mortales en Northridge. La falla, desconocida hasta entonces, pasó desapercibida. Pero no para el código de la Biblia. El año «5754», 1994 en el calendario moderno, se halla codificado junto a «gran terremoto» y «L. A. Calif.».
Si se compara con el cataclismo anunciado, aquél no fue más que un temblor. Un año del futuro cercano aparece junto a Los Ángeles exactamente en el mismo lugar en que se había previsto el desastre de 1994. Atravesando «gran terremoto», justo debajo de «L. A. Calif.», aparece el año 2010. Y ese mismo año, «5770» en el calendario hebreo, vuelve a estar codificado junto al nombre de la ciudad, superponiéndose de hecho a «fuego, terremoto».
Desde luego, es sólo una probabilidad. Tanto el código como los sismólogos pueden estar equivocados. No obstante, el código de la Biblia parece predecir que el gran terremoto afectará a Los Ángeles en 2010.
Otras tres regiones del mundo coinciden con «gran terremoto». Todas ellas junto a los mismos años, 2000 y 2006. No hay forma de saber cuál de ellas será en verdad la afectada.
Codificada junto a «gran terremoto» se encuentra «China», que fue el escenario del peor seísmo de la historia, aquel que en 1976 segó las vidas de ochocientos mil chinos. Ese año, «5736», atraviesa «terremoto» justo encima de «China».
Pero China podría verse sacudida de nuevo. Encima de 1976 figura otra fecha, «en 5760», es decir, el año 2000.
«China» aparece tres veces junto a «gran terremoto», acompañando siempre a 2000 y 2006.
Israel, país que en este siglo no ha sufrido seísmos de consideración, es el lugar que se menciona con más énfasis en el texto original de la Biblia. Ezequiel vaticina abiertamente «un gran terremoto en el suelo de Israel».
Si bien «Israel» coincide en cuatro ocasiones con «gran terremoto» en el código, es tal la frecuencia con la que aparece mencionado en la Biblia que no hay manera matemática de calcular su coherencia. No obstante, Israel está situado sobre lo que parece ser la mayor falla mundial. En tiempos prehistóricos, la falla del mar Rojo se abrió con tanta violencia que separó África de Asia.
A pesar de todo, el país que, según el código secreto, mayor peligro corre es Japón.
En mi primer encuentro con mi editor, éste me pidió que predijera un acontecimiento mundial. Yo me negué.
«No sé una palabra sobre el mañana le dije-. Sólo sé lo que está codificado en la Biblia.»
Él insistió, y finalmente le dije que si algo parecía probable era que Japón sufriría varios terremotos importantes. Tres meses más tarde, Japón padeció el peor seísmo de los últimos treinta años. Ocurrió en una zona remota, por lo que hubo pocas víctimas, pero en la escala de Richter fue un movimiento de gran magnitud.
Lo comprobé en el código bíblico. En efecto, aparecía codificado el epicentro exacto, «Okushiri», una isla tan pequeña que incluso muchos japoneses desconocían su existencia hasta el terremoto. En la matriz completa se podía leer: «Okushiri será sacudido julio.» El terremoto tuvo lugar el 12 de julio de 1993.
Lo encontré poco antes de un viaje a Japón. Me sentí obligado a compartir lo que sabía. Si el terremoto de Okushiri aparecía codificado con tanta precisión, entonces los otros cataclismos anunciados también debían de ser reales. Así que conseguí una entrevista con la ministra encargada de la previsión de terremotos, Wakako Hironaka. Su marido es un famoso matemático y ella se mostró tan interesada como perpleja.
«¿Qué he de hacer? -me pregunto-. ¿Evacuar Tokio?» En realidad, «Tokio será evacuado» aparecía codificado en la Biblia, pero no así cuándo ni por qué.
Un año más tarde, la ciudad portuaria de Kobe fue devastada por un terremoto masivo que mató a cinco mil personas. Eso también se encontraba previsto en el Antiguo Testamento. «Kobe, Japón» aparecía codificado junto a las palabras «fuego», «terremoto», «el grande». Y el año en que ocurrió, 1995 («5755»), atravesaba «fuego, terremoto».
Japón es el país que se halla codificado con mayor claridad junto a un futuro «gran terremoto». En el mismo lugar aparecen los años 2000 y 2006.
Como en los demás casos, no hay forma de saber si el peligro anunciado es verdadero. Sin embargo parece existir una urgencia apocalíptica en la advertencia sobre Japón, como asimismo ocurre en el caso de Israel. De hecho, el código bíblico parece establecer una conexión harto misteriosa entre ambos paises.
De ambos se afirma que se encuentran ante un peligro sin precedentes. «Japón» e «Israel» aparecen junto a las dos declaraciones bíblicas del «fin de los días». «Japón» figura codificado junto a «holocausto de Israel». «Israel» y «Japón» vuelven a encontrarse en una misma frase del texto oculto y los nombres de ambos paises atraviesan la única manifestación codificada del «año de la plaga». Además, Japón es el único país aparte de Israel cuya codificación coincide con la de «batalla final».
Un desastre de proporciones bíblicas parece amenazar a ambos paises a lo largo del código. En Israel, el peligro inmediato seria una guerra nuclear. En Japón, la amenaza inminente sería una catástrofe sísmica.
Y si el mundo entero puede peligrar a raíz de la guerra que, según el código secreto, se iniciará en Israel, bien podría el mundo entero acusar la sacudida del terremoto que asolará a Japón.
«Colapso económico» se encuentra codificado en una ocasión en la Biblia. En el mismo sitio figura 1929, el año de la gran depresión. Y «colapso económico» está también codificado junto a las palabras «terremoto asoló Japón».
Japón juega actualmente un papel tan decisivo en la economía global que cualquier desastre de importancia que afectase a ese país tendría una importante repercusión mundial. Así pues, la agitación en que se sumiría el planeta podría deberse a un gran «colapso económico» en lugar de un «gran terremoto».
Sin embargo, quizá el peligro ulterior se trate en realidad del mayor desastre natural jamás presenciado.
Hace 65 millones de años, un asteroide de mayor tamaño que el Everest chocó contra la Tierra y, tras explotar con la fuerza de trescientos millones de bombas de hidrógeno, acabó con todos los dinosaurios.
«Asteroide» y «dinosaurio» aparecen codificados juntos en la Biblia. Y otro tanto ocurre con el nombre bíblico de las primeras criaturas que Dios creó sobre la Tierra. «Y Dios creó al gran Tanin» declara el primer capitulo del Génesis. La palabra significa «dragones» o «monstruos». Algún tipo de animal inmenso que ya no existe.
Y, justo encima de «asteroide», la palabra «dragón» atraviesa en el código a «dinosaurio». Junto a ellos se encuentra el nombre de dragón que, según la leyenda, Dios mató antes de la creación. No parece casual que el nombre de este dragón -«Ráhab»-aparezca en el código de la Biblia exactamente donde «asteroide» choca con «dinosaurio».
De hecho, el texto oculto completo señala: «golpeará a Ráhab». Esto sugiere que, en realidad, el exterminio de los dinosaurios y la muerte del dragón, el acontecimiento cósmico rememorado por Isaías, serían la misma cosa: «¿No eres tú el que partió a Ráhab, el que atravesó al dragón?»
En la actualidad, los científicos coinciden en que la humanidad jamás habría evolucionado si los dinosaurios no hubieran sido barridos por el asteroide, pero también se preguntan si la humanidad correrá el mismo peligro, si nosotros seremos también borrados del mapa por una roca venida del espacio exterior.
Brian Marsden, destacado astrónomo estadounidense, director del Smithsonian Observatory de Cambridge, fue el primero en dar la alarma en 1992. Calculó que el recién divisado cometa Swift-Tuttle reaparecería 134 años más tarde, en 2126. Dijo que entonces podría colisionar con la Tierra.
El cometa era al menos tan grande como el asteroide que acabó con los dinosaurios. La nada estridente advertencia de Marsden -«un cambio de + 15 días haría posible que el cometa chocara contra la Tierra en el 2126» -disparó la alarma. Todos los diarios del mundo se hicieron eco de la noticia en primera plana.
«La International Astronomical Union, la autoridad astronómica mundial, ha admitido por primera vez la posibilidad de una colisión potencial entre la Tierra y un objeto lanzado a gran velocidad desde los confines del sistema solar -informó el New York Times-. Los científicos creen que el tamaño del cometa es suficiente como para acabar con la civilización.»
«Llega estrepitosamente del cielo como un Scud infernal, más grande que una montaña y con más energía que todo el arsenal nuclear del mundo», anunciaba con tono sensacionalista el artículo central de Newsweek, pintando una escena aterradora.
Marsden canceló la alerta con posterioridad. Nuevos cálculos demostraban que el cometa pasaría sin peligro a finales de julio del 2126. Pero en el caso de que fuera a pasar dos semanas más tarde, a mediados de agosto, la roca de dieciséis kilómetros de ancho chocaría contra nuestro planeta.
No había astrónomo capaz de predecir con un margen de dos semanas el descubrimiento actual del Swift-Tuttle. La mayoría estaba a años luz de lograrlo. Y, sin embargo, el día exacto de la localización del cometa, el 27 de septiembre de 1992, fue codificado en la Biblia hace tres mil años. Daba la casualidad de que era la víspera del Año Nuevo judío. El código bíblico pronosticó el momento: «víspera de Año Nuevo, Swift».
«5753», el año hebreo correspondiente a 1992, aparecía codificado junto a «cometa» y su nombre completo «Swift-Tuttle». En el código de la Biblia, «Swift» también aparece codificado junto a «5886» o 2126, el año en que el cometa debe volver. El nombre del cometa atraviesa el año. Y justo encima de 2126 se encuentran las palabras «en el séptimo mes, llegó». Lo que sugiere que pasará sin peligro cerca de la Tierra en el mes de julio.
Con todo, existe una terrible advertencia en el código secreto ligada a la palabra «cometa».
Cuando otro cometa chocó contra Júpiter en 1994, nuestro mundo reconoció el verdadero peligro. El impacto creó bolas de fuego del tamaño de la Tierra y dejó a Júpiter sembrado de inmensos cráteres negros. Fue la mayor explosión jamás presenciada por el hombre en nuestro sistema solar, y si eso hubiera ocurrido aquí habría arrasado al género humano.
El código de la Biblia también había previsto el cataclismo de Júpiter; de hecho, lo encontramos meses antes de que ocurriera. El nombre del cometa, «Shoemaker-Levy», aparecía codificado junto al del planeta, «Júpiter», y la fecha exacta del impacto, 16 de julio de 1994. En 1995, el Pentágono y la NASA comenzaron a rastrear los cielos en busca de asteroides y cometas que pudieran impactar en la Tierra.
«No descartábamos un encuentro inesperado», dijo la doctora estadounidense Eleanor Helin, responsable del programa nacional de rastreo de asteroides próximos a la Tierra (Near-Earth Asteroid Tracking).
Calculó que al menos 1700 asteroides con órbitas cercanas a la Tierra cruzarían en un momento u otro la nuestra, algunos de ellos lo bastante grandes como para destruir la vida en este planeta. Las probabilidades de un choque son remotas. Ocurre quizá cada trescientos mil años; pero nadie sabe cuándo fue la última ni, por tanto, cuándo puede ser la siguiente.
«Es sorprendente -manifestó la doctora Helin al inicio del primer intento coordinado de localizar los asteroides "cruzadores"-. Estas cosas nos han estado rondando todo el tiempo y nosotros sin enterarnos.»
El asteroide que mató a los dinosaurios aterrizó en lo que ahora es el golfo de México, provocando en Norteamérica una tormenta de fuego que acabó de inmediato con la vida en este continente, en tanto que la posterior nube de polvo y humo que oscureció el planeta produjo extinciones globales.
Se calcula que dos tercios de todas las especies que caminaron, volaron o nadaron alguna vez en la Tierra se extinguieron a causa de impactos procedentes del espacio exterior. Somos la primera especie capaz de evitarlo.
Cuando el Swift-Tuttle originó la primera alarma y el bombardeo de Júpiter demostró bien a las claras el peligro al que podíamos enfrentarnos, los científicos comenzaron a proyectar la defensa de la Tierra. El inventor de la bomba de hidrógeno, Edward Teller, planteó que podía desviarse un asteroide con un proyectil de cabezas nucleares múltiples. Otros científicos sugirieron que la simple explosión de un artefacto nuclear en las cercanías de un cometa fundiría el gas congelado, creando chorros como los propulsores de un cohete y desviando así el curso de impacto del cometa.
Incluso existió un plan para enviar una nave espacial a cualquier gran roca que se dirigiera a la Tierra, fijar poderosos propulsores en su superficie y alejar al cometa o asteroide de este planeta.
Pero todos ellos fueron proyectos teóricos, borradores de diagramas y algunas ecuaciones en el mejor de los casos, y nadie sabe cuánto tiempo ni cuántos indicios certeros tendríamos.
«Puede que fueran sólo días o semanas -dice Gareth Williams, colega de Marsden en el observatorio Smithsonian-. Un cometa con una órbita muy larga puede pillarnos por sorpresa, porque quizá no sepamos que existe.»
Nadie se molestó en rastrear las rocas del espacio exterior hasta que el Shoemaker-Levy hizo impacto en Júpiter. Y, por ahora, no existen planes concretos para protegernos de cualquiera que se nos venga encima.
El código de la Biblia advierte del peligro real de una colisión de este tipo.
Hay una serie de aproximaciones orbitales indicadas, justo hasta que el Swift regrese en 2126. Pero el primer año claramente codificado junto a «cometa» está a sólo diez de distancia: es «5766», 2006 en el calendario moderno.
Atraviesa 2006 una sentencia escalofriante: «Su senda golpeó sus moradas.» La advertencia que se solapa con el año finaliza con las palabras «objeto similar a estrella». Justo encima de 2006 se lee una aparente confirmación cronológica: «año vaticinado para el múndo».
El código señala otras posibilidades. «5770» y «5772» -los años 2010 y 2012- aparecen también junto a «cometa». Las palabras «días de horror» atraviesan 2010. Justo debajo, «oscuridad» y «tinieblas» atraviesan «cometa». El texto oculto en las líneas superiores indica «Tierra aniquilada».
Pero allí donde aparece codificado el 2012 se afirma también que el desastre podrá evitarse, que el corneta será bloqueado: «Se deshará, arrojado lejos, se romperá en pedazos, 5772.»
Lo cual se asemeja bastante a la colisión en Júpiter. Antes de caer, el cometa se deshizo en veinte pedazos distintos; luego, cada uno de ellos bombardeó Júpiter a lo largo de una semana.
Hay un relato antiguo, narrado en el Talmud, sobre un rey que se enfadó con su hijo y juró que le arrojaría una inmensa roca. Más tarde lo lamentó, pero no pudo abjurar de ello. Así pues, ordenó romper la piedra en pequeños guijarros y arrojarlos de uno en uno a su hijo.
La parábola, representada a escala cósmica en Júpiter, podría vaticinar el destino del hombre sobre la Tierra.
Existe la teoría de que el choque de un cometa en tiempos prehistóricos pudo inspirar las posteriores narraciones apocalípticas de la Biblia.
«Estudios en curso indican que en los últimos setenta mil años debió de ocurrir al menos un impacto de diez gigatones. Una explosión terrorífica, que quizá oscureció el Sol, inundó gran parte del planeta, arrasó la Tierra con fuego y la cubrió de gases de azufre, con todas las características de un auténtico apocalipsis bíblico», escribió Timothy Ferris en el New Yorker.
Con todo, pueden pasar cientos de millones de años entre impactos lo suficientemente fuertes como para originar una extinción global, un millón de años entre explosiones que podrían destruir un país y miles de años entre cometas capaces de arrasar una ciudad.
Cuando descubrí que ese peligro cósmico aparecía codificado en la Biblia, el pronosticado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» que podía desencadenar una guerra mundial estaba a sólo unas semanas.
La cuenta atrás del verdadero Armagedón estaba llegando a su fin.
CAPÍTULO OCHO
LOS DÍAS FINALES
Cuando a fines de julio de 1996 volví a Israel, faltaban sólo seis semanas para el anunciado «holocausto atómico».
En el avión leí un articulo del Jerusalem Post que informaba que el primer ministro Netanyahu estaba a punto de dirigirse a Amman, Jordania, para celebrar un encuentro con el rey Hussein. Esto también lo había vaticinado el código de la Biblia. Lo encontré una semana antes de que Netanyahu ganara las elecciones, en el mismo sitio donde se predecía su victoria, más de dos meses antes de que se anunciara el viaje.
«Julio a Amman», rezaba casi abiertamente el código, casi al lado de «primer ministro Netanyahu». El artículo periodístico confirmaba ahora ese viaje a Jordania. Estaba programado para el 25 de julio de 1996.
«Oh, Dios mio-me dije-. Es cierto.»
Una vez más, el código bíblico había demostrado estar en lo cierto. Tres mil años antes había previsto que en julio de 1996 Netanyahu iría a Amman. Si el código acertaba con ello, si se mostraba preciso hasta en los más mínimos detalles, entonces era más que probable que también acertara respecto al vaticinado «holocausto atómico», el «holocausto de Israel» y la «guerra mundial». El peligro se perfilaba cada vez más.
Entonces, en el último momento, el viaje de Netanyahu sufrió un aplazamiento inesperado. La noche antes de que el mandatario israelí saliera para Amman, el rey Hussein había enfermado. El primer ministro no fue a Jordania hasta el 5 de agosto.
¿Se había equivocado el código de la Biblia? El «primer ministro Netanyahu» fue «a Amman», tal como estaba anunciado desde hacia tres mil años, pero no en «julio» como aseguraba el código.
Fui a ver a Eli Rips. Le pregunté si el código podía actuar como la fisica cuántica. Si era así, no lograría precisar a la vez el qué y el cuándo. El principio de incertidumbre lo formula claramente: cuanto más precisamente se mide el qué, con menor precisión podrá medirse el cuándo. Ésa es la razón por la cual la mecánica cuántica no predice uno sino muchos futuros posibles.
Rips no invocó el principio de incertidumbre. En cambio, señaló la palabra que aparecía en el código de la Biblia justo encima de «julio a Amman». La palabra era «postergado».
¿Podía la Biblia acertar respecto de un acontecimiento pero errar la fecha? En las últimas semanas de la cuenta atrás de un posible Armagedón, la pregunta adquiría un dramatismo particular.
Hasta el 13 de septiembre de 1996, último día del año hebreo de 5756, señalado como el del «holocausto atómico», me mantuve en estrecho contacto con los líderes israelíes.
Tres días antes de la fecha del supuesto «holocausto de Israel» mantuve una entrevista en Nueva York con Dore Gold, el asesor de seguridad nacional del primer ministro. Al día siguiente envié un último mensaje al jefe del Mossad, general Danny Yatom; me respondió con la noticia de que la inteligencia israelí estaba en situación de alerta.
El 13 de septiembre de 1996 no ocurrió nada. No hubo ataque atómico. El año hebreo de 5756 transcurrió en paz, en Israel y en el mundo entero.
Me sentía aliviado pero perplejo. ¿Estaría el código de la Biblia sencillamente equivocado? ¿O el peligro era real y sólo se trataba de una postergación? Pasé todo el fin de semana reflexionando sobre estas preguntas y el lunes le mandé un fax a Yatom:
«Un último comentario y me retiro del oficio de adivinador.
»Aunque el ataque atómico anunciado para los últimos dias de 5756 era evidentemente una probabilidad que no se ha cumplido, por mi parte opino que el peligro no ha pasado.
»En varias ocasiones hemos visto cómo ocurrían cosas de la forma prevista pero no en la fecha anunciada. Ruego permanezca alerta ante lo que, con casi absoluta certeza, es un peligro real.»
No tenía pruebas fehacientes de que el peligro fuera real, pero sí de que el futuró no estaba tallado en piedra. Al fin había una respuesta a la pregunta planteada por el asesinato de Rabin, debatida por Einstein y Hawking y formulada por Peres cuando le advertí de la amenaza de un ataque atómico:
«Si está pronosticado, ¿qué podemos hacer?»
El futuro aparecía, en efecto, codificado en la Biblia. El asesinato de Rabin y la guerra del Golfo lo demostraban; sin embargo no estaba predeterminado. Se componía de una serie de probabilidades, y era, además, susceptible de cambio. La pregunta planteada por las mismas letras que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»- tenía por fin una respuesta.
¿Habían evitado los israelíes, por el solo hecho de permanecer alerta en el momento indicado, el ataque atómico vaticinado? ¿Había conseguido el primer ministro Peres detener el ataque terrorista planeado mediante la simple declaración pública, tres días después de nuestra entrevista, del peligro agazapado? ¿O había cambiado todo por casualidad, al postergar Netanyahu en el último momento su visita diplomática a Jordania?
En cualquier caso, lo que había conseguido el primer ministro al demorar su viaje era salvar su vida. «Muerte, julio a Amman», afirmaba el texto oculto completo que atravesaba su nombre codificado. La palabra «postergado» aparecía justo encima. «Postergado» se encontraba otras dos veces junto a «primer ministro Netanyahu» y atravesaba las palabras «le será arrebatada el alma» y «asesinado».
Al salvar su vida, es posible que Netanyahu hubiera evitado o aplazado una guerra.
«La próxima guerra» se hallaba en el código junto a una predicción: «será tras la muerte del primer ministro (otro morirá)». De hecho, el texto oculto completo rezaba «otro morirá, Av». Av es el mes hebreo que corresponde a julio.
Y al impedir una guerra en Oriente Medio, la postergación del viaje quizá haya evitado un conflicto a nivel mundial.
Tanto el texto original de la Biblia como el código profetizan el estallido en Israel de una «batalla final», una «guerra mundial». Así pues, el mundo entero pudo librarse de ella, al menos por esta vez, gracias a la repentina cancelación de un viaje.
¿Era entonces posible que un pequeño cambio, la postergación de un viaje que tuvo lugar apenas diez días después, supusiera una diferencia tan enorme? Sí, si había evitado un asesinato.
La primera guerra mundial, por ejemplo, se originó en un asesinato. El archiduque Francisco Fernando, heredero del trono de Austria, murió en junio de 1914 en un atentado cuyas consecuencias se habían extendido, al cabo de unas semanas, a toda Europa, a Rusia y, por último, a Estados Unidos.
«Un giro equivocado del conductor del archiduque dejó de pronto al heredero del trono de Austria a merced de [su asesino] Gavrílo Princip», señalaba un documental de la PBS, reconociendo este hecho como la causa inmediata del estallido del conflicto. «En un abrir y cerrar de ojos, todo el continente iba a estar en pie de guerra.»
No resulta dificil imaginar que en la atmósfera ya crispada de Oriente Medio el asesinato de un segundo primer ministro israelí en menos de un año, en una capital árabe, podría haber desencadenado una guerra. Y una guerra abierta en Oriente Medio pronto se habría convertido en un conflicto global.
Los fisicos lo denominan efecto mariposa, piedra fundamental en la teoría del caos. James Gleick, en su libro Chaos, explica el efecto mariposa: «Es la noción de que una mariposa que agita el aire hoy en Pekín puede modificar los sistemas tormentosos de Nueva York del próximo mes.»
¿Detuvo entonces Netanyahu, por el simple hecho de ir a Jordania diez días más tarde, la cuenta atrás del Armagedón?
En el código de la Biblia aparece, justo encima de «guerra mundial», una fecha: «9 de Av es el día de la tercera.»
Ésa era la fecha exacta prevista para el viaje de Netanyahu a Jordania. 25 de julio de 1996, lo que equivalía al 9 de Av de 5756 del antiguo calendario hebreo.
Es ésta, sin duda, una fecha maldita en la historia judía. Es el día de 586 a. J.C. en que Jerusalén fue destruida por los babilonios, así como el de 70 d. J.C. en que los romanos arrasaron Jerusalén. A lo largo de toda la historia han acaecido ese día una serie de desastres para el pueblo judío; tan temido es que los religiosos ayunan el 9 de Av e imploran piedad.
Y ahora el código de la Biblia declaraba que el «9 de Av» se desencadenaría la tercera guerra mundial, a la vez que un ataque nuclear destruiría por tercera vez la Ciudad Santa mediante un ataque nuclear.
El antiguo nombre de Jerusalén, «Ariel», utilizado en la primera premonición apocalíptica, aparecía efectivamente codificado entre «guerra mundial» y «9 de Av es el día del tercero».
Pero Netanyahu no fue a Amman, tal como estaba programado, el 9 de Av. Y de nuevo se leía «postergado» tanto junto a la fecha como al nombre del primer ministro. En realidad, tanto «Bibi» como «postergado» aparecen codificados junto a «9 de Av, 5756». En el mismo versículo, entrelazadas en el texto oculto, se forman las palabras «cinco futuros, cinco caminos».
«Postergación» aparece escrito junto a «guerra mundial». Allí donde se encuentran codificados los años 2000 y 2006, el texto oculto dice: «postergaré la guerra». Incluso está escrito junto a «fin de los días».
Cada vez que aparece «fin de los días» en el texto original, el texto oculto forma la palabra «postergado».
En el Génesis 49, 1-2, donde Jacob cuenta a sus hijos lo que les acontecerá en el «fin de los días», la «postergación» está implícita en el nombre mismo del patriarca. En hebreo, el nombre «Jacob» significa también «él evitará», «él postergará».
¿Se habrá «evitado» el fin, o sólo «postergado»?
Cuando Moisés cuenta a los antiguos israelitas lo que ocurrirá al «final de los días», el texto oculto parece decir: «postergado».
En Deuteronomio 31, 29, la advertencia de Moisés de que «la desgracia (el mal) vendrá sobre vosotros en el fin de los días» está precedida por un texto oculto que señala: «sabíais que será postergado».
Y en Números 24, 14, allí donde el adivino Balaam vaticina el «fin de los días» palabras codificadas junto a «holocausto atómico» y «guerra mundial»-, el texto oculto declara: «amigo postergó».
«Amigo postergó» se superpone a «fuego sacudió la nación». Y el texto oculto declara, también en el mismo versículo, «os aconsejaré qué» y «os aconsejaré cuándo». Si bien no se ha identificado al «amigo», sin duda ha de ser quienquiera que haya codificado la Biblia.
No se sabe todavía con certeza si llegará el fin ni cuándo habrá acabado la moratoria, pero una cosa está clara: la palabra «postergación» se forma en todas las profecías originales del «fin de los días».
Según el código, el Armagedón no se ha evitado; sólo se ha aplazado.
Hay numerosas indicaciones en el código de que la «postergación» puede ser muy corta. «Primer ministro Netanyahu» aparece codificado junto al año «5757». Y el año judío que comenzó en septiembre de 1996 y acaba en octubre de 1997 es también el año que aparece más claramente codificado junto a su adversario, el líder palestino Arafat.
Dos semanas después de que comenzara este nuevo año, la tensión volvió a adueñarse de Israel. El miércoles 25 de septiembre de 1996 se registraron enfrentamientos abiertos. Durante tres días, la policía palestina combatió a los soldados israelíes, que respondieron con helicópteros y enviaron tanques a la margen occidental por primera vez desde la guerra de los Seis Días, en 1967.
Hubo 73 muertos y centenares de heridos. Lo más sorprendente fue la rapidez con la que se inició la batalla, la facilidad con que la aparente paz de Israel se convirtió en una guerra desgarradora.
Llamé a Eli Rips, que estaba en Jerusalén.
«Mi opinión personal es que la perspectiva de guerra es ahora mucho mayor -me dije-. Esta vez no hablo como matemático, ni en base al código de la Biblia, sino como un simple israelí que observa el repentino estallido de un conflicto armado.»
La causa inmediata de la violencia era la construcción de un túnel bajo el monte del Templo en Jerusalén, emplazamiento del monumento más sagrado para los judíos, el Muro de las Lamentaciones, de los restos del antiguo Templo y del tercer monumento más sagrado del islam: la Cúpula de la Roca.
Descubrí, para mi sorpresa, que en el código aparecía «túnel» junto a «holocausto de Israel».
Cuando verifiqué las secuencias de «holocausto atómico» quedé conmocionado al ver que atravesaba «atómico» el nombre de la ciudad de la margen occidental donde habían empezado los disturbios: «Ramallah.» El texto oculto completo expresaba: «Ramallah cumplió una profecía.»
Una vez más, el código de la Biblia parecía actualizarse, casi como si el codificador siguiera de cerca los cambiantes acontecimientos de Oriente Medio. Había un sitio codificado sobre otro, una crisis sobre otra, un año sobre otro, de forma que finalmente no había manera de saber si el peligro real llegaría en 1996, 1997, en el 2000 o más allá.
No obstante, en términos más amplios, resultaba notable la claridad con que el peligro quedaba de manifiesto, así como su relación con el momento actual. No había duda de que el código describía a las personas, los lugares y los acontecimientos del actual conflicto árabe-israelí.
Regresé a «holocausto de Israel». La palabra «anexionados» aparecía, con probabilidades muy elevadas, dos veces en ese mismo lugar. Era la misma palabra que habían utilizado los israelíes para describir los dos territorios capturados a los árabes en la guerra de 1967: los Altos del Golán, en las montañas que miran a Siria, y Jerusalén este.
Eran éstos los dos puntos álgidos en el Oriente Medio actual. También aparecía en el texto oculto «Arafat», en el mismo sitio donde aparecían las dos expresiones bíblicas del «fin de los días». No podía ser casual: se trataba de la advertencia más directa de que el conflicto desatado en Oriente Medio podía desembocar en un temido Armagedón.
«Es lo que afirma la Midras -dijo Rips, refiriéndose al antiguo comentario de la Biblia-. Quizá se trate del "exilio bajo Ismael" inmediatamente anterior al "fin de los días". Parte de la Midras indica que en cierto momento de dominación árabe, el ochenta por ciento de la población israelí morirá.»
Por un instante permanecimos en silencio.
«Tal vez sea eso lo que encuentras en el código», dijo Rips.
Yo ignoraba la antigua profecía. Ismael fue el primogénito del patriarca Abraham, el hijo excluido. Es, según la Biblia, el antepasado de todos los árabes. El segundo hijo de Abraham, Isaac, fue el heredero escogido. Es el antepasado de todos los judíos. Esta enemistad familiar ha persistido a lo largo de cuatro mil años y está vaticinado que desembocará en un terrible final.
En enero de 1997, Netanyahu y Arafat acordaron el control compartido de Hebrón, la ciudad donde estaría enterrado Abraham, y establecieron un calendario de acuerdos más amplios; pero continuaba sin resolverse el tema más dificil, el estatus definitivo de Jerusalén, que tanto israelíes como palestinos reclaman como su capital. No había manera de saber si el rígido apretón de manos de las 3 de la madrugada del 15 de enero conduciría a una paz verdadera o a un nuevo brote de violencia.
En marzo de 1997, la paz comenzó a resquebrajarse. Arafat rechazó el primer paso del plan de retirada israelí de los territorios ocupados. Netanyahu anunció la construcción de un barrio judío en el corazón de Jerusalén este, considerada por los palestinos como la capital de su futura patria.
«Lo más triste de cuanto he ido columbrando -escribió el rey Hussein de Jordania a Netanyahu cuando las tensiones comenzaron a cobrar forma- es no encontrarle a mi lado en la tarea de cumplir con la voluntad divina de reconciliación final de todos los descendientes de los hijos de Abraham.»
Y el 21 de marzo la violencia estalló en Tel-Aviv, Jerusalén y Hebrón. La bomba de un palestino suicida mató a tres personas e hirió a otras cuarenta en un café de Tel-Aviv; era el primer ataque terrorista desde la elección de Netanyahu. El mismo día comenzaron los disturbios en Hebrón y en la zona árabe de Jerusalén este, en Har Homa, el sitio previsto para el asentamiento judío.
«Har Homa» figura codificado en el texto más sagrado de la Biblia. Aparece sin saltos de letras en la Mezuzah, esos quince versículos preservados en un rollo aparte que se fijan en la jamba derecha de las puertas de los hogares israelíes. Y codificadas junto a «Har Homa» se encuentran las ominosas palabras «todo su pueblo en guerra».
«Todo su pueblo en guerra», las palabras que habíamos hallado junto a la predicción del asesinato de Rabin y que volvimos a descubrir emparejadas con la oleada de atentados en Jerusalén y Tel-Aviv que acabaron con la paz pactada por Rabin y Arafat, nuevamente se hacían realidad en septiembre de 1996 y marzo de 1997. Esas mismas palabras aparecían junto al peligro final: «holocausto atómico».
Aunque toda chispa capaz de encender la mecha del holocausto estaba vaticinada, hasta que cada una de las crisis llegara a su fin no había cómo saber si aquélla no era más que otra escaramuza de una enemistad heredada hace ya cuatro mil años o el inicio definitivo del Armagedón.
Quizá sea imposible saber qué y cuándo a la misma vez. «La física ha renunciado a ello -dijo Richard P. Feynman, el premio Nobel considerado por muchos como el científico más importante después de Einstein-. Ignoramos cómo predecir lo que ocurrirá en una circunstancia dada. Lo único que puede predecirse es la probabilidad de los diferentes acontecimientos. Sólo podemos predecir las probabilidades.»
Y eso que la fisica cuántica es una rama altamente exitosa de la ciencia. Tal vez porque reconoce que la incertidumbre forma parte de la realidad.
«Nuestro mundo está claramente reflejado en ella -afirmaba Rips-. Es como si miráramos en un espejo. Nuestros esfuerzos por ver el futuro y hacer algo al respecto juegan, probablemente, cierto papel. Creo que es un acontecimiento interactivo muy complejo.»
Rips me confió que mientras trabajaba con su ordenador en el código, en busca de información, llegó a sentir en ciertas ocasiones que estaba en contacto con otra forma de inteligencia.
«El código de la Biblia no está respondiendo ahora -explicó-, sino que ya lo había pronosticado todo de golpe, por adelantado.»
Según Rips, la totalidad del código de la Biblia tuvo que ser escrito de golpe, en un solo instante.
«Lo percibimos como se percibe un holograma, que parece cambiar según lo miremos desde distintos ángulos a pesar de que la imagen, por supuesto, está pregrabada.»
Es la historia del género humano grabada hace más de tres mil años. No cuenta los hechos de forma secuencial, sino de golpe. Los acontecimientos modernos se superponen a los antiguos, el futuro está codificado en versículos que se refieren a un pasado bíblico. Un versículo puede contener tanto narraciones de aquella época como actuales y de hechos futuros con siglos de distancia entre si.
«El problema es cómo lo desciframos -continuó Rips-. Resulta más que evidente que no es fortuito ni casual, pero es como si tuviéramos un informe de inteligencia en el que sólo podemos leer una de cada veinte palabras.»
Rips, como siempre, se mostró cauteloso.
«Es el producto de una inteligencia superior. Puede que desee que comprendamos, puede también que no lo desee. El código no nos revelará el futuro si no lo merecemos.»
Yo no estaba de acuerdo. Si el mundo corría verdadero peligro, poco importaba si lo merecíamos o no. El codificador, si era bueno, seguramente nos advertiría. Pero existía una brecha infranqueable. Rips era religioso. Yo no. Para mí siempre existirían las mismas preguntas: ¿Quién codificó la Biblia? ¿Con qué objeto? ¿Dónde estaba ahora?
Para Rips siempre había una respuesta: Dios.
Al final de mis cinco años de investigación encontré la prueba definitiva de que el código bíblico era completamente real. Y la prueba escalofriante de que el mundo pudo estar más cerca del desastre en 1996 de lo que jamás podremos imaginar.
Nuestra agónica espantada de 1996 aparecía claramente señalada en el texto original de Isaías, el primero de los Apocalipsis bíblicos, el único libro de la Biblia hallado intacto entre los rollos del mar Muerto, el único que parecía predecir un ataque atómico en Jerusalén.
No estaba oculto en un código. Aparecía abiertamente expresado en las palabras de un rollo de 2500 años de antigúedad. El año figuraba en un solo versículo; el que contaba el futuro al revés.
Un destacado traductor de textos hebreos antiguos, el rabino Adin Steinsaltz, calificado por la revista Time como «ese erudito que se da una vez en un milenio», me señaló el versículo. Había ido a ver a Steinsaltz cuando tuve noticias del código de la Biblia. El rabino también es un científico, así que yo quería saber qué pensaba de un código bíblico que predecía el futuro, vaticinaba acontecimientos que ocurrirían miles de años después de escrito el Libro e informaba en detalle de un futuro que aún no existía.
-En la Biblia el tiempo está invertido -dijo Steinsaltz, señalando un extraño acertijo del texto hebreo original del Antiguo Testamento-. El futuro se escribe siempre en pasado y el pasado en tiempo futuro.
-¿Por qué? -pregunté.
-Nadie lo sabe -respondió él-. Quizá nos movamos en dirección opuesta al curso del tiempo -dijo, manifestando que las leyes de la física son temporalmente simétricas y fluyen tan bien hacia adelante como hacia atrás. Abrió su Biblia en busca de un pasaje del primero de los profetas: Isaías.
-Isaías señala que necesitas mirar atrás para ver el futuro -Donde Isaías dice «indica las señales de lo que ha de ser», podría leerse igualmente «indicaron el futuro hacia atrás».
»En realidad, estas mismas palabras pueden traducirse como «cuenta las letras al revés». Es como la escritura especular.
Miré las letras al revés, pero no encontré ninguna revelación sorprendente. Sólo años más tarde, tras descubrir que Isaías parecía vaticinar un ataque atómico, volví a reparar en el mismo versículo.
Isaías 41, 23 señala: «Indica las señales de lo que ha de ser [...] para que tengamos que contar y juntamente nos maravillemos.»
Y ahora, al mirar las letras al revés, el futuro contado hacia atrás, vi que la escritura especular formaba un año:
«5756.»
No estaba en ningún código. Estaba allí, al alcance de cualquiera.
En el versículo de 2500 años que «indicaba el futuro al revés», aparecía claramente expresado 1996, el año del vaticinado «holocausto atómico».
Y también la postergación. Superponiéndose a «5756», el texto invertido afirmaba abiertamente: «cambiaron el tiempo».
El interrogante planteado por las mismas letras hebreas que formaban el año 5756 -«¿Lo cambiaréis?»-tenía su respuesta decisiva en la más antigua de las visiones apocalípticas. Esta respuesta se encontraba abiertamente expresada en el versículo que nos pide que leamos al revés: «Lo cambiaréis.»
Hace más de dos mil años, el primer profeta, Isaías, anunció en el primer apocalipsis el año del verdadero Armagedón, 1996, y también su postergación.
Lo cual dejaba una pregunta sin respuesta: ¿hasta cuándo quedaba postergado?
Vi a Eli Rips una última vez la víspera del Año Nuevo de 1996. Juntos repasamos las estadísticas de los dos años más fuertemente ligados a todos los acontecimientos apocalípticos.
Los años 2000 y 2006 (5760 y 5766 en el calendario antiguo) eran los únicos de los cien próximos años que aparecían tanto junto a «holocausto atómico» como a «guerra mundial». Todos los peligros consignados en el código -«fin de los días», «holocausto de Israel», e incluso «gran terremoto»- también coincidían con «en 5766». Rips calculó las probabilidades. Eran al menos de una entre mil.
-Es algo excepcional, verdaderamente notable -dijo Rips-. Alguien puso deliberadamente esta información en la Torá.
Hasta ahí, de acuerdo; pero ninguno de los dos sabía si el peligro era real. Le dije a Rips que para mí seguía siendo tan inverosímil como las profecías bíblicas no codificadas o la existencia real del fin de los días.
-Si aceptas la declaración oculta de la Torá diijo Rips-, deberías aceptar también lo que la Biblia dice abiertamente.
Su razonamiento tenía lógica. Desde luego, el código informatizado parecía sustentar la milenaria profecía de la Biblia, y aun así para mi había una diferencia. Había visto cómo una se hacía realidad, pero no la otra.
-Acepté la realidad del código de la Biblia el día en que murió Rabin -expliqué, recordando el momento-. Estaba en una estación de tren, apoyado en una pared, hablando por un teléfono público con un amigo. De repente, mi amigo me interrumpió y dijo: «Espera un momento, están diciendo algo sobre Rabin.» Yo llevaba todo el día fuera, no había oído nada, pero al instante supe que la predicción se había cumplido y que Rabin estaba muerto. Resbalé pared abajo hasta quedar en el suelo. Y me dije en voz alta: «Oh Dios mio, es todo cierto.»
Rips lo comprendía.
-Fue exactamente lo mismo que sentí yo -me dijo-cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel el segundo día de la guerra del Golfo, tal como tres semanas antes habíamos descubierto que anunciaba el código.
»Me encontraba en una habitación estanca con toda mi familia. Mi esposa, mis cinco hijos y yo llevábamos máscaras de gas. Fuera se oía ulular las sirenas antiaéreas. Eran las dos de la mañana del 3 de Shevat o, lo que es lo mismo, el 18 de enero de 1991. El día señalado por el código.
»Sabía que los misiles volaban hacia nosotros. Nos enteramos de que ya habían impactado en Tel-Aviv y lo único que se me ocurrió decir fue: «¡Funciona! ¡El código funciona!»
Al estallar la guerra del Golfo, exactamente como y cuando estaba vaticinada, Rips llevaba seis años investigando el código bíblico. Sin embargo, tuvieron que llover misiles Scud sobre Israel para que sus dudas al respecto se disiparan del todo. De la misma manera, yo no creí plenamente en el código hasta que Rabin fue asesinado como y cuando estaba vaticinado.
-Como matemático estaba convencido mucho antes -prosiguió Rips-, pero otra cosa muy distinta era el terreno de lo real. Fue aquél un extraño momento de júbilo, agazapado en una habitación estanca, esperando que cayera el misil.
En cierta ocasión, otro científico me confesó haber experimentado sentimientos contradictorios parecidos al descubrir que toda vida sobre la Tierra podía estar condenada. Escribí la primera nota de portada sobre esa advertencia apocalíptica al descubrimiento de Sherry Rowland de que la industria química del hombre estaba destruyendo la capa de ozono en un momento en que todos lo tomaban por un chiflado al que apodaban «gallinita». Recordé lo que Rowland había comentado cuando se demostró que estaba en lo cierto y le concedieron el Premio Nobel.
«En ningún momento me puse a gritar ¡eureka! -recordaba Rowland-. Pero una noche llegué a casa y le dije a mi mujer: "El trabajo va muy bien: parece que efectivamente se acaba el mundo."»
Ahora, la víspera del Año Nuevo en Jerusalén, la ciudad que el código de la Biblia señalaba como blanco de un ataque atómico que podría desencadenar el verdadero Armagedón, le conté aquella anécdota a Eli Rips y ambos nos reímos. Pero no pude olvidar que, según el código, en un lapso máximo de diez años un «holocausto atómico» en Israel desencadenaña la tercera «guerra mundial» y que, tal vez, el «fin de los días» ya había empezado.
Resulta imposible ignorar la evidencia de que un código informatizado en la Biblia, confirmado por algunos de los más famosos matemáticos del mundo -un código que pronosticó con toda precisión la guerra del Golfo, la colisión de un cometa con Júpiter y el asesinato de Rabin-, también parece anunciar que el apocalipsis es un hecho inminente y que en una década a lo sumo nos enfrentaremos al verdadero Armagedón, una guerra nuclear de dimensión planetaria.
No obstante, el código de la Biblia es más que una advertencia. Quizá sea la información que necesitamos para evitar el desastre anunciado. «Código salvará» aparece justo encima de «holocausto atómico» y debajo de «fin de los días».
No es una promesa de salvación divina. No es una amenaza de condena inevitable. Es sólo información. El mensaje del código de la Biblia es que de nosotros depende que podamos salvarnos.
A la postre, nuestros actos determinan el resultado. Volvemos a estar, pues, donde siempre hemos estado, pero con una gran diferencia: ahora sabemos que no estamos solos.
COROLARIO
El periodista suele ocuparse de lo que sucedió, no de 10 que va a suceder. «Por lo general, la gente espera a que ocurran las cosas antes de ponerse a describirías escribió Jonathan Schell en su obra definitiva sobre la amenaza nuclear; The Fate of Earth-. Pero dado que no podemos permitirnos en modo alguno que ocurra un holocausto, por fuerza hemos de convertirnos en este caso en historiadores del futuro.» A esa misma conclusión llegué yo a regañadientes durante los días posteriores al asesinato de Itzhak Rabin.
-Sé muy bien por qué se ha metido usted en esto -le dije a Rips una noche, ya tarde, pocos días después de la muerte de Rabin y cuando nuestras dudas acerca de la veracidad del código se habían disipado. Es usted matemático, es creyente y lee la Biblia cada día. Pero se me escapan mis motivos. No soy devoto. Ni siquiera creo en Dios. Soy totalmente escéptico. Si hay alguien dificil de convencer de que todo esto es cierto, ése soy yo.
-He ahí el motivo -dijo Rips-. Usted puede dar a conocer el código al mundo moderno.
-Sólo soy el periodista que tropezó con ello -repuse. Pero en el preciso momento en que el código se convirtió en una realidad de vida o muerte, en que descubrimos que también vaticinaba un «holocausto atómico» en Israel, un ataque que podía provocar el estallido de la primera «guerra mundial» nuclear, me vi obligado a prevenir tanto a Peres como a Netanyahu de que el código parecía predecir un ataque atómico, del mismo modo que había advertido a Rabin de la predicción de su asesinato.
Jamás imaginé que acabaría buscando detalles del verdadero apocalipsis. Ni que el código de la Biblia anunciaría el «fin de los días» para el año en curso. Ni que las legendarias profecías bíblicas del Armagedón pudieran tener visos de realidad. En mi vida no había hecho otra cosa que Periodismo. Empecé en la sección nocturna de sucesos policiales. Siempre tuve una visión muy pragmática y nada fantasiosa de la realidad. Me propuse, por tanto, aplicar a esta historia el mismo rigor que a cualquier otra. Pero había dos problemas. Por un lado no podía concertar una entrevista personal con el codificador. Por el otro no podía contrastar los hechos futuros.
¿Añade el código secreto sólo un poco de lustre científico a la fiebre milenarista o nos está advirtiendo, quizá con suma inminencia, de un peligro real? No hay modo de saberlo.
Quizá el código no sea «verdadero» ni «falso». Quizá nos anuncia lo que podría ocurrir, no lo que ocurrirá sin remedio. Pero dado que no nos podemos permitir el lujo de asistir a la destrucción del mundo, en lugar de esperar a ver qué ocurre más vale que empecemos a tomar en serio el código secreto de la Biblia.
NOTAS A LOS CAPÍTULOS
Si bien el doctor Rips ha limitado su experimentación formal al libro del Génesis, ambos, él y yo, también hemos encontrado numerosos detalles precisos de acontecimientos modernos codificados en el resto de la Torá, que comprende los cinco primeros libros de la Biblia. El asesinato de Rabin, por ejemplo, estaba codificado en Números y el Deuteronomio.
«Me sorprendería que el código cuya existencia hemos probado sobradamente en el Génesis no existiera en el resto de la Torá», afirma Rips.
Admite, asimismo, que podrían estar codificadas otras partes del Antiguo Testamento, como los libros de Daniel o Isaías. El choque del cometa con Júpiter apareció en Isaías, donde la fecha del impacto figuraba con antelación al hecho. Por otra parte, el propio código de la Biblia parece confirmar la codificación de todo el Antiguo Testamento. «Él codificó la Torá, y más», señala el código, dando a entender que no sólo los primeros cinco libros, sino al menos algunos de los textos posteriores, podrían contener información oculta.
De hecho, la codificación más nítida del «código de la Biblia» emplea la palabra hebrea «Tanakh», que representa la totalidad del Antiguo Testamento. «Tanakh» es un acróstico formado con las primeras letras de cada una de las tres partes -la Ley, los Profetas y las Escrituras- que lo constituyen.
Atraviesa las palabras «código de la Biblia» un texto oculto que lo declara «sellado ante Dios», identificando al parecer el código secreto con el «libro sellado» de cuya revelación habla el texto original de la Biblia.
Rips utilizó para su experimento la versión en hebreo, el denominado Textus Receptus, del Génesis. En el programa de descodificación por ordenador se utilizó la misma versión de toda la Biblia. La edición más conocida de ese texto, la Jerusalem Bible (Koren Publishing Co., 1992), cuenta también con la traducción inglesa más ampliamente aceptada del Antiguo Testamento, de la cual se han extraido la mayoría de las citas originales que aparecen en la presente obra.1 También he consultado y empleado ocasionalmente una traducción inglesa del rabino Aryeh Ka-plan, Tize Living Toral' (Maznaim, 1981) preferida por algunos eruditos. Las citas del Nuevo Testamento proceden en su mayoría de la citada edición de la Biblia de Jerusalen y de la versión revisada por Valera, aunque también he recurrido a una edición moderna conocida como Nueva Versión Internacional.
Las afirmaciones de Rips que cito a lo largo del libro provienen de una serie de conversaciones que sostuvimos a lo largo de cinco años, sobre todo en su casa de Jerusalén, en su despacho de la Universidad Hebrea, en el de la Universidad de Columbia y en cientos de conferencias telefónicas.
NOTA 1. En la edición española se ha utilizado el texto de la Biblia de Jerusalén (Descleé de Brouwer, Bilbao, 1975), completado en alguna ocasión con el de La Santa Biblia revisada por Cipriano de Valera (Sociedades Bíblicas Unidas, 1960).
CAPITULO UNO: EL CÓDIGO
Conocí a Chaim Gun el 1 de septiembre de 1994. Esa misma noche Gun llamó al despacho de Rabin y, por la mañana, un chófer del primer ministro recogió la carta en la que le advertía de la predicción de su asesinato. Gun, ganador de los dos galardones literarios más destacados de su país, el Premio Bialik y el Premio de Literatura de Israel, era amigo de infancia de Rabin y continuaba perteneciendo a su círculo íntimo de amistades.
Yigal Amir, un judío ortodoxo de veintiséis años, disparó tres tiros, dos de los cuales alcanzaron a Rabin, tras un mitin político celebrado la tarde del 4 de noviembre de 1995 en Tel-Aviv. Luego diría que Dios le había ordenado hacerlo y declaró que la ley religiosa justificaba el crimen pues Rabin tenía pensado devolver las tierras que Dios había entregado a Israel.
El año hebreo de 5756, codificado junto a «asesinato de Rabin» y «Tel-Aviv», se inició en septiembre de 1995 y terminó en septiembre de 1996. Los años codificados en la Biblia pertenecen al antiguo calendario hebreo, que empieza a contar desde tiempos bíblicos, anticipándose en 3760 años al calendario occidental moderno.
Otras dos personas, además de Gun, sabían más de un año antes de que ocurriera que yo había encontrado el asesinato de Rabin vaticinado en la Biblia, y que había prevenido de ello al primer ministro. Cuando, en 1994, descubrí la predicción por primera vez, se la enseñé a Eli Rips, quien por entonces se encontraba en Nueva York como profesor visitante de la Universidad de Columbia. Por otra parte, durante el mismo viaje a Israel en que conocí a Gun me presentaron al general Isaac Ben-Israel, máximo responsable científico del Ministerio de Defensa israelí. La nota que le entregué, con fecha de 31 de agosto de 1994, señala: «La única vez que el nombre completo de Itzhak Rabin aparece codificado en la Biblia, las palabras "asesino que asesinará" lo cruzan... Creo que Rabin corre un grave peligro, pero también que el peligro puede ser evitado.» Más tarde volví a encontrarme con el general Ben-Israel en compañía de Rips, quien le informó sobre los detalles técnicos del código secreto.
Un mes antes del asesinato intenté nuevamente ponerme en contacto directo con Rabin. Él se había desplazado a Estados Unidos para firmar en la Casa Blanca una tregua con Arafat. El 30 de septiembre de 1995 le envié a su asesor principal un mensaje que decía: «El año pasado estuve en contacto con el primer ministro Rabin a través de su íntimo amigo Chaim Guri. Después de escucharme, Guri habló con el primer ministro y le envió una carta en la que le advertía de una posible amenaza contra su vida. El caso es que ahora he descodificado nuevos datos que apoyan la posibilidad de que el primer ministro Rabin se encuentre en grave peligro.» El asesor no me contestó y yo no pude llegar a Rabin, quien moriría cinco semanas más tarde.
Volví a hablar con Guri al día siguiente del magnicidio; luego volé a Israel y nos encontramos en Jerusalén. Tanto por teléfono como personalmente, Gun me contó cómo había reaccionado ante la veracidad de la predicción y, también, que su primer impulso había sido llamar al general Barak. Ehud Barak, el héroe militar más condecorado de Israel, fue durante años jefe del Estado Mayor del ejército, y así se había referido Gun a él; sin embargo, en la época del asesinató Barak era miembro del gabinete.
Mi primer contacto con el código secreto de la Biblia fue casual y tuvo lugar en junio de 1992 tras una reunión totalmente desvinculada del tema con el general Un Saguy, a la sazón jefe de los servicios secretos israelíes. La información me la proporcionó un joven funcionario, pero en la cúpula de la inteligencia israelí la existencia del código pasó prácticamente desapercibida hasta que, tiempo después, conseguí que Rips pusiera al corriente a algunos de los cargos más técnicos.
Rips es profesor adjunto del Departamento de Matemáticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Extrajo la cita del Genio de Vilna de una traducción de The Jewish Mmd, de Abraham Rabinowitz (Hillel Press, 1978).
Witztum, el colega de Rips, encontró anticipadamente la fecha exacta del primer lanzamiento de un misil Scud contra Israel, ocurrido el 3 de Shevat de 5751(18 de enero de 1991). Rips me confirmó que Witztum le comunicó la fecha y que él mismo la vio codificada en la Biblia tres semanas antes del inicio de la guerra del Golfo. Tiempo después, Rips y su mujer me contaron cómo se habían sentido la noche en que el misil hizo impacto exactamente cuando el código lo había previsto.
H. M. D. Weissmandel, el rabino checo que encontró los primeros indicios del código secreto, no llegó a hacer público su descubrimiento. Pero sus estudiantes publicaron más tarde un libro de edición limitada, Torat Hemed (Yeshiva Mt. Kisko, 1958), que contenía breves referencias a sus trabajos con el código previos a la segunda guerra mundial. Según el rabino Azriel Tauber, alumno de Weissmandel, este había transcrito, en una época anterior a la del ordenador, toda la Torá en tarjetas indexadas de cien letras dispuestas en diez hileras de diez letras, y luego había buscado palabras formadas mediante saltos equidistantes de letras.
En cuanto a los desvelos de Isaac Newton por dar con el código secreto de la Biblia, el primero en referirse a ellos fue el gran economista John Maynard Keynes en su libro Essays and Sketches in Biography («Newton, the Man», Meridian Books, 1956, PP. 280-290). También Richard S. Westfall cita en The Life of Isaac Newton (Cambridge University Press, 1993, p. 125) los apuntes teológicos de Newton y señala que el fisico «creía que en esencia la Biblia era una profecía de la historia humana». Véase también, del propio Westfall, Never at Rest: A Biograpl'y of Isaac Newton (Cambridge University Press, 1980, PP. 346 y ss.).
Accedí por primera vez al artículo sobre el experimento de Rips y Witztum a través del original mecanografiado que sometieron a la revisión de sus colegas, y de allí procede el resumen citado. El trabajo apareció finalmente publicado en una revista matemática norteamericana con el título de «Equidistant Letter Sequences in the Book of Genesis», Statistical Science (vol. 9, núm. 3, 1 de agosto de 1994), firmado por Doron Witztum, Eliyahu Rips y Yoav Rosenberg. Antes de que el artículo saliera publicado me puse en contacto con el editor de la revista, Robert Kass. Cito su editorial de la prueba de impresión que me leyó y que Statistical Science publicaría luego en la página 306. En el apéndice de este libro se reproduce el trabajo Original de Rips-Witztum.
Si bien Rips y Witztum afirman en este artículo que los nombres casaban con las fechas con una probabilidad de cuatro en un millón, experimentos posteriores arrojaron resultados de uno en diez millones. Los resultados originales se obtuvieron combinando los 32 nombres y las 64 fechas de tal modo que, de un millón de emparejamientos posibles, sólo uno era el correcto. Luego Rips y Witztum programaron el ordenador para que señalara qué parejas de entre el millón de ejemplos arrojaban mejores resultados, es decir, qué combinaciones aparecían más claramente apareadas en la Biblia. «En cuatro ocasiones se impusieron las parejas obtenidas por azar explica Rips-, en tanto que las parejas correctas lo hicieron en las 999995 ocasiones restantes.»
No obstante, en un segundo experimento en el que se separaron las combinaciones correctas de los emparejamientos por azar, de modo que sólo aparecían parejas correctas en la lista completa de 32 nombres con sus fechas de nacimiento y defunción, de los diez millones de permutaciones verificadas no hubo ninguna ocasión en que una pareja formada por azar arrojara mejores resultados que las correctas.
«Ni una sola de las parejas azarosas -me confió Rips-aventajó a las otras. Eso equivale a un resultado de 9999999 contra cero o bien de uno en diez millones.»
Harold Gaus me comunicó el resultado de su experimento independiente en el curso de una entrevista telefónica celebrada el 25 de enero de 1993, información que ampliaría en diciembre de 1996, también por teléfono. En el informe remitido a Statistica/ Science, Gans afirmaba: «Concluimos, pues, que estos resultados permiten corroborar los resultados comunicados por Witztum, Rips y Rosenberg.» Según sus propios cálculos, las probabilidades de que las ciudades de origen aparecieran codificadas junto a los nombres de los sabios eran de doscientas mil contra una.
Desde que en agosto de 1994 publicara el trabajo de Rips-Witztum, la revista matemática no ha recibido artículo alguno rebatiéndolo, según me confirmó Kass por teléfono en enero de 1997. En realidad, un científico australiano llamado Avraham Hasofer publicó una breve crítica del código de la Biblia en un pequeño periódico religioso, B'Or Ha'Torah (núm. 8, 1993, PP. 121-131). Pero eso fue antes de que Rips y Witztum hicieran públicos los resultados de su investigación. Hasofer ni rebatió las pruebas matemáticas de la existencia de un código en el Génesis ni realizó ningún tipo de experimento ni estudió las características del código secreto.
El también matemático australiano Brendan McKay cuestionó a través de Internet el experimento de Rips-Witztum cuando el presente ya estaba escrito. McKay dudaba de que el código descubierto en el Génesis existiera en el resto de la Biblia. No obstante, McKay ignoraba que la predicción codificada del asesinato de Rabin había aparecido con antelación al hecho en Números y en el Deuteronomio y que se habían encontrado menciones de otros acontecimientos relevantes en cada uno de los cinco libros de la Torá. McKay cuestionaba asimismo el método estadístico empleado por Rips; sin embargo, su trabajo es un borrador preliminar que aún no ha pasado las revisiones de otros colegas a las que el artículo de Rips sí fue sometido, ni ha sido remitido a Statistical Science ni al arbitrio de ninguna otra publicación. Rips ha respondido a McKay, instándole a la confrontación. «Creo que se equivoca», sostiene Rips.
Robert J. Aumann, el matemático más célebre de Israel, observó que, incluso en el caso de que McKay tuviera razón, sus propios resultados con el experimento de Rips-Witztum, tal como plantea en su borrador preliminar, siguen siendo de mil contra uno, es decir, científicamente consistentes y mucho más rigurosos que cualquier otradel experimento de Rips-Witztum alegando que, si se medían las columnas de la enciclopedia con mayor precisión, tres de los 32 nombres empleados por ellos habrían quedado fuera, en tanto que habría que añadir otros dos. Rips y Witztum aceptaron el reto y en diciembre de 1996 y enero de 1997 revisaron el experimento utilizando la lista propuesta por el colega escéptico. El resultado, anunció Rips, fue «veinte veces más favorable que antes»: en lugar de cuatro en un millón, las probabilidades fueron de dos en diez millones. Usando otro método de cálculo de probabilidades, el experimento original arrojaba un resultado de uno en diez millones y de cinco en cien millones el nuevo.
Yo mismo realicé un experimento, salvando las limitaciones: cogí veinte datos que aparecían codificados en el texto de la Biblia y los busqué en un texto de control del mismo tamaño, es decir, en las primeras 304805 letras de la versión hebrea de Crimen y castigo. La mitad de los nombres o frases no aparecían en absoluto y ninguno de ellos ofrecía información coherente o afín. Por ejemplo, ninguna secuencia regular de letras formaba las palabras «Itzhak Rabin» u «holocausto atómico». Lo cual era de esperar, porque las probabilidades de que el nombre completo de Rabin apareciera en un texto de 304805 letras son de diez contra una, y las de «holocausto atómico» de casi cien contra una.
Otras expresiones, como «presidente Kennedy» y «Shakespeare», aparecían codificadas en Crimen y castigo. Lo cual tampoco era inesperado, ya que ambos nombres tenían probabilidades de aparecer mediante alguna secuencia equidistante en un texto de ese tamaño. No obstante, mientras que en la Biblia la palabra «morir» seguía a «presidente Kennedy» y «Dallas» figuraba en el mismo sitio del código, en Crimen y castigo no se observaba correlación con la ciudad del atentado ni aparecía mención alguna del trágico suceso. De manera similar, «Shakespeare» figuraba en una ocasión, aunque sin conexión alguna con «Hamlet» o «Macbeth». Esta tendencia se repitió en cada uno de los veinte casos. Si bien aparecían a veces combinaciones azarosas de letras, nunca aportaban información coherente.
«Es evidente que si uno se empeña en buscar ejemplos en otros libros -señaló Rips-, finalmente encontrará algunas palabras próximas relacionadas entre sí. Estadísticamente sería de esperar que así fuera. Pero sólo en el código secreto de la Biblia la información es significativa y consistente. Y nadie ha encontrado en Guerra y paz o Crimen y cas tigo la predicción exacta de un asesinato un año antes de que éste se produjera, ni las fechas exactas de una guerra tres semanas antes de su estallido. Nadie ha encontrado nada que se le parezca en ningún libro, traducción o texto hebreo original distinto de la Biblia.»
La forma legendaria original de la Biblia tal como Dios se la dictó a Moisés -«continua, sin solución de palabras»-fue determinada por uno de los más grandes sabios de la historia, Najmanides, en su Commentaiy on the Toral' (Shilo, Charles Chavel, ed., 1971, vol. 1, p. 14). La continuidad del texto sagrado se expresa asimismo en su forma primigenia de rollo, es decir, no de libro dividido en páginas sino de pergamino único y desenrollable.
El comentario de Einstein acerca de que «la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión» está sacado de una carta que el físico envió a la familia de su viejo amigo Michele Besso el 21 de marzo de 1955 (Archivo Einstein, 7-245, publicada en The Quotable Einstein, Princeton University Press, 1966, p. 61). Besso trabajaba junto a Einstein como administrativo en la oficina suiza de patentes donde éste formuló su teoría de la relatividad. La carta citada fue escrita cincuenta años más tarde, poco después de la muerte de Besso y menos de un mes antes de que falleciera el propio Einstein. Conviene, por tanto, insertar esta declaración acerca de la verdadera naturaleza del tiempo en su contexto completo: «Ahora él ha partido de este extraño mundo un poco antes que yo. Lo cual nada significa. Para nosotros, los físicos creyentes, por persistente que sea, la distinción entre pasado, presente y futuro es pura ilusión.»
La cita de Stephen Hawking respecto de que «no es improbable que en un futuro tengamos la capacidad de viajar en el tiempo» procede de su introducción a The Physics of Star Trek (Basic Books, 1995, p. xii). Hawking repite esta convicción en la última edición de su libro A BricfHis tort of Time (Bantam, 1996, p. 211; versión castellana de Miguel Ortuño, Historia del tiempo, Crítica): «la posibilidad de viajar en el tiempo permanece abierta». Señala asimismo que cualquier forma avanzada de viaje espacial requeriría velocidades superiores a la de la luz, lo cual de hecho implica retroceder en el tiempo.
El impacto del cometa Shoemaker-Levy contra Júpiter se inició el 16 de julio de 1994 y fue observado por astrónomos de todo el mundo, con amplia cobertura en los medios de difusión. Los detalles citados corresponden a una serie de artículos aparecidos en el New York Times y en el número del 23 de mayo de 1994 de la revista Time.
Existe, desde hace casi diez siglos, una versión completa de la Biblia en su texto hebreo original, el códice de Leningrado, publicado en el año 1008. Se trata de la copia intacta más antigua del Tanakh. Existe una copia más antigua aún de la Biblia hebrea, el denominado códice de Alepo, en el Santuario del Libro en Jerusalén, pero partes del documento fueron destruidas por el fuego. Cuando este libro aún se encontraba intacto, el gran erudito del siglo XII Maimónides solía consultarlo. Por otra parte, entre los rollos del mar Muerto, cuya antiguedad supera los veinte siglos, se encontraron largos fragmentos de todos los libros de la Biblia (salvo el de Ester) y una copia completa del de Isaías.
Todas las Biblias en lengua hebrea original que existen en la actualidad son iguales letra por letra. Según Adin Steinsaltz, el principal traductor de textos hebreos antiguos, el Talmud señala claramente que no puede usarse y ha de ser enterrada bajo tierra toda copia de la Torá que tuviera una sola letra errónea.
El programa informático del código secreto de la Biblia utiliza el texto hebreo original universalmente aceptado. Queda, por tanto, fuera de toda sospecha la presencia detallada de información de la actualidad mundial en un libro escrito al menos mil o-muy probablemente- más de dos mil años atrás.
Mi encuentro con Kazhdan y Rips en Harvard tuvo lugar el 22 de marzo de 1994, en el despacho del primero. Sus comentarios sobre el código, citados en este capítulo, proceden de dicha reunión. El propio Kazhdan, junto con Piatetski-Shapiro de Yale y otros dos célebres colegas, firmó una declaración publicada en 1988, seis años antesde que el experimento de Rips-Witztum pasara las tres revisiones de rigor, en la que señalaba que, si bien aún era prematuro afirmar la confirmación del código, «los resultados obtenidos son lo bastante notables como para merecer mayor atención y alentar la realización de nuevos estudios».
En el momento del encuentro de 1994 en Harvard, el experimento original de Rips acababa de pasar la tercera y última de las revisiones. Kazhdan admitió entonces que creía en la existencia del código de la Biblia pero no sabía cómo explicarlo.
Mi encuentro con Piatetski-Shapiro tuvo lugar en noviembre de 1994 en el Institute for Advanced Study de Princeton, y de allí procede todo cuanto de él cito en este capítulo.
El comentario de Stephen Hawking sobre el principio de incertidumbre fue extraído de A Brief History of Time (Bantam, 1988, PP. 54-55).
El comentario de Einstein sobre la física cuántica y Dios fue extraído de una carta dirigida al físico Max Born, con fecha del 4 de diciembre de 1926, publicada en The Born-Einstein Letters (Macmillan, 1971, PP. 90-91).
El 25 de enero de 1996 me reuní con Robert J. Aumann en su despacho de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y todo cuanto he citado de él en este capítulo proviene de ese encuentro, salvo la afirmación final («El código de la Biblia es un hecho demostrado»), que pertenece a su presentación de Rips, que había sido invitado a exponer sus planteamientos ante la Academia Israelí de las Ciencias, el 19 de marzo de 1996.
Aumann era el experto matemático encargado de un modo más directo de supervisar el experimento original de Rips-Witztum, lo cual lo convierte en el mejor conocedor del trabajo de ambos. Me he encontrado y he conversado con Aumann en diversas ocasiones desde nuestro primer contacto. Su postura sigue siendo de un convencimiento escéptico: «Psicológicamente es algo muy difícil de aceptar, pero los procedimientos científicos son impecables.»
El hecho de que el código sugiriera la existencia de una «quinta dimensión» me llevó a entrevistarme con el jefe del Departamento de Física de Harvard, Sidney Coleman, y con uno de los principales expertos en los orígenes del universo, el físico del MIT Alan Guth. Ambos me confirmaron, en entrevistas separadas, que la mayoría de los físicos admite la existencia de una quinta dimensión, si bien nadie ha sido capaz de definirla aún. Ambos, sin embargo, señalaron una aparente paradoja: la quinta dimensión podría ser más pequeña que el núcleo de un átomo y sin embargo nosotros, y el universo entero, estaríamos dentro de ella.
El antiguo texto religioso citado por Rips es el Sefrr Yetzirah (El libro de la creación), escrito según cuenta la leyenda por el patriarca Abraham mil años antes de que Moisés recibiera la Biblia en el monte Sinaí. El libro de la creación afirma que vivimos en un mundo de cinco dimensiones, tres de las cuales son espaciales, otra temporal y una quinta espiritual. La ciencia moderna confirma las primeras cuatro y no se define respecto de la quinta.
El quinto versículo del primer capítulo de El libro de la creación define como sigue Las cinco dimensiones: «Una profundidad de principio / Una profundidad de fin, Una profundidad de bien / Una profundidad de mal, Una profundidad de arriba / Una profundidad de abajo, Una profundidad de este / Una profundidad de oeste, Una profundidad de norte / Una profundidad de sur» (extraído de The Book of Creation, traducción de Aryeh Kaplan, Samuel Weiser, 1990, p. 44).
Al citar esta antigua definición de la «quinta dimensión», Rips señala que cada dimensión se define como un sistema de medición y que la quinta puede contener a todas las demás en tanto está definida como la distancia entre el bien y el mal, «la mayor distancia del mundo», añade Rips.
CAPÍTULO DOS: HOLOCAUSTO ATÓMICO
En todo el Antiguo Testamento se repite el vaticinio de que una guerra terrible devastará Israel, y es precisamente esta profecía la que generará la más abarcadora visión difundida por el libro de la Revelación o Apocalipsis del Nuevo Testamento. La palabra «apocalipsis» viene del griego y significa «descubrir, revelar». Sin embargo, en la actualidad se la usa como sinónimo de la destrucción final revelada en la Biblia.
En el Antiguo Testamento, la destrucción final se refiere únicamente a Israel. Su más célebre expresión aparece en Daniel 12, 1: «Será aquél un tiempo de angustia como no habrá habido hasta entonces otro desde que existen las naciones.» No obstante, la primera mención apocalíptica se encuentra en Isaías 9, 13 y dice así: «Por eso cercena Yahvé a Israel cabeza y cola, palmera y junco, en un mismo día.» En Isaías 29, 1 la amenaza se cierne específicamente sobre Jerusalén, al igual que en Daniel 9, 12, donde se lee: «Una calamidad tan grande como no habría jamás bajo el cielo otra mayor que la que alcanzara a Jerusalén.» Tanto en Daniel como en Isaías 29 queda claro que el peligro ulterior pertenece a un tiempo que vendrá y que la destrucción de Jerusalén no sólo es cosa del pasado sino también del futuro.
La profecía más conocida de la «batalla final» pertenece al Apocalipsis 20, 7-9, y predice que Satanás conducirá un gran ejército contra Israel. Los nombres de las naciones de la horda invasora satánica, «Gog y Magog» (20, 8), provienen de hecho del libro de Ezequiel del Antiguo Testamento, donde se las describe tan sólo como enemigos que en algún impreciso momento futuro invadirán Israel desde el norte (Ezequiel 38-39). La palabra «Armagedón», también mencionada en el Apocalipsis (16, 16), es una transliteración griega de Megiddó, una ciudad del norte de Israel.
En la tensa situación actual de Oriente Medio se hace difícil recordar que cuando Rabin fue asesinado Israel atravesaba un insólito período de paz debido, en gran medida, al apretón de manos que protagonizaron Rabin y Arafat el 13 de septiembre de 1993 en los jardines de la Casa Blanca. Esa paz duró hasta el 25 de febrero de 1996, cuando, tal como había predicho el código, empezó la ola de terrorismo.
Las letras que forman el año hebreo de 5756 pueden leerse asimismo como una pregunta que yo he traducido como «¿Lo cambiaréis?». De hecho, en el texto hebreo el «lo» no se lee, pero está implícito. La traducción literal correspondería a una pregunta en segunda persona del plural: «¿Cambiaréis?» Lo decisivo no es aquí si cambiaremos nosotros, sino si seremos capaces de cambiar otra cosa. De manera que la mejor traducción de la pregunta formulada por las mismas letras que forman el año 5756, es decir, la que mejor transmite el sentido que tienen en hebreo, es «¿Lo cambiaréis?».
Mi carta original a Shimon Peres, fechada el 9 de noviembre de 1995, le fue entregada ese mismo día por Elhanan Yishai, que conocía al primer ministro desde que éste contaba trece años y continuaba siendo su amigo intimo y aliado en el Partido Laborista. Yishai me contó cuál había sido la reacción de Peres tras reunirse con él menos de una semana después del asesinato de Rabin. Pocos días más tarde mantuve una conversación con la secretaria de Peres, Eliza Goren, en el despacho del primer ministro, y a esa ocasión pertenece el comentario que cito. Volví a ver a Goren en Nueva York el 10 de diciembre de 1995, oportunidad en que le entregué otra versión de la carta que le había enviado a Peres.
La cita del informe sobre los peligros del terrorismo nuclear fue extraída de la declaración introductoria del senador estadounidense Sam Nunn, vicepresidente de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado, tal como aparece transcrita en las actas de la sesión del 31 de octubre de 1995. Con ligeras modificaciones, el texto forma parte del informe final de la comisión, «Global Proliferation of Weapons of Mass Destruction» (Sen. Hrg. 104-422, p. 4.).
La afirmación de que en la deteriorada ex Unión Soviética «hasta las patatas están mejor guardadas» que las armas nucleares pertenece a Mijail Kulik, el funcionario que investigó el robo de 13,5 kilos de uranio enriquecido de un astillero de submarinos nucleares próximo a Múrmansk. La cita aparece en el artículo de Phil Williams v Paul Woessner, «The Real Threat of Nuclear Smuggling», publicado en Scientific American (enero de 1996, p. 42). Este peligro fue confirmado por varios expertos en terrorismo nuclear de dentro y fuera del gobierno de Estados Unidos, incluidos diversos funcionarios del Pentágono y la CIA con quienes pude conversar extraoficialmente.
Recibí por parte de un importante científico ruso la oferta de venderme un sistema de misiles soviético, que él había contribuido a desarrollar, en el curso de una reunión celebrada en Moscú en septiembre de 1991. Al parecer, la evidente pauperización de los principales científicos nucleares, que tanto me chocó durante los primeros tiempos del colapso de la URSS, persiste hasta el día de hoy. En octubre de 1996, Víadimir Nechai, director de la unidad de diseño de armas nucleares más importante de Rusia, se suicidó a causa de la vergúenza que sufría por no poder pagar a sus científicos, a veces durante meses. El 15 de noviembre de 1996, otro funcionario ruso daba cuenta en una columna del New York Times, durante el funeral de su colega, de la triste situación de los científicos presentes:
«Allí estaba el orgullo de la ciencia rusa; allí estaban los fisicos de renombre mundial, con sus trajes deshilachados y sus descoloridas camisas de puños raídos.» Grigory Yavlinsky, el funcionario citado, concluía: «En Rusia nadie puede garantizar la seguridad de los programas termonucleares.»
Mi conferencia telefónica con el general Jacob Amidror tuvo lugar en noviembre de 1995. Amidror era por entonces subdirector de Aman, la agencia militar de inteligencia israelí. Ahora es el principal asesor del ministro de Defensa.
El general Danny Yatom se puso en contacto conmigo por carta el 18 de diciembre de 1995, pero no hablé con él hasta los primeros días de enero de 1996. La carta de Yatom decía: «Con referencia a su carta del 10 de diciembre de 1995, el primer ministro, don Shimon Peres, me ha pedido que me encuentre con usted para que conversemos.» En posteriores conversaciones telefónicas, Yatom, que por entonces era asesor militar de Peres, quedó en organizar un encuentro directamente con el primer ministro. La cita de Yatom corresponde a una de estas conversaciones telefónicas. Mi encuentro del 26 de enero de 1996 con Shimon Peres en el despacho de éste en Jerusalén fue organizado por Yatom y en él estuvo presente Goren. Las preguntas que cito de Peres corresponden a esta reunión.
La declaración de Gadafi, difundida el 27 de enero de 1996 por la agencia libia de noticias, apareció en la prensa israelí al día siguiente. La cita es una traducción directa del diario Ha'aretz.
Mi encuentro con el general Yatom se produjo el 28 de enero de 1996 en el despacho del primer ministro en Jerusalén. Yatom me dijo que ya había hablado con Peres acerca de nuestra reunión, y que también conocía la declaración de Gadafí. Las afirmaciones que cito de Yatom corresponden a ese encuentro.
El discurso en el que Peres hacía referencia al peligro del terrorismo nuclear fue pronunciado en Jerusalén el 30 de enero de 1996. La cita fue extraída de la nota del 31 de enero del Jerusalem Post. Poco después, Peres se ratificó en sus declaraciones en el programa «Nightline» de la cadena ABC (29 de abril de 1996): «Por primera vez en la historia, un movimiento malicioso y maléfico, amparado bajo un manto religioso, puede adquirir estas devastadoras armas. Imaginen lo ocurrido si Hitler hubiera tenido una bomba nuclear.»

CAPíTULO TRES: «TODO SU PUEBLO EN GUERRA»
El atentado con bomba del 25 de febrero de 1996 en Jerusalén y la serie de atentados que se sucedieron durante los nueve días siguientes recibieron amplia cobertura periodística en el mundo entero. El relato en que me he basado procede de sendos artículos de New York Times y Jerusalem Post. A pesar de que descubrimos la fecha (5 de Adar en el calendario hebreo) el día del asesinato de Rabin, ocurrido casi cinco meses antes, el hecho de que la predicción -«todo su pueblo en guerra»-sonara tan poco inminente me llevó a no comunicársela a Peres cuando éste me recibió en enero. Sin embargo, en el último momento, la víspera del domingo del atentado, intenté ponerme en contacto con el general Yatom, pero en su despacho nadie cogió la llamada.
Me encontré con Yatom el 30 de abril de 1996 a las puertas de la embajada israelí en Washington, tal como habíamos quedado por teléfono el día anterior.
El 28 de mayo de 1996, vispera de los comicios electorales en Israel, llamé a Eli Rips para decirle que había encontrado codificadas en la Biblia las palabras «primer ministro Netanyahu». En el transcurso de esa misma conferencia, Rips descubrió que «elegido» cruzaba el nombre de Netanyahu. Le comenté a Rips que dudaba de que esto fuera a ocurrir y le pregunté qué pensaba del aparente fallo del código secreto. Él sugirió que esperásemos a saber el resultado. Admitió asimismo que era increíble que dos alusiones de muerte atravesaran las palabras «primer ministro Netanyahu», pero expresó dudas sobre si tenían que ver directamente con los hechos actuales codificados en el mismo sitio dado que no aparecían codificadas más que en el texto bíblico original.
«Claro que tenía las mismas reservas -dijo Rips-respecto del asesinato de Rabin, así que ahora no sé qué pensar.»
Las palabras que contienen el nombre «Amir» en la matriz donde «Netanyahu» figura junto a «Itzhak Rabin» -«cambió la nación, los hará malvados»-aparecen en el texto bíblico original en sentido inverso y superpuestas a «Amir», que está codificado también en sentido inverso. Todo esto se encuentra en el mismo versículo que habla del «nombre del asesino», u homicida, Números 35, 11.
Tras conversar por teléfono con Ben-Zion Netanyahu el 3 de junio de 1996, le envié la ya citada carta del 29 de mayo dirigida a su hijo. Cuando volvimos a hablar, el 9 de junio, me confirmó que la había recibido y se la había entregado al primer ministro el viernes 7 de junio.
El libro del profesor Netanyahu Tl'e Origins oflnquisition fue publicado por Random House en 1995. Se lo dedicó a su otro hijo, Jonathan, muerto el 4 de julio de 1976, cuando dirigía el célebre rescate en Entebbe.
El 31 de julio de 1996, Rips telefoneó en mi presencia al señor Netanyahu. Le confírmó entonces que el código de la Biblia era un hecho demostrado y que tanto «holocausto atómico» como «holocausto de Israel» aparecían en él. Yo me entrevisté ese mismo día con Ben-Zion Netanyahu en su casa de Jerusalén; a esa ocasión corresponden las frases citadas. Un día después, el 1 de agosto por la noche, volví a visitar al señor Netanyahu en su casa, y también cito frases correspondientes a esa ocasión. Mi última conversación telefónica con Ben-Zion Netanyahu durante ese viaje a Israel tuvo lugar el 3 de agosto; cito asimismo frases extraídas de esa conversación.
La última carta que envié al primer ministro Netanyahu data del 20 de agosto de 1996 y nuevamente su padre actuó como intermediario.
CAPíTULO CUATRO: EL LIBRO SELLADO
La descripción del «libro sellado» pertenece a Apocalipsis 5, 1-5, y la historia del Mesías que romperá los «siete sellos» se desarrolla en Apocalipsis 6-8. La versión original del mismo episodio pertenece a Daniel 12,1-4.
Resulta sorprendente que, en el Nuevo Testamento, el libro sellado se abra para liberar a los cuatro jinetes del Apocalipsis, para que los muertos clamen venganza de los vivos, para provocar un gran cataclismo y apagar el sol, la luna y las estrellas y, por fin, para «silenciar el cielo». En cambio, en el relato original del Antiguo Testamento el libro sellado se abre para salvar al mundo del desastre: «En aquel tiempo se salvará tu pueblo: todos los que se encuentren inscritos en el libro» (Daniel 12, 1).
Varios biógrafos, Keynes entre ellos, han constatado la atención prestada por Isaac Newton a Daniel y el Apocalipsis. Al describir los papeles ocultos de Newton, Keynes señala (p. 286): «Hay otra importante sección dedicada a los distintos escritos apocalípticos -libro de Daniel, libro del Apocalipsis-de los cuales Newton pretendía deducir las verdades secretas del universo.»
El «fin de los días» aparece en cuatro ocasiones en el texto hebreo original de la Biblia: en Génesis 49, 1-2; Números 24, 12; Deuteronomio 4, 30, y Deuteronomio 31,
29. También hay otra mención bíblica del «fin de los días» en las palabras finales de Daniel 12, 13.
Existen tres formas de escribir un año hebreo en letras. Mediante el ordenador me dediqué a buscar cuál de las tres formas posibles de los próximos 120 años ofrecía el mejor emparejamiento con ambas expresiones bíblicas del «fin de los días». De los 360 emparejamientos posibles para cada una de las dos maneras de denominar el «fin» en el original hebreo, Sólo un año coincidía con ambas: el año 5756, correspondiente en el calendario moderno al que empezó en septiembre de 1995 y terminó en septiembre de 1996.
El «tiempo de angustia» se predice en Daniel 12, 1. La promesa de salvación, «se salvará tu pueblo», se encuentra también en Daniel 12, 1.
Uno de los primeros rollos del mar Muerto que salió a la luz era una profecía no bíblica de «la guerra entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas» que ofrecía una detallada descripción militar de la batalla final. Quien desee recabar información más exhaustiva sobre las profecías apocalípticas a lo largo de la historia puede buscarla en When Times Shall Be No More, de Paul Boyer (Harvard University Press, 1992).
El episodio bíblico en que Dios le entrega la Torá a Moisés pertenece a Éxodo 24, 12. Asimismo, en Deuteronomio 31, 24 se identifica claramente a Moisés con el hombre que escribió «las palabras de esta Torá en un libro». En cuanto al relato del descenso de Yahvé al monte Sinaí que figura en el presente capítulo está basado en la vívida descripción del mismo en Éxodo 19, 16-20.
Las citas de Paul Davies corresponden a la obra titulada The Mmd of God (Touchstone, 1993, p. 96).
El New York Times sugirió el 18 de febrero de 1997 que los «ordenadores cuánticos» podrían estar a nuestro alcance y que la humanidad estaría en condiciones de integrar el mundo dentro de átomos y crear «un método de procesamiento de información tan potente que sería para la informática actual lo que la energía nuclear para el fuego».
El fragmento en el que el astrónomo Carl Sagan plantea que una tecnología extraterrestre avanzada podría parecernos «incluso mágica» pertenece a Pale Blue Dot (Random House, 1994, p. 352).
En términos similares se expresó Arthur C. Clarke, el autor de 2001: «Toda tecnología lo bastante avanzada resulta indiscernible de la magia.»
La descripción del «artefacto extraterrestre» imaginado por Paul Davies pertenece a su obra Are We Aloiie? (Basic Books, 1995, p. 42). En su famosa versión cinematográfica de 200J, Stanley Kubrick incorpora un misterioso monolito negro que aparece en los momentos culminantes de la evolución humana cada vez que estamos a punto de acceder a un nivel superior de desarrollo. Cuando le hablé acerca del código de la Biblia, lo primero que dijo Kubrick fue: «Es como el monolito de 2001.»
El formato original de la Biblia como piedra tallada se menciona en Deuteronomio 27, 2-8, el pasaje donde Moisés insta a su gente a escribir «en esas piedras todas las palabras de esta ley».
La cita de Jack Miles pertenece a God: A Biography (Knopf, 1995, p. 365; versión española: Dios. Una biografra, trad. de Dolors Udina, Editorial Planeta, 1996).
El apodo de José, «Safnat Panéai», aparece en Génesis 41, 45. Kaplan ofrece un completo análisis de las hipótesis barajadas por los eruditos respecto de su significado en The Living Toral' (p. 207), incluida una representación jeroglífica egipcia del nombre. El «revelador de misterios» aparece en Daniel 2, 47. La afirmación de Miles respecto de que el Dios que ayudaba a José parecía ser capaz de revelar el futuro pero no de modificarlo pertenece a God (ob. cit., p. 365), al igual que su imagen del futuro como un «vasto rollo de película» que puede visionarse antes de ser proyectado.
La cita de Isaías 45, 7 que me leyó Rips, en la que Dios afirma con toda nitidez que Él es tan bueno como malo, causó un revuelo nacional en Estados Unidos cuando en 1996 un rabino la citó en la serie televisiva «Génesis» de la PBS. No deja de ser curioso que causara tanto asombro y controversia, toda vez que la declaración no permanecía oculta sino a disposición de todo aquel que quisiera leerla en un libro de la Biblia de 2500 años de antiguedad, tanto en la versión hebrea original como en sus traducciones más difundidas, incluida la King James Version. Si transcurridos varios milenios la mayoría de la gente continuaba sin saber o sin poder aceptar-algo que la Biblia ponía claramente en boca de Dios, ¿cómo iba a aceptar la existencia de un código secreto?
La traducción alternativa de las palabras finales del libro de Daniel no está oculta en ningún código; simplemente se trata de otra manera de leer las diáfanas palabras del texto.
CAPÍTULO CINCO: EL PASADO RECIENTE
Isasías dice que «para ver el porvenir hay que mirar hacia atrás» en el versículo 41, 23, aseveración sobre la que vuelvo con mayor insistencia en el capítulo ocho. Si bien cobra un significado especial en la Biblia, cualquiera con un buen conocimiento de la historia afirmaría algo muy parecido. Por ejemplo, fue Churchill quien dijo: «Cuanto más atrás miremos, más lejos podremos mirar hacia adelante.» Y el filósofo George Santayana advirtió: «Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.»
En junio de 1992 visité a Doron Witztum, el colega de Rips, en su casa de Jerusalén, y conversamos acerca de su investigación en torno al código. Witztum publicó por su cuenta una edición limitada de sus conclusiones titulada The Additional Dimension (Israel, 1989). El material sobre el Holocausto que cito en el primer capítulo procede de esta edición.
Desde mi primera semana de trabajo junto a Eli Rips observé un hecho significativo: encontrábamos en el código tanto nombres y lugares relacionados con acontecimientos históricos como con los sucesos que aparecían en las portadas de los periódicos del día, cosas que se me ocurrían en el momento y pedía a Rips que buscara. De manera similar, cuando la gente me empezó a pedir luego que buscara nombres o acontecimientos que no se me habían pasado por la mente, a menudo los encontraba conectados con información de relevancia. Sonny Melita, un editor de Knopf con quien coincidí mientras escribía este libro, me pidió que buscara a Mahatma Gandhi. En una misma secuencia equidistante aparecían «M. Gandhi» y las palabras «le matarán», del mismo modo en que a «presidente Kennedy» seguía inmediatamente la palabra «morir».
Fue Witztum quien encontró en el código la predicción del asesinato de Sadat.
La adquisición por parte de Abraham, hace unos cuatro mil años, de lo que hoy se conoce como Tumba de los Patriarcas, en Hebrón, se relata en Génesis 23 con todo lujo de detalles, incluido el regateo entre Abraham y el hitita Efrón, zanjado en un precio de «400 siclos de plata».
Los planes del culto de Aum Shinrikyo están documentados en un informe de una comisión del Senado estadounidense sobre amenazas terroristas con armas no convencionales titulado «Global proliferation of Weapons of Mass Destruction» (Permanent Subcommittee on Investigations, Sen. Hrg. 104-422). «La mañana del 20 de marzo de 1995 centró la atención mundial», dijo el senador Nunn, vicepresidente de la comisión, refiriéndose al día en que el gas venenoso se diseminó por la red del metro de Tokio. «La secta conocida como Aum Shinrikyo (y no un país en tiempos de guerra) se convirtió así en el primer grupo en usar armas químicas a gran escala. Creo que este atentado indica que hemos entrado en una nueva era» (p. 5).
El informe del Senado hablaba de Second Set of Predictions, el libro de Shoko Asahara, el líder de la secta, en el que afirma: «Estoy convencido de que en 1997 se desatará el Armagedón.» Según un experto estadounidense en terrorismo, los documentos incautados durante la detención de Asahara revelaban que éste ya había fijado una fecha anterior para el Armagedón: 1996.
Los detalles del atentado de la ciudad de Oklahoma han sido extraídos de artículos del New York Times y las revistas Time y Newsweek.
Un experto en terrorismo nuclear del Pentágono me comentó tiempo después que silos terroristas de Oklahoma hubieran podido llenar una lata de Coca-Cola con plutonio y lo hubiesen añadido a su primitiva bomba de fuel-oil y fertilizante, habrían hecho inhabitable la ciudad de Oklahoma durante al menos un siglo.
CAPÍTULO SEIS: ARMAGEDÓN
La historia del descubrimiento de los rollos del mar Muerto se describe en el autorizado libro de Millar Burrows The Dead Sea Scrolls (Viking, 1956, PP. 4-5). Varias son las versiones del relato, pero casi todas hablan de un beduino que tropezó accidentalmente con los bimilenarios rollos. Hay quienes hablan de un contrabandista en lugar de un joven pastor.
En su libro Wl'o Wro te tl'e Dead Sea Scrolls? (Touchstone, 1995), Norman Golb afirma que los rollos se escondieron antes de la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos en el año 70 a. J.C. para evitar que la Biblia y otras escrituras del Templo cayesen en manos de éstos. Los rollos aparecerían en Qumran, en las grutas de los acantilados que coronan el mar Muerto.
El único libro completo de la Biblia que apareció entre ellos fue el de Isaías. El rollo original, envuelto alrededor del cilindro que se encuentra en el centro del Santuario del Libro, estuvo expuesto hasta que los conservadores descubrieron que el pergamino se estaba deteriorando. Lo que está expuesto en la actualidad es un facsímil, en espera de que acabe la restauración del original.
En una entrevista telefónica efectuada el 21 de octubre de 1996, Armand Bartos, el arquitecto del Templo, me confió que el cilindro estaba diseñado para retraerse y quedar recubierto de placas de acero que protegerían el rollo de Isaías en caso de guerra nuclear. Al parecer, este sistema diseñado por él ha perdido su funcionalidad.
En Isaías 29 se describe un apocalipsis, y la primera referencia bíblica a un «libro sellado» aparece en Isaías 29, 11.
La traducción alternativa del pasaje de Isaías 29,17-18, en el que se anuncia que el libro sellado se abrirá y sus secretos serán revelados, no se encuentra oculta en un código secuencial sino en un fragmento de texto espaciado de manera ligeramente distinta a la original.
Verifiqué la aparición de «guerra mundial» y «holocausto atómico» en relación a cada una de las tres maneras de anotación anual hebrea para los próximos 120 años. De los 360 emparejamientos posibles para cada una de las dos expresiones, sólo dos años coincidían en ambos casos: 5760 y 5766, correspondientes a los años 2000 y 2006 del calendario moderno. Posteriormente, Rips evaluó las posibilidades estadísticas de ambos emparejamientos y confirmó su carácter «excepcional».
El cálculo de que en el mundo actual hay unas cincuenta mil armas nucleares parte de expertos del Pentágono en proliferación de armamento nuclear. Estos mismos expertos sostienen que los misiles balísticos de tierra, tanto rusos como norteamericanos, pueden alcanzar cualquier blanco terrestre en media hora, y que los submarinos nucleares pueden bombardear casi cualquier ciudad importante en menos de quince minutos. Una guerra nuclear moderna causaría daños mucho mayores en sólo unas pocas horas que la segunda guerra mundial en seis años. (Véase también The Fate of tl'e Eartl', Jonathan Schell, Knopf, 1982).
La Mezuzha contiene quince versículos del último libro de la Biblia primigenia, los correspondientes a Deuteronomio 6, 4-9, y 11, 13-21, un total de 170 palabras hebreas que siempre se escriben en veintidós líneas. Este rollo pequeño se suele guardar dentro de una caja de metal o madera que se fija a la parte superior de las jambas derechas, tal como lo manda la Biblia: «las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas». «Mezuzah» quiere decir jamba en hebreo.
La declaración del senador Nunn ha sido extraída de «Global Proliferation of Weapons of Mass Destruction» (Sen. Hrg. 104-422, p. 4), y otro tanto ocurre con la declaración del senador Richard Lugar (Pp. 10-11).
La cita de Peres procede de su discurso del 30 de enero de 1996 en Jerusalén.
Jerusalén es la única de las nueve ciudades mundiales más susceptibles de recibir un ataque nuclear cuya relación en el código con «holocausto atómico» o «guerra mundial» resulta significativa a nivel estadístico; es, además, la que presenta la secuencia equidistante más corta. Entra en un versículo: Deuteronomio 5, 9. Por lo demás, el nombre bíblico de Jerusalén, «Ariel», también aparece codificado junto a «holocausto atómico» y «guerra mundial». Es con este nombre que se menciona a la ciudad en la primera visión apocalíptica, la de Isaías 29, 1-2.
«Ariel» tiene asimismo en hebreo el sentido literal de «pira sacrificial», el sitio en el que se hacían las ofrendas ardientes. En Isaías 29, 2, esta asombrosa relación salta a la luz sin dobleces: «Y será para mí como pira sacrificial.» Seguidamente, Isaías relata su visión de la destrucción futura de Jerusalén en palabras que parecen describir un holocausto atómico.
La descripción de Schell de la explosión atómica que arrasó Hiroshima el 6 de agosto de 1945 procede de The Fate of tl'e Eartl' (p. 37). Cito, sin elipsis, sólo unas pocas frases de su minuciosa descripción. También su descripción de una explosión nuclear terrestre, en la que parecen resonar las antiguas palabras de Isaías, ha sido citada, nuevamente sin elipsis, de The Fate of tl'e Eartl' (pp. 5051, 53). Schell advierte que la bomba de 12,5 kllotones lanzada sobre Hiroshima era, «en comparación con las actuales, un pequeño proyectil, clasificada en cualquier arsenal nuclear de hoy en día entre las armas puramente tácticas» (p. 36).
Si se desea obtener información más exhaustiva sobre la larga y sangrienta historia de conflictos religiosos en Jerusalén, véase Jerusalem, de Karen Armstrong (Knopf, 1996). En su reseña de este libro, el enviado especial en Jerusalén del New York Times comentó: «A pesar de que tres religiones monoteístas la consideran sagrada, no hay ciudad con una historia de masacres, destrucción y enfrentamientos como ésta» (New York Times Book Review, 8 de diciembre de 1996, p. 13).
El versículo del «Armagedón» ha sido tomado de las versiones antes citadas del Nuevo Testamento, Apocalipsis 16, 14, y 16, 16. En cuanto a la etimología de la palabra «Armagedón», véase Tl'e Oxford Companion to the Bible (Oxford University Press, 1993, p. 56). Según explica esta obra de referencia, el término sólo aparece en Apocalipsis 16, 16, donde se lo identifica específicamente con la localización «hebrea» de la batalla final. Luego continúa: «Los estudiosos suelen explicar la palabra Armagedón (en algunas versiones, Harmaguedón) como una transliteración griega de la frase hebrea l'ar megiddo ("la montaña de Megiddó").»
El versículo de «Gog y Magog» está en Apocalipsis 20, 7-8.
La obra de referencia de Oxford University Press (p. 256) señala que el Apocalipsis cita al parecer equivocadamente los versículos 38-39 de Ezequiel, donde se identifica a «Gog» como el gobernador del país de «Magog». El comentario añade que «se desconoce la ubicación específica de Magog».
La versión original de Ezequiel 38, 15 vaticina de manera clara que Israel será invadido por el norte. En ese versículo, el código forma la palabra «Siria»; en Ezequiel 38, 5 aparecen los nombres antiguos de Irán y Libia. La carnicería subsiguiente se encuentra en Ezequiel 39, 17-18.
La visión de Einstein sobre las guerras mundiales tercera y cuarta fue citada en una exposición de su manuscrito original de la teoría de la relatividad en el Museo de Israel en Jerusalén, donde también se encuentra el Santuario del Libro que alberga los rollos del mar Muerto. También puede leerse en la página 223 de The Quotable Einstein.
CAPÍTULO SIETE: APOCALIPSIS
«El gran terror» aparece en Deuteronomio 34, 12. Es éste el último versículo de la Biblia primigenia, las últimas palabras que, según la Biblia, dictó Dios a Moisés en el monte Sinaí.
La traducción de Kaplan de los tres últimos versículos de la Torá reza: «No ha surgido en Israel otro profeta como Moisés, a quien Yahvé conoció cara a cara. Nadie como él en todas las señales y prodigios que Yahvé le envió a hacer en tierra de Egipto, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel.»
El texto oculto del último versículo no es exactamente un código sino que surge de una espaciación del texto ligeramente distinta a la original. La advertencia es muy evidente: «para todos, el gran terror: fuego, terremoto», y sería inconcebible que el último de los secretos que revela la Biblia se encuentre allí por casualidad.
Hay tres años que se emparejan aceptablemente con «el gran terror», y son 2000, 2014 y 2113. Resulta sorprendente que todos los peligros apocalípticos, tanto los de causa humana como natural, aparezcan agrupados en el código secreto dentro de esa misma franja de tiempo.
El «gran terremoto» se vaticina en Apocalipsis 16, 18, y 16, 20. Hay una visión anterior del «gran terremoto» en Ezequiel 38, 19-20, claramente localizado en «la tierra de Israel». Aún anterior es la versión de Isaías 13, 13, donde el terremoto amenazado parece tener alcances globales e incluso cósmicos.
Si bien la denominación hebrea de «Los Ángeles» no aparece en el código secreto con todas las letras, la forma abreviada «L. A. Calif.» es, de todas las grandes ciudades del mundo, la que mejor se empareja con «gran terremoto» y, también, con «fuego, terremoto». Ambas codificaciones coinciden con el mismo año, «5770», 2010 del calendario moderno.
Un informe del Servicio Geológico de Estados Unidos publicado en el Bulletin of the Seismological Societv Of America (vol. 5, núm. 2, abril de 1995, pp 379-439), prevé un gran movimiento sísmico en el área meridional de California antes del año 2024.
El 23 de octubre de 1996 entrevisté a David Schwartz, el coordinador para California del mencionado servicio, quien me confirmó que se espera un importante seísmo en el sur de California dentro de los próximos treinta años, y añadió que la segunda zona más proclive de Norteamérica a sufrir un terremoto de estas características es el norte de California. Si bien Schwartz admitió que no se sabía aún con qué nivel de acierto contaban, no cabía duda de que las dos zonas más calientes del mapa eran ésas.
El gobierno chino cifró las víctimas mortales del gran terremoto de 1976 en Tangshan en 242000; no obstante, medios como el New York Times hablaron de ochocientos mil muertos.
En abril de 1993 informé a mi editor, Dick Snyder, que el código secreto señalaba a Japón como epicentro de una serie de terremotos. El seísmo de Okushiri tuvo lugar el 12 de julio de 1993; el código señalaba fecha (mes) y lugar. Mi entrevista con la ministra nipona Wakako Hironaka se desarrolló en septiembre de 1993, en su despacho de Tokio. El 16 de enero de 1995 ocurrió el seísmo de Kobe, que se cobró más de cinco mil vidas.
Actualmente, casi todos los científicos aceptan la hipótesis de que los dinosaurios desaparecieron de la faz de la Tierra al caer un asteroide, hace aproximadamente 65 millones de años, en lo que es hoy el golfo de México. Las ú]timas investigaciones sugieren que el impacto habría provocado en Norteamérica una tormenta de fuego que acabó de inmediato con la vida en este continente y que la posterior nube de polvo y humo que oscureció el planeta provocó la extinción total de los dinosaurios. El primero en postular, en 1980, la teoría del asteroide fue Walter Álvarez un geólogo de Berkeley. Los últimos descubrimientos en este terreno fueron publicados en el número de noviembre de Geology Magazine por Peter Schultz y Stephen D'Hondt.
La creación del «gran Tanín» se describe en Génesis 1, 21. El nombre del dragón contra el que Dios luchó, «Ráhab», se encuentra en Isaías 51, 9. El pasaje es una plegana: «¡Despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas! ¿No eres tú el que partió a Ráhab, el que atravesó al dragón?» Aquí también la palabra hebrea utilizada es «Tanín».
Escrita miles de años antes que la Biblia, la cosmogonía más antigua que se conoce corresponde a Sumer, en la región de la Mesopotamia que es hoy Iraq. El mito sumerio comienza con la matanza de un «dragón» a manos de un «dios». Casi todas las civilizaciones antiguas del mundo cuentan con un mito primigenio similar.
El 15 de octubre de 1995, Brian Marsden advirtió que el cometa Swiff-Tuttle podría chocar con la Tierra el 14 de agosto de 2126. El artículo mencionado del New York Times se publicó el 27 de octubre de 1992. El de Newsweek es del 23 de noviembre del mismo año.
El impacto de Shoemaker-Levy con Júpiter recibió amplia cobertura periodística. El presente relato ha sido extraído del New York Times y la revista Time.
Las declaraciones de Eleanor Helin, científica de la NASA encargada de seguir la trayectoria de asteroides y cometas, salieron publicadas en el New York Times el 14 de mayo de 1996, en tanto que los planes diseñados para evitar una colisión con la Tierra aparecieron tanto en el Times como en Newsweek.
La antigua leyenda del rey que partió la gran roca en guijarros antes de arrojársela a su hijo figura en dos comentarios tradicionales, Salmos Midras 6, 3, y Midras Yalkut Shimoni 2, 635. Más tarde, el sabio dieciochesco llamado Genio de Vilna relacionó esta leyenda con la suerte ulterior de uno de los dos Mesías anunciados, aquel que según la tradición vendrá en primer lugar, en un esfuerzo por evitar el horror del fin de los días. Al igual que el hijo del rey, alegaba el Genio de Vilna, él «no sufrirá la pena de muerte. Pero no se librará, sin embargo, de sufrir la pena de los guijarros» (Kol Ha Tor, capítulo 1 párrafo 6).
El cometa que cayó en Júpiter se deshizo en veinte fragmentos antes de bombardear el planeta. Resulta sorprendente que el nombre hebreo de Júpiter, «Zedek», que significa «justicia», sea la raíz de un nombre usado para el Mesías que vendrá en primer lugar, «Zadik», que significa «el justo».
La teoría de que la antigua colisión de un cometa podría haber inspirado posteriores relatos apocalípticos en la Biblia ha sido extraída de «Is This the End?», de Timothy Ferris, New Yorker (27 de enero de 1997, p. 55). Las probabilidades de que un cometa o asteroide choquen contra la Tierra se contemplan en la página 49.
CAPÍTULO OCHO: LOS DÍAS FINALES
El Jerusalem Post publicó la noticia de la reunión prevista para el 25 de julio de 1996 en Amman entre Netanyahu y el rey Hussein en su edición semanal del 21 de julio. Esa misma semana, varios periódicos israelíes informaron del calendario del viaje. La razón de que el encuentro se postergara, una súbita indisposición de Hussein, fue confirmada por el portavoz del primer ministro. Por fin, el Jerusalem Post cubría el 6 de agosto la noticia del encuentro del día anterior entre ambos líderes.
«Ambos viajes se decidieron el día de mi elección», declaró Netanyahu en una conferencia de prensa, refiriéndose a su ya realizada visita a El Cairo y el viaje a Amman que tenía programado para julio. Ambos viajes aparecieron en el código secreto de la Biblia una semana antes de la victoria electoral de Netanyahu, resultado que también había sido vaticinado.
Stephen Hawking expone el principio de incertidumbre de un modo algo más formal: «Cuanto más precisamente se trate de medir la posición de una partícula, menos precisamente podrá medirse su velocidad, y viceversa.» De ello resulta, según Hawking, que la física cuántica, en general, sólo puede «predecir cierto número de resultados posibles», pero «no un único resultado definido» (A Brief Histo.. of Time, p. 55; ob. cit., PP. 83-84).
Mi encuentro con Dore Gold tuvo lugar el 10 de septiembre de 1996, poco antes de medianoche, en el Essex House Hotel de Nueva York. El fax que le mandé al general Yatom data del 11 de septiembre. Hablé con nuestro intermediario, el general Ben-Israel, el 10 y el 12 de septiembre, y éste me dijo que había conversado con Yatom, quien, además de confirmar la recepción del mensaje, había puesto en manos del servicio de inteligencia israelí la evaluación del peligro de un posible ataque atómico. Envié el último fax a Yatom el 16 de septiembre.
Para la mayoría de los historiadores actuales, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, ocurrido el 28 de junio de 1914, fue el detonante inmediato de la primera guerra mundial. Un documental de la PBS emitido en 1996, «The Great War», volvía a confirmar esta teoría; según un historiador de Oxford que aparecía en el programa, el asesinato no sólo precipitó la guerra sino también la Revolución rusa. De hecho, la PBS planteó la hipótesis de qué habría sucedido si el carruaje del archiduque hubiera girado a la derecha en lugar de a la izquierda y no se hubiera cruzado con el nacionalista serbio que segó su vida: «Un giro equivocado del conductor del archiduque dejó de pronto al heredero del trono de Austria a merced de Gavrilo Princip», el terrorista serbio.
El asesinato provocó una reacción en cadena. Cito, otra vez, a la PBS: «El 28 de julio de 1914, Austria declaró la guerra a Serbia. Pero una guerra entre Austria y Serbia significaba una guerra entre Austria y Rusia. Lo cual equivalía a una guerra entre Rusia y Alemania. Y esto, a una guerra entre Alemania y Francia. Es decir, a una guerra entre Alemania y Gran Bretaña. En un abrir y cerrar de ojos, todo el continente iba a estar en pie de guerra.»
James Gleick cita el «efecto mariposa» en Chaos (Penguin, 1987, p. 8). Cita asimismo una versión bastante más antigua del mismo concepto, reflejada en una nana infantil
(p. 23):
A falta de un clavo, se perdió la herradura
A falta de una herradura, se perdió el caballo;
A falta de un caballo, se perdió el jinete;
A falta de un jinete, se perdió la batalla;
A falta de una batalla, ¡se perdió el reino!
El noveno día del mes de Av no sólo es la fecha que la tradición atribuye a la destrucción del primer Templo en 586 a. J.C. y del segundo Templo en 70 d. J.C., sino también la de la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290, la de la expulsión de los judíos de España en 1492 y la del día de 1942 en que empezaron a funcionar las cámaras de gas de Treblinka, dando inicio al Holocausto. (Véase a este respecto Handbook of Jewisl' Tihought, de Aryeh Kaplan, Maznaim, 1979, vol. II, PP. 339-340.)
Algunos historiadores argumentan que los nazis escogieron la fecha con toda deliberación: «Las expulsiones masivas de Varsovia comenzaron el 22 de julio de 1942, un día antes del 9 de Av. Al día siguiente se pusieron en marcha las cámaras de gas de Treblinka. No es ninguna coincidencia que tales hechos se hayan organizado durante una fecha aciaga para el pueblo judío. Los nazis estudiaron el calendario judío y a menudo programaban sus acciones más destructivas [para que coincidieran con estas fechas]. En dos meses, trescientos mil judíos habían desfilado hacia la muerte» (Nora Levin, The Holocaust, Schoken Books, 1973, p. 318).
El Talmud cuenta que Yahvé maldijo ese día, pues fue en esa fecha bíblica cuando los primeros adelantados enviados por Moisés a la Tierra Prometida regresaron con «malas nuevas», diciendo a los israelitas que no podrían conquistarla.
«Ariel» es el antiguo nombre de Jerusalén empleado en la primera advertencia apocalíptica, Isaías 29, 1-2.
La cita paradójica del Talmud sobre la coexistencia del libre albedrío y el conocimiento anticipado proviene de Mishnah Avot 3, 15, y suele atribuirsele al rabino Akiva.
El nombre «Jacob» significa en hebreo tanto «él prevendrá» como «él retardará», pero también «él seguirá», en el sentido de rastrear o, incluso, guardar las espaldas. De modo que el nombre del patriarca bíblico podría sugerir que, en cierto modo, todavía vela por su gente, que los vigila. Tras una misteriosa lucha cuerpo a cuerpo con un anónimo visitante nocturno (Génesis 32, 25-29), Jacob recibió un nombre, «Israel», que pasó a representar a todo el país. En hebreo, «Israel» significa «luchará con Dios». La propia Biblia explica así el nuevo nombre de Jacob: «En adelante no te llamarás Jacob sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y has vencido» (Génesis 32, 29).
Los tres días de enfrentamientos bélicos que se iniciaron el 25 de septiembre de 1996 recibieron amplia cobertura en la prensa mundial. En este caso he utilizado artículos del New York Times y el Jerusalem Post. El túnel arqueológico excavado en el monte del Templo en Jerusalén conecta los lugares sagrados de tres religiones: el Muro de las Lamentaciones, la Cúpula de la Roca y la Vía Dolorosa, camino que Jesucristo habría recorrido hasta el sitio donde fue crucificado.
La palabra «anexionados», que aparece en dos ocasiones junto a «holocausto de Israel», es la que emplean las autoridades israelíes para describir los dos únicos territorios capturados en la guerra de 1967 que fueron formalmente incorporados a Israel: los Altos del Golán y Jerusalén este. El Golán pertenecía a Siria, que continúa reclamándolo y que últimamente ha concentrado tropas de elite a su alrededor. Jerusalén este, que formaba parte de Jordania, es reclamada por los palestinos como ciudad capital.
El nombre «Arafat» sólo aparece sin saltos en el texto original de la Biblia en dos ocasiones, una de ellas junto a la única confluencia de las dos formas bíblicas de designar el «fin de los días». De hecho, aparece, casi contra toda probabilidad, justo debajo de esta frase. Además, las palabras posteriores a su nombre en el texto secreto son: «¡Recordad! No olvidéis la confirmación del tiempo del fin.»
El primer vaticinio del «exilio bajo Ismael» aparece en el Zohar, un antiguo comentario perteneciente a la llamada «Midras oculta» que revela los secretos soslayados en la Torá. Hay en el Zohar numerosas referencias a un futuro momento bélico en Israel coincidente con el «fin de los días» y anterior a la llegada del Mesías. En Zohar Génesis 1, 19A se anuncia que «la progenie de Ismael se preparará para levantar a todas las naciones del mundo contra Jerusalén». Por otra parte, el comentario también señala que Israel podría salvarse del ataque.
La historia de Isaac e Ismael, los dos hijos de Abraham, está relatada en Génesis 21. Agar la egipcia, la madre de Ismael, era una esclava, y al nacer Isaac su madre Sara le dijo a Abraham: «Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada juntamente con mi hijo, con Isaac» (Gén. 21, 10). Cuando nació Ismael, el texto de la Biblia parece prever el enfrentamiento futuro: «Será un onagro humano; su mano contra todos, y la mano de todos contra él» (Gén. 16, 12).
El apretón de manos de la medianoche del 15 de enero de 1997 entre Netanyahu y Arafat salió publicado por la mañana en el New York Times. Dos días antes, al salir a la luz los primeros detalles del acuerdo, el Times informó: «Dada la básica desconfianza mutua y la antipatía que se profesan el gobierno conservador de Israel y el señor Arafat, los funcionarios estadounidenses temen que el acuerdo sobre Hebrón no pondrá punto final a nuevas crisis y enfrentamientos. Se espera que el alcance de las próximas retiradas y los temas pendientes de negociación (Jerusalén, límites, asentamientos judíos) levanten tantas pasiones como el de Hebrón. Los colonos judíos más militantes podrían considerar la retirada de Hebrón como una traición. Y entre los palestinos, los grupos islámicos de rechazo podrían volver a servirse del terror para entorpecer los acuerdos.»
El relato de los sucesos de marzo de 1997 ha sido extraído de artículos del New York Times y el Jerusalem Post. La cita de la carta del rey Hussein a Netanyahu procede de un reportaje publicado en el New York Times el 12 de marzo de 1997. La información relativa al atentado suicida del 21 de marzo apareció en el Times al día siguiente.
La cita de Richard P. Feynman pertenece a su libro Six Easy Pieces, (Helix, 1995, p. 135). Feynman afirma asimismo su convicción de que el principio de incertidumbre tiene relación con todas las cosas y que, en consecuencia, «por ahora hemos de limitarnos a computar probabilidades» (p. 136). También declara no creer que jamás podamos «resolver ese puzzle»: «Nadie ha encontrado nunca (ni pensado en encontrar) la manera de evitar el principio de incertidumbre. Hemos de entender, por tanto, que se trata de una característica esencial de la naturaleza» (PP. 136, 132).
Casualmente estaba leyendo el libro de Feynman durante el vuelo a Israel cuando me enteré de que Netanyahu tenía previsto viajar a Jordania en la fecha vaticinada por el código de la Biblia. Luego ese viaje fue postergado repentinamente y comprendí que el eminente científico debía de estar en lo cierto: como no podemos saber con seguridad lo que ocurrirá, hemos de conformarnos con aventurar probabilidades.
El autor científico Timothy Ferris señaló en el número del 29 de septiembre de 1996 de la New York Times Magazine que la física cuántica «continúa siendo una rama bastante exitosa de la ciencia». Su artículo se titulaba «Weirdness Makes Sense» («Lo absurdo tiene lógica») (PP. 143 y ss.).
El premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez habla, en su novela Cien años de soledad, del descubrimiento de un manuscrito en el que se revela la historia de una familia «con cien años de anticipación». García Marquez lo describe de tal modo que da la sensación de haber imaginado, a menor escala, la verdadera naturaleza de la Biblia y su código secreto. El escritor «no había dispuesto los acontecimientos en el orden convencional del tiempo humano sino que había concentrado un centenar de episodios diarios de tal forma que todos coexistían en un mismo instante». Pensé en ello cuando Rips me dijo que todo el código de la Biblia debió de escribirse de golpe, en un mismo instante.
Me encontré por primera vez con el rabino Adin Steinsaltz el 30 de junio de 1992, dos días después de conocer a Eli Rips, en su despacho de Jerusalén; desde entonces nos hemos visto en numerosas ocasiones durante mis viajes a Israel. Steinsaltz y yo conversamos acerca de la verdadera naturaleza del tiempo y de la manera en que puede ser revelado si se invierten los tiempos verbales en la Torá. Steinsaltz me confió que, a pesar de que el uso del pasado como futuro.y viceversa es exclusivo de la Biblia, ningún comentario se detiene en la cuestión de la inversión de tiempos. Me dio el ejemplo de Isaías 41, 23, el versículo donde se relaciona específicamente la visión del futuro con «decir las cosas (mirar) hacia atrás». Tardé años en descubrir por mi cuenta que este mismo versículo, leído al revés, indica la fecha del holocausto anunciado: «5756.»
Rips calculó las probabilidades de que todos los peligros apocalípticos anunciados en el código coincidieran con una sola de las maneras de escribir el año 2006, «en 5766»; el resultado fue de mil contra una. Admitió que era «notable» que de los siguientes 120 años sólo éste coincidiera con todos los peligros que utilizó para su cálculo: «fin de los días», «guerra mundial», «holocausto atómico», «holocausto de Israel» y «gran terremoto». También admitió que era «asombroso» que varias formas de expresar los años 2000 y 2006 se emparejaran con los mismos peligros, si bien señaló que no había manera matemática de evaluar este hecho.
«Podemos estar seguros de que no hubo azar: fue codificado deliberadamente -afirmó Rips-. Pero no podemos estar seguros de que el peligro que anuncia es real.»
La fecha del primer ataque con misiles Scud, 18 de enero de 1991, apareció publicada en el New York Times y confirmada posteriormente en Facts on File Yearbook 1991 (p. 28). Alrededor de las dos de la madrugada (hora local), del 18 de enero ocho Scuds cayeron sobre Israel. Dos hicieron blanco en Tel-Aviv. Tres, cerca de Haifa. Tres cayeron en campo abierto. Jerusalén no fue alcanzada. Un día antes, el 17 de enero de 1991, Estados Unidos había puesto en marcha la Operación «Tormenta del Desierto», dando inicio a la guerra del Golfo.
«Código salvará», las palabras que aparecen encima de «holocausto atómico» y debajo de «fin de los días», pueden traducirse asimismo en hebreo como «códigos de Moisés». En efecto, en Exodo 2, 10 se describe el origen del nombre de Moisés. Este nació en Egipto en una época en que el faraón había decretado la muerte de todos los judíos varones recién nacidos. Para salvarle, su madre construyó una cestilla de papiro y escondió en ella al niño entre los juncos del Nilo. Cuando la hija del faraón bajó al río a bañarse, encontró al bebé y lo adoptó como suyo: «y le llamó Moisés, diciendo: Porque de las aguas le he sacado».
Se trata, en hebreo, de un juego de palabras. Según el diccionario autorizado Alcalay (Massada, 1990, p. 1 517), «Moisés» significa en realidad «extraer, sacar, rescatar».

COROLARIO
La frase de Jonathan Schell, «por fuerza hemos de convertirnos en este caso en historiadores del futuro», se encuentra en Nie Fate of tize Eart/i (p. 21).
NOTAS A LAS ILUSTRACIONES
Los nombres y acontecimientos codificados en la Biblia utilizan el mismo hebreo del texto bíblico original y el de uso corriente hoy en día en Israel.
Los años codificados en la Biblia corresponden al antiguo calendario hebreo, que empieza en tiempos bíblicos, 3760 años antes que el calendario moderno. En las matrices del código consta el equivalente moderno de cada año hebreo codificado.
Los nombres de personas y lugares proceden de fuentes corrientes como, por ejemplo, la Enciclopedia Hebrea. La ortografia de los hechos más cotidianos corresponde a la utilizada por la prensa israelí.
Todas las codificaciones se han traducido con el apoyo del diccionario autorizado de
R. Alcalay, Massada (1990), y el diccionario corriente, no abreviado, de A. Even-Shoshan, Kiryat Sefer (1985). Todo el material del código secreto citado en la presente obra ha sido revisado por un equipo de traductores israelíes que han trabajado conmigo durante estos cinco años de investigaciones.
Muchas de las principales matrices del código que aquí reproducimos han sido revisadas y confirmadas por el doctor Rips. Las traducciones del material referente al asesinato de Rabin fueron asimismo revisadas por el rabino Adin Steinsaltz, eminente traductor de textos hebreos antiguos.
Todas las matrices del código que aquí se reproducen son estadísticamente ajenas a la casualidad o el azar. Además, se ha comprobado matemáticamente el carácter no azaroso de las combinaciones de palabras.
Los cálculos estadísticos se hacen por ordenador en base al modelo matemático diseñado por Rips y Witztum y validado por revisores autorizados independientes.
El ordenador somete las palabras emparejadas a dos verificaciones: comprueba que su proximidad sea significativa y se asegura de que los saltos equidistantes de letras que las forman sean en efecto los más breves (para mayor información, véase el apéndice).
Si bien el hebreo se lee de derecha a izquierda, las palabras aparecen codificadas en ambos sentidos y, como en un crucigrama, también hacia abajo o hacia arriba.
En ocasiones, el texto bíblico original revela información precisa acerca de acontecimientos actuales con sólo separar de manera levemente distinta las letras que lo componen. Es lo que en el presente libro hemos denominado «texto oculto». Utilizaremos las palabras ocultas codificadas junto a «Watergate» para explicar cómo funciona. El texto original del cuarto libro de la Biblia, Números 3, 24, hace referencia a un clan de una de las doce tribus de Israel: «el jefe de la casa paterna de los gersonitas». Seguidamente reproducimos el texto en hebreo:
JEFE DE LA CASA PATERNA DE LOS GERSONITAS
No obstante, la misma palabra bíblica para «jefe» o «principal», es en hebreo moderno la que se usa para «presidente», la que los israelíes emplean hoy en día para referirse al «presidente Clinton» o a su propio «presidente Weizmann». Además, basta cambiar ligeramente la manera de separar las letras para que el mismo versículo de Números 3, 24 forme una frase del todo nueva: «presidente, pero fue destituido». Nuevamente reproducimos el texto hebreo original:
PRESIDENTE, PERO FUE DESTITUIDO
Así, la única vez en que «Watergate» aparece codificado en el texto de la Biblia resulta que el texto oculto describe, en ese mismo sitio, la renuncia forzada de Nixon. Las palabras de la Biblia no admiten duda. «Watergate», «presidente» y «destituido» fueron las palabras utilizadas por la prensa israelí para cubrir la caída de Richard Nixon.
En algunos casos, el código de la Biblia usa una forma condensada de hebreo, tal como se esperaría, por otra parte, de cualquier código. El código de la Biblia, al igual que la misma Biblia, prescinde en ocasiones de letras de uso corriente en hebreo moderno, como waw y jod.
Sigue un comentario de todas las matrices del código secreto que aparecen en este libro, acompañadas de la referencia de capitulo y versículo bíblicos y la localización de las codificaciones. Asimismo se detallan todas aquellas matrices que difieren, aunque sólo sea someramente, del hebreo corriente o requieren una explicación más amplia para quienes no leen hebreo.

CAPÍTULO UNO: EL CÓDIGO
.* La codificación de «Itzhak Rabin» empieza en Deuteronomio 2, 33 y finaliza en Deuteronomio 24,16. Se trata de la única codificación completa de su nombre en toda la Biblia. «Asesino que asesinará» aparece en Deuteronomio 4, 42 y «asesinará» atraviesa el nombre de Rabin. Es la única ocasión en que estas palabras aparecen en la Biblia (p. 15).
.* «Itzhak Rabin» aparece, tal como se especifica arriba, entre Deuteronomio 2, 33 y Deuteronomio 24, 16. «Nombre del asesino que asesinará» aparece en Deuteronomio 4, 42. El nombre del asesino de Rabin, «Amir», aparece en Números 35, 11; el texto original de ese versículo incluye asimismo las palabras «nombre del asesino (homicida)» (p. 16).
.* La codificación de «asesinato de Rabin» empieza en Éxodo 36, 37 y finaliza en Levítico 22, 5. El año de su muerte aparece en Éxodo 39, 3-4 y atraviesa tanto «asesinato de Rabin» como el sitio en que lo mataron, «Tel-Aviv». El nombre de la ciudad aparece codificado desde Exodo 33, 5 hasta Levítico 4, 9 (p. 17).

«Fuego el 3 Shevat», la fecha hebrea equivalente al 18 de enero de 1991, el día del primer ataque con misiles Scud durante la guerra del Golfo, está codificado en Génesis 14, 2-12. El nombre del líder iraquí, «Hussein», aparece codificado en Génesis 14, 9-14. Tanto «guerra» como «misil», que en el cuadro se han marcado una sola vez, aparecen de hecho en dos ocasiones; en la segunda, «misil» atraviesa «enemigo» (p. 19).
La secuencia codificada completa dice «Hussein escogió un día». Está codificada en Génesis 14, 6-17, el mismo capítulo donde figura «fuego el 3 Shevat». Pero las dos frases eran demasiado largas para una sola matriz. La traducción literal de las palabras codificadas sería «Hussein marcó un día», como si lo hubiera señalado con un círculo en un calendario.
La ortografla hebrea moderna de «Hussein» tendría normalmente una letrá más, la waw, pero la forma codificada en la Biblia es una variante aceptada, coherente con el hebreo bíblico. La codificación de este nombre junto a la fecha fue claramente deliberada pues el ataque se produjo el 3 de Shevat, como estaba predicho.
.* «Itzhak Rabin» aparece, tal como se especifica más arriba, entre Deuteronomio 2, 33 y Deuteronomio 24, 16 (p. 26).
.* «Asesino que asesinará» aparece, tal como se especifica más arriba, en Deuteronomio 4, 42 (p. 27).
.* «Amir» aparece en Números 33, 14-15. Es la tercera de las formas en que el nombre del asesino figura codificado junto al asesinato (p. 28).
.* «Clinton» está codificado entre Génesis 24, 8 y Números 26, 24. El código deletrea este nombre exactamente igual que la prensa israelí. «Presidente» aparece relacionado con «Clinton» en Números 7, 2. Es, nuevamente, la misma palabra utilizada para este cargo en la prensa israelí (p. 32).
.* «Watergate» aparece entre Génesis 28, 21 y Números 19, 18. «¿Quién es él? Presidente, pero fue destituido» aparece, tal como se detalla más arriba, en Números 3, 23-24 (p. 32).
.* «Colapso económico» aparece entre Éxodo 20, 9 y Deuteronomio 11, 6. El concepto aparece una única vez en toda la Biblia y el año de su inicio, 1929, lo acompaña. El año equivalente del antiguo calendario hebreo, «5690», está codificado en Números 10, 8 (p. 33).
.* «Hombre en la Luna» aparece codificado desde Números 19, 20 hasta Números 27, 1. «Nave espacial», que atraviesa la frase anterior, se encuentra en Números 22, 25 (p. 34).
* «Shoemaker-Levy», nombre del cometa que hizo impacto en Júpiter, aparece entre Isaías 25, 11 e Isaías 2, 4. «Júpiter» está codificado en Isaías 26, 16. La fecha del impacto, «8 Av», aparece en Isaías 26, 20 (p. 35).
Hay dos maneras de escribir «Júpiter» en hebreo y ambas aparecen junto al nombre del cometa mencionado. La primera es una transliteración de «Júpiter» y así aparece en Génesis; en la matriz sólo se señala parte del nombre, pues la secuencia es demasiado espaciada para aparecer al completo. La segunda manera consiste en el nombre hebreo del planeta, «Zedek», y así aparece codificado en Isaías junto a la fecha de la colisión.
.* «Shoemaker-Levy», vuelve a aparecer codificado entre Génesis 19, 38 y Génesis 38, 19. «Júpiter» se encuentra entre Génesis 30, 41 y Génesis 31, 1 (p. 36).
.* «Hitler» se encuentra codificado en Génesis 8, 19-21. Se le identifica como «nazi y enemigo» en Génesis 8, 17-18, y como «hombre malvado» en Génesis 8, 21. «Matanza» aparece en Génesis 8, 20 (p. 39).
.* «Shakespeare» aparece entre Levítico 23, 24 y Números 1, 34. «Hamlet» está codificado en Levítico 3, 13-14, 27. También la codificación de «Macbeth» comienza en el mismo versículo de la Biblia, Levítico 3, 13, y finaliza en Levítico 7, 29 (p. 46).
.* «Hermanos Wright» aparece entre Génesis 30, 30 v Génesis 43, 14. «Aeroplano» se encuentra en Génesis 33, 7-8 (p. 47).
.* «Edison» está codificado desde el versículo 14, 19 al 17, 19 de Números. «Bombilla» aparece en Números 11, 26-27. «Electricidad» aparece en Números 13, 1-2 (p. 47).
.* «Newton» figura entre Números 18, 30 y Números 21, 5. «Gravedad», codificada en Números 19, 20, atraviesa su nombre. En hebreo, el término que designa la «gravedad» suele ir precedido de las palabras «fuerza de», sin las cuales significa «atracción» o «arrastre». No obstante, al estar codificado junto a «Newton» -el descubridor de la «gravedad»-el sentido parece claro y la codificación, deliberada (p. 48).
.* «Einstein» aparece codificado en la Biblia en una ocasión, entre Éxodo 21, 29 y Números 31, 39. La palabra «ciencia», así como la frase superpuesta «un nuevo y excelente conocimiento», aparece en Números 3, 34 y atraviesa el nombre del científico. «Vaticinaron una persona sesuda» se encuentra en Números 11, 26 (p. 48).

CAPITULO DOS: HOLOCAUSTO ATÓMICO
.* «Todo su pueblo en guerra» aparece en Deuteronomio 2, 32, justo encima de «asesino que asesinará», que a su vez atraviesa «Itzhak Rabin», como se señala más arriba (p. 52).
.«Holocausto de Israel» aparece codificado en una ocasión, entre Génesis 49, 17 y Deuteronomio 28, 64. «5756» se encuentra en Éxodo 17, 2; es la única ocasión en que el año aparece en el texto original de la Biblia sin saltos entre letras (p. 53).
.* «Holocausto atómico» está codificado entre Números 29, 9 y Deuteronomio 8, 19. Sólo aparece una vez en la Biblia, con un índice de probabilidad de uno en un centenar. «En 5756» aparece en Deuteronomio 12, 15 (p. 54).
.* «La próxima guerra» está codificado entre Génesis 36, 15 y Números 12, 8. «Será tras la muerte del primer ministro» aparece justo encima, en Génesis 25, 11 (p. 56).
.En la misma matriz en la que el código menciona «la próxima guerra», en el mismo versículo en que señala que «será tras la muerte del primer ministro», están codificados los nombres «Itzhak» y «Rabin»; sin embargo, por razones de espacio, sólo hemos podido incluir el nombre de pila del primer ministro asesinado.
.* «Artillería libia» empieza en Éxodo 21, 22 y finaliza en Números 1, 38. La misma aparición única de «5767» en Éxodo 17, 2 junto a «holocausto de Israel», se encuentra también aquí (p. 60).
.* El topónimo «Libia» aparece en tres ocasiones junto a «holocausto atómico», una de ellas atravesando esta expresión y otras dos en la misma línea; todas se encuentran en Éxodo 34, 6-7. La palabra hebrea para «destrucción total» aparece dos veces en ese mismo versículo bíblico. Justo antes de la primera codificación de «Libia» se leen las palabras «fueron revelados» (p. 62).
.* «Artillero atómico» aparece entre Deuteronomio 4, 40 y Deuteronomio 6, 24. El primer versículo mencionado (Dt. 4, 40) dice: «para que [...] prolonguéis vuestros días». En hebreo, estas mismas letras también forman las palabras «dirección, fecha». En Deuteronomio 4, 49, atraviesa la segunda letra de «artillero atómico» la aparente localización del mismo, «el Pisgá» (p. 63).

CAPÍTULO TRES: «TODO SU PUEBLO EN GUERRA»
* «Autobús» aparece codificado entre Números 9, 2 y Números 14, 35. Allí mismo, en Números 10, 23-24, el código forma la palabra «bomba» o «explosión». «Jerusalén» atraviesa «autobús», codificado en Números 11, 1-4. En el texto aparece codificado el nombre completo de la ciudad, aunque mediante una secuencia demasiado extensa para nuestras limitaciones de espacio (p. 68).
.* «Autobús» vuelve a figurar en Génesis 34, 7-35, 5. «Atacarán, y habrá terror» está codificado en el último versículo, atravesando «autobús». «Fuego, gran estruendo» aparece en el versículo anterior, 34, 4 (p. 69).
.* «Primer ministro Netanyahu» figura en una ocasión, entre Éxodo 19, 12 y Deuteronomio 4, 47. Atraviesa su nombre la palabra «elegido», codificada en Números 7, 83. Su apodo, «Bibi», aparece en el mismo versículo (p. 71).
.* «Netanyahu» aparece sin saltos en el texto oculto de Deuteronomio 1, 21, en la misma matriz en la que coinciden «Itzhak Rabin», «Amir», «nombre del asesino» y «todo su pueblo en guerra» (véase el capitulo uno). Preceden a «Netanyahu» en el texto oculto las palabras «para el gran horror» (p. 74).
.* «La próxima guerra» está codificada entre Génesis 36, 15 y Números 12, 8. « Será tras la muerte del primer ministro» se encuentra en el versículo inmediatamente superior, Génesis 25, 11. Superpuestaa esta frase y codificada en el mismo versículo, aparece la advertencia «otro morirá» (p. 78).
.* «Primer ministro Netanyahu» aparece donde se especifica más arriba. Las palabras «en verdad morirá» que atraviesan su nombre están codificadas en Éxodo 19, 2. Las palabras «le será arrebatada el alma» se encuentran en Éxodo 31, 14. La palabra «asesinado» aparece en Números 31, 17 en dos ocasiones (p. 79).


CAPÍTULO CUATRO: EL LIBRO SELLADO
.* «En el fin de los días» figura en el texto bíblico original, en Génesis 49,1, donde se lee: «Y Jacob llamó a sus hijos y dijo: Juntaos, y os anunciaré lo que os ha de acontecer en el fin de los días.» El año, «en 5756», aparece codificado entre Génesis 48, 17 y Génesis 49, 6 (p. 82).
.El «fin de los días» figura en cuatro ocasiones en los cinco libros primigenios de la Biblia. Si bien la de Jerusalén uti liza expresiones como «los postreros días», «los días venideros» o «al cabo del tiempo», Kaplan precisa que «el fin de los días» es su significado literal (The Living Torah, p. 245).
.* «Guerra mundial» figura en una ocasión, entre Deuteronomio 4, 28 y Deuteronomio
.17, 4. Justo encima, en el texto original, se lee «en el fin de los días» (Nm. 24, 14) (p. 83).
.* «Holocausto atómico» aparece, como se señala más arriba, una sola vez (entre Nm. 29, 9 y Dt. 8, 19). Nuevamente, encima se lee la misma expresión de Números 24, 14 -«en el fin de los días»- que acompaña a «guerra mundial» (p. 84).
.* La segunda mención bíblica del «fin de los días», que sólo aparece en el texto original del libro de Daniel, está codificada entre Deuteronomio 4, 34 y Deuteronomio 32, 28. «En 5756» figura justo encima, en Deuteronomio 1, 25 (p. 85).
.En el contexto bíblico clásico, esta expresión suele hacer referencia a un tiempo futuro de desgracias, el apocalipsis. No obstante, las últimas palabras de Daniel podrían vaticinar asimismo «los días del Mesías».
.* «Amir», el asesino de Rabin, está codificado entre Números 16, 3 y Números 29, 8, en la misma secuencia equidistante que «fin de los días». «Guerra» figura en el texto original de Deuteronomio 4, 34, versículo de donde parte «fin de los días» (p. 87).
.* Las dos expresiones bíblicas del «fin de los días» coinciden en una ocasión, una en el texto original del Deuteronomio (Dt. 4, 30) y la otra codificada entre Números 28, 9 y Deuteronomio 19, 10. Tanto «plaga» como «¡salvad!» aparecen juntas en Números 14, 37-38 (p. 88).
.* «Fue hecho por ordenador» está codificado en Éxodo 32, 16-17, donde se lee en el texto original: «Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura, grabada sobre las mismas, era escritura de Dios» (p. 90).
.* «Código de la Biblia» aparece codificado entre Deuteronomio 12, 11 y Deuteronomio 12, 17. La palabra hebrea utilizada para referirse a la Biblia es «Tanakh», que incluye la totalidad del Antiguo Testamento. «Sellado ante Dios» se encuentra en Deuteronomio 12, 12 (p. 93).
.* «Ordenador» está codificado en Daniel 12, 4-6. El texto original de Daniel 12, 4 dice: «Y tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin»

(p. 94).
* «5757», el equivalente hebreo del año 1997, aparece Codificado entre Daniel 10, 8 y Daniel 11, 22. Este año figura asimismo oculto en el célebre fragmento de Daniel 12,
4:
«Guarda en secreto las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin.» Allí mismo, en Daniel 11, 13 y Daniel 11, 40, aparecen en dos ocasiones las palabras que podrían traducirse como «para vosotros los secretos ocultos» O «para vosotros fue codificado»

CAPÍTULO CINCO: EL PASADO RECIENTE
.* «Guerra mundial» está codificado entre Deuteronomio 4, 28 y Deuteronomio 17, 4. «Los azotará, destruirá, aniquilará» aparece en Deuteronomio 9, 19, atravesando «guerra mundial» (p. 99).
.La palabra «segundo» figura justo encima de «guerra mundial», pero no se la ha incluido en la matriz porque tampoco en hebreo coinciden los géneros. Parece, sin embargo, claramente deliberada su presencia pues la frase completa del texto oculto, «segundo y tercero», atraviesa «este mundo devastado, guerra mundial», todo dentro de la misma secuencia de saltos.
.* «Roosevelt» aparece codificado en una ocasión, entre Génesis 40, 11 y Deuteronomio 9, 1. Se le identifica como «presidente» en Números 25, 18, versículo cuyo texto oculto señala: «dio la orden de atacar el día de la gran derrota». La última letra hebrea de «gran derrota» no aparece en la matriz pues cae en una columna que no cabía en la ilustración (p. 100).
.* «Holocausto atómico» aparece, como se especilica más arriba, entre Numeros 29, 9 y Deuteronomio 8, 19. El año de Hiroshima, 1945, «5 705» en el calendario hebreo, se encuentra en Deuteron?mío 8, 19, atravesando la última letra de «holocausto atomico». «Japón» está codificado en Números 29, 9 (p. 101). -
.* «Presidente Kennedy» está codificado una vez en la Biblia, entre Génesis 34, 19 y Génesis 50, 4. La siguiente palabra de la misma secuencia, «morir», va de Génesis 27 46 a Génesis 31, 51. «Dallas», que aparece en el mismo Siti¿ empieza en Génesis 10, 7 y finaliza en Génesis 39, 4 (p. 102).
.* «Oswald» está codificado entre Números 36, 6 y Deuteronomio 7, 11. «Nombre del asesino que asesinará» aparece en Deuteronomio 4, 42, el mismo versículo donde está codificado el asesinato de Rabin y el nombre de su asesino, Amir (p.103).
.* «Ruby» está codificado en Deuteronomio 2, 8 con «Oswald» y las palabras «matará al asesino», que aparecen en Números 35, 19 (p. 113).
.* «R. F. Kennedy» está codificado en Éxodo 26, 21-22 En dos oportunidades y entrelazadas con el nombre apare¿en en el texto oculto de estos versículos, las palabras «segundo' mandatario morirá» El nombre de su asesino, «5. Sirhan», está codificado entre Exodo 19, 18 y Exodo 29, 13, atravesando la codificacion de
.«Kennedy» (p. 104).
.* «Toledano» aparece entre Génesis 31, 39 y Génesis 42 34. Figura una única vez y la secuencia entera reza «cautiverio de Toledano» (Génesis 24, 6 a Génesis 30, 20). El nombre de la ciudad, «Lod»,, se encuentra en Génesis 39, 14. Las palabras «no derrameis sangre» aparecen en el texto original de Génesis 37, 22, y el vaticinio de que «morirá» se encuentra en el texto oculto de Génesis 30, 20 (p. 106).
.* «Goldstein» está codificado entre Génesis 31 10 v Le vítico 25, 16. «Hombre de la casa de Israel que inmole>7 atraviesa su nombre en Levítico 17, 3. El nombre de la ciudad donde cometió la masacre, «Hebrón», aparece en Números 3, 19 (p. 107).
.Si bien «Goldstein» suele escribirse con una letra más, la waw, la ortografia del código también está aceptada y es coherente con el hebreo bíblico.
.* «Oldahoma» está codificado entre Génesis 29, 25 y Génesis 35, 5. «Muerte» atraviesa, en Génesis 30, 20, el nombre de la ciudad que sufrió el atentado. «Habrá terror» figura en el texto original de Génesis 35, 5, último versículo de la codificación de «Oklahoma» (p. 111).
.* «Edificio Murrah» aparece codificado entre Génesis 35, 3 y Génesis 46, 6. Las palabras «desolados, aniquilados» se encuentran en Génesis 35, 3, atravesando la «M». «Muertos, despedazados» también atraviesan el nombre del edificio en Génesis 37,33 (p. 111).
.* «Su nombre es Timothy» está codificado en Génesis 37, 12-19, y «Mcveigh» en Génesis 37,8-9 (p. 112).

Su nombre se encuentra codificado junto a la fecha y la hora en que el terrorista habría volado el edificio federal en Oklahoma City, matando a 168 personas. El trágico suceso ocurrió exactamente «dos años después de la muerte de Koresh», el líder de una secta de fanáticos. Aunque también esas palabras aparecen codificadas junto a «McVeigh», no pueden incluirse en la misma matriz, cuya escala no es lo bastante amplia.

CAPÍTULO SEIS: ARMAGEDÓN
* Tanto «en 5760» como «en 5766», años 2000 y 2006 del calendario moderno, aparecen codificados junto a «guerra mundial» en Deuteronomio 11, 14-15, ambos en los mismos versículos, de tal modo que se superponen. «En 5766» se escribe igual que «en 5760», sólo que con una letra más. No hay manera de saber cuál de los dos años ha de darse por bueno. Ambos se emparejan con «guerra mundial» en las mismas condiciones, y lo hacen mejor que cualquier otro año. En la matriz original donde aparece «guerra mundial» no figuran más años que estos dos.
Matemáticamente las probabilidades de «en 5766» son ligeramente Superiores pero «5760» vuelve a aparecer en la matriz, codificado en' Números 28,5-6 (PP. íl7y 118).
«Holocausto atómico» figura, al igual que «guerra mundial», junto a los años 2000 y 2006. Se trata de las fechas presentes en Deuteronomio 11, 14-15, y nuevamente no se pue de saber cuál de las dos es la indicada ya que ambas son matemáticamente muy favorables. Aunque «en 5766» es ligeramente superior, son éstos los dos únicos años de los próximos 120 que se emparejan tanto con «holocausto atómico» como con «guerra mundial» (p. 119).

.* «Terrorismo» está codificado junto a «guerra mundial» en Deuteronomio que aparecen just)' 13, y las palabras «guerra a degúello» encima, están codificadas en Deuteronomio 1, 44 (p 121).
.* «Comunismo» aparece codificado en la Biblia en una Ocasión, entre Génesis4 l,34y Números 26,12 . Las palabras intermedias «caída de» están codificadas en Números 22 27-28. «Ruso» se encuentra en el mismo sitio, entre Números 26, 12 y Números 34, 2. Justo debajo, codificado en Deuteronomio 22, 21, aparece «China»; «Siguiente» figura en el mismo versículo (p.122).
.* «Arma atómica» aparece codificado en el libro de Isaías entre los versículos 32,1 y 65, 18. «Jerusalén» y «rollo», así' como «él lo abrió», se encuentran en el texto oculto del último versículo (Is. 65, 18). De hecho las tres se 5 «m» de «atómica» es la misma que la de « J uperponen. la erusalén» (con «m» en hebreo) y la de «megillah», palabra hebrea para «rolío»; superpuestas a esta última se leen las palabras «Él lo abrió», que en hebreo empiezan por la misma «m». Dado que el texto Original de Isaías señala que un «libro sellado» será abierto para revelar los detalles de un apocalipsis que prácticamente describe como un ataque atómico sobre Jeru salén, la codificación de «arma atómica» parece del todo dú liberada. En hebreo tra más (p. 125). moderno, la grafía correcta exige una e
.* «Ariel», el nombre antiguo de Jerusalén, aparece en el texto oculto de Deuteronomio 4, 28, allí donde comienza la codificación de «guerra mundial» (p. 126).
.* «Armagedón» está codificado desde Génesis 44, 4 hasta Éxodo 10, 16, y «holocausto [de] Asad» figura en la misma secuencia de saltos entre Génesis 30, 6 y Génesis 41, 57. En la matriz correspondiente a «Armagedón» se forma de hecho la palabra «Harmegiddo», que significa «monte Megiddó». Los estudiosos de la Biblia concuerdan en que este nombre hebreo dio origen a la palabra «Armagedón» (o «Harmaguedón»), una transliteración griega de esta localidad del norte de Israel. La palabra «Armagedón», que no aparece en el texto original del Antiguo Testamento, sí lo hace en el del Nuevo (p. 127).
.* «Siria» aparece codificado en Ezequiel 38, 10-15, a partir de este último versículo, que anuncia: «Vendrás de tu lugar, del extremo norte, tú y pueblos numerosos contigo, todos montados a caballo, enorme horda, ejército poderoso.» «Gog, tierra de Magog» aparece en el texto original de Ezequiel 38, 2 (p. 128).
CAPÍTULO SIETE: APOCALIPSIS
.* El año 2113 está codificado entre Deuteronomio 29, 24 v Deuteronomio 33, 14. «Desolada, vacía, despoblada» aparece en Deuteronomio 33, 14. «Para todos, el gran terror: fuego, terremoto» aparece en el texto oculto del último versículo de la Biblia primigenia, Deuteronomio 34, 12 (p. 132).
.* «Gran terremoto» está codificado entre Éxodo 39, 21 y Deuteronomio 18, 17. Aparece asimismo junto a los años 2000 y 2006 que, superpuestos entre sí, están codificados en Levítico 27, 23. No obstante, «en 5760», año 2000 en el calendario hebreo, aparece dos veces, la segunda de ellas en Éxodo 39, 21 (PP. 132 y 133).
.* Aunque «Los Ángeles» no aparece codificado en la Biblia, silo hace, y en dos ocasiones (Lev. 23,10-12 v Gén. 27, 9-30), la forma abreviada «L. A. Calif.». Este topónimo coincide, contra las más elevadas probabilidades, con «gran terremoto» (de Ex. 9, 24 a Núm. 23, 11) y con «fuego, terremoto» (Gén. 27, 17). En ambas ocasiones la codificación se empareja con el año 2010. Éste, que corresponde al «5770» del calendario hebreo, aparece junto a «gran terremoto» en Números 4, 23 y se superpone a «fuego, terremoto» en Génesis 27, 17 (PP. 134 y 135).
.* «China» coincide en Números 33, 12 con «gran terremoto» y «en 5760» (mencionado más arriba). El año del último terremoto en China, 1976, está codificado en Levítico 27, 24 (p. 136).
.* «Kobe, Japón» aparece codificado entre Números 5, 14 y Deuteronomio 1, 7. Tanto «fuego, terremoto» como «el grande» se encuentran en el texto oculto de Deuteronomio 10, 21 (p. 137).
.* «Año de la plaga» figura en una ocasión en el código, entre Éxodo 16, 10 y Deuteronomio 2, 34. «Israel y Japón» aparece en el texto oculto de Éxodo 16, 10, atravesando «año de la plaga» (p. 138).
.* «Japón» coincide en Levítico 14, 18 con «gran terremoto». Los años 2000 y 2006 aparecen justo debajo, en Levítico 27, 23 (p. 139).
* «Colapso económico» aparece en la Biblia en una ocasión, codificado entre Exodo
20, 9 y Deuteronomio 11, 6. «Terremoto asoló Japón» se lee justo debajo, en el texto oculto de Deuteronomio 31, 18 (p. 140).
.* «Dinosaurio» está codificado una vez en la Biblia, entre Génesis 36, 14 y Deuteronomio 30, 14. «Dragón», codificado en Deuteronomio 4, 25, atraviesa «dinosaurio». El nombre del dragón bíblico contra el que luchó Dios figura en el texto oculto de Deuteronomio 10, 10, que anuncia: «golpeará a Ráhab». «Asteroide», codificado en Deuteronomio 24, 19-21, atraviesa «dinosaurio»; una de sus letras ha debido quedar fuera de la matriz aquí reproducida (p. 142).
.* «Swiff» está codificado entre Levítico 15, 19 y Levítico 23, 29. El año en que se calcula que el cometa volverá a pasar, 2126, se encuentra codificado en Levítico 24, 5. «En el séptimo mes, llegó» aparece en Levítico 23, 39. «El séptimo mes», que normalmente se referiría al del calendario hebreo, parece Sugerir en este contexto que el cometa vendrá en julio, dejando atrás la Tierra sin contratiempo alguno (p. 143).
.* «Cometa» aparece entre Levítico 18, 20 y Deuteronomio 27, 1. El año 2006 se encuentra en Levítico 27, 23. Justo encima, en Levítico 25, 46, aparece «año vaticinado para el mundo» (p. 146).

.El año 2012, codificado en Deuteronomio 1, 4, también coincide con «cometa». Justo encima, en Éxodo 34, 10, figura «tierra aniquilada». Pero junto a 2012 y también en el texto oculto de Deuteronomio 1, 4 se leen las palabras «se deshará, se romperá en pedazos» (PP. 146 y 147).
CAPÍTULO OCHO: LOS DÍAS FINALES
.* «Primer ministro Netanyahu» figura en una ocasión, codificado entre Éxodo 19, 12 y Deuteronomio 4, 47. «[En] julio a Amman» aparece sin saltos y en una única ocasión en el texto oculto de Levítico 26, 12-13 (p. 149).
.* «Postergado» aparece en Levítico 14, 39, justo encima de «[en] julio a Amman» (p. 150).
.* «Postergado» aparece tres veces en la misma matriz junto a «primer ministro Netanyahu»: justo encima de «[en] julio a Amman», superpuesto a «le será arrebatada el alma» en Éxodo 31, 14 y atravesando «asesinado» entre Números 19, lOy Deuteronomio 17, 11 (p. 152).
.* «La próxima guerra» aparece codificado en una ocasión, entre Génesis 36, 15 y Números 12, 8. «Otro morirá, Av, primer ministro» se lee en la línea superior, en el texto oculto de Génesis 25,11 (p. 153).
.* «9 [de] Av es el día del tercero» aparece en el texto oculto de Números 19, 12 junto a «guerra mundial» y el nombre antiguo de Jerusalén, «Ariel». Si bien el género de «tercero» no concuerda con el de «guerra», el «9 [de] Av» es la fecha de la primera y segunda destrucción de Israel y, dado que el código de la Biblia advierte que una tercera guerra mundial podría comenzar con la tercera destrucción de Jerusalén en esa misma fecha, la codificación resulta claramente deliberada. Por otra parte, si «tercero» se refiriese a la destrucción (palabra masculina en hebreo) de Jerusalén, habría concordancia de géneros (p. 155).
.* La fecha del calendario hebreo, «9 Av, 5756», equivalente al 25 de julio de 1996, está codificada entre Génesis 45 27 y Levítico 13, 55. «Bibi» y «postergado» se entrelazan en' Números 7, 35 con un texto oculto que señala «cinco futuros cinco caminos» (p. 156).
.* «Holocausto de Israel» está codificado una vez entre Génesis 49, 17 y Deuteronomio 28, 64. La codificación del año 2000, «5760» en el calendario antiguo, lo atraviesa en Éxodo 12, 4. «Tú postergaste» se superpone al año en el texto oculto de Éxodo 12, 45 (p. 158).
.* «Postergaron [el] año de la plaga» aparece codificado en una sola secuencia entre Génesis 1, 3 y Deuteronomio 2, 34. «Israel y Japón» lo atraviesan en Éxodo 16, 10 (p. 159).
.* «Amigo postergó» aparece en el texto oculto de Números 14, 14, allí donde el texto original anuncia «el fin de los días». Ambas expresiones figuran justo encima de «guerra mundial» (p. 159).
.* «Túnel», codificado en la misma secuencia equidistante que «holocausto de Israel», corre paralelo a esta expresión entre Éxodo 17, 2 y Números 14, 36 (p. 161).
.* «Ramallah» se encuentra en Números 32, 25, atravesando «holocausto atómico» (de Núm. 29, 9 a Dt. 8 19) El texto oculto completo dice: «Ramallah cumplió una' p½fecía»

* «Anexionados» aparece en dos ocasiones junto a «hol~ causto de Israel», en Levítico 13, 2 y en Levítico 27, 15 (p. 162).
«Arafat» aparece en Deuteronomio 9, 6, justo debajo de «en el fin de los días» (Deuteronomio 4, 30), la única vez que esas palabras del texto bíblico original figuran junto a la segunda forma de expresar el «fin de los días» en la Biblia, codificada entre Números 28, 9 y Deuteronomio 19, 10 (p. 163).
.* «Anunciaron el futuro hacia atrás» se encuentra en Isaías 41, 23; también podría traducirse como «relataron las cosas que han de venir» o «dijeron las letras al revés». «5756», 1996 en el calendario moderno, aparece en sentido inverso en el mismo versículo de Isaías. «Cambiaron el tiempo», también leído en sentido inverso en Isaías 41, 23, se superpone a ese año (PP. 167 y 168).
.* «Código salvará» aparece en Números 26, 64, justo encima de «holocausto atómico» y debajo de «en el fin de los días» (Núm. 24,14). En hebreo, las mismas palabras que forman la frase «código salvará» pueden leerse como «códigos de Moisés» (p. 171).

NOTAS A LOS CAPÍTULOS
* «Código de la Biblia» aparece codificado entre Génesis 41, 46 y Números 7, 38. La palabra hebrea empleada para referirse a la Biblia es «Torá», que representa los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, dictados por Dios a Moisés según señala la propia Biblia. En hebreo, «código» se escribe como el verbo, de modo que la frase completa podría leerse como «Él codificó la Torá, y más». Las palabras adicionales «y más» se encuentran entre Números 20, 20 y Deuteronomio 28, 8 (p. 175).
«Código de la Biblia» aparece codificado otra vez entre Deuteronomio 12, 11 y Deuteronomio 12, 17. Aquí, la palabra hebrea para referirse a la Biblia es «Tanakh», que representa la totalidad del Antiguo Testamento. «Sellado ante Dios» se encuentra en Deuteronomio 12, 12 (p. 176).
APÉNDICE
El experimento original probatorio de la existencia del código de la Biblia se publicó en Statistical Science, revista del Institute of Mathematical Statistics de Estados Unidos (vol. 9, núm. 3, agosto de 1994, PP. 429-438).
El editor de la publicación, Robert E. Kass, de la Universidad de Carnegie-Mellon, manifestó en la nota preliminar: «Nuestros revisores estaban desconcertados. La posibilidad de que el libro del Génesis contuviera información significativa acerca de personajes actuales iba contra todas sus convicciones. No obstante, las pruebas adicionales reconfirmaron el fenómeno.
Desde la publicación del trabajo de Rips-Witztum-Ro senberg, hace ya tres años, nadie ha enviado refutación alguna a la revista matemática.
AGRADECIMIENTOS
Esta aventura comenzó hace cinco años, cuando el azar quiso que me enterara de que un reputado matemático israelí había descubierto en la Biblia un código secreto que revelaba acontecimientos modernos. Así que fui a ver a Eli Rips una tarde de junio de 1992 con la convicción de que tardaría menos de una hora en comprobar que su hallazgo era infundado.
Desde entonces han transcurrido cinco años y, además de comunicarnos al menos una vez por semana, Rips y yo nos hemos encontrado en numerosas oportunidades. Si bien las incontables pruebas de que el código de la Biblia es un hecho fundado han venido de muchas fuentes, es indudable que este libro no habría sido posible sin la ayuda constante de Eli. A pesar de ello, en tanto obra independiente, las opiniones vertidas en él no le pertenecen salvo cuando se le cita expresamente.
Muchos son los estudiosos israelíes que me han prestado su inestimable ayuda. El rabino Adin Steinsaltz me dedicó gran parte de su preciado tiempo. Yakir Aharonov, un destacado fisico, me asistió en la comprensión de muchos de los complejos conceptos científicos utilizados. Robert Aumann, quizá el matemático que más a fondo estudió el trabajo de Rips, no tuvo reparos en explicarme personalmente las distintas pruebas a las que era sometido el código.
También debo agradecer a los funcionarios del gobierno israelí su desinteresada ayuda, a quienes no citaré por sus nombres para no dificultar aún más su situación laboral en la presente coyuntura.
Están luego los amigos que se han tomado el tiempo para leer, criticar y alentar. Uno de ellos, John Larsen, fue aún más allá. John fue el primer amigo a quien le hablé del código de la Biblia, y también el primero en leer el manuscrito del presente libro. Sus consejos han resultado extraordinariamente útiles y adecuados a cada momento, y si este libro funciona gran parte del mérito le corresponde a él.
Jane Amsterdam se incorporó, aportando su crítica entusiasta, en una etapa posterior. Tanto ella como John se arriesgaron por mí de manera natural y valiente.
Mi amigo y abogado Michael Kennedy se comprometió con la obra desde el principio y, tal como ha hecho durante toda mi vida, me ofreció toda la ayuda que estaba en su mano. Su socio, Ken Burrows, auténtico abogado de autores, mantuvo el proyecto en curso.
Quiero, por fin, mostrar mi agradecimiento a mi traductor, Gilad, un brillante joven israelí cuyo abuelo contribuyó a que el hebreo volviera a ser una lengua viva tras la segunda guerra mundial, y a mis asistentas en la investigación, Hillary y Elizabeth.
Pero sobre todo a Vendela, quien trabajó a mi lado sin desmayo y me ayudó a escribir este libro. No lo habría logrado sin ella.
FIN

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