GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
JESÚS, EL HIJO DEL HOMBRE
(1928)
SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO
El reinado de la
Tierra
Era un día primaveral el día en
que Jesús llegó a un parque de Jerusalén, y comenzó a dialogar con la multitud
sobre el Reinado del Cielo.
Graves acusaciones en contra de
fariseos y escribas que colocaban trampas y cavaban pozos en el sendero de
quienes buscaban el Reino Celestial, apostrofándolos y recriminándolos con
acritud. Entre la multitud se hallaban personas que defendían a los escribas y
fariseos, y planearon. arrestar a Jesús, y a nosotros con él. Pero Jesús logró
burlar sus ardides y escapar por el portal de la ciudad que mira hacia el
Norte. Allí nos contempló y dijo:
-Todavía no ha llegado la hora
en que me prendan. Aún tengo mucho de que hablaros, y mucho es también lo que
tengo que hacer entre vosotros antes de pensar en entregarme-. -Y después
añadió, su voz teñida de felicidad:-Vayamos hacia el Norte, hacia la primavera.
Subid conmigo a los montes, pues el invierno ha terminado y la nieve del Líbano
está cayendo hacia los valles, agregando su preludio a las sinfonías de los
arroyos. Las llanuras y las viñas han alejado todo sueño, y han despertado para
recibir al Sol con lujuriosos higos y frescas uvas.
Estaba siempre a la. cabeza
de la columna que conformaban los suyos, todo ese día y también el siguiente.
En el atardecer del tercero habíamos escalado la cima del monte Hermón. En lo
alto de una meseta se detuvo a observar las aldeas esparcidas por el llano. Se
le iluminó la cara, que en ese instante parecía oro bruñido. Nos tendió las
manos.
-Ved cómo el suelo se ha vestido
con sus verdes vestiduras -dijo- y de qué manera los arroyos han bordado sus
faldas con brillante hilo de plata. La Tierra es hermosa, verdad, y todo lo que
es y existe encima de ella es encantador; pero, atrás de todo lo que veis se
encuentra un Reino del cual yo seré monarca y gobernante. Si podéis amar y
encariñaros con el corazón iréis conmigo a ese Reino, a gobernar a mi lado. En
ese lugar vuestro rostro y el mío no estarán velados; no llevarán vuestras
diestras puñales ni cetros. Nuestros gobernados vivirán en la tranquilidad sin
sentir hacia nosotros miedo u horror.
De esa forma habló Jesús, pero
yo estaba ciego y no podía ver el Reino de esta Tierra, ni las grandiosas
ciudades fortificadas y amuralladas. No moraba en mi espíritu más que una sola
ansia: ir junto al Maestro hasta aquel otro Reino. En ese instante había
llegado Judas Iscariote, que se puso junto a Jesús y le dijo:
-Los reinados de los seres
humanos son muchos y extensos; las huestes de Salomón y de David vencerán al
fin a los romanos. Si es tu deseo llegar a ser rey de los judíos, nuestras
lanzas y puñales estarán a tu servicio para expulsar a los extranjeros y
triunfar sobre ellos.
Al escuchar esto Jesús, su faz
se indignó, y le respondió con voz estentórea y resonante:
-¡Fuera de aquí, demonio!
¡Podrás creer, por azar, que mi llegada entre las legiones de los milenios es
para gobernar, un solo día, sobre un hormiguero de personas. Mi trono no
llegará a tu poca inteligencia, pues quien trata de abarcar la Tierra con sus
alas, no tratará de buscar un lugar de refugio en un nido abandonado y
destruido! ¿Se siente honrada o enaltecida, quizás, una aldea porque sus
moradores visten mortajas? Mi Reino no es de este mundo y mi trono no se
erguirá sobre las calaveras de vuestros ancestros. Si anheláis un reino que no
sea el Reino del Alma, más os valiera abandonarme aquí y emprender el descenso
a las cuevas de vuestros muertos, donde, desde tiempos remotos, los seres de
testa coronada llaman a conciliábulo en sus sepulcros, para glorificar la
osamenta de vuestros antepasados. ¡Cómo te atreves a tentarme con un trono de
infecta materia, cuando mi frente ansía la corona de los astros o vuestras
espinas! Pero, de no ser por un sueño de un pueblo casi olvidado, no hubiera
permitido que vuestro sol tuviera su aurora en mi paciencia, ni que vuestra
luna refleje y alargue mi sombra en vuestro camino. De no haber sido yo un
ansia pura, por la que tiritó y se emocionó el alma de una madre alba e
inmaculada, me habría desembarazado de mis pañales y hubiera vuelto a lo
infinito. Y de no ser por el profundo dolor que impera en las entrañas de todos
vosotros, no me hubiera quedado en este lugar para sollozar y gemir. ¿Quién
eres y qué es lo que deseas de mí, oh Judas Iscariote? Habrás calculado mi peso
en alguna balanza para encontrarme
digno de dirigir un ejército de enanos y de conducir una deforme escuadra en
contra de un enemigo que no se acuartela más que en vuestras inquinas, temores.
y fantasmas. Varios son los insectos que hormiguean a mis pies, pero yo los venceré. Estoy harto de sus burlas y sus
chanzas, y cansado está mi espíritu de toda compasión con los animales o
insectos que me consideran cobarde, porque mi camino no se encuentra entre sus
murallas y fortalezas. Uno de los fines de la piedad es mi necesidad de misericordia hasta el final. ¡Oh!, cómo
quisiera, si pudiera lograrlo, encaminar mis pasos
en dirección a un mundo más grande, en el que moran seres muy superiores a los
de este mundo; pero... ¿De qué manera podrá conseguirlo? Vuestro rey y vuestro
sacerdote piden mi vida. Ya lograrán su propósito antes de encaminarme hacia
ese otro mundo. No quebrantaré el curso de las Leyes ni esclavizaré a la
ignorancia. Permitid que la ignorancia se cultive a sí misma hasta hartar a sus
descendientes. Permitid que los ciegos lleven a los enceguecidos a la fosa.
Permitid que los muertos sepulten a los cadáveres hasta que se ahogue la tierra
bajo el perfume de esos amargos capullos. Mi reino no es de este mundo, no. Es
y será en el lugar en el que tres de vosotros se reúnan con amor, con
veneración, idolatrando a la hermosura de la
vida, con felicidad y con placer ante mi recuerdo.
En el
momento de terminar su discurso dirigió bruscamente su vista a donde se
encontraba Judas Iscariote y lo exhortó diciéndole:
-¡Fuera de
mi vista, hombre! los reinos de vosotros nunca estarán dentro del mío.
Ya era
tarde. Se dirigió a nosotros y dijo:
-Vayámonos
de este lugar, pues la noche ya se avecina y está casi encima de nosotros.
Caminemos mientras haya luz. Descendió del monte seguido por nosotros. Bastante
atrás, lejos y a la zaga, Judas nos seguía despacio. Al arribar al llano ya
había anochecido. En ese instante Tomás, el hijo de Theófanos, se dirigió a
Jesús diciéndole:
-Maestro, la noche está muy oscura
y ninguno de nosotros llega ya a distinguir el verdadero sendero. Si lo deseas
podemos ir en dirección a las luces de aquella aldea, en donde quizá podamos hallar
algo de comer y un lecho.
Jesús
entonces le respondió:
-Os he
dirigido hacia lo alto cuando teníais apetito, pero ahora que os he llevado a
la llanura vuestra necesidad se ha multiplicado. ¡Es triste que no pueda estar
entre vosotros esta noche, pero es que quiero estar a solas!
Entonces se
adelantó Simón Pedro y le habló:
-No nos
abandones en la tiniebla de la noche; déjanos pasar esta noche a tu lado en
este estrecho sendero; pues tanto la noche como sus fantasmas no harán
demasiado extensa su visita si con nosotros estás; mejor aún, estaremos cómo
iluminados por un Alba si con nosotros te quedas. Jesús le respondió:
-En esta
noche los chacales estarán en sus cuevas y madrigueras, en sus nidos los
pájaros del cielo, pero el Hijo del Hombre no hallará dónde reposar su cabeza.
En verdad es mi deseo estar a solas esta noche. Pero si ese es vuestro deseo
podréis, por segunda vez, encontrarme en la orilla donde os he hallado.
Lo
abandonamos con el alma dolorida, pues no deseábamos irnos y dejarlo solo. A cada
momento volvíamos nuestra mirada hacia el lugar donde Jesús se encontraba
en la gloria de su soledad, camino al oeste. El único que quiso echar hacia
atrás la cabeza, para ver al Maestro en su perfecta soledad, fue Judas
Iscariote. Desde ese momento Judas se convirtió en otro, se tornó malhumorado e
hipócrita. Su mirada se vio oscurecida por una densa niebla de odio, maldad y
felonía.
ANA, MADRE DE MARÍA
El
nacimiento de Jesús
Mi nieto nació aquí, en Nazareth, en el mes de enero. La noche del nacimiento de
Jesús unos hombres que venían de Levante nos visitaron. Se trataba de unos
extranjeros que habían llegado de Asdrolón con las caravanas que mercan con
Egipto. Nos solicitaron hospitalidad en nuestro hogar, pues en el albergue no
encontraban lugar para pasar la noche. Les di la bienvenida y les informé:
-Mi hija
acaba de dar a luz un varón; vosotros, sin lugar a dudas, me disculparéis si no
os hago las cumplimentaciones que merece vuestra permanencia aquí.
Me
agradecieron el haberles dado hospedaje, y, luego de cenar me dijeron:
-Es nuestro
deseo conocer al recién nacido.
El hijo de
María era un bebé muy hermoso; ella misma era muy bella y atrayente. Ni bien
los extranjeros vieron a María y a mi nieto, extrajeron de sus bolsas oro y
plata y lo dejaron a los pies del niño. Luego le ofrendaron incienso y mirra y
prosternándose, más tarde oraron en un idioma que no comprendimos.
En el
momento de conducirlos al aposento que había preparado para que reposaran,
penetraron en el mismo con un aire de recogimiento, como maravillados por lo
que acababan de ver. Cuando salió el sol se marcharon para continuar su camino
hacia Egipto; mas antes de partir me dijeron:
-A pesar de
tener su nieto un día de edad hemos podido ver en su mirada la luz del Dios que
adoramos, y hemos visto también
Su sonrisa a flor de labios. Por eso, le rogamos que cuide de Él como para que
Él la cuide después.
Y luego de decir esto, montaron
en sus dromedarios y nunca más los hemos vuelto a ver.
En lo que respecta a María su
felicidad no era, con todo, tan grande como su asombro y admiración ante su
vástago. Detenía la mirada largamente sobre su rostro, y después la perdía en
el horizonte, a través de la ventana, absorta como si estuviera contemplando
una revelación del cielo.
El niño fue creciendo en edad y
en espíritu, y se mostraba absolutamente distinto de sus compañeros de juegos,
pues buscaba la soledad y no permitía que se le mandara, y nunca pude poner mis
manos sobre él.
Y era muy amado por todos los
habitantes de Nazareth. Luego de unos años supe el porqué y el motivo de ese cariño y apoyo. Varias veces se
llevaba la comida y la regalaba a los extranjeros que pasaban, y si yo alguna
vez le daba un trozo de golosina, lo ofrecía a sus compañeros sin comer de él
ni siquiera un trozo.
Trepaba a los árboles frutales
de nuestra huerta y le llevaba los frutos a los que no tenían en la suya. Y
varias veces le he visto jugar carreras con los chicos de la aldea; cuando se
daba cuenta que alguno se le había adelantado, disminuía, a propósito, la velocidad
de su marcha para que pudieran ganar sus contendientes. Y cuando lo conducía
por la noche a su cama para que descansara acostumbraba decir:
-Dile a mi madre y a las otras
que únicamente mi cuerpo descansa, pero mi espíritu las acompaña hasta que el
de ellas se asome a mi Alba.
Y muchas otras cosas más, como por ejemplo esa
hermosa parábola que me contaba cuando aún era un pequeño, pero que ahora, en
mi vejez, la memoria me impide acordarme con fidelidad de ella.
Hoy me han dicho que no volveré
a verlo nunca, mas... ¿cómo podré creerles? Si ahora mismo sigo oyendo su risa
y el eco de sus pisadas todavía resuena en el patio de nuestra casa, y si beso
el rostro de mi hija percibo aún el aroma de sus besos derretirse sobre mi
alma; como también siento su hermoso cuerpo flotar estrechado contra mi pecho.
Mas, ¿no es cierto que es extraño que María no haya hablado nunca más de su
hijo cuando yo estaba presente? Varias veces creí sentir que ella misma tenía
necesidad de verlo, pero como una estatua de metal, de esa manera se
inmovilizaba ella meditando ante la luz diurna, de tal forma que mi alma se
derretía y corría por mi pecho como si fuera un río.
Pero, quién sabe; quizás ella
sepa más que yo; y ruego al cielo que me cuente todo lo que sabe del misterio
que no alcanzo a descubrir.
ASSAF, ORADOR DE TIRO
El Verbo de Jesús
¿Qué es lo que puedo hablar de
su Verbo? Sin lugar a dudas, una enorme fuerza oculta dentro de él mismo
llenaba sus parábolas de un encanto particular que seducía a sus oyentes. Quizá
también fuera porque era bello e irradiaba simpatía. Tal vez el gentío prestaba
más atención a su rostro perfecto que a sus charlas y discursos. Pero él muchas
veces hablaba con la irresistible potencia de un espíritu elevado, y ese
Espíritu poseía un dominio absoluto sobre todo aquel que lo estuviera
escuchando.
Cuando yo era un muchacho tuve
ocasión de escuchar a oradores de Roma, Atenas y Alejandría, mas el Nazareno
era totalmente distinto a cualquiera de ellos. La preocupación mayor de
aquéllos era ordenar las palabras en forma espectacular, mas en cuanto oyes
hablar al Profeta de Nazareth, sientes que el alma se escapa de ti y sale a
recorrer regiones distantes y extrañas. Él relata una historia o inculca
enseñanzas con parábolas o anécdotas. En toda la historia de Siria nadie había
escuchado parábolas como las de Jesús, parecía que las tejía con hilos de
estaciones, igual como el tiempo trama sus tejidos con los hilos de las eras y
de los milenios. Ved aquí algunos ejemplos de cómo él comenzaba generalmente
sus sermones:
"Un día un labrador salió a
sembrar", o "Un hombre pudiente poseía muchos viñedos", o
"Al caer la tarde, un pastor contando sus ovejas cayó en cuenta que le
faltaba una..". Esta manera de hablar hace trasladar a sus oyentes hasta
sus egos simplificados y a sus ayeres apacibles y tranquilos. En verdad cada
uno de nosotros es como un agricultor, todos amamos los viñedos, y en las
llanuras de nuestra memoria existe un Pastor, un rebaño y una oveja perdida.
En ese lugar también hay un
Arado, una Artesa y una Era. En efecto, el Nazareno ha comprendido las fuentes
de nuestro Yo más antiguo, e inspeccionado los hilos con que Dios fabricó la
tela de la cual estamos hechos. Los oradores de Grecia y de Roma se han
dirigido a la muchedumbre, hablándoles sobre la vida de la misma forma como la
concibe el pensamiento; pero el Nazareno les habló sobre un anhelo que nace en
lo profundo del espíritu. Los primeros han visto y contemplado la vida con
mirada quizá más turbia que la tuya o la mía; pero el Nazareno ha visto la vida
a la luz de Dios. Y varias son las ocasiones en que he pensado que hablaba a
sus oyentes como si el peñasco hablara a la infinita llanura. Y en su verbo
existía un empuje al que nunca hubieran llegado los discursos de los oradores atenienses
y romanos.
MARÍA MAGDALENA
Sus encuentros con Jesús
Era el mes de junio cuando lo vi
por vez primera. Paseaba en medio de la sementera con mis esclavas y doncellas.
Jesús estaba solo. El ritmo de sus pasos resonando en el camino era distinto al
de los hombres comunes; pero, movimiento igual que el de su cuerpo nunca pude
ver otro parecido. Los demás hombres no poseían su forma de caminar, y aún
ahora no sé si lo hacía lentamente o con rapidez. Mis esclavas y doncellas lo
señalaban con el índice susurraban entre sí excitadas. Me detuve un momento y
levanté mi mano en ademán de saludo, que él no contestó ni siquiera mirándome.
En ese momento lo detesté y pude sentir cómo mi sangre se agostaba en mis venas
por el odio que hizo presa de mí en ese instante. Me quedé fría. Temblaba,
helada, igual como si me encontrara en medio de una horrible nevada. Esa noche
soñé con él, y a la mañana siguiente mi camarera me contó que grité
terriblemente en sueños, y no pude descansar en toda la noche.
La segunda vez que pude verlo
fue en agosto. Se encontraba descansando a la sombra del ciprés que está frente
al jardín de mi casa. Lo observaba a través de la ventana. Su figura irradiaba
paz y majestad; parecida a esas estatuas de piedra que se ven en Antioquía y
otras ciudades norteñas. En ese instante llegó una de mis doncellas, la
egipcia, y me dijo:
-Ahí está otra vez ese hombre,
sentado frente al jardín. Lo observé con detenimiento y se emocionó mi espíritu
hasta lo más profundo de mí misma, porque era realmente hermoso. Su cuerpo era
incomparable.
Todas sus líneas se habían
uniformado armoniosamente, tanto que me parecieron estar enamoradas unas de
otras. En ese momento me atavié con mi mejor traje damasquino para ir a
hablarle. ¿Era mi soledad la que me llevó hasta él o fue el perfume de su
cuerpo? ¿Acaso era la codicia de mis ojos que anhelaban la belleza, o era su
belleza lo que buscaban mis ojos? Hasta hoy no lo he podido saber. Del vestido
perfumado que yo llevaba, surgían mis pies calzados con las sandalias doradas
que el general romano me había obsequiado, sí, eran las mismas sandalias. Y
cuando hube llegado hasta él, lo saludé diciéndole:
-Buenos días.
-Buenos días,
María -me respondió.
Luego me miró. Sus ojos negros
vieron en mí lo que no vio hombre alguno antes que él. Ante sus miradas me
sentí como desnuda y sentí vergüenza de mí misma. No habiéndome dicho,
entretanto, más que ese "buenos días, María", le dije
-¿Quieres venir a mi casa?
-¿No estoy ahora acaso en tu
casa? -replicó.
No comprendí sus palabras en
aquél momento, pero ahora sí que las entiendo.
-¿Quieres compartir conmigo mi
vino y mi pan? -insistí.
-Sí, María,
pero no ahora.
"Pero
no ahora, no ahora", así me dijo. En estas palabras había la voz del
océano, del huracán y del bosque. Y cuando me las dijo, hablaron
simultáneamente la Vida con la Muerte.
Acuérdate,
amigo mío, y no te olvides, que yo. estaba muerta; que era una mujer
que se había divorciado de sí misma y vivía lejos de este Yo que hoy ves en mí.
Había sido poseída por todos los hombres sin ser de ninguno. Me llamaban mujer
libertina y decían que tenía siete demonios. Todos me maldecían
y todos me envidiaban; pero cuando el atardecer de sus ojos alboreó en los
míos, desaparecieron y se apagaron todos los astros de mis noches y me volví María,
únicamente María: una mujer que se había extraviado sobre la tierra que
conocía, para luego encontrarse a sí misma en nuevos mundos. Y volví a
insistir:
-Ven a mi
casa y comparte mi pan y mi vino.
-¿Por qué insistes que yo
sea tu huésped? -respondió.
Y le contesté:
-Te ruego
que entres en mi casa.
Mientras yo
le hablaba, sentía que todo lo que tenía de la tierra y del cielo se reunía en
mis palabras y en mis súplicas. Entonces me observó fijamente, y sobre mi
espíritu alumbró la luz de sus ojos. Y me dijo:
-Tú tienes
muchos amantes, en cambio soy yo el único que te ama. Los demás hombres se aman
a sí mismos a tu lado, pero yo quiero y amo tu alma. Los demás hombres ven en
ti una belleza que se marchita antes de la terminación de sus años, pero la
hermosura que yo veo en ti no se marchitará jamás. En el otoño de tus días no
temerá aquella Belleza mirarse a sí misma en un espejo, y nadie podrá acusarla
ni denigrarla. Sólo yo amo lo que es invisible en ti.
Y luego me
dijo en voz baja:
-Sigue ahora
tu camino, y si no quieres que yo me siente a la sombra de este ciprés tuyo,
seguiré yo también el mío.
Y le
supliqué llorando:
-Maestro, ven y entra en mi casa.
Allí tengo incienso que quemaré ante ti, y una jofaina de plata para lavar tus
pies.
Eres un
extranjero, pero no lo eres aquí. Por eso te suplico que entres en mi casa.
No bien hube
terminado, se levantó y me miró como cuando miran las Estaciones al campo;
sonrió y me dijo nuevamente
-Todos los
hombres se aman a sí mismos a tu lado, mas yo sólo te amo para tu salvación.
Dijo esto y
siguió su camino; pero nadie hubiera podido caminar como él. ¿Habrá nacido en
mi jardín algún soplo divino y luego se fue hacia el Levante? ¿Fue una
tempestad
que vino a
sacudir todas las cosas para volverlas a sus verdaderos cimientos?
No lo supe
en ese entonces, -pero en aquel día el atardecer de sus ojos mató la bestia que
vivía en mí. Y por eso me volví una mujer, María, María Magdalena.
FILEMÓN, BOTICARIO GRIEGO
Jesús, el príncipe de los
médicos
El Nazareno
era el príncipe de los médicos, tanto en su pueblo como en los pueblos
aledaños. Ningún otro hombre ha conocido como él nuestros cuerpos, sus
elementos y sus propiedades. Ha curado a mucha gente de muchas y extrañas
enfermedades que ni los griegos ni los egipcios conocían. Dicen que ha
resucitado a los muertos. No importa que esto sea o no verdad; el hecho es que
él manifiesta su fuerza, porque todas las cosas y acontecimientos importantes
no pueden ser atribuidos sino a aquel que toma a su cargo cosas de tanta
magnitud e importancia.
Dicen
también que Jesús ha visitado la India, Asiria y Babilonia, y que los
sacerdotes de aquellas regiones le habían enseñado sus ciencias ocultas y la
sabiduría que está escondida en las profundidades nuestras. Pero... ¡quién
sabe! Tal vez los dioses se lo hayan revelado directamente, sin intermedio de
los sacerdotes, pues lo que los dioses ocultan a todos los hombres, durante
muchos siglos, a menudo lo revelan en un solo instante a un solo hombre, tanto
que si Apolo pasara su mano
sobre el corazón de un humilde desconocido, lo volvería hecho un sabio y un
gran señor.
Muchas puertas se han abierto
ante los hijos de Tiro y del Tibet. Allí había muchas puertas que estaban
cerradas y selladas, y, sin embargo, se abrieron al paso de este hombre que
consiguió penetrar en el Templo del Alma, que es el cuerpo, y descubrir los
espíritus malignos que conspiran contra nuestras fuerzas y nuestro valor,
separándolos de los espíritus bondadosos que tejen sus hilos en la quietud y
calma de sus horas.
A mi forma de ver, Jesús curaba
los enfermos por medio de la oposición y la resistencia, porque ese sistema
empleado por él no era conocido entre nuestros filósofos. Sorprendía a la
fiebre con su tacto glacial y la ahuyentaba; y los órganos inutilizados se volvían
sanos ante la fuerza de su serenidad maravillosa.
Sí; el Nazareno ha descubierto
la savia pasajera en la corteza de nuestro árbol carcomido y marchito, pero
¿cómo llegó a tocar aquella savia con sus dedos? No lo sé. También alcanzó a
descubrir el acero puro cubierto por la oxidación; pero ningún ser humano nos
puede explicar cómo libró a la espada de su óxido y le devolvió el brillo.
Muchas veces se me ocurrió creer
que él llegaba hasta los males más hondos que padecen todos los seres que viven
bajo del sol, mitigando esos dolores, fortificando y ayudando a aquellos seres,
no sólo con su sabiduría, sino señalando el camino de su propia fuerza para
levantarse y despojarse de sus dolores sanos y curados.
Y no obstante eso, jamás se
ocupó de su propio poder como médico. Toda su atención estaba concentrada en
las cuestiones religiosas y políticas de este país. Y esto me hace sufrir
porque, antes que nada, debemos ser sanos de cuerpo. Pero estos sirios, cuando
son atacados por algún mal, no buscan su panacea, sino más bien se entregan a
las discusiones y a las polémicas especulativas y teológicas. Y su mayor
desgracia es que su más grande médico renunció a su útil profesión y prefirió
ser orador en la plaza pública.
SIMÓN PEDRO
Cómo fue llamado, con su
hermano, por Jesús
Estaba yo a la orilla del lago
cuando vi por vez primera a Jesús, mi Maestro y Señor. Mi hermano Andrés estaba
conmigo y los dos andábamos pescando. Las olas estaban embravecidas y
agitadísimas, y debido al mal estado del tiempo nuestra pesca era muy exigua.
Nos encontrábamos transidos por el dolor que traspasaba nuestros corazones. De
repente se detuvo Jesús frente a nosotros como si hubiera, en ese momento,
llegado de la nada; por cuanto no lo vimos venir de ningún lado. Luego nos
llamó a cada uno por su nombre y dijo:
-Si me seguís os conduciré a una
ensenada -cerca de la costa de abundante pesca.
Cuando lo miré, la red se escapó
de mis manos, porque una luz alumbró mi interior y lo reconocí; pero mi hermano
Andrés le dijo:
-Nosotros conocemos todas las
abras de estas orillas; también sabemos que en estos días muy ventosos los
peces buscan las profundidades, donde no pueden llegar nuestras redes.
A lo que contestó Jesús:
-Seguidme, pues, a las orillas
del mar Mayor y os haré pescadores de los hombres, y vuestras redes jamás se
retirarán vacías.
Entonces abandonamos nuestra
barca y nuestras redes y lo seguimos; reas yo le seguí guiado por una fuerza
invisible que le acompañaba. Caminaba yo a su lado sin respirar, inundado por
el asombro, mientras mi hermano Andrés venía detrás, no menos admirado y
maravillado. Y mientras caminábamos sobre las arenas cobré ánimo y le dije:
-Señor, yo y mi hermano te
seguiremos, y a donde tú vayas te acompañaremos; si es tu deseo visitar nuestra
casa esta noche, ésta se llenaría de bendiciones. Sólo comerías platos frugales
y sencillos. Mas,, si entras en nuestra choza la convertirías en palacio, y si
compartes nuestro pan, seremos envidiados por todos los príncipes de la tierra.
Y respondió Jesús:
-Sí, seré vuestro huésped esta
noche.
Mi corazón se alegró hondamente
al oír sus palabras. Así lo hemos seguido en silencio hasta llegar a la. casa.
Cuando pisamos el umbral, Jesús dijo:
-La paz sea en esta morada y con
sus habitantes.
Luego entró y lo seguimos. Una
vez dentro de la casa fue agasajado por mi mujer, mi suegra y mi hija. Todas se
prosternaron delante de él y besaron los bordes de su manto. ¡Estaban
maravilladas por tan honroso hospedaje al Señor, el Elegido que vino a dormir
bajo nuestro techo! También porque ellas lo conocieron en el Jordán, cuando
Juan el Bautista reveló su poder a la multitud. De inmediato, mi esposa y mi
suegra se dieron a la tarea de preparar la cena.
En cuanto a mi hermano Andrés,
de naturaleza tímido y vergonzoso, su fe en Jesús era más honda que la mía.
Mi hija, que a la sazón tenía
doce años, se colocó junto a Jesús y lo cogió de un pliegue de su manto,
temiendo que nos dejara para volver a emprender viaje bajo el cielo oscuro.
Se había aferrado a él como un
cordero que ha encontrado su buen pastor. Y a la hora de la cena nos sentamos a
la mesa todos juntos. Tomó en sus manos el pan, y luego de haber servido el
vino nos miró y dijo:
-Amigos míos,
bendecidme y acompañadme en esta comida, tanto como nuestro Padre nos ha
bendecido al otorgárnosla.
Dijo todo esto antes de probar
un solo bocado, porque de este modo quiso respetar las antiguas costumbres y
las tradiciones, que hacían del huésped querido un señor de la casa.
Y cuando estuvimos sentados a la
mesa, sentimos en lo más profundo de nuestro ser hallarnos sentados en el
banquete de un gran rey.
Mi hija Petronila, la inocente
pequeñuela, miraba extasiada la cara del Señor y seguía con atención los
movimientos de sus manos y sus ademanes. Una nube de lágrimas empañaba sus
ojos. Y cuando Jesús se hubo levantado de la mesa, salió seguido por todos
nosotros y se ubicó debajo del gran parral. Mientras nos hablaba, nosotros lo
escuchábamos con los corazones hondamente emocionados.
Nos habló de la segunda venida
del Hijo del Hombre, de las puertas del cielo que en ese entonces se abrirá, y
de los ángeles cuando bajan trayendo la paz y la alegría a todos los hombres, y
cuando se elevan llevando a Dios sus anhelos y sus ansias.
En esa circunstancia me miró en
los ojos y con su mirada llegó hasta lo más hondo de mi ser y dijo:
-Te he elegido junto con tu
hermano y es preciso que me sigáis. Habéis trabajado mucho hasta el cansancio;
ahora os haré descansar. Llevad mi yugo y aprended de mí, por cuanto mi alma
desbórdase de paz, y en él hallarán vuestras almas su patria y sus necesidades
cumplidas.
Al terminar estas palabras nos
pusimos de pie y dije: -Maestro, te seguiremos hasta el fin del mundo, y si
nuestra carga es pesada cual una montaña, la llevaremos en nuestro camino del
cielo, aceptándola gustosos y satisfechos. Y luego mi hermano:
-Maestro, queremos
ser hilos entre tus manos y en tu telar, para que hagas de nosotros cuando
quieras, un lienzo que usarás en tu divino manto.
Después alzó mi mujer su cabeza
y exclamó, mientras surcaban sus mejillas lágrimas de alegría:
-¡Bendito seas tú que vienes en
nombre de Dios! ¡Bendito sea el Vientre que te concibió y el Pecho que te
amamantó! Mi hija estaba echada a sus pies, abrazándolos contra su pecho;
empero mi suegra, sentada en el umbral de la puerta, estaba callada; pero
lloraba en su silencio, mojando así su manto. Jesús llegó hasta ella y
alzándole la cabeza la miró en los ojos y le dijo:
-Tú eres la madre de todos estos
amigos. Ahora que lloras de alegría, yo sabré guardar tus lágrimas en mis recuerdos.
En esa hora vimos asomar la
bella luna; Jesús la miró detenidamente y nos dijo:
-Larga fue nuestra velada.
Retiraos a vuestros lechos y que Dios vele vuestros sueños y vuestro reposo. En
cuanto a mí, quiero permanecer bajo este parral hasta que nazca el día. Hoy he
tirado mi red y pescado dos hombres, lo que me conforma y satisface. Que paséis
buena noche.
Mi suegra le dijo
-Señor, te hemos preparado el
lecho, ruego entres y descanses.
A lo que respondió Jesús:
-La verdad te digo que -necesito
reposo; pero no bajo ningún techo. Dejadme dormir esta noche bajo el dosel de
la viña y la luz de las estrellas. Y ahora hasta siempre.
Se apresuró mi suegra para sacar
y preparar el lecho afuera. Era un colchón, una almohada y un cobertor. Jesús
la miró dulcemente y dijo:
-Descansaré sobre un lecho que
se hizo dos veces. Entonces lo dejamos solo y entramos en la casa. Mi hija fue
la última en entrar. Lo miraba con insistencia hasta que cerró la puerta.
Así he conocido a mi Rabí y
Señor por primera vez, y no obstante haber esto pasado hace muchos años, lo
recuerdo como si hubiera sido hoy.
CAIFÁS, SUMO SACERDOTE
Lo hemos matado con la
conciencia serena y pura
Es indispensable, al hablar de
este hombre Jesús, de su vida y de su muerte, recordar dos realidades irrefutables:
la conservación del Torá en nuestras manos y la salvación del Estado, para que
permanezca en las fuertes manos de los romanos. Ese hombre constituía un
peligro para nosotros y para Roma. Ha envenenado al pueblo ingenuo y cándido, y
lo ha conducido, mediante un sortilegio admirable, a rebelarse contra el César
y contra nosotras.
Hasta mis esclavos, hombres y
mujeres, al oírlo hablar en la plaza pública, se llenaron de ideas subversivas
y se tornaron muy díscolos y disconformes. Muchos de ellos abandonaron mi casa
y regresaron al desierto de donde vinieron.
El Torá es la base de nuestra
fuerza y la cúspide de nuestro triunfo. Ningún hombre puede destruirnos
mientras en nuestras manos tengamos esta fuerza invicta, como ninguno puede
reducir a escombros a Jerusalén, cuyas murallas y paredes están levantadas
sobre las viejas rocas que con sus propias manos colocó David.
Si es necesario que la sementera
de Ibrahim crezca y fructifique, nada más justo que esta tierra permanezca
pura; y ese hombre Jesús trataba de mancillarla incitando a la rebelión. Es por
eso que lo hemos muerto, cargando, a conciencia, con toda la responsabilidad. Y
así mataremos a todo aquel que ose violar la ley de Moisés o profanar nuestro
sagrado patrimonio.
Nosotros, juntamente con Pilatos,
hemos advertido al pueblo el peligro que había en ese hombre, y vimos que era
prudente poner fin a su vida. Mas ahora estoy poniendo todo el poder que está a
mi alcance para castigar a sus discípulos, de igual manera como lo hice con él,
para así destruir sus enseñanzas y su doctrina.
Si el judaísmo quiere
sobrevivir, es necesario entonces reducir a polvo a quien lo persiga, y antes
de que muera el judaísmo cubriría mi blanca cabeza con cenizas, igual que el
profeta Samuel; rompería este manto y esta dalmática santa que he heredado de
Harón; y me pondría el cilicio hasta el fin de mi vida.
JONÁS, MUJER DEL GUARDIA DE HERODES
Los hijos
Jesús no era casado y no se casó
jamás; pero era amigo y defensor de las mujeres. Las comprendió tal como
debieron comprenderlas todos los hombres en el Amor puro.
Amaba a los niños tal como
debieron los hombres haberlos amado, con la fe y la comprensión. En sus ojos
había la ternura del padre, el cariño del hermano y la abnegación del hijo.
Tomaba a un niñito y, al colocarlo sobre sus rodillas, decía:
-En este niño se encuentra
vuestra fuerza y vuestra libertad; con él formaréis el reino del Espíritu.
Dicen que Jesús desdeñaba la ley
de Moisés y perdonaba a las pecadoras de Jerusalén y de los países adyacentes.
En aquel tiempo yo misma era pecadora a los ojos de la gente porque amé a un
hombre que no era mi esposo. Era un saduceo. Un día llegaron los saduceos hasta
mi hogar, hallándose mi amante conmigo; me prendieron y me encarcelaron. Cuando
fueron en busca de mi amante éste había desaparecido dejándome sola. Después de
un tiempo me condujeron a la plaza pública, en donde Jesús enseñaba a la
multitud. Me llevaron a su presencia, con el propósito deliberado de tentarlo y
prepararle una artimaña, mas Jesús no me juzgó; por el contrario, avergonzó a
mis acusadores y los llenó de reproches. Después me ordenó que me fuera en paz.
Después de aquella escena, todos
los frutos insulsos de la vida cobraron sabor en mi boca. Y las rosas que nunca
tuvieron aroma perfumaron mi corazón.
Y fui una mujer a quien nunca
volvieron a acosar los malos pensamientos. Y me sentí libre, y jamás volví a bajar
ante nadie mi frente.
REBECA
Novia de Caná
Sucedió esto antes que lo
hubiera conocido el pueblo. Estaba en el jardín de mi madre, cuidando las
flores, cuando Jesús se detuvo frente a nuestro portal y dijo:
-Tengo sed. ¿Quieres, muchacha,
darme de beber de tu pozo?
Corrí adentro y luego de haber
llenado de agua una copa de plata, vertí en ella unas gotas del ánfora de
esencia de jazmín. Aplacó su sed y vi que estaba satisfecho. Luego me miró a
los ojos y dijo:
-Vengan a ti mis bendiciones.
Cuando dijo eso sentí la
sensación de un viento llegar de las alturas y vibrar todo mi cuerpo. -Perdí
mi timidez, cobré ánimo y le dije:
-Soy ¡oh, mi Señor!, la
prometida de un joven de Caná, de Galilea. En el cuarto día de la semana
entrante me desposaré con él. ¿Quieres asistir a mi boda y de esa manera
bendecir con tu presencia mi matrimonio?
A lo que me contestó:
-Sí, hija mía, asistiré.
No olvidaré nunca esas palabras:
"¡hija mía!" Era él joven y yo frisaba los veinte años. Luego siguió
su camino; en tanto yo permanecía en el portón del jardín, hasta que escuché la
voz de mi madre que me llamaba.
En el día cuarto de la semana
siguiente fui conducida por mi familia a la casa de mi novio, y allí me
entregaron a él.
Y vino
Jesús junto a su madre y su hermano Santiago. Se ubicaron alrededor de la mesa
con los demás invitados, en el momento que las mozas de Galilea, las compañeras
de mi mocedad, entonaban las canciones que para la boda de las vírgenes compuso
el rey Salomón.
Jesús comía de nuestros platos,
bebía nuestro vino y sonreía a todos los presentes, oía las canciones que el
amante dedicaba a su amada a la hora que la acompañaba a su cabaña; los cánticos y
coplas alegres del joven viñatero que amó a la hija del dueño de las viñas y la
llevó a la casa de su madre; los poemas del príncipe que, locamente enamorado
de la pobre campesina, la coronaba con la diadema y el cetro de sus padres.
Creo también que escuchaba otras canciones; pero desde mi sitio de novia no
podía oír ni precisar bien.
Al declinar la tarde vino el
padre de mi novio y susurró al oído de la madre de Jesús las siguientes
palabras:
-Ya no nos queda vino para
nuestros huéspedes, y el día de la boda aún no ha concluido.
Oyó Jesús lo que a su madre fue
dicho en secreto y respondió:
-El copero sabe que todavía hay
en los jarrones bastante vino para beber.
Y así
fue en verdad, pues hubo vino en abundancia durante toda la noche. Entonces
comenzó Jesús a hablar. Nos habló de los milagros de la Tierra y del Cielo. Nos
explicó el misterio de las flores del Cielo que abren sus pétalos cuando la
noche se cierra sobre la Tierra; y de las rosas que florecen cuando los luceros
se ocultan en la luz del día. Nos enseñó con parábolas y ejemplos y nos relató
cuentos. Su dulce voz conmovía los corazones de todos los oyentes, y cuando lo
mirábamos profundamente en los ojos, nos parecía que veíamos visiones del
Cielo, y nos olvidábamos de los manjares y de las canciones. Y mientras yo lo
escuchaba me sentía en una tierra extraña y distante.
Pasado un momento, dijo un
comensal al padre de mi novio
-Has dejado el mejor vino para
el final del banquete de boda, y no todos lo hacen así.
Todos los presentes en la casa se convencieron
y creyeron en un milagro, y bebieron
al finalizar el festín mejor vino que al comienzo.
Yo también creí en la maravilla
del vino que Jesús hizo, mas no me asombré, porque en su voz escuchaba muchos
milagros y muchas maravillas. Y así me
acompañó su voz, desde aquella vez
hasta el nacimiento de mi primogénito.
Y todavía la gente de nuestra
aldea y pueblos cercanos recuerda las palabras de aquel querido huésped,
diciendo constantemente
-El Espíritu de Jesús el
Nazareno es mejor y más añejo que cualquier vino.
UN FILÓSOFO PERSA EN
DAMASCO
Las deidades de antes y
de ahora
Yo no puedo predecir lo que
mañana será de ese hombre. Tampoco podré pronosticar lo que sucederá a sus
discípulos, porque la semilla oculta en el corazón de la manzana es un árbol
invisible, pero si esa semilla cae sobre una roca, no podrá germinar.
Por eso digo que el antiguo
Israel es cruel y desconoce la piedad; por ello debe buscarse para Israel una
nueva divinidad; un dios dulce y clemente que lo trate con piedad y ternura; un
dios que descienda con los rayos del sol y camine por sus estrechos senderos,
en reemplazo de esa deidad suya, ya envejecida, sentada eternamente sobre el
trono de su tribunal, pesando errores y midiendo culpas.
Israel necesita un dios de quien
la envidia no haya conocido ningún camino a su corazón, y en cuyo recuerdo no
se hayan registrado las faltas y las culpas de su pueblo. Un dios que no se
vengue de su pueblo castigando a los hijos por culpas de los padres hasta la
tercera y cuarta generación.
El hombre de Siria es igual que
su hermano de cualquier lugar. Se mira en el espejo de sus conocimientos y allí
encuentra a su dios. Crea los dioses a su imagen y semejanza, y adora lo que sobre su faz refleja la imagen. Pero
el ser humano, en verdad, ora a sus ansias lejanas para que se despierten y se
cumplan todos sus deseos. En el cosmos no hay cosa más profunda que el alma del
hombre. El alma es la hondura que se busca a sí misma, porque en ella no hay
otra voz que hable ni otros oídos que oigan.
Nosotros mismos, en Persia
observamos nuestras caras en el disco del sol y vemos nuestros cuerpos danzando
en el fuego que encendemos en nuestros altares. Es por esa razón que el Dios de
Jesús, que él llamó Padre, no será extraño en medio del pueblo de este Maestro.
Por ello creo que satisfará sus anhelos.
Las divinidades de Egipto han
arrojado las piedras que llevaban a cuestas y huyeron al desierto de Nubia,
para vivir libres entre los que aún viven libres de conocimientos.
El Sol de los Dioses de Grecia y
Roma marcha hacia su crepúsculo. Ellos eran muy parecidos a los hombres en
cuyos pensamientos y meditaciones no pudieron vivir. Y el bosque
a cuya sombra ha nacido su
magia, lo talaron las hachas de los
atenienses y alejandrinos.
También en esta tierra vemos que
los de altos sitiales bajan de sus elevados rangos para confundirse con la humildad y la modestia de los
legisladores de Beirut y los ermitaños de Antioquía. Tú no ves más que los
ancianos y mujeres decrépitas ir caminando a los templos de sus padres y
abuelos; sólo buscan el comienzo del sendero aquellos que se extraviaron en su
final.
Pero este
hombre Jesús, este prodigioso nazareno, ha hablado de un dios que cabe en todas
las almas y cuya sabiduría se elevó hasta escapar a todo castigo, y cuyo amor se
sublimó tanto que rehuye nombrar los pecados de sus criaturas.
Y el dios de
ese nazareno pasará por el umbral de todos los hijos de la tierra y se sentará
a su lado, cerca del hogar, y será una bendición dentro de sus casas y luz en
sus caminos.
Mas yo tengo
un dios que es el dios de Zoroastro. Un dios que es sol en el cielo, fuego
sobre la tierra y luz en el regazo del hombre. Me conformo con él, y fuera de
él no necesito otra deidad.
DAVID, CORRELIGIONARIO DE
JESÚS
Jesús práctico
No llegué a
comprender el sentido de sus sermones hasta después de habernos dejado. No
entendí nada de sus parábolas hasta que ellas cobraron forma ante mis ojos,
naciendo, por reacción propia, en cuerpos que ahora escoltan las legiones de
mis días.
He aquí lo
que me ha sucedido: una noche estaba sentado en mi casa, pensando y recordando
en éxtasis sus palabras y actos para registrarlos en el Libro de mi vida,
cuando en ese instante entraron tres ladrones. No obstante percibir su
presencia no pude levantarme e ir a su encuentro esgrimiendo la espada, ni
preguntarles: "¿qué hacéis aquí?", porque estaba invadido por la Fe y
por el Espíritu, que se mantenían hondamente en mi meditación.
Continué
escribiendo mis memorias sobre el Maestro, y cuando los ladrones se hubieron
retirado, recordé sus palabras: "A quien te pidiere tu capa, dale tu
vestidura también". Y las entendí...
Cuando
estaba registrando sus ejemplos y sus parábolas, no había en la tierra una
persona capaz de interrumpir mi labor, aún a costa de perder todos mis bienes,
porque no obstante el interés natural que tengo en protegerlos y defenderme,
sabía en qué lugar se hallaba aquel otro Gran Tesoro.
LUCAS
Los hipócritas
Despreció
Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Su ira contra ellos
caía cual rayo fulminante. En sus oídos, la voz de Él era como un trueno cuyo
estampido hacía temblar los corazones. Pidieron su muerte por el miedo
espantoso que le tenían. Eran como topos; trabajaban en sus oscuras cuevas
conspirando contra su vida, pero Él jamás se dejó caer en sus trampas y
ardides; se compadecía de su ignorancia, por cuanto sabía que no podían
burlarse del Espíritu ni encaminarse al abismo.
Tomaba en
sus manos un espejo y desde su fondo veía a los perezosos, los cojos, los
desafortunados y los caídos a la orilla del camino rumbo a su tumba. Y tuvo
compasión de todos, y su anhelo era elevarlos hasta su cabeza y cargarse con
sus fardos. Sí; varias veces ha querido que sus debilidades y flaquezas se
apoyaran sobre su brazo fuerte y firme.
En sus
fallos no era tan severo contra el impostor, el ladrón y el homicida, tanto
como en sus juicios contra los hipócritas, que enmascaraban sus rostros y
ocultaban sus manos; con éstos era implacable, muy severo y terminante. En
tantas ocasiones me puse a pensar en aquel corazón que recibía con toda bondad
a todos aquellos que procedían del desierto árido de la vida, dándoles refugio
y reposo, consuelo y calma dentro de su santo Templo. Jamás cerró sus puertas,
salvo a los hipócritas.
Sucedió una
vez, que mientras nos encontrábamos con Él en el huerto de los granados, le
dije:
-Maestro, tú perdonas a los
pecadores, consuelas a los débiles y a los enfermos y no rechazas más que a los
hipócritas.
Y me
respondió:
-Has puesto
tus palabras en su justo lugar al llamar débiles y enfermos a los pecadores.
Sí, perdono la debilidad de sus cuerpos y sus espíritus enfermos, pues la
incapacidad para cumplir su deber ha puesto un pesado fardo sobre sus espaldas, peso impuesto por sus padres o sus
vecinos; mas no soporto a los hipócritas, porque cargan el pesado yugo sobre la
cerviz de los humildes y buenos servidores. Empero los débiles, que tú llamas
pecadores, son como polluelos sin plumas, caídos del nido, mientras el
hipócrita es un milano apostado sobre una roca, acechando a la víctima inocente
para precipitarse sobre ella. Los débiles son hombres y mujeres perdidos en un
desierto; no así el hipócrita, porque conoce el sendero y ríe en medio de las
arenas y los vientos. Es por eso que no admito a los hipócritas en mi compañía.
Así habló nuestro Maestro, cuyas
palabras no alcancé a entender en ese entonces, pero hoy las entiendo. Por eso
se juntaron los hipócritas de todo el país de Judea, y lo arrastraron y condenaron a muerte,
creyendo que así se ajustaban a la ley y justificaban su crimen. El arma con
que se defendían contra Él ante los conciliábulos, era la ley de Moisés.
Así que los que transgredían la
le de la aparición de cada aurora, para luego volver a violara por segunda vez
al declinar la tarde, fueron los mismos que conspiraron contra su vida.
MATEO
El Sermón de la Montaña
En un día de siega nos llamó
Jesús, con otro núcleo más de amigos suyos, a subir a las colinas.
La Tierra exhalaba sus aromas y
estaba ataviada con su mejor manto, cual hija de un omnipotente rey en el día
de su boda. El Cielo era el novio de la Tierra.
Y cuando hubo llegado al lugar más elevado se detuvo en medio de un
bosque de laureles. En su hermoso rostro había serenidad y paz. Y dijo:
-Descansad aquí y abrid las
ventanas de vuestra mente; templad las cuerdas de vuestros corazones, porque
tengo mucho que deciros.
Nos recostamos sobre la grama,
rodeados por las rocas del estío. En medio de nosotros se sentó Jesús; abrió su
boca y derramó su voz por aquellas sierras, y Habló así: -Bienaventurados los
buenos de Espíritu. "Bienaventurados los que no encadenan sus tesoros,
porque ellos serán los verdaderamente libres. "Bienaventurados los que no
recuerdan sus dolores, porque en sus dolores guardan su felicidad.
"Bienaventurados los que tienen hambre de Verdad y de Belleza, porque su
hambre los llevará hacia el pan y su sed hacia el manantial.
"Bienaventurados los
clementes y los piadosos, porque encontrarán consuelo en su clemencia, en su
dulzura y piedad.
"Bienaventurados los puros
de corazón, porque ellos serán uno solo con Dios.
"Bienaventurados los
pacificadores, porque sus espíritus habitarán flotando sobre los campos de
batalla, y transformarán el campo del alfarero en un jardín encantador.
"Bienaventurados los
perseguidos, porque sus pies serán alados y veloces.
"Alegraos y regocijaos,
porque habéis encontrado el Reino de los Cielos en las profundidades de
vuestros espíritus. Los antiguos cantores fueron perseguidos cuando modularon
las canciones de aquel Reino; así seréis
perseguidos vosotros, y en ello está vuestro honor y galardón. "Vosotros
sois la sal de la Tierra, mas si la sal se viciara ¿con qué será salado el
alimento del corazón del hombre? "Vosotros sois la luz del mundo, mas -no
coloquéis esta luminosidad debajo de un celemín, sino que ella alumbre desde la
altura delante de todos los que buscan la ciudad de Dios.
"No penséis que he venido a destruir la ley de
los escribas y los fariseos, pues mis días entre vosotros están contados, y mis
palabras serán breves, y no tengo más que algunas horas, en cuyo espacio
terminaré de daros una segunda ley y un Nuevo Testamento.
"Habéis oído que os fue
dicho: 'no matarás', pero yo os. digo: no os enfadéis sin razón. Los
antiguos os han prescripto conducir al templo vuestros becerros, vuestros
corderos y palomas, y que los sacrifiquéis en
el altar, para que Jehová aspire el aroma de vuestros presentes, y así
perdonaros vuestros pecados y faltas.
"Mas yo
os digo: ¿podréis dar a Jehová lo que desde el principio era su patrimonio?;
¿podréis calmar su cólera si su trono se eleva por encima de las silenciosas y
pacíficas profundidades, y cuyos brazos abarcan y envuelven el espacio? Buscad
más bien a vuestro hermano y haced la paz con él antes de venir al Templo, y
dad con amor a vuestro vecino de todo cuanto tengáis, porque en el corazón de
éstos Dios ha construido un Templo que jamás se destruirá, y en cuya alma ha
erigido un altar eterno.
"Oísteis
que os fue dicho: 'ojo por ojo y diente por diente', empero yo os digo: no os
resistáis al mal, porque la oposición lo alimenta y lo fortifica, y sólo el
débil se venga.
Los fuertes
en el Espíritu perdonan, y el damnificado se siente honrado y glorificado al
perdonar las ofensas de los demás. Tan solo el árbol cargado de frutos es
sacudido por la multitud y apedreado por los transeúntes.
"No os
preocupéis por el mañana, más bien pensad y meditad sobre vuestro hoy, porque
al día de hoy le basta su milagro.
"No os
vanagloriéis cuando dais de lo que es vuestro, más bien mirad la necesidad de
aquel a quien dais, pues todo aquel que diere a un necesitado, el Padre mismo
le dará con mayor abundancia. Dad a cada uno según su necesidad, porque el
Padre no da sal a los sedientos, ni vacas al hambriento, ni leche al niño
destetado. No deis lo santo a los perros, ni echéis perlas a los cerdos, porque
con tales presentes os burláis de ellos, tanto como los perros y los puercos se
burlarán de vosotros, y tal vez su odio hacia vosotros los induzca a poner en
peligro vuestra vida.
"No
guardéis tesoros que se pudran o que los ladrones puedan apoderarse. Haceos
tesoros que no se corrompan ni sean robados, sino más bien que aumenten en
esplendor y hermosura a medida que los ojos los contemplen, porque allí donde
estuviere tu tesoro allí estará tu
corazón.
"Os
dijeron que el homicida debe pasarse por el filo de la espada, y que al ladrón
se le debe crucificar, y lapidar a la mujer adúltera; pero yo os digo
que no sois inocentes del crimen del asesino, ni de la culpa del ladrón, ni del
adulterio de la pecadora; y cuando sus cuerpos son castigados, vuestros
espíritus se oscurecen en lo más profundo de vosotros. La verdad es que ningún
hombre ni mujer alguna cometerían un crimen solos. Todos los delitos y los
crímenes son cometidos por todos los hombres juntos; mas aquel que paga la pena
sólo quiebra un eslabón de la cadena
que sujeta vuestros pies; tal vez paga con su aflicción el precio de vuestra alegría pasajera y efímera.
De esa
manera habló Jesús.
Dominado por
el respeto y la veneración quise arrodillarme ante Él, pero mi vergüenza de ser
pequeño y miserable me paralizaba, me impedía moverme de mi lugar y proferir
una palabra; pero cobré ánimo y le dije:
-Señor,
quiero rezar en este momento, pero mi lengua está pesada. Enséñame cómo debo
orar.
Y me contestó:
-Cuando
reces, que tus ansias sean las que canten las palabras de la oración. En lo más
profundo de mí mismo hay un ansia escondida que, en este mismo instante, quiere
orar así:
Padre nuestro que estás
en la Tierra y en los Cielos:
santificado sea tu
nombre;
acompáñanos con tu
voluntad, tal como está en el Cosmos.
Danos de tu pan lo
suficiente como para nuestros días.
Perdónanos con tu bondad
y clemencia y aumenta nuestra comprensión para perdonarnos unos a otros.
Condúcenos hacia Ti y
extiéndenos tu mano en nuestra oscuridad;
porque tuyo
es el Reino y por Ti es nuestra fuerza y nuestra perfección.
Y era-
el atardecer. Jesús descendió de las colinas seguido de todos nosotros; en
tanto yo repetía detrás de Él su oración, recordando todas sus palabras, porque
comprendí que las palabras que surgieron aquel día de sus labios debieran
subsistir y eternizarse; y las
alas que se cernían sobre nuestras cabezas en ese momento, debieron golpear la
tierra como cascos de acero.
JUAN, HIJO DE ZEBEDEO
Los
diferentes nombres de Jesús
Habéis visto que un núcleo de
nosotros llamaba a Jesús "El Mesías", y otros "El Verbo",
mientras algunos de nosotros lo llamaban "El Nazareno" y otros
"El Hijo del Hombre".
Ahora vengo a explicaron el
significado de estos nombres tal como me ha sido dado entenderlos. El Mesías,
que existía desde antiguos tiempos, es la chispa de la Divinidad que mora en el
espíritu del hombre. Es la brisa o el soplo de la Vida que nos visita y encarna
tomando un cuerpo como el nuestro. Es la voluntad de Dios. Es el primer Verbo
que habla en nuestras voces y habita nuestros oídos, para que entendamos y nos
instruyamos. Y el Verbo de nuestro
Dios ha construido una casa de carne y hueso y se hizo un hombre como tú y yo,
porque nunca pudimos oír las canciones del viento, que no tiene forma corpórea,
como asimismo nunca vimos nuestro Yo caminar en la niebla.
El Mesías vino muchas veces al
mundo y recorrió muchos países, pero siempre fue extraño entre los hombres, que
lo tomaron por loco; en cambio el eco de su voz no se ha apagado, por cuanto la
mente del hombre retiene lo que muchas veces la memoria no ha podido retener y
conservar. El Mesías es esto: Nuestra hondura más insondable y nuestra
elevación más infinita. Él es quien acompaña al hombre hacia lo eterno. ¿No
habéis oído hablar de Él en los caminos de la india, en la tierra de los Magos
y en el desierto de Egipto?
Aquí, en el Norte de nuestra
tierra vuestros poetas han cantado panegíricos a Prometeo, que robó a Júpiter
el fuego del cielo, porque había realizado las aspiraciones del hombre y roto
los barrotes férreos de la jaula que aprisionaba las esperanzas humanas,
libertándose; y a Orfeo, que se ha transformado en una voz y una cítara, para
revivir el alma en el hombre y encantarla con sus melodías.
No habréis escuchado hablar del
divino rey Mithra y a Zoroastro el profeta de Persia, que despertaron de los
sueños del hombre antiguo, para detenerse sobre el lecho de los nuestros; pero
nosotros nos ungimos de Mesías en el momento de reunirnos en el templo
invisible cada mil años. Es entonces cuando sale uno de nosotros encarnado, y a
su advenimiento se convierte nuestro silencio encantos, y no obstante eso,
nuestros oídos no se tornan muchas veces auditivos, ni videntes nuestros ojos.
Nació Jesús el Nazareno y creció
como nosotros. Sus padres eran como los nuestros y él era como uno de nosotros;
pero el Mesías, el Verbo, que desde el comienzo era el Espíritu que quería para
nosotros una vida perfecta, se ha fundido con todas esas esencias en la persona
de Jesús, y se unió con él y se hicieron una sola. El Espíritu era la mano
lírica de Dios y Jesús era su cítara. El Espíritu era un salmo y su canción era
Jesús; y Jesús, el Hombre de Nazareth, era el huésped y el Tabernáculo del Mesías,
que con nosotros ha caminado bajo el sol y nos llamó sus amigos. Las montañas y
los collados de Galilea, sus quebradas y valles, no han oído en aquél tiempo
más que su voz. Y a pesar de mi corta edad, en aquel tiempo yo seguía los pasos
de su senda.
Sí, he seguido su sendero y sus
pasos para oír las palabras del Mesías en labios del Jesús de Galilea.
Ahora sin duda queréis enteraros
por qué un núcleo de nosotros lo llamó el Hijo del Hombre. Él mismo quiso que
así lo llamáramos, porque Él mismo conoció el hambre y la sed del hombre a
quien veía buscar su Yo superior. El Hijo del Hombre es el Mesías tierno y
bondadoso que quiere estar con todos. Es Jesús el Nazareno que viene a guiar a
todos sus hermanos hacia el Elegido que Dios ha ungido con el sacro óleo de su
santidad, y hacia el Verbo que en principio estaba con Dios.
Jesús de Galilea vive en mi
alma. Es el Hombre que se elevó sobre todos los hombres. Es el poeta que con
todos nosotros forma los poetas. Es, más bien, el Espíritu que llama a las
puertas de. nuestros espíritus, para que despierten y se eleven a dar la
bienvenida a la Verdad desnuda y confiada.
UN JOVEN SACERDOTE DE
CAFARNAÚM
Jesús, el taumaturgo
Era un
taumaturgo caprichoso e inconsecuente, un adivino hechicero que engañaba con su
magia y brujería a la gente simple. Mistificaba con las parábolas de nuestros
profetas y con todo lo sagrado de nuestros abuelos.
Buscaba sus
testigos hasta entre los muertos, y tanto su poderío como sus correligionarios
los tomaba de las tumbas silenciosas. Andaba tras las mujeres de Jerusalén y
las mozas aldeanas, con la astucia de las arañas con las moscas que atrapan en
sus redes. Y
esto se
explica, porque las mujeres son débiles y de cabeza vacía; ellas siguen al
hombre cuyas palabras dulces cautivan sus bajas pasiones. Si no se hubiera cruzado en
su camino ese grupo de mujeres imbéciles que se han dejado engañar por su
espíritu maligno, su nombre estaría borrado de la memoria de los hombres.
¿Y esos hombres que lo
siguen, quiénes son? Eran de la clase subyugada y oprimida, que nunca se les ha
ocurrido declararse en rebelión contra sus amos, porque era gente cobarde,
imbécil e ignorante; pero cuando les prometió colocarlos en elevados cargos en
su reino, se entregaron a sus promesas inventadas, igual que el barro que se
entrega blandamente a manos del alfarero.
¿No habéis
visto, acaso, que el esclavo sólo sueña en su modorra con su grandeza, y el
miserable y oscuro sólo se cree un león? El Galileo era un farsante y
mistificador. Perdonó todas las faltas de los pecadores con el propósito de oír
en sus bocas inmundas la gritería de los "hosannas".
Mitigó el
hambre de los desesperados y de los miserables para ser escuchado por ellos y
atraerlos a en osar las filas de su ejército. Violó la ley del sábado con
aqueos que lo profanaban, al sólo objeto de tornar a su favor a los que vivían
al margen de la ley.
Condenó e
insultó a nuestros altos sacerdotes, a fin de que lo tuvieran en cuenta y así
difundir su nombre por vía de la oposición. Repetidas veces he declarado
aborrecer a ese hombre. Le odio más que a los romanos que gobiernan nuestra
patria. Y lo más abominable es que
viene de Nazareth, la aldea que nuestros
profetas han maldecido y la que se convirtió en
muladar de las naciones y de cuya esencia nada bueno puede salir.
UN LEVITA RICO DE NAZARETH
Jesús, hábil carpintero
Jesús era un
hábil carpintero. Las puertas que construyó ningún ladrón consiguió violar ni
arrancar, y las ventanas que fabricó se abrían maravillosamente al soplo del
viento de oeste a este. Los baúles los trabajaba en madera de cedro, y
resultaban muy bruñidos y fuertes. Los arados y las estevas que él construía de
madera de encina eran también resistentes y de dócil manejo en manos del
labrador.
Tallaba los
facistoles de nuestras sinagogas en la dorada madera de morera, y sobre los dos
lados donde se coloca la sagrada Torá, ponía
dos alas extendidas, debajo de las cuales exhibía cabezas de toros, de palomas
y de gacelas de grandes y bellos ojos.
Con su arte
imitaba la escuela de los caldeos y de los griegos, pero, a pesar de eso, había
en su trabajo algo que no era caldeo ni griego. En la construcción de mi casa
han empleado muchas manos desde treinta años; buscaba yo los albañiles y los
carpinteros de todos los pueblos de Galilea; cada uno de ellos tenía la
habilidad de su arte; yo estaba contento con su trabajo; pero, mira estas dos
puertas y aquellas ventanas, que son obra de Jesús el Nazareno; por su primor,
esmero y sólida construcción, se burlan de cuanto tengo en mi casa. ¿No ves que
estas dos puertas son distintas de todas las otras? ¿Y esta ventana abierta en
dirección al este, no es distinta a todas las otras ventanas?
Todas las
puertas y ventanas de mi casa son accesibles a las leyes del tiempo, menos
éstas que él ha fabricado; ellas permanecen firmes y sólidas ante los embates
de los elementos. Mira estos travesaños, los ha colocado unos sobre otros, y
estos clavos se han hundido en ellos, atravesándolos con toda maestría y
meticulosidad, haciéndolos sólidos.
Y lo curioso
y maravilloso en todo esto, es que ese obrero que, en realidad, merecía el
salario de dos hombres, no permitió que se le pagara más que el de uno solo.
Ese obrero era, según la creencia de algunos, un profeta entre los hijos de
Israel. Si yo hubiera adivinado, en ese
tiempo, que aquel que portaba el serrucho y el cepillo del carpintero era un
profeta, le habría pedido que me hablara en vez de que me trabajara, y le
habría pagado doblemente el salario, por sus parábolas.
Muchos son
los que hasta hoy trabajan en mi casa y en mi campo, mas ¿cómo me será
permitido distinguir al hombre que lleva la mano sobre su arado, de aquel sobre
cuya mano está la de Dios?
Sí; ¿cómo
puedo distinguir y conocer la mano de Dios?
UN PASTOR DEL SUR DEL
LÍBANO
Un ejemplo
Lo vi por
vez primera en los últimos días de verano, caminando en aquel mismo lugar, en
compañía de tres de sus discípulos. Era la hora del crepúsculo. De vez en
cuando se detenía para contemplar el camino desde un extremo del prado. Yo
estaba tocando la flauta en tanto pacía el rebaño junto a mí. Cuando estuvo
cerca se detuvo; yo me puse de pie y me encaminé hacia él, deteniéndome en su
presencia. Entonces me preguntó:
-¿Dónde está
la tumba de Eliseo? ¿Queda cerca de aquí?
-Allá está,
Señor, debajo de aquel montículo de piedras -contesté-. Hasta hoy los
transeúntes siguen con la tradición de colocar una piedra al pasar.
Me agradeció
y siguió su camino acompañado de sus discípulos. Tres días después me dijo
Gamalael, que era pastor como yo, que el hombre que pasó por este lugar era un
profeta de Judea; mas yo no lo creí. Pero
el rostro de aquel hombre no se borró jamás de mis ojos.
Cuando llegó
la primavera pasó Jesús por segunda vez por este prado. Venía solo. Aquel día
yo no tocaba la flauta; estaba muy triste y el cielo de mi corazón estaba
tormentoso porque se me había extraviado un cordero. Cuando vi a Jesús fui
hacia él y me detuve callado en su presencia, porque quería ser consolado. Me
miró y dijo:
-¿Hoy no
tocas la flauta? ¿De dónde proviene esta melancolía que veo en tus ojos?
Le conté que
había perdido uno de mis corderos, y que habiéndolo buscado en todos los
lugares sin lograr encontrarlo, me sentía por esta razón muy triste y
desconcertado, sin saber qué hacer. Me miró un momento y luego dijo:
-Espérame
aquí hasta que halle a tu cordero.
Y siguió su
camino perdiéndose entre las colinas. Transcurrida una hora volvió y junto a él
trotaba mi recental. Y mientras Jesús estaba a mi lado, el cordero lo
contemplaba lo mismo que yo. Estreché al cordero con gran contento mientras
Jesús, con sus manos puestas sobre mis hombros, decía:
-Desde hoy
amarás a este cordero más que a todo tu rebaño, porque estaba extraviado y lo
encontraste.
Contento
abracé por segunda vez al cordero. Cuando alcé la cabeza para agradecer a
Jesús, estaba muy lejos de mí. Y no me animé a seguirlo.
JUAN BAUTISTA
A uno de sus discípulos
No
permaneceré callado en esta oscura prisión mientras la voz de Jesús se levanta
en el campo de batalla; ni nadie pondrá su mano sobre mí, ni encadenará mi
libertad mientras Él esté libre. Me dicen que las víboras reptan alrededor de
sus tobillos, mas yo os digo: las víboras le darán más fuerza para aplastarlas.
Yo no soy
más que un trueno en sus relámpagos, y a pesar de haber hablado yo primero, la
palabra con que he comenzado fue la palabra de Él, y mi intención fue su intención.
Me cogieron
preso de improviso, y tal vez así harán con Él;. pero el Nazareno les dirá
antes todo lo que tiene que decirles; y los vencerá. Su carroza pasará por
encima de ellos; las herraduras de sus caballos los pisotearán; y saldrá
victorioso. Vendrán a su encuentro con lanzas y espadas, mas Él les opondrá la
fuerza del Espíritu. Su sangre correrá sobre la tierra, pero sus jueces y
verdugos reconocerán sus heridas y sufrimientos, y dorarán y se bautizarán con
sus lágrimas hasta purificarse de sus pecados.
Sus
ejércitos avanzarán sobre sus ciudades con balistas de hierro, pero se ahogarán
en el camino del Jordán; en tanto los muros y las torres de Jesús se tornarán
más fuertes y más inexpugnables frente al brillo de sus corazas y escudos.
Dicen que me
alié con Él para incitar al pueblo a la insurrección contra el reino de Judea; mas yo digo (y, ¡cuánto ansío tener fuego para
amasarlo con mis palabras!) que si ellos llaman "reino" a la fosa del
vicio y del mal, pues que se hunda y se destruya y que le suceda lo que a
Sodoma y Gomorra, y que Jehová se olvide de
esta raza, volviendo a esta tierra desierto de cenizas. Sí, soy un aliado de
Jesús el Nazareno, detrás de estas rocas ciclópeas de mi cárcel. Él conducirá
mis ejércitos con todos sus infantes y jinetes. Mas yo, no obstante ser un jefe
en el ejército de Jehová, no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.
Caminad y repetid a sus oídos mis palabras y rogad, en mi nombre, que os
consuele y os bendiga.
Yo no
permaneceré mucho tiempo en este lugar, porque cada noche, entre un despertar y
otro, percibo el paso lento de unos pies sobre mi cuerpo, y cuando presto oído
siento-las gotas de lluvia caer sobre mi carne.
Id y decid a
Jesús: Juan Al-Cadroni, cuya alma se llena y se vuelve a vaciar de espectros,
ora por ti. Entretanto, al lado de él está el implacable sepulturero, y al otro
lado yergue su cabeza el verdugo que tiende su mano para recibir la paga.
JOSÉ DE ARIMATEA
Los
propósitos primigenios de Jesús
¿Queréis
saber el primer propósito de Jesús? Pues, con placer y alegría os lo diré. Mas,
ningún hombre podrá tocar con sus manos la viña sagrada, ni ver con sus ojos la
savia santa que alimenta sus sarmientos. Y a pesar de haber yo gustado el fruto
de esa viña y bebido el vino nuevo del trapiche, no me encuentro capaz de
contaros todo, pero os puedo referir lo que sé.
Nuestro
querido Maestro no vivió más que tres de las estaciones de los profetas. Me
refiero a la Primavera de sus cantares, al Verano de su amor y al Otoño de su
pasión; cada una de estas estaciones encerraba mil años. La Primavera de sus
canciones la pasó entonando en Galilea; reunía en derredor suyo a sus queridos
amigos; y a la orilla del lago glauco habló primero sobre el Padre y sobre la
Libertad y la Esclavitud. A la orilla del lago de Galilea perdimos nuestro yo
para encontrar nuestro sendero hacia el Padre. ¡Oh, qué insignificante es lo
que perdimos ante lo que hemos ganado! Allí los ángeles elevaron sus salmos y
cantaron en nuestros oídos, y luego nos ordenaron abandonar la tierra yerma,
para ganar y gozar en el Paraíso de los anhelos del corazón.
Allí hablaba
de los campos verdosos y de las praderas floridas; de las mesetas, declives y
quebradas del Líbano, donde se refugian los tersos lirios que no quieren ser
alcanzados por las caravanas envueltas en el polvo de la llanura. Nos describía
la zarza silvestre que sonríe al sol y ofrenda su incienso a la brisa del
campo. Y a este propósito nos decía:
-Los lirios
y las zarzas viven un solo día, pero ese solo
día es la Eternidad que se torna en Libertad. Una tarde estuvimos sentados a la orilla de un arroyo. Jesús nos dijo:
-Mirad estas
aguas y oíd la melodía de sus murmullos; ellas siempre anhelan la ribera del
mar, y no obstante este eterno anhelo, jamás cesan de cantar los misterios del
mar, desde uno a otro mediodía. ¡Cuánto desearía que vosotros buscarais al
Padre tal como este arroyuelo busca y canta la mar!
Y luego
llegó el Verano de su amor y nos alcanzó el mes de junio, el mes del Amor. Sus
parábolas fueron dedicadas a los demás hombres; al vecino, al peregrino, al
forastero y amigos y compañeros de la mocedad. Nos habló del peregrino que
viaja de Oriente a Egipto; del labrador que vuelve con sus bueyes a su casa a
las horas del atardecer; y del viajero caminante, huésped inesperado que la
noche tenebrosa encamina hasta nuestra puerta. Con respecto al vecino nos
decía.
-Vuestro
vecino es vuestro Yo desconocido. Se reencarna en vosotros para ser visible.
Vuestras aguas tranquilas reflejan ante vosotros su rostro, y si lo miráis
atentamente hallaréis vuestras propias caras. Y si escucháis en la quietud de
la noche, lo oiréis hablando en forma tal que las palpitaciones de vuestros
corazones se encantarán en sus palabras. Por lo tanto haced con él tal como
quisiereis que él hiciese con vosotros. Esta es mi ley, que yo digo a vosotros
y a vuestros hijos para ser transmitida a las generaciones venideras, hasta que
se agoten los tesoros del tiempo y desaparezcan las arcas de los siglos.
Al siguiente día nos habló así:
-No estés
solo en tu vida, por cuanto vives del trabajo de los otros que, por más que lo
desconozcan, ellos viven contigo y te acompañan durante toda tu vida. No
cometen ningún crimen sin que tu mano los haya armado. No caen sin que caigas
con ellos, y cuando te levantes se levantarán contigo. Su camino del templo es
tu camino, mas si escapan al desierto, donde los espera la fatal caída, irás
con ellos cual desertor. Tú y tu pariente son dos semillas sembradas en un solo
campo: crecéis y os mecéis juntamente frente al viento, pero ninguno de los dos
podréis pretender el dominio del campo, porque la simiente que va cobrando
diariamente su desarrollo, -no podría pretender ni siquiera el patrimonio de su
amor o su propio sortilegio. Hoy estoy con vosotros, mañana me iré al Oeste, y
antes de irme os digo que vuestro vecino es vuestro Yo invisible; se
transfigura a vuestros ojos para ser visible.
Buscadlo con
amor para hallaros a vosotros mismos, porque sólo así podréis ser mis
hermanos.
Y luego
llegó el otoño de su Pasión. Nos habló de la Libertad tal como cuando nos
enseñaba en la Primavera de su canción, en Galilea. Mas esta vez sus palabras
buscaban la profundidad en nuestra comprensión. Nos habló de las hojas que no
cantan si no son mecidas por el viento; del hombre, que lo comparaba con un
vaso que el Ángel de la Mesa escancia para
mitigar la sed de otro Ángel; entretanto, vacío o
lleno, el vaso permanecerá brillante con su cristal sobre la Mesa del Supremo
Todopoderoso.
Esta es otra
parábola suya: "Vosotros sois la copa y sois el vino; bebed de ese vino
hasta la ebriedad, o recordadme y se aplacará vuestra sed".
En nuestro
camino al Norte, nos dijo:
-Jerusalén,
la orgullosa ciudad, que aposentada está sobre la cumbre de su gloria, bajará
al abismo infernal y en medio de sus ruinas estaré yo de pie, solo. Se reducirá
su templo a escombros y en derredor de sus pórticos y galerías oiréis el grito
de las viudas y de los huérfanos. Las gentes, en su precipitada huida no verán
las caras de sus hermanos; el horror los aturdirá, y cuando dos de vosotros se
reunieran en aquel día para llamarme, que miren al Oeste y allí me verán y
oirán el eco de mis palabras repercutir en aquel día en sus oídos.
Y cuando
hubimos llegado a la loma de Betania nos dijo: -Vámonos a Jerusalén; la ciudad
nos espera. Entraré por el pórtico montando un asno y predicaré entre la
multitud. Son muchos los que quieren aprehenderme y encadenarme; más aún: son
muchos los que avivan el fuego para quemarme. Mas, vosotros hallaréis en mi
muerte vida y libertad. Ellos buscan el soplo de la Vida que flota sobre el
corazón y el Pensamiento, a igual que el martinete que se cierne entre el campo
y su nido. Mas el soplo de mi vida ha huido de ellos, y por esa razón no me
vencerán jamás. Los muros que el Padre ha construido en torno de mí no caerán,
y la tierra que ha santificado dentro de mi ser no se profanará; y cuando
llegue el amanecer, el sol coronará mi cabeza y me uniré con vosotros para
recibir al día, que será muy largo, y el mundo no verá su ocaso jamás. Dicen
los fariseos y los escribas que la tierra está sedienta de mi sangre; me
regocija mucho poder saciar la sed de la tierra con mi sangre; empero las gotas
de esa sangre nutrirán y levantarán los brotes de las encinas y lirios de
Persia, cuyas bellotas y semilla serán llevadas en alas del viento del este a
todas las ciudades del mundo.
Después de
un silencio agregó:
-La Judea no quiere un monarca para avanzar contra las
legiones de Roma. Yo no
quiero serlo, porque las coronas de Sión se han hecho para las frentes chicas,
y el anillo de .Salomón es pequeño para este dedo. Ved estas manos,
¿no las veis que son más fuertes para no llevar cetro y más poderosas para no
esgrimir espada? No es mi deseo que el sirio se rebele contra el romano, pero
vosotros sabréis, mediante mis palabras, despertar la ciudad dormida, y con lo
que mi espíritu le hablará en su segunda alborada. Mis palabras formarán un
ejército invisible, equipado de carros y caballos; sin picas ni lanzas
derrotaré a los sacerdotes de Jerusalén y triunfaré sobre los Césares. No me
sentaré en un trono sobre el cual se hayan sentado esclavos para juzgar a otros
esclavos como ellos; no; y no es mi propósito sublevarme contra los hijos de
Roma, empero seré una tormenta en su cielo y un canto en sus almas; y todos me recordarán
y me llamarán Jesús el Ungido.
Estas fueron
las palabras que dijo Jesús al pie de los muros de Jerusalén, antes de penetrar
en la ciudad, y se han impreso sobre nuestros corazones como grabadas a buril.
NATANAEL
Jesús no era ni modesto
ni humilde
Dicen que
Jesús el Nazareno era modesto y humilde. Dicen asimismo que era justo y piadoso
pero débil, y que muchas veces se mostraba vacilante delante de los fuertes y
poderosos; que cuando se presentaba ante los tribunales no era sino un cordero
delante del león.
En cambio yo
digo que Jesús tenía autoridad sobre todos los hombres y que nadie estaba, como
él, seguro de su fortaleza, que la proclamaba desde las montañas y valles de
Galilea en las ciudades de Judea
y de
Fenicia.
¿Qué hombre
débil y sumiso dice: "Yo soy la Vida y el Camino de la Verdad?
¿Quién
osaría afirmar si realmente era modesto y humilde, como lo considera, ante su
declaración: "Yo estoy en mi Padre Dios y mi Dios Padre está en mí?"
¿Qué hombre
no conoce bien su poder cuando pregona, "Quien no cree en mí no creerá en
esta vida ni en la vida eterna?"
¿Quién no
tiene confianza en el mañana cuando se siente capaz de manifestar:
"Vuestro mundo desaparecerá y será reducido a cenizas, que el viento
esparcirá antes que desaparezca una sola de mis palabras?"
¿Habrá
dudado, acaso, de su fuerza cuando dijo a los que llevaron la adúltera a su
presencia, so pretexto de tentarlo: "Quien de vosotros no tuviere pecado,
que arroje la primera piedra?"
¿Tuvo,
acaso, miedo de los poderosos cuando expulsó del templo a los cambistas, no
obstante tener ellos la protección dedos sacerdotes?
¿Habrá
tenido las alas rotas cuando exclamó: "Mi Reino está por sobre vuestros
reinos terrenales: "
¿Se
escondía, acaso, detrás de la reticencia de las palabras, cuando decía una y
más veces: "Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días?"
¿Cómo se
atrevería el cobarde a levantar sus manos en casa de las autoridades superiores
y llamarlas: "Falsos, viles y profanadores?"
Un hombre
con el coraje de éste, que proclama palabras tales a los grandes señores de la Judea, no es ningún humilde ni es modesto. El águila
no construirá su nido en el sauce llorón y el león no buscará hacer su cubil
entre las malezas. Estoy cansado de lo que dicen los débiles de corazón y de
origen humilde; dicen eso para justificar la pequeñez de sus espíritus y su
origen humilde; y, principalmente, cuando oigo hablar a los que caminan sobre
las puntas de sus pies, esos que. buscan consuelo poniendo al
Maestro entre los de su condición.
Sí; me aburren
ese tipo de hombres, mas yo predico el Evangelio de un fuerte Cazador y el
espíritu montañés que jamás será doblegado.
SABAS DE ANTIOQUÍA
Hace la semblanza de
Saulo de Tarsos
Escuché a
Saulo de Tarsos predicar en esta ciudad el Evangelio de Jesús entre los judíos.
Se hace llamar ahora Pablo, apóstol de los pueblos. Conocí a este hombre en mi infancia;
en aquellos tiempos perseguía a los amigos del Nazareno. Aún recuerdo su goce y
alegría cuando veía lapidar a Esteban, el joven iluminado.
Pablo es un
ser curioso y extraño; no tiene alma de hombre libre, porque muchas veces
aparece cual un animal perseguido y herido por los cazadores, en el bosque
donde fue a refugiarse para esconder su dolor. No habla de Jesús ni repite sus
parábolas, sino que predica la doctrina del Mesías que han anunciado los
profetas, y a pesar de ser uno de los sabios judíos, se dirige a los judíos
hablándoles en griego, idioma que habla mal y del cual no sabe escoger términos
para sus temas.
En cambio es
un hombre que posee una fuerza oculta; la gente lo apoya y acude a escuchar sus
sermones; y varias veces les asegura cosas que él mismo no creía.
Nosotros,
los que hemos conocido a Jesús y oído sus pláticas, sabemos que ha enseñado al
hombre cómo romper las cadenas de la esclavitud para librarse de la cárcel de
su pasado. En cambio Pablo forja cadenas nuevas para el hombre venidero; golpea
el yunque con su martillo en nombre de un Hombre que él mismo no conoce.
El Nazareno
desea que nosotros vivamos la hora con amor y ansias, mas el hombre de Tarsos
nos ordena conservar y observar las leyes escritas en los antiguos Testamentos.
Otorgó Jesús
un soplo de u alma al hombre que perdió
la vida. En
la soledad de mis noches creo y comprendo. Cuando Jesús se sentaba a la mesa
contaba a los comensales unos ejemplos que los alegraban y hacía delicioso el
bocado de su boca, mientras que Pablo limita nuestro pan y nuestra copa.
Permitidme,
pues, que vuelva mi rostro al otro camino.
DE SALOMÉ A UNA AMIGA
SUYA
Un deseo no realizado
Era como el
álamo que reluce bañado por el sol. Era como lago entre cerros solitarios al
asomarse el sol. Era como nieve sobre las cimas de las montañas, muy blanca a
los rayos del sol.
Era como
todas esas cosas y por eso lo amé. Pero temía sentarme en su presencia, porque
mis pies no podían soportar el peso de mi amor, para estrechar los suyos contra
mi pecho.
Yo trataba
de decirle: "Maté a tu amigo en un momento de pasión frenética que
abrasaba mi alma; ¿quieres perdonar mi crimen? Ya que eres misericordioso y que
te apiadas, desata las cadenas de mi juventud y líbrala de la ignorancia ciega
de mi acto, para así poder caminar libre en tu Luz Mayor".
Confío en
que me habrá perdonado, cuando para danzar pedí la cabeza de su amigo. Estoy
convencida que en mí habría hallado tema para sus enseñanzas, por cuanto no
había en el mundo un valle de hambre sin haberlo pasado, ni un desierto de sed
que Él no haya atravesado.
Era como el
bello álamo y como los lagos entre los cerros, y como la nieve de las montañas
del Líbano. ¡Cuánto ansiaba aplacar la sed de mis labios entre los pliegues de
su túnica!
Pero estaba
muy lejos de mí, y yo tenía temor y vergüenza, tanto, que mi madre me prohibía
ir a verlo. ¡Cuántas veces me tentaba el deseo de seguirlo! Y cada vez que
pasaba- por nuestra casa mi corazón se conmovía ante su belleza. Mi madre
fruncía su entrecejo con desprecio y me exhortaba a retirarme de la puerta,
exclamando:
-¿Quién será
ése, sino otro comedor de langostas del desierto? ¡Si será burlón y traidor! Un
subversivo vividor, que no tiene otra ocupación que incitar al pueblo a rebelarse y despojarnos
de nuestro cetro y nuestro trono, y traer a los coyotes de su tierra maldita a
aullar en nuestros palacios y sentarse en nuestros sitiales. Vete y cubre tu
cara ante la luz de hoy y espera el día en que su cabeza caerá, pero no sobre
tu bandeja.
Todo eso
dijo mi madre, pero mi espíritu no quiso retener ninguna de sus palabras,
porque o en secreto lo amaba y ese amor circundaba mi sueño con llamas. Y ahora
que ya pasó el día, y con él una cosa gigantesca que en mí había, quién sabe si no ha muerto en mí la
juventud, pues yo no puedo vivir más en este mundo, después de haber visto
morir, en él, al dios de la juventud.
RAQUEL, UNA DE LAS
DISCÍPULAS
¿Era Jesús un hombre o
una idea?
Muchas veces
he meditado sobre el hecho de si
Jesús era un pensamiento sin cuerpo vibrando
en la Razón -pensamiento que frecuenta la intuición del hombre- o una criatura
de carne y hueso como nosotros. Muchas veces se me ha ocurrido pensar que no
era más que un sueño de un dormir más profundo que el mismo dormir, y una
aurora más serena que todas las auroras.
Parece que
mientras contábamos este sueño unos a otros, principiamos a creer que era una
realidad efectiva, y cuando hubimos dado cuerpo en nuestra imaginación y voz en
nuestros anhelos, lo modificamos por último en una esencia verdadera, en la
materialidad de nuestro existir. Pero en realidad no era un sueño: lo hemos visto con
nuestros propios ojos a la luz del mediodía; hemos tocado sus manos y lo hemos
seguido de un lugar a otro; hemos oído sus discursos y fuimos testigos de sus
hechos. Por ventura, ¿creeréis que éramos un pensamiento que buscaba otro
pensamiento, o un sueño que aleteaba en el cielo de otros sueños?
Nos parece,
con frecuencia, que los grandes acontecimientos son cosas extrañas a nuestra
vida diaria e intrascendente, aunque estuviese su naturaleza arraigada en la
nuestra. Ellos
por más que
vengan y vayan pronto o súbitamente, su esencia y naturaleza perdurarán a
través de los siglos y de las edades.
Jesús el
Nazareno es, pues, el Gran suceso. Aquel hombre cuyos padres y hermanos todos
conocíamos, era en sí mismo un milagro producido en Judea. Y si colocamos todos los días, con todos los años y
los -siglos, no podrían borrar su recuerdo de nuestras almas.
En la noche
era una montaña ardiendo; mas al pie de los collados el calor era tibio y
suave. En la atmósfera era una tempestad y, sin embargo, se movía flotando
dulcemente sobre la neblina del amanecer.
Era Jesús un
torrente que descendía desde las alturas para devastar y destruir los
obstáculos; al mismo tiempo era ingenuo como la sonrisa de un niño. Cada año
esperaba la visita de la Primavera en este valle, y esperaba los lirios y otras
flores, mas, mi alma se sentía triste porque nunca pudo alegrarse en la
Primavera, a pesar de haberlo deseado tanto. Pero cuando llegó Jesús a mis
estaciones, era Él, en verdad, una Primavera para mis sueños, y en Él se habían
realizado y cumplido las promesas de todos los próximos años. Llenó de alegría
mi corazón en tanto yo crecía como la violeta, deslumbrada y avergonzada ante
la luz de su advenimiento. Y hoy
todos los cambios de las estaciones futuras no pueden borrar su belleza de
nuestro mundo.
Jesús no era
ni un sueño ni un pensamiento concebido por la fantasía de los poetas, sino un
ser humano como tú y yo, en oído, en vista y en tacto; en lo demás era
diferente a todos nosotros. De genio alegre, a través de la alegría conoció la
tristeza de los hombres, y desde la más alta cima de su aflicción divisó la
alegría de los hombres.
Las visiones
que tuvo no las distinguimos nosotros; las voces que oyó no las oímos nosotros.
Con frecuencia hablaba dirigiéndose a las multitudes invisibles, y muchas veces
hablaba por intermedio nuestro, con gente no conocida todavía.
Las más de
las veces se hallaba solo, mas cuando se encontraba con nosotros se sentía como
extraño en nuestra compañía. Se hallaba en la tierra, pero Él era del cielo. Y
nosotros no podemos ver la tierra de su soledad más que en nuestra soledad.
Nos amó con
cariño y bondad. Su alma era una fuente al alcance de nosotros para llegar
hasta Él y llenar nuestras copas y beber hasta colmarnos. Una sola cosa no
podía comprender en Jesús: el uso frecuente de la chanza con sus oyentes; les
relataba un cuento gracioso y hacía juego de palabras para luego reírse en lo
más hondo de su corazón, y hasta en las horas más tristes, cuando el dolor se
mostraba en sus ojos y se mezclaba en las vibraciones de su voz. Todo esto no
lo concebía en aquellos tiempos, y hoy bien lo comprendo.
Muchas
veces, cuando pienso en la Tierra, se me parece una virgen grávida y primeriza,
que tuvo en Jesús su primogénito, y cuando éste murió fue el primer hombre que
moría. ¿No te parecía que la tierra estaba serena aquella semana sombría y que
los cielos estaban en guerra contra los cielos mismos? Más aún: ¿No te has
sentido, al desaparecer su rostro de nuestros ojos, que sólo éramos unos
recuerdos errantes en la neblina?
CLEOBA AL-BATRUNI
La Ley y los Profetas
Cuando Jesús
habló se acalló el universo para oírlo. Sus palabras no eran para nuestra pobre
inteligencia, sino para los elementos y sedimentos con que Dios creó la Tierra.
Habló
con la mar,
esa madre de pecho inmenso que nos dio la luz; habló con la montaña, nuestra
hermana mayor, cuya cima es una promesa y una esperanza; habló con los ángeles
que habitan detrás de la mar y la montaña, a quienes hemos confiado nuestros
sueños antes de secarse el lodo que hay en nosotros, por los rayos del sol.
Sus palabras
aún están reunidas en nuestra memoria, abriendo caminos a nuestros ideales.
Esas palabras fueron sencillas, alegres y placenteras. La melodía de su voz
resonaba como el agua serena sobre la tierra seca. Una vez alzó sus manos al
cielo; sus dedos parecieron como ramas de sicómoro, y dijo con fuerte voz:
-Os hablaron
muchos profetas de la antigüedad, cuyas palabras todavía pueblan vuestros
oídos, mas yo digo que os vaciaréis de todo lo que habéis escuchado.
Esa frase de
Jesús: "mas yo os digo", no la pronunció ningún hombre de los
nuestros ni de ningún otro pueblo del mundo. Una legión de serafines la
transportó al pasar por el firmamento de Judea. Tomaba
los preceptos de la ley y de los profetas, una y más veces, y después agregaba:
"mas yo os digo".
Palabras
ardientes, palabras que son como olas del mar y que no pudieron conocer las
costas de nuestros pensamientos: "mas yo os digo".
Esas
palabras son astros luminosos que iluminan la pobreza del alma, y, ¡cuántas
almas velan esperando la luz de ese amanecer!
Quien
pretenda comentar los sermones de Jesús, debe poseer su Verbo o el eco de su
Verbo, mas yo no tengo, desgraciadamente, lo uno ni lo otro, por eso os pido
perdón si no comienzo con algún relato que no sabría terminar, por cuanto el
final no está en mis labios; mis palabras son una canción de amor que está en
la brisa.
NAAMAN AL-GADARINI
La muerte de Esteban
Sus
apóstoles se dispersaron porque Él les vaticinó, antes de ser crucificado, que
sufrirían mucho. Sus enemigos los cazaban como a gamos y los acosaban como a
zorros del monte. Mas, el carcaj del cazador aún sigue lleno de dardos; y
cuando eran cogidos por el enemigo y conducidos a la muerte, se alegraban
mucho. Sus caras cobraban el esplendor y la frescura de las novias en el
momento de sus bodas. También en su Testamento les legó la alegría.
Tenía yo un
amigo del norte llamado Esteban, que fue apresado y apedreado en medio de la
plaza pública por haber predicado en nombre de Jesús. Al morir, abrió sus
brazos sobre el suelo, porque quiso morir igual que su Maestro. Eran sus brazos
dos alas de paloma presta a volar, y antes de extinguirse el brillo de sus ojos
vi una celestial sonrisa en sus labios. ¡Qué parecida fue aquella sonrisa a la
brisa que corre al final del Invierno, anunciando la llegada de la Primavera!
¿Cómo puedo
describir aquella sonrisa? Me parece que Esteban quería decirme en aquel
momento: "Sábelo, amigo mío, que si en la otra vida me apedrean otros
seres en la plaza de su ciudad no dejaré de predicar y anunciar Su nombre por
la Verdad y la Razón que Él poseía, y por la Razón y la Verdad que hoy
tengo".
Entre el
público que se divertía con el martirio de Esteban, divisé a un hombre que
observaba, lleno de contento, las piedras que caían como lluvia sobre aquél;
ese hombre se llamaba Saúl de Tarso (Schaol El-Tarsosi), y fue él quien lo
entregó a los clérigos, a los romanos y a la muchedumbre, para eliminarlo.
Saúl era
calvo y de corta estatura, sus hombros tenían una joroba y no había armonía en
las líneas de su cuerpo. Yo no podía quererlo. Me dicen que hoy predica en
nombre de Jesús desde las azoteas; mas es difícil de creer. El sepulcro no
puede impedir el avance de Jesús sobre el campamento de sus enemigos, para
dominar su brutalidad y rendir a sus jefes. Sea como fuere, yo no lo quiero a
ese hombre de Tarso, no obstante los buenos informes que me dan sobre la
transformación que se operó en él después de la muerte de Esteban. Dicen que se
calmó su cólera y fue derrotado en su viaje a Damasco. Ese hombre no puede ser
nunca un discípulo leal, porque su cabeza es más grande que su corazón.
A pesar de
todo esto, puede ser que yerre en mi juicio, pues confieso que a menudo me he
equivocado al opinar sobre los hombres.
TOMÁS
Habla de su abuelo y de
sus cuestionamientos
Me dijo una
vez mi abuelo, que era abogado: -Pongámonos del lado de la Verdad, cuando ella
se manifiesta con toda evidencia.
Cuando Jesús
me llamó decidí seguirlo, porque la voz con que me llamó era más fuerte que mi
voluntad, pero no por eso olvidé el consejo de mi abuelo (que en paz descanse).
Mientras
hablaba se conmovían sus oyentes como ramas agitadas por el viento; sin
embargo, yo lo escuchaba y no me conmovía y, a pesar de todo, lo amaba. Hace ya
tres años que se ha ido; hoy somos un núcleo disperso que canta y glorifica su
nombre en todas partes. Y desde aquel día me llaman mis amigos "Tomás el
Dudoso", porque la sombra de mi abuelo me seguía más que mi propia sombra;
además yo buscaba la Verdad para acariciarla con mis manos.
En aquel
tiempo, ensombrecido por la duda, ponía mi mano sobre mi herida para
cerciorarme dé si manaba o no sangre, y luego creer o no creer en mi pena; mas
hoy sé que el hombre que ama con su corazón, pero que conserva una sombra de
duda en su mente, es un esclavo condenado a remar en una nave oscura. Ese
esclavo duerme sobre sus remos y sueña con su libertad, hasta que lo despierta
el látigo de su amo.
Yo era como
aquel esclavo que soñaba con su libertad, pero el recuerdo de mi abuelo pesaba
sobre mis ojos, hasta que mi cuerpo tuvo necesidad del látigo de mi día, hasta
en presencia del Nazareno me cerraba los ojos para ver mis manos
encadenadas al remo.
La Duda es
un dolor cuya soledad me hizo olvidar que ella y la Fe son gemelas. La Duda es una
infeliz avecilla perdida; si su madre, después de hallarla, la estrecha contra
su pecho, la rehuirá, temerosa y dubitativa.
No conocerá
la Duda el camino de la Verdad en tanto no se cure de sus heridas. Dudé de
Jesús hasta que se me reveló y puse mis dedos sobre sus heridas. Entonces, ante
la Verdad, tuve Fe y me liberé de mi pasado y de todas las vacilaciones que
heredé de mi abuelo. El muerto en mí ha enterrado a sus muertos, y el vivo en
mí vivirá para el Ungido Rey, aquel que han denominado El Hijo del Hombre.
Me avisaron
que debo ir a predicar en su nombre entre los hijos de Persia y de la India;
estoy listo para viajar, y desde hoy al fin de mi vida, tanto en la Aurora como
en el crepúsculo veré a mi Señor en toda su majestad y le oiré hablar.
UN ADELANTADO
Jesús era uno de afuera
Me
solicitáis que os hable de Jesús el Nazareno; tengo mucho que deciros, pero no
es tiempo aún, sin embargo. Todo cuanto os diga será la pura verdad; por cuanto
toda palabra que no dice una verdad no tiene valor alguno. He aquí un
desequilibrado que se rebela contra el orden, y un pordiosero que combate
contra la propiedad, y un borracho que sólo se alegra y convive con repudiados
y vividores.
No era hijo
del Estado ni del Imperio, que disfrutara de un derecho o de un patrimonio a
igual que los demás compatriotas útiles, por eso se mofaba del Estado y del
imperio.
Vivía libre
ignorando lo que era un deber o un derecho, como las aves en el espacio; por
eso los cazadores lo derribaron con sus flechas. Ningún hombre que destruya las
bóvedas del pasado se salva del derrumbe de sus piedras, y nadie puede abrir las compuertas
del diluvio de sus padres sin que lo arrastre el aluvión. Es la ley. Y como
aquel Nazareno ha violado y roto esa ley, fue eliminado con sus adeptos.
En el mundo
ha habido muchos seres como él, que han querido torcer el curso de nuestra
vida, y después tuvieron que cambiar de idea, porque fueron derribados. Hay al
pie de los muros de la ciudad una vid que no da uva; crece y se extiende sobre
las piedras del muro; si esa vid se dijera: "Destruiré estos muros con la
fuerza del paso de mis ramas"; ¿qué dirían de. ella las otras plantas? Se
mofarían de su pretensión.
Por eso me
veis obligado a reírme de ese hombre y de sus ilusos apóstoles.
UNA DE LAS MARÍAS
Su tristeza y su sonrisa
Tenía
siempre alta la frente. En sus ojos brillaba la luz del Señor. Era a menudo
triste, pero su tristeza era un bálsamo para las heridas de los afligidos y
desconsolados. Cuando sonreía, era la suya una sonrisa de los que tienen hambre
de lo oculto; una sonrisa como polvo de estrellas sobre párpados de niños; era
un pedazo de pan en la boca.
Era triste,
pero su tristeza era de esas que hacen temblar los labios y al abrirlos se
trueca en sonrisa. Era su sonrisa como su velo dorado en el bosque a las horas
otoñales, y a veces parecían rayos de luna a la orilla de un lago.
Se sonreía
como si sus labios quisieran cantar en el festín de una boda, y a pesar
de todo Jesús era melancólico; tenía la tristeza de un alado que no quería
volar sobre sus compañeros.
ROMANUS, POETA GRIEGO
Jesús el lírico
Jesús era poeta.
Miraba para nuestros ojos y oía para nuestros oídos. Nuestras palabras mudas
estaban siempre presentes en sus labios. Sus dedos tocaban lo que no alcanzamos
nosotros a sentir.
De su alma
volaban innumerables pájaros cantores; unos hacia el norte y otros hacia el
sur. Las bellas y perfumadas flores que bordeaban y circundaban los caminos y
los collados, dibujaban una línea divisoria por la cual debía dirigir sus pasos
y seguir camino en el firmamento.
¡Cuántas
veces lo he visto inclinarse para tocar las húmedas hierbas!, escuchándolo en
mi corazón dialogar así con ellas: "¡Oh pequeñas y verdes hierbecillas,
vosotras estaréis en mi Reino, conmigo; como la encina de Bizán y el cedro del
Líbano!"
Amaba todo
lo que era bello en este mundo: el rubor en el rostro de los niños, la mirra y
la resina del sur. Aceptaba con amor una granada o un vaso de vino que se le
ofrendara con amor; y no le preocupaba que viniera de un humilde extraño en la
posada o de un rico hospedaje. Amaba las flores del almendro; lo vi una vez
recogerlas con sus manos v cubrir su rostro con sus pétalos. Parecía desear que
su amor alcanzara a todos los árboles de la Tierra.
Conoció el
mar y los cielos. Habló de las perlas cuya luz no proviene de nuestra luz; y de
los astros que vigilan nuestra noche. Conoció las montañas tal como las conocen
las águilas, y los valles tanto como los conocieron los arroyos y los
manantiales. Había un desierto en su silencio y un vasto vergel en sus
palabras.
Jesús era un
poeta cuyo corazón ha sido colocado por sobre el nuestro, y así como sus
canciones fueron entonadas para nuestros oídos, asimismo otros oídos de otros
pueblos las escucharon donde la Vida es juventud eterna y el Tiempo una
constante Aurora.
Tiempo atrás
yo me creía un poeta, pero cuando me detuve ante Él, en Betania, conocí el
valor de aquel que pulsa un instrumento de una sola cuerda y la de aquel ante
quien se rinden todos los instrumentos y todas las cuerdas con mansedumbre. En
su voz se habían unido la risa de los truenos, las lágrimas de las lluvias y la
danza de los vientos y de los árboles.
Desde que
supe todo eso, mi cítara se convirtió en un instrumento de una sola cuerda, y
mi voz no pudo más tejer recuerdos del pasado ni esperanzas del futuro. Es por
eso que arrojé mi cítara y me callé para siempre, mas a cada hora crepuscular
afino mis oídos para los cantares de Jesús, el príncipe de todos los poetas.
LEVÍ, DISCÍPULO
Los tentadores y los
hipócritas
Una tarde
pasó Jesús por mi casa, despertando mi alma de su adormecimiento. Me dijo:
-Ven, Leví,
sígueme.
Y lo seguí
aquel día. En la tarde del siguiente le pedí que honrara mi casa con su visita.
Pasó por mi puerta con sus amigos y bendijo a mi mujer, a mis hijos y a mí. En
casa había otros huéspedes; eran escribas y sabios, discretos adversarios
suyos. Cuando estábamos sentados a la mesa, le preguntó un escriba:
-¿Es verdad
que tú con tus apóstoles violan la ley, haciendo fuego el sábado?
Jesús
replicó.
-Es verdad
que en día sábado hacemos fuego, porque en ese día queremos alumbrar y quemar
con nuestras antorchas todas las pajas secas que se acumulen en los demás días.
Otro escriba
le objetó:
-Hemos
sabido que bebes vino con los impuros.
A lo que
respondió Jesús:
-Sí, también
gozamos del vino. Hemos venido a compartir el pan y la copa de los no coronados
que hay entre vosotros. Pocos son, muy pocos, los que no tienen plumas; pero se
animan a desafiar al viento y muchos son los alados y los plumíferos que aún no
se atreven a abandonar sus nidos. Nosotros damos alimento con nuestro pico, lo
mismo a los perezosos que a los decididos, en partes iguales.
Un tercer
escriba le advirtió:
-¿Crees, por
ventura, que desconozco que tú defiendes a las rameras de Jerusalén?
Entonces vi
con mis propios ojos que las alturas rocosas del Líbano se habían reflejado en
su rostro, cuando respondió:
-Todo lo que
habéis oído es cierto. Las mujeres se presentarán, el día del juicio final,
delante del trono de mi Padre y Señor, y se petrificarán con sus lágrimas, pero
a vosotros se os juzgará y. se
os condenará a las cadenas de vuestros propios juicios. Babel no ha sido
destruida por el pecado de sus mujeres. Babel se redujo a cenizas para que los
ojos de los hipócritas no vieran más en ella la luz del día.
Otros escribas deseaban hacerle
preguntas, pero un ademán mío los hizo callar; porque yo sabía que Él los
vencería, y como eran mis huéspedes no quise que pasaran vergüenza en mi casa.
A media noche se fueron los escribas con espíritu preocupado. Entonces cerré
mis ojos y me sentí como si estuviera bajo el poder de un éxtasis; y vi: eran
siete doncellas con trajes blancos rodeando a Jesús; estaban de pie, con los
brazos cruzados sobre el pecho y el rostro inclinado con humildad y veneración;
cuando hube mirado detenidamente en la niebla de mi visión, divisé el rostro de
una de ellas que resplandecía luminoso: aquel rostro era el de la pecadora que
vivió en Jerusalén. Abrí mis ojos y miré a Jesús; vi que sonreía; los cerré por
segunda vez y en la esfera de luz de mi revelación aparecieron siete hombres
con vestiduras blancas, en derredor del Maestro; cuando los hube mirado
fijamente, reconocí en uno de ellos al ladrón que fue crucificado a la derecha
de Jesús.
Pasada la medianoche se retiró
Jesús de mi hogar acompañado de sus amigos.
UNA VIUDA DE GALILEA
Jesús el cruel
Mi hijo, primogénito y- único,
cultivaba nuestro campo y se sentía muy alegre y conforme en su trabajo, hasta
el día en que oyó a aquel hombre que llamaban Jesús predicar a la multitud;
entonces se transformó instantáneamente, como si algún espíritu extraño y
maligno lo hubiese dominado. Dejó el campo y el huerto, y me dejó a mí también,
y se hizo haragán, viviendo entre mendigos: Este Jesús el Nazareno es un
individuo malo, pues, ¿qué hombre bueno separa a un hijo de su madre?
Lo último que me dijo mi hijo
fue lo siguiente:
-Me voy como uno de sus
apóstoles al norte, porque he reconstruido el edificio de mi vida sobre la roca
del Nazareno. Tú me has dado a luz y te agradezco tu bondad, pero un deber
mayor me obliga a partir. Te dejo nuestro campo fértil y todo lo que poseemos
de plata y oro; no llevaré conmigo más que esta ropa y este báculo.
Así me dijo, al abandonarme, mi
hijo; pero romanos y sacerdotes tomaron preso a Jesús y lo crucificaron, ¡y qué
bien hicieron!, porque el hombre que aleja al hijo de su madre no puede venir
de Dios, y quien nos quita nuestros hijos para enviarlos como mensajeros a las
ciudades de otras naciones, no es nuestro amigo. Sé que mi hijo no regresará
más a mi regazo; estoy segura, porque eso lo he visto en sus ojos. Por eso aborrezco
a Jesús el Nazareno, que fue el culpable de que yo quedara sola en este campo
ahora yermo, y en este jardín abandonado; y aún aborrezco a las personas que lo
ensalzan.
Me dijeron, hace unos días, que
Jesús dijo una vez:
-Mis padres y mis hermanos son
aquellos que escuchan mi palabras y me siguen.
Entonces, ¿por qué es deber de
los hijos dejar a sus madres y seguirlo a él? ¿Por qué mi hijo tiene que
olvidar la leche que lo amamantó, por una fuente cuya agua no conoce, y no
recordar más la calidez de mis brazos, para ir al país frío del Norte, lleno de
luchas y odios? Aborrezco a ese Nazareno y lo aborreceré hasta el fin de mis
días, porque me robó mi primogénito y único hijo.
JUDAS, PARIENTE DE JESÚS
La muerte del Bautista
Ocurrió esto en una noche de
Mayo. Estábamos con el Maestro en un prado cerca del lago, que los antiguos
llamaron "Prado de los Cráneos". Jesús estaba recostado en la hierba,
contemplando las estrellas, cuando dos hombres irrumpieron, agitadísimos, entre
nosotros; el dolor se traslucía en sus rostros. Se postraron ante Jesús y éste
se puso de pie, preguntándole de dónde eran.
-De Majaros
-respondieron.
Jesús se
conmovió e interrogó con visible ansiedad:
-¿Qué sabéis
del Bautista?
-Hoy lo
decapitaron.
Alzó Jesús
la cabeza y luego de caminar un corto trecho se detuvo entre nosotros y nos
dijo:
-Estaba en
manos del poder matar al Mesías antes de hoy. Es verdad que el rey ha probado y
gustado todos los placeres de sus pueblos; pero los reyes antiguos no eran
tardíos en entregar la cabeza de un Mesías a los cazadores de cabezas. No estoy
tan triste por la suerte que ha corrido Juan como por la de Herodes que la ha
autorizado. ¡Pobre rey! Es corno el animal llevado por las riendas. ¡Qué
desgraciados son esos hombres! Caminan en las tinieblas, y quien viaje en
sombras caerá. ¿Qué podréis esperar de un mar infecto sino peces muertos? Yo no
detesto a los reyes, más bien quiero que gobiernen, pero a condición de que
sean más sabios que los demás hombres.
Luego miró a
los dos recién llegados y a nosotros, y reanudó su plática:
-Juan nació
herido y la sangre de sus heridas fluía de sus palabras y enseñanzas. Era una
libertad que aún no se había liberado de sí misma, y una abnegación que sólo
aceptaba a los rectos y virtuosos. En realidad era una voz que tronaba en la
tierra de aquellos que tenían oídos y no escuchaban. Yo le amé en su tristeza y
soledad, como amé también su altivez y rebeldía, que entregó junto con su
cabeza al verdugo, antes de darlos al polvo de los sepulcros. En verdad os digo
que Juan, hijo de Zacarías, es el último de su estirpe, y como sus antepasados,
fue muerto en el umbral entre el Templo y el Altar.
Calló un
instante, se paseó calmosamente, y volviendo a detenerse ante nosotros, agregó:
-Así fue y
así será. Los que gobiernan un instante matan a aquellos que gobernarán siglos.
Así será eternamente. Se reunirán en sus divanes y juzgarán al hombre que
todavía no ha nacido y lo condenarán a muerte antes de haber cometido algún
crimen. El hijo de Zacarías vivirá
conmigo en mi Reino y su día será eterno.
Acto seguido
se dirigió a los discípulos de Juan:
-Cada acción
tiene su mañana. Tal vez yo mismo sea un mañana para este acto. Id y decid a
los amigos de mi amigo que yo estaré con ellos.
Los dos
hombres se retiraron, pero menos tristes y desesperados que cuando vinieron.
Jesús se
recostó nuevamente sobre la hierba y volvió a la contemplación de los astros.
Ya era hora avanzada de la noche; yo estaba recostado cerca de él, buscando
descansar de todo corazón; pero una mano oculta golpeaba el pórtico de mi
corazón; y así permanecí en vigilia, hasta que Jesús y el alba me llamaron para
seguir el Camino.
UN HOMBRE DEL DESIERTO
Los cambistas
Yo no
era un extranjero en Jerusalén. Vine a la Ciudad Santa en tren de peregrinación
a conocer el Gran Templo, y a ofrecer mi presente en el altar,
en agradecimiento a Dios, porque mi mujer había dado a luz dos niños para mi
tribu. Después de haber hecho el sacrificio, me detuve en una galería a mirar
los fariseos y los vendedores de palomas. En ese instante la algarabía de la
multitud llegaba al cielo. En esa circunstancia entró de pronto un hombre, y
con la rapidez del rayo se detuvo entre los cambistas y mercaderes. Tenía un
aspecto venerable e imponente; llevaba en la mano un látigo trenzado de cuero
de cabra, con la otra mano tiraba las
mesas de los cambistas, mientras repartía latigazos. Le escuché gritar con
potente voz:
-¡Soltad
esas aves al espacio, que allí es su nido! Hombres y mujeres escapaban,
mientras Él se movía entre ellos cual
un huracán sobre un arenal. Todo esto sucedió en un instante, pasado el cual
las galerías del Templo quedaron desocupadas. Aquel hombre quedó solo y sus
camaradas agrupados a cierta distancia. Observé alrededor de mí y descubrí un
hombre que observaba desde otra galería del templo; llegué hasta él y le
pregunté:
¿Quieres
decirme quién es ese hombre que está allí parado como si fuera otro Templo?
-Es Jesús el
Nazareno, el Mesías que últimamente apareció en Galilea. Aquí, en Jerusalén,
todos le aborrecen.
-Pues hay en
mi espíritu una fuerza que me impulsa a convertirme en su látigo, y una
sumisión y respeto como para hincarme a sus pies.
Se encaminó
Jesús hacia el núcleo de sus amigos que lo esperaban, cuando tres palomas de
las que había librado de su jaula, se posaron sobre sus hombros; Jesús las
acarició con infinita ternura y siguió su camino. En cada uno de sus pasos
había millas de distancia.
Pero decidme
ahora, por vuestro Dios, ¿con qué fuerza ha castigado a esos cientos de hombres
y mujeres, dispersándolos sin resistencia? Me dijeron que todos ellos lo
detestaban, pero ninguno osó resistirlo ni ponérsele delante ese día. ¿Habrá
arrancado los colmillos del odio en su camino al Templo?
PEDRO
El porvenir de los
discípulos
Una vez
arribó Jesús a Betsaida al declinar la tarde. Estábamos todos cansados, y lo
que aún era peor: el polvo del camino nos rodeaba. Llegamos a una mansión
señorial que se levantaba en medio de un jardín. En el umbral se hallaba de pie
el dueño de la casa. Jesús le dijo:
-Estos hombres
están cansados y tienen los pies lastimados y doloridos por el largo sendero.
Déjalos dormir en tu casa; que la noche está fría y necesitan reposo y calor.
-No dormirán
en mi casa -contestó el rico. -Entonces déjalos dormir en tu jardín. -No les
permitiré dormir en mi jardín. Jesús se dirigió a nosotros:
-Este es un
ejemplo de lo que os pasará en el día de mañana. Este presente os anuncia
vuestro futuro. Todas las puertas se cerrarán para vosotros; hasta los jardines
que se recuestan a la luz de las estrellas os obstruirán sus verjas. Si
vuestros pies resisten la fatiga del Camino y podéis sufrir hasta el final,
hallaréis un ánfora y un blando lecho, y tal vez pan y vino. Pero si no
hallareis nada de eso, no olvidéis que habréis, en aquel día, atravesado uno de
los áridos desiertos de vuestro Maestro. Vámonos de este lugar.
El rico se
hallaba turbado y pálido; mascullaba palabras ininteligibles y se internó en su
jardín.
Jesús retomó
su marcha por el camino, seguido de todos nosotros.
MALAQUÍAS, ASTRÓLOGO
BABILONIO
Los milagros de Jesús
Me
preguntáis sobre los milagros de Jesús y os
contesto: En cada un mil de mil años se juntan el Sol, la Luna y esta Tierra
con sus hermanos los planetas, en una línea ecuatorial, para dar un ejemplo;
luego se retiran lentamente y esperan pasar mil de otros mil años. No hay
milagros en el Universo detrás de las Estaciones. Tú y yo nada conocemos de-Ellas,
pues, ¿qué me puedes decir de una Estación llena que se encarna y toma la forma
de una sola persona? En Jesús se han fundido todos los elementos de nuestros
cuerpos y de nuestros sueños, conforme a la ley, y todo lo que era anterior a
su tiempo hoy halló en él su tiempo y sazón.
Dicen que
devolvía la visión a los ciegos y las fuerzas a los paralíticos, y expulsaba
los demonios de los dementes. Puede ahora que la ceguera no sea sino una idea
oscura que se puede vencer con un pensamiento luminoso y flamígero; y puede que
el órgano inválido no sea más que una inercia que se puede despertar con la
fuerza motriz, y que los malos espíritus que son los elementos perturbadores en
nuestra vida, sean expulsados de nosotros por los ángeles de la Paz y el
Sosiego.
Dicen
también que tornaba la vida a los muertos. Si puedes decirme lo que es la
Muerte te diré lo que es la Vida.
Vi una vez
un arbusto de encina; era un arbusto modesto, tranquilo, sin importancia y sin
valor; en la primavera siguiente encontré aquel arbusto con hondas raíces,
convertido en gigantesca encina, erguida ante la faz del Sol. Tú, sin duda,
crees que eso es un milagro, mas este milagro se obtiene mil veces en un
descuido de cada año y en la nostalgia de cada primavera: entonces, ¿por qué no
puede ocurrir el milagro en el espíritu del hombre? ¿No podrán las Estaciones
agruparse en la mano de un Hombre Ungido tanto como en sus labios? Si nuestro
Dios ha brindado a la Tierra la virtud de dar vida en sus entrañas a las
semillas ¿por qué no otorga al espíritu del hombre la de transmitir el soplo de
vida a otro corazón, aunque aparentemente haya estado muerto?
He hablado
de estos milagros que, en realidad, no me llaman tanto la atención como el gran
Milagro que es el Hombre mismo; ese caminante que ha trocado en oro puro el
óxido que había en mí, y que me enseñó cómo debo amar a los que me odian. Con
ese hecho que hizo conmigo me trajo el consuelo y coronó mis noches con los más
dulces sueños.
Este es el
milagro de mi vida. Yo era ciego y de errada conducta, y en mis profundidades
había mucho de los espíritus inquietos; yo era un muerto. Mas hoy veo con
claridad y camino rectamente, porque he recuperado mi salud. Hoy vivo para ver
y proclamar los milagros de mi Ser en cada hora de cada día.
Yo no soy de
sus aliados; soy un viejo astrólogo que recorre el campo del espacio en cada
Estación. Ya estoy en el ocaso de mi vida, mas toda vez que busco un amanecer
busco en realidad la juventud de Jesús. La vida busca eternamente la juventud,
pero la sabiduría busca en mí las visiones apocalípticas.
UN FILÓSOFO
Admiración y belleza
Cuando
estaba con nosotros nos observaba con toda admiración lo mismo que a nuestros
actos, por cuanto sus ojos jamás se empañaron con el velo de los años. Todo lo
vio caro a la luz de su juventud, y a pesar de haber sondeado la profundidad de
la belleza, siempre se maravillaba ante ella y su esplendor.
Frente a la
Tierra se ha detenido igual que el primer hombre, el día primero; mas nosotros,
de embrutecidos sentidos, contemplamos la clara luz del día y nada vemos:
prestamos oídos y no oímos; extendemos nuestras manos y nada palpamos; y si se
quemaran delante de nosotros todos los inciensos arábigos, seguiremos nuestro
camino sin oler nada. No vemos al labrador cuando vuelve de su campo en el
crepúsculo, ni oímos la flauta del pastor cuando conduce su rebaño, ni
alargamos nuestra mano para tocar el ocaso del Sol, y nuestro olfato no tendrá
más ansias que aspirar el perfume de las flores de Charon.
No
respetamos ni reconocemos monarcas ni reinos, ni oímos el trino de la cítara
sin antes tener sus cuerdas en nuestras manos, ni advertimos la presencia de un
niño en un monte de olivos, pues lo confundimos con un- olivo; que
todas las palabras debían salir de labios naturales para no sentirnos mudos y
sordos. Miramos y no vemos; prestamos oído y no oímos, comemos y bebemos, y no
sentimos gusto. En todo esto consiste la diferencia primaria entre Jesús el
Nazareno y nosotros, porque todos sus sentidos se renovaban siempre, tanto que
tenía el orbe ante sus ojos, perennemente nuevo. No era menos para Él el
balbuceo de un niño que el grito de la Humanidad entera, que para nosotros
sería ni más ni menos el balbuceo de un infante. Y el tallo de la anémona
amarilla era, a su juicio, una aspiración hacia Dios, lo que para nosotros no
es más que un simple tallo.
URÍA, UN ANCIANO NAZARENO
Era un extraño en nuestro
medio
Era un
extraño en nuestro medio. Su vida se hallaba oculta por un manto oscuro. No
siguió el camino de la felicidad, por cuanto ha elegido el camino de los
malvados y la canalla. Su juventud se reveló y rechazó la dulzura de la leche
que hay en nuestra naturaleza. Su juventud ardía como paja seca en la noche. Y cuando llegó a hombre
tomó las armas contra todos nosotros. Hombres como éste son concebidos en la
dulce bonanza humana. Nacen en las furiosas tormentas y en ellas viven un día,
y luego mueren para siempre.
¿No lo
recordáis cuando era niño, cómo discutía con nuestros sabios doctores,
mofándose de sus investiduras? ¿No recordáis su juventud, transcurrida entre el
serrucho y el cepillo, cuando rehusaba acompañar a nuestros hijos e hijas en
los días de fiesta, prefiriendo la soledad? No devolvía el saludo a los
transeúntes, como si nosotros no fuésemos amasados de su mismo barro. Una vez lo
vi en el campo; lo saludé y sólo me sonrió. En su sonrisa vi reflejada la
soberbia y el desdén.
Mi hija fue
a la viña con sus compañeras, a cortar uvas; lo encontró, lo saludó, y él no
respondió el saludo. En cambio dirigió la palabra a todas las trabajadoras de
la viña, como si mi hija no hubiese estado entre ellas.
Cuando dejó
a sus padres y vagó por el país, perdió todo y se hizo charlatán. Su voz era,
en ese entonces, como garra que se hundía en nuestra carne. Rememoramos un eco
ingrato y doliente de su voz: Hablaba mal de nosotros y de nuestros padres y
abuelos; su lengua era una flecha envenenada que traspasaba el alma.
Ese era
Jesús.
Si hubiese
sido hijo mío lo hubiera enviado con el ejército romano, al país de los árabes,
y hubiera solicitado al general que lo pusiera en primera fila, para que en la
hora del comba te muriera bajo las flechas del enemigo, y así librarme de su
audacia y soberbia. Mas no tengo hijo, por suerte; ¿qué habría sido de mí si de
mi hijo hubiera salido un enemigo de su pueblo? Mis canas se habrían cubierto
de ceniza y mi blanca barba se habría deshonrado.
NICODEMO, POETA
(EL
MAS JOVEN DE LOS MIEMBROS DEL SANEDRÍN)
Los
necios y los mistificadores
Muchos son
los necios que dicen que Jesús se interpuso entre Él y su propio Sendero; que
se combatió a sí mismo; que no conoció su propio pensamiento y que al perder
ese conocimiento, se engañó y se perdió.
Numerosas
son las lechuzas que no saben de cantos más que aquéllos que se asemejan a sus
chistidos. Yo y tú conocemos a los charlatanes que gustan jugar con las
palabras; aquellos que sólo respetan a los queles superan en burlas y engaños,
y llevan sus cabezas en cestas para venderlas en la feria por el primer precio
que se les ofrezca. Nosotros conocemos a los enanos que retan a los gigantes
cuyas cabezas tocan el cielo. También sabemos lo que dice la zarza a la encina
y al cedro. Me compadezco de ellas porque no pueden subir y trepar las alturas.
Mas la compasión no les lleva luz por más que la rodea la piedad de todos los
ángeles. Conozco el espantapájaros que se mueve con sus andrajos en medio de
las espigas, pero está muerto para las espigas y el viento cantor. Igualmente
conozco cómo la araña que no tiene alas teje sus redes para cazar los alados.
Conozco a los impostores y a los que soplan en los caramillos y a los que tocan
los atabales; aquellos que por el ruido o la barahúnda que hacen no pueden oír
el canto de la alondra del cielo ni el susurro del aura matinal en el bosque.
Conozco el que rema en todos los ríos pero no conoce el manantial, y viaja con
todos los arroyos, pero sin atreverse a bajar a la orilla del mar.
Conozco
aquel que ofrece sus manos lentas al jefe de los albañiles del templo y al ser rechazadas esas manos
inhábiles, amenaza en la lobreguez de su corazón, diciendo: "Destruiré
todo lo que se construya".
Conozco a
todos esos, pues son los que protestan por lo que dijo Jesús una vez: "Os
traigo la Paz"; y en otra vez: "Traigo una espada". Ellos no pueden
entender que Jesús dijo la verdad cuando habló así: "Yo llevo la Paz para
los hijos de la Paz y coloco la espada entre el que ama la paz y el que ama la
espada". También se admiran de cómo dijo un día: "Mi Reino no es de
este mundo", para luego añadir: "Dad al César lo que es del
César"; porque ignoran que si en verdad desean ser libres para entrar en
el Reino de los anhelos de sus almas, es menester primero no discutir con el
guardián que vigila el pórtico de sus necesidades, pagando miserable tributo
para entrar en aquella ciudad. Esos son los que dicen: "Ha enseñado la
bondad, la misericordia y el amor al prójimo, pero no se interesó de su madre
ni de sus hermanos, cuando éstos lo buscaban por las calles de Jerusalén",
desconociendo acaso que, por temor de perderlo, querían que volviera al taller
de la carpintería. Mas Él quería abrir nuestros ojos para que viéramos la
Aurora de un nuevo día. Su madre y sus hermanos querían que viviese en lo
oscuro de la muerte; pero Él prefirió morir sobre aquella colina, a,
fin de permanecer vivo en nuestra mente, que no duerme.
Sé de esos
topos que cavan sus cuevas sin un fin determinado. ¿No son ellos los que
combaten a Jesús diciendo que él se elogiaba cuando, ufano, dijo a la multitud:
"Soy el Camino y la Puerta de la salvación", y se llamó "La Vida
y la Resurrección"? Pero Jesús no pidió para sí más de lo que para sí
pregona mayo a su llegada. Es verdad que dijo que Él era el Camino, la Vida y
la Resurrección para el espíritu humano. Yo testimonio la verdad de ese dicho.
¿No os acordáis de mi? Soy Nicodemo, quien jamás se apartó de la ley y no creyó
sino en ella, respetando sus preceptos y mandatos. Observadme ahora veréis a un
hombre que camina con la Vida y sonríe con el Sol al despuntar la aurora, hasta
declinar la tarde y ocultarse tras las colinas.
¿Por qué os
detenéis vacilantes, dudando ante la palabra "Salvación"?; yo mismo
logré mi salvación por medio de Jesús. No me preocupa hoy lo que será de mí
mañana, porque sé que Jesús reanimó mis sueños e hizo de ellos mis mejores
camaradas y amigos del Camino. ¿Seré menos que un hombre si creo en una persona
que es más que un hombre? Las barreras de los pies y de la sangre. han
desaparecido al tenderme su manoel poeta de Galilea. Un espíritu me cogió y
elevó a las alturas, y en medio del cielo entonaron mis alas las canciones del
espacio puro. Y cuando bajé con el viento y manifesté mis curiosas opiniones en
el Sanedrín, no perdí mis canciones ni aún en el seno del mismo, porque mi
ascensión con alas sin plumas se ha conservado en el cántico, y todo lo que hay
de indigencia en esta mísera tierra no podrá despojarme de mi Tesoro.
He hablado
lo suficiente. Deja que los sordos entierren el balbuceo de la vida en sus
oídos muertos; yo estoy conforme con la melodía armoniosa de la cítara de
Jesús, que Él llevaba consigo, y en cuya cuerdas tañía su Himno cuando lo
elevaron sobre la Cruz y con su Sangre regó la Tierra.
JOSÉ DE ARIMATEA
(DIEZ
AÑOS DESPUÉS)
Los dos manantiales que
surgían del Corazón de Jesús
En el
Corazón del Nazareno había dos manantiales: el de su parentesco con Dios, a
quien llamó Padre, y el del Amor, que cotejo con el Reino del Mundo Sublime.
¡Cuántas
veces he pensado, en mis horas solitarias, en Él y he seguido esos dos
manantiales que emanaban de su Corazón! Sobre el borde del primer manantial
encontré
mi alma, y
mi alma era, ya una pordiosera vagabunda, ya una princesa en su jardín. Después
seguí el segundo manantial; en el camino encontré un hombre golpeado y
despojado por ladrones, pero con inefable sonrisa en los labios. A tiempo que
me marchaba me encontré con los mismos ladrones; vi que en sus rostros había
surcos de lágrimas no lloradas por nadie. Después oí el murmullo de esos dos
manantiales en las honduras mías y me llené de alegría. Y cuando visité a
Jesús, antes de ser tomado preso por Poncio Pilatos y los clérigos, hablamos
mucho todo un día sobre infinidad de cosas; y al retirarme supe que era el Rabí
y Señor de esta Tierra sobre la cual vivimos.
Sucumbió el
Cedro desde mucho y largo tiempo, mas su alba perdurará siempre y empapará los
cuatro puntos cardinales de la Tierra, hasta la Eternidad.
GEORGIUS DE BEIRUT
Los
extranjeros
Estaba Jesús
con sus discípulos en el bosque de los olivos, tras el cerco de mi casa. Cuando
comenzó su sermón me levanté a escucharlo. Lo habría reconocido en el acto,
porque su nombre se había difundido en nuestras costas antes que él, hiciera su
primera visita. Cuando concluyó llegué hasta él y le dije:
-Ven
conmigo, Señor, y hónrame con tu presencia. Me miró sonriente y dijo:
-No este
día, amigo mío, no será hoy.
En sus
palabras había bendición, y sentí que su voz me envolvía cual un manto de lana
en una noche glacial. Luego observó a sus discípulos y les habló así:
-Ved a este
hombre que, sin habernos visto, no nos cree forasteros, tanto que nos invita a
su casa. En verdad os digo que en mi Reino no habrá extranjeros. Nuestra vida
es la de todos los hombres; nos fue dado conocerlos a todos y
amarlos. Los actos de los hombres son nuestros primeros actos, tanto íntimos
cuanto públicos. Os ruego no seáis un solo "yo" sino varios, y que
seáis el dueño de la casa y el que no la tenga; el labriego y el ave que
persigue los granos antes que descansen en la tierra; el que da con generosidad
y alegría, y el que recibe con inteligencia y sin humillación. La belleza del
día no se limita a lo que veis vosotros, sino que entiende a lo que ven otros
también. Es por eso que os he elegido de entre los muchos que me han elegido a
mí.
Me miró,
sonrió por segunda vez y dijo:
-Todo lo que
he dicho también te lo digo a ti, porque tú también recordarás mis palabras.
Le rogué
otra vez:
-¿Honrarás mi casa con tu
presencia, Señor?
Y me contestó:
-Conozco tu
alma y me basta haber visitado tu Casa Mayor.
Cuando se
dispuso a marcharse agregó:
-Quisiera
Dios que tu casa sea una Casa Mayor, para que así hospede bajo tu techo a todos
los peregrinos de la tierra.
MARÍA MAGDALENA
Su boca era como el corazón de una granada
Su boca era
como el corazón de una granada. Las sombras de sus ojos eran muy profundas y Él
era dulce y tierno como el hombre que está seguro de sus fuerzas. En mis sueños
he visto todos los monarcas del mundo ponerse de pie, respetuosamente, ante Él.
Quisiera
hablar de su Rostro, pero ¿de qué manera podré hacerlo? Era como la noche sin
oscuridad, y como el día que no conoce el bullicio del día. Era un rostro
triste pero pletórico de alegría. Recuerdo bien cómo una vez alzó su brazo
hacia el cielo; parecían sus dedos ramas de fresno. Recuerdo bien cuando medía
el agua con sus pasos; no parecía que caminaba. Era Él mismo un sendero sobre
otro sendero del mismo modo que la nube que flota sobre la tierra y baja sobre
ella para animarla e infundirle vida. Pero cuando llegué hasta Él, era un
hombre cuyo enérgico semblante despedía confianza y fortalecía los ojos que lo
contemplaban. Al verme, me preguntó:
-¿Qué
quieres, María?
No le
respondí. Mis alas se plegaron sobre mis secretos, y por mi cuerpo corrió
calor; y como no podía soportar su Luz, lo dejé y proseguí mi ruta. En ese
momento sentí huir de mí toda impudicia y quedarme sólo mi pudor, y las ansias
de hallarme a solas para que sus dedos tañeran las cuerdas de mi corazón.
DE JOZAM EL NAZARENO A UN
ROMANO
La vida y el espacio
Amigo mío,
tú eres como todos los romanos; quieres imaginar la vida más que vivirla, y
eliges gobernar la tierra antes de ser gobernado por el Espíritu. Prefieres
conquistar los pueblos y ganarte las maldiciones de sus hijos, que quedar en
Roma y vivir feliz y bendecido.
Tú que no
piensas más que en los ejércitos conquistadores y en naves que cruzan los
mares, ¿cómo puedes entonces entender a Jesús de Nazareth, el Hombre modesto, el Hombre humilde y solitario;
aquel que vino, no con ejércitos ni con centurias, a construir un reino en cada
corazón y un imperio en el espacio libre de cada corazón?
¿Cómo puedes
comprender a ese Hombre, que no era guerrero, pero vino armado con la fuerza
del Cielo? No era una deidad sino un hombre como tú y yo, pero en Él se fusionó
la mirra de la Tierra con la resina del Cielo, y en sus palabras se
entremezclaron nuestros tartamudeos con el susurro de lo invisible, y en sus
cánticos oímos una voz inconmensurable.
Sí; Jesús
era un Hombre, no un dios, y en ello está nuestro asombro y admiración.
Mas,
vosotros los romanos os maravilláis sólo ante los dioses, y ningún hombre os
causa admiración; por eso no podéis entender al Nazareno. Jesús se adueñó de la
juventud del Pensamiento, y vosotros sólo poseéis la vejez del Pensamiento. Hoy
nos gobernáis, pero esperemos un día más... ¡Quién sabe si este Hombre que no
dirige ejércitos ni comanda centurias no gobierne el mundo mañana.
Nosotros,
los que seguimos al Espíritu, surcaremos con nuestro sudor, y con gotas de sangre,
la Tierra entera, en nuestros viajes en pos de Él. Roma se arrastrará en el
suelo como los huesos de un esqueleto. Sufriremos mucho, mas nos armaremos de
paciencia y triunfaremos, y Roma será vencida. Sin embargo, si Roma, en su
caída y humillación, pronuncia su nombre, Él soplará en sus huesos nueva vida,
a fin que vuelva a levantarse y ser ciudad viva entre las ciudades. Todo esto
lo hará mi compatriota Jesús, sin necesitar ejércitos ni esclavos que remen en
sus galeras, porque estará solo.
EFRAÍM DE JERICÓ
El
banquete de la segunda boda
Cuando llegó
por segunda vez a Jericó, fui a saludarlo y decirle:
-Maestro, mi hijo tomará esposa
mañana; te pido nos honres con tu presencia en el banquete, como la vez que
honraste la boda de Caná de Galilea.
Y me
respondió:
-Es verdad
que estuve presente una vez en una boda, mas no asistiré a otra, y menos hoy
que mi alma está de novia.
Insistí:
-Te ruego,
Maestro, que asistas a la boda de mi hijo. Sonrió, como si en su sonrisa
hubiera un reproche e inquirió
-¿Por qué me
suplicas? ¿No tendrás suficiente vino?
-Los
cántaros y los jarrones están llenos, Maestro, mas, deseo que asistas a la boda
de mi hijo.
-Quién
sabe... Tal vez vaya... Sí, asistiré si tu corazón fuera un altar en su templo.
Al día
siguiente se casó mi hijo; Jesús no acudió al banquete de la boda; y a pesar de
haber venido mucha gente, me pareció como si no hubiese habido nadie. En
realidad yo mismo, que recibía a los concurrentes, no me hallaba en la boda.
¡Quién
sabe!... Tal vez mi corazón no era un altar cuando lo invité, y que sólo yo
quería presenciar en mi casa un segundo milagro.
BARCA, MERCADER DE TIRO
La compra-venta
A mi ver, ni
los judíos ni los romanos comprendieron a Jesús; ni sus mismos discípulos,
aunque hoy predican en su nombre.
Los romanos
lo asesinaron, y en esto cometieron un grave error. Los galileos quisieron
hacerlo dios, y este fue otro error. Jesús era el corazón del hombre. He
surcado los siete océanos con mis naves; he tratado con reyes y príncipes, como
también con estafadores y perdularios, en las más lejanas ciudades, pero no
conocí ningún hombre que haya entendido tan bien a los mercaderes, como Jesús.
Le oí una
vez relatar esta parábola:
"Viajó
un mercader a un país extraño. Tenía dos siervos. A cada uno le dio un puñado
de oro y le dijo:
"-Estoy
para partir a una tierra lejana en busca de ganancias, haced lo mismo vosotros
por otras partes, con este dinero. Sed sagaces y meticulosos en vuestros
tratos, tanto al dar como al recibir.
"Después
de un año se reunió el comerciante con sus dos siervos, y estos dieron cuenta
de lo que habían hecho:
"-Yo
-dijo uno de ellos- negocié con el oro que me diste, comprando y vendiendo, y
esta es la ganancia.
"-Esa
utilidad es para ti, por haber empleado bien el capital. Fuiste fiel a mí y a
ti mismo.
"-Yo
-dijo el otro siervo- tuve temor de perder tu oro y por eso no compré ni vendí.
Aquí tienes tu oro intacto, y en esta bolsa.
"-Hombre
de poca fe; si -hubieses negociado y perdido habría sido más
provechoso que no hacer nada, porque como el viento esparce la semilla y espera
el fruto, debe ser el hombre comerciante. Más te habría valido servir a los
demás". Cuando Jesús habló de esa manera, sin ser comerciante, reveló el
secreto del comercio. Sus ejemplos evocaban ciudades y países lejanos que no he
conocido en mis viajes, pero yo los sentía más realmente que mi casa y
herederos.
Mas el joven
nazareno no era un dios, y me duele que los discípulos de ese hombre justo y
sabio, pretendan hacer de él una divinidad.
FUMÍA, PITONISA DE SIÓN
A sus compañeras
Empuñad vuestras flautas
que quiero cantar
Tocad las
cuerdas de plata y de oro.
Tañed que
quiero cantar el recuerdo del Hombre valiente
Que mató al
salvaje del valle, y luego se sentó
A
contemplarlo con misericordia.
Templad
vuestros laúdes para cantar
A la Alta
Encina que está en las Alturas.
Cantemos al
recuerdo del Hombre cuyo espíritu toca a
Los cielos y
cuya mano rodea el Mar.
Aquel que
besó los labios pálidos de la Muerte,
Pero que hoy
tirita ante la boca de la Vida.
Templad
vuestros laúdes para cantar juntas
Al Cazador
valiente que está sobre la loma,
Que cazó al
animal con su invisible flecha,
Extrayéndole
la garra y el colmillo.
Templad
vuestros laúdes para cantar todas juntas
Al joven
aguerrido que venció las ciudades de los montes
Y de las
llanuras, amontonadas cual serpientes sobre arena;
Y que no
combatió contra enanos sino contra gigantes
Hambrientos
y sedientos de nuestra carne y de nuestra sangre; y que era cual el primer
halcón áureo que sólo riñe con las águilas, porque sus alas son grandes y
orgullosas y no quieren ser castigo de los débiles.
Templad
vuestros laúdes para cantar todas juntas la canción del mar y del aluvión.
Los dioses
han muerto y hoy duermen en paz
En la isla
olvidada, en el mar abandonado;
Mas Él está
sentado sobre un trono, triunfante.
Estaba en su
juventud, porque la Primavera
Todavía no
le había dado barba.
Su estío era
adolescente en su campo.
Traed
vuestros laúdes para cantar juntas a la tormenta
Que en el
bosque destroza los gajos secos y desnudos,
Mientras
deja que las raíces se alimenten de la savia del suelo.
Tomad
vuestros laúdes para cantar
Juntos el
Himno Eterno de nuestro Bien Amado.
Deteneos,
compañeras, y no tañáis más vuestras cuerdas.
Dejad
vuestros laúdes; no podemos cantarle ahora;
Porque el
susurro débil que arrancan vuestros cantares
No llega a
su tempestad, y no tiene fuerza para penetrar
La majestad
de su silencio.
Dejad
vuestros laúdes y venid a mí.
Quiero
repetir a vuestros oídos sus parábolas
Y cantaros
sus ejemplos, porque la reverberancia de su voz
Es más
profunda que nuestro amor.
BENJAMÍN, ESCRIBA
Permitid que los muertos
entierren a sus muertos
Dicen que
Jesús era enemigo de Roma y del judaísmo, mas yo os digo que no era enemigo de
ningún hombre ni de ningún género de gente. Yo mismo le escuché decir:
-Las aves
del espacio y de las altas cumbres no se ocupan de las culebras en sus cuevas.
Permitid que los muertos entierren a sus muertos, y en cuanto a ti, envuélvete
en la vestidura de tu "yo" aún entre los vivos, y elévate hacia lo
alto.
Yo no era
discípulo suyo, pero lo he seguido con la multitud que iba tras Él para ver su
rostro. Miraba a Roma y a nosotros los esclavos de Roma, como cuando mira el
Padre a sus hijos que pelean entre sí por un juguete.
Jesús era
más grande que la Provincia y el Estado; era más grande que la Revolución.
Vivía solo en su retiro y era una vigilia perfecta. Lloró por todo eso que
nosotros no hemos llorado, y sonrió de nuestra rebelión y desobediencia. Jesús
era el comienzo de un nuevo Reino sobre la Tierra, que jamás tendrá fin.
Era hijo y
nieto de todos los monarcas que han levantado el Reino del Espíritu, y nuestro
reino sólo será gobernado por el Espíritu.
ZACARÍAS
La suerte de Jesús
Vosotros
creéis por lo que se dice en vuestra presencia, pero más os valdría creer en lo
que no se dice, porque lo que calla la gente está más cerca de la verdad que
sus palabras. Y me preguntáis si Jesús era capaz de rehuir la tortura de su
muerte y salvar a sus discípulos y sus adeptos de la persecución. Yo os contesto que sí, que
podía haberse salvado de la muerte si lo hubiera deseado, pero no lo hizo, ni
se preocupó en proteger sus rebaños de los lobos de la noche.
Predijo su
final y sabía lo que estaba reservado para sus fieles, tanto, que se anticipó
en avisarnos lo que sería de cada uno de nosotros. No buscó su destino pero lo
aceptó; como el labrador que, al enterrar sus granos en el corazón de la
tierra, acepta el Invierno y luego la Primavera y por fin la cosecha; como el
albañil que busca la piedra mayor para el cimiento.
Su grupo se
componía de hombres venidos de los valles de Galilea y de las quebradas del
Líbano. En las manos de nuestro Maestro estaba el reformar con nosotros a
nuestra tierra y vivir acompañados de su juventud, en nuestros jardines, hasta
que la vejez nos hubiera llevado de nuevo al corazón de los años. Podía
habernos dicho: "Voy a Oriente con el Viento del Oeste", y así
despedirse de nosotros con una sonrisa en los labios. Sí; podía decirnos:
"Volved a vuestros hogares, pues el mundo no está preparado para
recibirme. Volveré dentro de mil años; entretanto, enseñad a vuestros hijos a
saber esperar mi regreso". Todo eso pudo habernos dicho si hubiese
querido, pero sabía que para edificar el Templo invisible le era preciso
colocarse Él mismo de Piedra Fundamental en sus cimientos, y luego ser nosotros
las piedrezuelas del cemento reforzante.
Sabía
también que la savia de su árbol, cuyas ramas se elevan hasta el cielo, no
viene sino de sus raíces; por eso vertió su sangre sobre ellas sin pretender
hacer con eso algún sacrificio, sino ganar un galardón más. La muerte devela
los misterios y la muerte de Jesús reveló el misterio de su vida. Si hubiera
huido, habríais triunfado vosotros y sus enemigos al mundo; es por eso que no
ha huido, porque ninguno gana todo sin haberlo dado todo. Jesús pudo escapar de
la muerte y vivir hasta su completa vejez, pero conocía el giro de las
Estaciones y quiso entonar la canción de su alma. ¿Qué hombre armado enfrenta
un mundo desarmado y rehúsa vencerlo por corto tiempo, para luego conquistar el
mundo y los siglos?
Y ahora
¿queréis saber, en verdad, quién asesinó a Jesús, si fueron los romanos o los sacerdotes de Jerusalén?
Sabed que no fueron ellos, mas la humanidad en pleno se ha reunido al pie del
Gólgota para tributarle veneración.
JONATHÁN
Entre los lirios del agua
Un día yo
estaba con mi amada remando en un lago de agua dulce, circundado por las
colinas del Líbano. Pasábamos debajo de los sauces llorones, gozando de la
fresca sombra que se dibujaba alrededor de nosotros. En tanto yo remaba y la
barquilla se deslizaba, mi amada cantó así:
"¿Qué
otras flores, de no ser los lotos del Nilo, conocen el agua y el sol?
"¿Qué
otro corazón, de no ser el tuyo, conocerá la tierra y el cielo?
"Mira,
amado mío, esta flor dorada que flota entre el cielo y la mansa hondura del
lago tal como nadamos (tú y yo) entre mi amor, que estuvo desde el principio y
que así seguirá hasta el fin de los siglos.
"Mueve
tu remo, amor mío, que yo tocaré mi laúd, y así seguiremos al sauce llorón y al
lirio del agua.
"En Nazareth hay un poeta cuyo corazón es como la flor de
loto. Es un poeta que conoce el alma de la mujer, y sabe de su sed que brota de
las aguas y de su hambre de sol; no obstante tener ella sus labios hartos.
"Dicen
que vive en Galilea, pero yo digo que está remando con nosotros.
"Mírame,
amado mío, mira; donde se inclina el sauce y se resume su sombra sobre el
rostro del lago, allí se mueve ese poeta, tal como nos mecemos blandamente en
esta barca.
¡Cuán bello
y encantador es conocer la juventud de la vida, amado mío, con su alegría
cantante!
"¡Cuánto
anhelo que tus remos permanezcan eternamente en tus manos y tener yo entre mis
dedos las cuerdas de mi laúd, donde sonríen los lotos del Nilo, bajo los rayos
del Sol, y se lustra el sauce en el agua, acompañados de la reverberancia de
mis cuerdas!
"Rema,
amado mío, que quiero tañer mi laúd. En Nazareth hay
un poeta que nos conoce y nos ama.
"Rema,
amado mío, que quiero arrancar a las cuerdas de mi laúd la canción más
dulce".
JUANA DE BETSAIDA
(AÑO
73)
Mi tía en su juventud
Mi tía nos
dejó cuando era joven para ir a habitar una cabaña próxima a una viña, en
heredad de su padre. Vivía sola y era muy frecuentada por los campesinos, a
quienes curaba sus males con hierbas frescas o con raíces y flores secadas al
sol. Los campesinos la creían profetisa, pero no faltaba quien la creía
hechicera y bruja.
Un día me
llamó mi padre y me dijo:
-Lleva estas
hogazas de trigo a mi hermana, con esta jarra de vino y esta cesta de pasas.
Cargué con
todo mi burrito y fui hasta la cabaña de
mi tía, quien al verme se alegró mucho. Mientras me hallaba sentada con ella a
la sombra, pasó un hombre que saludó a mi tía diciéndole:
-Buenas
tardes, y bendiciones de la noche sobre ti. Mi tía se levantó respetuosamente y
respondió:
-Buenas
tardes tengas, Señor de los Buenos Espíritus y vencedor de los malos.
La miró
aquel hombre con dulce mirada y siguió su camino. Reí en mi corazón porque creí
aue mi tía estaba loca, pero hoy bien sé que no lo estaba. Supo que yo había
reído en mi alma y me reprochó tiernamente:
-Óyeme, hija
mía, y aprende de mí lo que te voy a decir: ese hombre, que ha pasado ante
nosotros en este instante, cual la sombra de un águila que vuela entre el sol y
la tierra, vencerá a los Césares y a su imperio; derribará al toro alado de los
caldeos y al león con cabeza de hombre del Egipto, y gobernará el mundo. Esta
tierra sobre la cual camina sucumbirá; y en cuanto a Jerusalén, que está
sentada soberbia sobre sus colinas, sucumbirá repudiada en medio del humo ante
el viento desolador.
Cuando dejó
de hablar mi risa se trocó en calma, y pregunté:
-¿Quién es ese
hombre, de qué país es y de qué tribu viene? ¿Cómo logrará vencer a los grandes
reyes y a los opulentos reinos?
-Nació en
este país, mas nosotros ya lo habíamos visto en los sueños de nuestros anhelos
antes de venir a este mundo y desde el comienzo del tiempo. Es de todas las
tribus y no pertenece a ninguna. Vencerá con su palabra de verdad y con el
fuego de su espíritu.
Y de pie,
inmóvil cual una roca, agregó:
-Perdóneme
el Ángel de Jehová estas palabras:
Lo matarán y envolverán su juventud con las mortajas, y dormirá junto al
corazón callado de la tierra, y será llorado por las doncellas de Judea.
Y alzando
sus brazos al cielo continuó:
-Pero sólo
morirá su cuerpo físico. Subsistirá su espíritu y saldrá con sus legiones de
esta tierra en que nace el sol, a aquella en cuyo horizonte muere al atardecer,
y su nombre será el primero entre las naciones.
Mi tía era
una profetisa de avanzada edad cuando me dijo esas palabras, mientras yo sólo
era una pequeñuela, un campo virgen y agreste y una piedra que aún no se había
empleado en ningún muro. Todo cuanto he visto en ese entonces en el espejo de
sus pensamientos, ahora ha sucedido ante mis ojos. Jesús resucitó y luego
condujo la humanidad a la tierra donde muere el sol. Y la ciudad que lo entregó
a sus enemigos se redujo a escombros. En la sala donde. lo
condenaron a muerte graznan los búhos y las lechuzas, en tanto derrama la noche
el rocío de su corazón, como lágrimas sobre mármol destrozado.
Hoy ya soy
vieja, encorvada por el peso de los años. Mis padres han muerto y mi pueblo se
ha extinguido. Después de aquel día lo vi una sola vez y oí su voz; sucedió
esto en una meseta sobre una colina, cuando se dirigía a sus discípulos y
amigos. Y a pesar de mi vejez actual y de mi amarga soledad, Él me visita en
mis sueños; llega hasta mí cual ángel blanco; silencia con su gracia el terror
de mis noches y me transporta a un mundo elevado, poblado de sueños sublimes.
Aún sigo
siendo un campo inculto y una fruta insulsa, todavía pegada a la rama. Todo
cuanto poseo es el calor del sol y el recuerdo de aquel Hombre. Sé que en mi
pueblo no habrá más reyes, ni Mesías, ni sumos sacerdotes, tal como lo predijo
mi tía; porque saldremos de este mundo con la corriente de los ríos y se
olvidarán eternamente de nuestros nombres.
Mas los que
han atravesado los mares de Jesús en su propia corriente, dejarán su recuerdo
en el mundo.
MANASS, UN ABOGADO DE
JERUSALÉN
Los discursos y ademanes
de Jesús
Más de una
vez lo he escuchado hablar. La palabra estaba presente en sus labios en todo
momento. Lo admiré más como hombre que como líder, porque sus sermones no me
agradaban. Tal vez no los habré comprendido bien, porque superaban a mis
pensamientos. Además, yo no necesito ni pretendo que nadie me aconseje.
Pero lo que
más me había deslumbrado en él eran sus ademanes y su voz, y no los argumentos
de sus discursos. Me agradó, mas no me convirtió, porque es ambiguo y lírico y
de mucha reticencia. Por eso no penetró en mis ideas.
Conocí a
muchos como él, pero no fueron tan constantes en sus principios, ni tan
perseverantes y persuasivos en sus trabajos como firmes en sus luchas. Asimismo
éstos encantaron a su auditorio, pero no alcanzaron al templo de los espíritus.
Lo
lamentable es la persecución que le hacen sus feroces enemigos, que piden su
muerte. No creo necesaria la eliminación de ese hombre, y esa hostilidad
duplicará su fuerza y trasmutará su dulzura en un avasallador poder. No es
extraño que con su dialéctica opositora diera ánimos a un hombre que no los
poseía, y le creara alas.
No conozco a
sus enemigos, pero estoy convencido que por miedo a ese hombre, que nunca hizo
mal a nadie, le han dado fuerzas para convertirlo en un gran peligro para todos
ellos.
NEFTALÍ DE CESAREA
Un hombre que odia el
nombre de Jesús
Ese hombre
cuyo recuerdo colmó vuestros días y cuya sombra os acompaña en vuestras noches,
es la hiel en mi boca; pese a ello, vosotros mortificáis mis oídos hablándome
de él, y perturbáis mis pensamientos refiriéndome sus actos. Yo no tolero
escuchar nada de lo que ha dicho y, sobre todo, de lo que ha hecho. Tan sólo
nombrarlo me molesta tanto como el nombre de su pueblo. No quiero escuchar nada
de lo que a él se refiera.
¿Por qué
hacéis un profeta de un hombre que no era más que una sombra? ¿Por qué divisáis
una torre en un montón de arena y un lago en la concavidad producida por la
pisada de un caballo, donde se han amontonado unas gotas de agua? No detesto el
eco que repercute en las grutas de los valles, ni las largas sombras que
dibujan las horas del ocaso, pero no quiero oír las sandeces ni las
manifestaciones que llenan vuestras cabezas; como tampoco quisiera detenerme
ante el efecto que podría provocar en vuestros ojos. ¿Qué cosa dijo Jesús que
antes no la hubiera dicho Hilel, y qué sabiduría proclama ese Nazareno que no
fuera proclamada antes por Gamalael? ¿Qué comparación hay entre sus palabras
indecisas y su tartamudeo con la voz de Filón? ¿Qué címbalos él ha tocado sin
que, antes que él naciera, no hayan sido tocados por otros?
Oigo el eco
que repercute en las grutas de los silenciosos valles, y contemplo las sombras
que sobre la tierra dibuja el ocaso del sol, pero no soporto que el corazón de
ese hombre encuentre eco en otros corazones, y no admito oír al espectro de los
brujos charlatanes llamarse profetas. ¿Quién se atreve a hablar después de
Isaías, ni a cantar después de David? ¿Nacerá otra vez la sabiduría, después de
haber ido Salomón a reunirse con sus padres? ¿Y qué podemos decir de nuestros
profetas, cuyas lenguas eran puñales, y llamas de fuego sus labios? ¿Habrán
dejado una sola espiga a este espigador de Galilea, o alguna fruta caída a ese
pordiosero del norte?
No supo más
que romper para sí el pan que antes que él habían horneado nuestros
antepasados, y escanciar el vino de la viña que sus pies santos estrujaron. Yo
respeto más al alfarero y no al que compra el ánfora, y venero más a aquellos
que están sentados ante sus telares y no a los haraganes que visten sus telas.
¿Quién era
ese Jesús el Nazareno y quién es? Es un hombre que no se atrevió a vivir
sosteniendo sus ideas; es por ello que encontró su muerte, su único merecido.
Por consiguiente, os ruego no mortificar mis oídos con lo que pudo haber dicho
y hecho ese hombre. Mi corazón está lleno de gracia de los santos profetas de
la antigüedad. Y esto me alcanza.
JUAN, EL DISCÍPULO
BIENAMADO
(EN
SU VEJEZ)
Jesús, el Verbo
Me pedís que
os hable de Jesús, pero ¿cómo puedo engañar o ahogar la canción del amor divino
que llenó el universo, con esta caña hueca? En cada suceso de los diversos
aspectos del día, Jesús veía al Padre presente ante Él. Lo vio en las nubes y
en la sombra de las nubes que flotaban sobre la tierra. Vio el rostro del Padre
reflejado en las albercas quietas y las huellas de sus pies marcados sobre los
médanos. Y muchas veces cerraba sus ojos para contemplar aquellos ojos divinos.
La noche le hablaba, con la Voz del Padre y en su soledad sentía a los ángeles
que lo llamaban, y cuando buscaba descanso en el sueño oía el cuchicheo de los
cielos en esas horas. A menudo se sentía muy feliz en nuestra compañía y nos
llamaba hermanos. Mirad, pues, cómo el Verbo, que en el principio era con Dios
nos llama hermanos a nosotros, que apenas somos ciertas humildes sílabas
pronunciadas ayer. Tal vez me preguntéis por qué lo llamé Verbo primordial;
pues oíd: en el principio se movió Dios en el espacio y de su movimiento inconmensurable nació la
Tierra y sus Estaciones. Por segunda vez se movió Dios y brotó la vida, y el
anhelo de la Vida buscó ansiosamente la Altura y la Profundidad para que Dios
posea la Mayor de toda Mayor cantidad de sí mismo.
Y después
habló Dios, y el hombre fue una de sus palabras, un espíritu hecho del Espíritu
de Dios. Y cuando hubo hablado así, el Mesías fue su primer Verbo, un Verbo
Perfecto. Y al advenir Jesús el Nazareno al mundo, se supo del nacimiento del
primer Verbo salido de la boca de Dios. Y fue concebido en carne y sangre la
Voz del Verbo. De este modo, Jesús el Ungido es el Verbo Primordial con que
Dios habló al mundo. Del mismo modo que el manzano de un jardín, que florece y
da frutos, antes que los demás árboles, por un día; y en el jardín de Dios, en
aquel único día, había un ciclo completo. Sí, todos somos hijos del Altísimo,
mas el Ungido era su primer hijo, que, encarnando en el cuerpo de Jesús el
Nazareno, vivió entre nosotros y a quien hemos visto con nuestros propios ojos.
Os digo todo esto para que lo comprendáis, no tan sólo con el pensamiento, sino
también con el alma. El pensamiento pesa y mide, pero el espíritu llega al
corazón de la vida y abraza sus misterios, porque la simiente del espíritu no
muere. El viento sopla y luego acalla, y el mar tiene su flujo y reflujo; mas
el corazón de la vida es un círculo sereno iluminado por astros firmes y
eternos.
DE MANUS DE POMPEYA A UN
GRIEGO
Los dioses de los semitas
Los judíos
son como sus vecinos fenicios y árabes, no permiten descansar un momento a sus
dioses sobre las alas de los vientos. Se preocupan demasiado de ellos y
disputan por cuestiones de oración, de adoración y de sacrificio.
Nosotros los
romanos, mientras tanto, nos ocupamos en construir los templos con piedras de
mármol precioso, para nuestros dioses, en tanto vemos a esos pueblos semitas
pasar su tiempo discutiendo sobre la naturaleza de su dios. Los romanos, en
nuestras horas de amor y pasión por -nuestros dioses, cantamos y bailamos a las
puertas de los templos de Júpiter, de Juno, de Marte y de Venus; en cambio
ellos, en esas horas visten cilicio y se cubren la cabeza con ceniza, gimiendo
y maldiciendo el día en que han nacido.
Mas Jesús,
ese hombre que demostró a su pueblo que Dios es un ser que ama la felicidad y
el placer, fue perseguido y crucificado por ellos. Esa gente no quiere ser
feliz con un dios feliz, y extraño es que los compañeros de Jesús y sus mismos
discípulos, que conocieron su alegría y oyeron su risa, adjudiquen una imagen a
su dolor y la adoren. Con esa imagen no se elevan hasta su dios, sino que lo
rebajan al nivel de ellos mismos.
De todo esto
creo yo que ese filósofo de Jesús, que no es muy distinto de Sócrates, tomará
pronto en sus manos el gobierno de su país y tal vez extenderá sus doctrinas a
otras naciones; porque todos somos seres tristes que tenemos nuestras dudas
infantiles. Si alguien nos dijera: "¡Alegrémonos con los dioses!, no
titubearíamos en seguirlo. Extraño es, entonces, que el sufrimiento de ese
hombre se haya convertido en dogma. Esos hombres quieren dar con un segundo Adonis.
Pero
confesemos, como un romano a un griego, que si nosotros estuviéramos en las
calles de Atenas, nos asombraría la risa de Sócrates y olvidaríamos la copa de
cicuta, aún cuando nos halláramos en el templo de Dionisio.
¿No se
detienen nuestros padres, hasta hoy, en las esquinas de las calles, para
comentar y hablar de sus males y gozar, por un instante de dicha, del recuerdo
del triste final sobre cuyo camino han pasado nuestros grandes hombres?
PONCIO PILATOS
Ritos y supersticiones de
Oriente
Mi mujer me
habló de él más de una vez, antes de traerlo sus enemigos a mi presencia, mas
nunca me preocupó.
Mi esposa es
muy soñadora, como todas las mujeres romanas de su casta. Últimamente se ha
entregado a los ritos y a las supersticiones de Oriente, que son para el
imperio muy nefastas. Tanto como encuentren eco en el corazón de nuestras
mujeres, en cuanto su peligro se agranda, por causa de las tales
supersticiones, que pueden ocasionar nuestra ruina.
Egipto murió
y se eclipsó su poderío cuando las caravanas de los árabes le transportaron
desde su desierto el Dios único. El esplendor de Grecia se vino abajo cuando
desde las orillas de Siria partió Astarté para ocuparla, con sus siete
doncellas. Yo
no había
conocido a Jesús antes del día en que me lo entregaron, como malhechos y
enemigo de su pueblo y de Roma.
Lo
condujeron a palacio con los brazos atados con gruesa soga. Yo estaba sentado
en el pabellón cuando llegó hasta mí, caminando con pasos atléticos y firmes.
Se detuvo ante mí con la cabeza erguida. No puedo recordar ni imaginar lo que
en ese instante pasó por mí; tuve súbitamente un deseo oculto y emocionante -no
obstante no haber habido causa justificada en mi voluntad- de abandonar mi
sitial y prosternarme ante él. Sentí como si el César hubiera entrado en mi
casa, porque el que estaba parado delante de mí era más grande que la misma
Roma. Esta emoción me duró un tiempo, pasado el cual vi en mi presencia un
hombre modesto y simple, acusado de traición por su pueblo. Yo era su
gobernador y su juez.
Le pregunté
por qué causa lo habían traído hasta mí, y no respondió, pero me miró; había
mucho de compasión en su mirada, como si él fuera mi juez y mi gobernador. Se
oían los gritos y la algarabía que afuera producía el pueblo, mas él permanecía
callado, sereno y tranquilo, y en sus ojos se reflejaba la conmiseración. Salí
y me detuve en la escalera del palacio; cuando el pueblo me vio cesó en su
algarabía.
-¿Qué
deseáis con este hombre? -pregunté a la muchedumbre.
-¡Queremos
crucificarlo, porque es enemigo nuestro y de Roma! -contestaron al unísono.
Había entre
ellos quien acusaba:
-¡Dijo que
destruiría el templo! ¡Quiso reinar! ¡Nosotros no queremos más rey que el
César!
Regresé a la
sala pretorial; allí estaba el reo de pie, solo, erguida la cabeza y honda la
mirada. En ese momento me asaltó un pensamiento que había yo leído a un
filósofo griego: "El solitario es el más fuerte de los hombres". Y es
verdad; en aquel instante el Nazareno era más grande que todo su pueblo. No
sentí por él alguna compasión, porque él estaba por encima de toda
conmiseración. Al preguntarle si era el Rey de los judíos, no respondió. Le
pregunté por segunda vez:
-¿Dijiste
que eras el Rey de los judíos?
Y contestó
con voz suave y serena:
-Tú mismo me
has proclamado Rey, y tal vez para eso he nacido; mas sólo he venido para
testimoniar la Verdad.
Pensad un
poco sobre este hecho curioso: un hombre que habla de la Verdad cuando su
pueblo lo conduce para ajusticiarlo. Me armé de paciencia, y repliqué en voz
alta, como hablando conmigo mismo:
-¿Y qué es la Verdad, y de
qué le sirve al inocente cuando la mano del verdugo está erguida sobre su
cabeza? Entonces Jesús contestó firme y enérgico:
-Ningún
hombre puede gobernar en el mundo sino por el Espíritu y la Verdad.
-¿Y tú
vienes del Espíritu?
-También tú
vienes del Espíritu, pese a que lo ignores. ¿Qué es el Espíritu y qué es la
Verdad, en momento en que yo, por salvar el país y su pueblo, por mantener
celosamente sus costumbres y sus ritos, entrego un hombre inocente al suplicio?
Ningún hombre, ni pueblo, ni imperio alguno, desearán eludir el camino de la
Verdad, si lleva a la meta de la perfección. Insistí en preguntar:
-¿Eres el
Rey de los judíos?
-Tú lo has
dicho. He llegado al mundo en esta hora.
De todo
cuanto me dijo fue esto lo único que no estaba en su lugar, porque, como
sabéis, Roma es la única que ha triunfado en el mundo entero. En ese momento
las voces atronadoras del populacho inquieto llenaban la sala. Le dije al reo:
-Ven
conmigo.
Y me detuve con él en las
gradas del palacio. Cuando el pueblo lo vio, clamó tumultuosamente. En medio de
aquella marea tempestuosa de pueblo agitado, sólo se escuchaba esta
condenación:
-¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo!
Lo restituí
a los sacerdotes que me lo habían entregado y les dije:
-Haced lo
que os guste con este inocente. Y si queréis lo haré vigilar con soldados romanos.
En el acto
lo precedieron. Ordené que sobre la cruz se fijase este rótulo: "Jesús el
Nazareno, Rey de los judíos". Sin duda, mejor hubiese sido: "El Rey
Jesús Nazareno".
Lo desnudaron
y lo crucificaron.
Podía
haberlo salvado, pero eso hubiera incitado una insurrección en todo el pueblo.
La cautela aconseja siempre al gobernante de una provincia romana, aceptar con
paciencia todas las dudas y las supersticiones religiosas del pueblo vencido.
Hasta ahora sigo creyendo que aquel hombre era al o más que un insurrecto. Las
órdenes que dicté en aquea tragedia no fueron por mi voluntad; lo hice por
Roma.
Después de
un corto tiempo salimos de Siria, y desde aquella fecha mi mujer estuvo triste
y melancólica. Muchas veces la vi pasear por este hermoso jardín con el rostro
sombrío, como si se desarrollara en su interior una tragedia. Luego supe que
siempre hablaba de Jesús a las damas de Roma.
Observad
cómo el hombre cuya muerte yo había ordenado, vuelve desde el mundo de las
sombras a refugiarse en mi casa; mientras yo sigo hasta ahora preguntando desde
lo más hondo de mi ser ¿Qué es la Verdad...? ¿Qué es la Verdad? ¿Será factible
que el Sirio nos convenciera en la quietud de nuestras noches? Esto, en
realidad no puede ser, ya que Roma deben vencer los sueños de nuestras mujeres.
BARTOLOMÉ EN ÉFESO
Los esclavos y los parias
Dicen los
enemigos de Jesús, que éste hacía sus propuestas a los esclavos y a los
repudiados, incitándolos a la rebelión contra sus patrones. Dicen que siendo él
también de la plebe y mientras pedía socorro para los de su clase, trataba de
ocultar su origen.
Pero
hablemos ahora sobre los acólitos de Jesús y sobre su autoridad. En él
principio eligió unos compañeros, para su obra, de gente del Norte, y todos
eran libres, robustos, audaces y fuertes en el Espíritu. En los veinte años
pasados han maravillado al mundo por su valor, por su voluntad inquebrantable y
por su valor aún ante la muerte. ¿Creeréis, por ventura, que esos hombres eran
esclavos o repudiados? ¿Cómo admitir que los grandes adalides y príncipes del
Líbano y de Armenia, tan vanidosos de su linaje, se hayan destituido de su
jerarquía y potestad para aceptar a Jesús como profeta de Dios? ¿Es de creer
que esos nobles de Antioquía, Bizancio, Roma y Atenas se hubiesen dejado
embaucar por la voz de un jefe de esclavos?
El Nazareno
no estaba junto al esclavo en contra de su amo, ni con éste en contra de aquél;
porque era un Hombre superior a todos los hombres, y los arroyuelos que han
transitado en los cursos de su fuerza, cantaban con el dolor y con la fuerza al
mismo tiempo. Si la nobleza está en la protección, Jesús el Nazareno es el más
noble que hay en la tierra, y si la libertad constituye el pensamiento, el decir
y el hacer, Él sería el príncipe de todos los libres y de todos los siglos.
No olvidéis
que en la carrera sólo el más fuerte y veloz logra laureles. Y Jesús fue
coronado por sus amigos y adeptos, tanto como por sus enemigos, sin que lo
supieran, y hasta ahora Él recibe los trofeos de los triunfos, de las
sacerdotisas de Artemisa en la sacristía de su templo.
MATEO
Jesús ante los muros de
la prisión
Una tarde
pasó Jesús por la Torre de David mientras nosotros íbamos detrás de él; de
pronto lo vimos detenerse para colocar sus mejillas sobre las piedras de la
prisión y exclamar:
-¡Hermanos
de mi antiguo día!: mi alma se conmueve con la vuestra detrás de estos muros, y
desearía que os libertarais dentro de mi libertad, y marcharais conmigo y con
mis compañeros. Estáis prisioneros, mas no estáis solos. ¡Numerosos son los que
caminan en las calles amplias, no obstante tener las alas sanas! Son como los
pavos reales, aletean pero no vuelan.
"¡Hermanos
de mi segundo día!: pronto os visitaré en vuestras cárceles y os ofreceré mis
hombros para alivianar vuestras cargas, porque el inocente y el criminal no se
separan uno del otro; son cual los dos huesos del brazo, que nunca se separan.
"¡Hermanos
de este día de hoy, que es mi día!: habéis nadado contra la corriente de los
pensamientos de vuestros enemigos y os aprehendieron. Dicen que también yo nado
contra esa corriente, y quizá me lleve pronto hacia vosotros, donde permaneceré
como violador de la ley entre sus violadores.
"¡Hermanos
de un día que aún no ha Regado!: estos muros caerán y con sus rocas harán
muchas formas de casas, las manos de Aquel cuyo martillo es la luz y cuyo buril
es el viento. En cuanto a vosotros, os detendréis libres en la libertad de mi
nuevo Día.
Así habló
Jesús y luego siguió su rumbo. Su mano fue acariciando el muro de la fortaleza
hasta que abandonamos la Torre de David.
ANDRÉS
Los profanos
La angustia
de la muerte es, en verdad, menos amarga que la vida sin ella. Se enmudecieron
los días y calláronse cuando se apagó su voz. Sólo permanece el eco que
devuelve a mi memoria sus palabras, pero no su voz.
Cierto día
le oí decir:
-Id al campo
en vuestras horas de añoranza y anhelos, y sentaos al lado de los lirios, y los
oiréis cantar a los rayos del sol. Los lirios no tejen vestiduras para
vosotros, ni cortan madera ni piedra para vuestras casas, sino que entonan sus
cantinelas. Y quien trabaja en la noche reemplaza sus necesidades y el rocío de
su bondad moja sus pétalos. ¿Y a vosotros no os cuidará también Aquel que no
sabe de la fatiga ni sabe dar tregua a su labor?
Otra vez le
oí hablar así:
-Los pájaros
del firmamento están conformes. Vuestro Padre los protege y los cuenta, lo
mismo que cuenta los cabellos de vuestras cabezas. No caerá ningún ave a los pies del cazador; no encanecerá ningún cabello
de vuestras cabezas ni caerá al abismo de la ancianidad sin que todo se haga
por la voluntad de Él.
En otra
ocasión dijo así:
-Os he oído
susurrar en vuestros corazones, diciendo: "Es menester que nuestro Dios
sea más clemente y piadoso con nosotros, que somos hijos de Abraham, que con esos que no lo conocieron desde el
principio". Mas yo os digo: El patrón de la viña que requiere un obrero a la
madrugada, para trabajar, y llama otro al atardecer, pagando igual paga a
ambos, está libre de toda censura. ¿Acaso no paga de su bolsa y por propia
voluntad? Es así como abrirá mi Padre las puertas de su palacio cuando los
pueblos vayan a golpearlas. Y las abrirá a cualquiera de vosotros, porque sus
oídos gozan con el mismo amor, tanto del nuevo canto como de las viejas
canciones a que ya están habituados. Y
festeja jubilosamente y de modo
particular el nuevo canto porque es la cuerda menor en la cítara de su Alma.
En otra
oportunidad habló así:
-Acordaos de
estas palabras mías: "El ladrón es un hombre necesitado, el mentiroso es
un hombre medroso y el vago a quien le prende el guardián de vuestras noches,
es atrapado por el vigía de su misma lobreguez. Deseo que os compadezcáis de
todos éstos. Si golpean las puertas de vuestras casas abridlas y convidadlos a
vuestra mesa, y si los rechazáis seréis culpables por cualquier acto que
cometieran".
Un día lo
seguí, como varios otros, hasta la plaza de Jerusalén, y allí nos contó la
historia del hijo pródigo, y la del comerciante que vendió todo lo que tenía para
comprar una joya. Mientras nos hablaba llegaron los fariseos trayendo una mujer
que ellos llamaban "adúltera". La colocaron en medio del gentío y,
rodeando a Jesús, le dijeron:
-Esta mujer
profanó el voto de fidelidad, cometiendo adulterio. .
Posó Jesús
su mano sobre la frente de la mujer pecadora y la miró largamente en los ojos;
luego se volvió a los fariseos, y después de observarlos gravemente, se inclinó
y comenzó a escribir con un dedo en la arena, los nombres y pecados de los
fariseos. Mientras escribía vi que los acusadores se marchaban, unos tras
otros, vencidos. Antes de que terminara Jesús no quedaban a su lado más que la
mujer y nosotros. Miró nuevamente a la acusada y le dijo:
-Has amado
mucho, pero los que te han conducido a mi presencia muy poco han amado, y sólo
te trajeron para inmiscuirme en sus ardides. Ahora vete en paz; ya no queda
ningún acusador; y si quieres ser tan sensata cuanto eres amorosa, llámame, que
el Hijo del Hombre no te juzgará.
Me quedé
admirado en ese entonces, sin saber si esto se lo dijo a ella, porque Él mismo
no se hallaba libre de pecado. Desde aquel día estudio, investigo y medito.
Ahora sé bien que un corazón puro disculpa al hombre esa sed que lo conduce a
aguas putrefactas, y que sólo el fuerte puede tender su mano al caído.
Y de cierto
digo que la angustia de la muerte es, en verdad menos amarga que la vida sin
ella.
UN HOMBRE RICO
Los bienes
Jesús
condenaba a los ricos. Un día le pregunté:
-¿Qué debo
hacer, Señor, para poseer la paz del Espíritu? Me ordenó entregar mis bienes a
los, pobres y seguirle. Como él no posee nada no conoce lo que hay en el dinero
y los bienes de seguridad para la vida y la libertad personal, y el respeto de
afuera e interno.
En mi casa
hay ciento cuarenta sirvientes y esclavos; algunos trabajan en mis montes y
otros dirigen mis naves a tierras lejanas. Si yo le hubiera escuchado, dando a
los pobres mi dinero y todos mis bienes, ¿qué habría pasado con mis esclavos y
sirvientes y sus respectivas familias? Sin duda alguna se habrían vuelto
pordioseros y vagabundos como él y sus acólitos, y en ese estado andarían por
las calles de la ciudad y por las galerías del templo.
Ese buen
hombre no ha sabido investigar el secreto que rodea al oro, y como él vivía con
sus sectarios de la caridad pública, creyó que todos los hombres deberían vivir
como ellos. He aquí ahora este secreto contradictorio: ¿Es deber de los ricos
dar su fortuna a los pobres; que éstos deban poseer la copa y el pan del rico
antes de ser recibidos por ellos, a sus mesas? ¿Es deber o es digno del Señor
de la Torre, dar hospedaje a sus amigos sin que primero sea nombrado dueño y
señor de la tierra?
La hormiga
que guarda su alimento para el invierno, es más sabia que las cigarras, que un
día se alegran con sus canciones y otro pasan hambre. Dijo uno de sus secuaces
en la plaza pública:
-Sobre el
portal del cielo, donde Jesús pone sus sandalias, ningún hombre es digno de
poner su cabeza.
Mas yo
cuestiono: ¿Sobre el umbral de qué casa pudo aquel vagabundo y simple de
corazón dejar sus sandalias, él que no tenía casa ni umbral y con frecuencia
andaba descalzo?
JUAN EN PATMOS
Jesús el piadoso
Deseo hablar
de Él otra vez, pero como Dios me privó de la palabra, me dio en cambio la voz
y los labios ardientes; y a pesar de no ser yo merecedor del Verbo perfecto,
convoco mi corazón para que se pose sobre mis labios.
Jesús me amó
y no sé por qué. Yo lo amé porque Él elevó mi alma por sobre mi cabeza y la
bajó a honduras insondables. El Amor es un misterio sacrosanto; los que
verdaderamente aman no hallan palabras con qué definir su amor, mas aquellos
que no aman creen que el amor es una burla cruel. Jesús me llamó a mí y a mi
hermano mientras trabajábamos en el campo. Yo era joven; mis oídos sólo
conocían la voz de la aurora, pero su voz puso punto final a mi trabajo y dio
inicio a la era de mi amor y fascinación. Para mí sólo quedó, desde entonces,
el caminar bajo el sol y adorar la Belleza de la Hora. ¿Puedes aceptar una
sublimidad cuya sutileza impide su manifestación, o una belleza cuya luz no
llega a nuestros ojos? ¿Podrás escuchar en tus sueños una voz que se avergüenza
de su amor?
Jesús me
llamó y yo lo seguí. Esa tarde volví a la casa de mi padre para munirme de mi
segunda vestidura, y dije a mi madre:
-Jesús el
Nazareno quiere unirme a los suyos.
Mi madre me
ordenó:
-Sigue su
camino como lo siguió tu hermano.
Y seguí a
Jesús. Me dio sus órdenes, pero para liberarme solamente, porque el Amor es
hospitalario y generoso con sus huéspedes, pero su casa es espejismo y burla
para los no llamados.
¿Queréis
ahora que os aclare mejor los milagros de Jesús? Somos todos una señal
milagrosa del tiempo, y nuestro Señor y Maestro es el punto medio de ese
tiempo, mas Él no quiso que nadie lo supiera. Le oí una vez decir al
paralítico:
-Levántate y
vete a tu casa, pero no digas al sacerdote que yo te he curado.
El
pensamiento de Jesús no se hallaba con los paralíticos, sino más bien con los
fuertes y los erguidos. Su pensamiento buscó otros pensamientos, y los
protegió, y su Espíritu perfecto visitó otros espíritus, y con este acto su
Espíritu alteró aquellos pensamientos y aquellos espíritus, lo cual a la gente
pareció un gran milagro; pero para nuestro Señor y Maestro era una cosa
sencilla como el soplo del viento cotidiano.
Y ahora
hablemos de otras cosas.
Un día me
paseaba con Él en un huerto: los dos teníamos hambre; así llegamos a un manzano
silvestre; en el árbol había dos manzanas; Jesús lo sacudió con sus manos, de
tal suerte que cayeron las dos manzanas; las alzó y me entregó una, conservando
la otra en su mano. Yo metí diente a
la mía y cuando terminé de comerla vi que
Jesús tenía aún, la suya en su mano, que me extendió, diciendo:
-Toma y come
esta también.
La recibí
avergonzado, pero el hambre me incitó a ello. Y mientras caminábamos observando
su rostro... ¡Oh! ¿Cómo puedo contaros lo
que en Él he visto? Vi una noche en cuyo espacio se quemaban los cirios de un
sueño inabordable por nuestros sueños; un mediodía en el que los pastores se
alegran mirando pacer su rebaño; una tarde serena y un silencio confortable y
encantador; una casa para refugio del espíritu y un dormir tranquilo y un dulce
soñar.. Todo eso he visto en su cara.
Me dio las
dos manzanas. Yo sabía que Él tenía tanto hambre como yo, y sé ahora que al
darme las dos había satisfecho y saciado su hambre, porque había comido y
gozado el fruto de un árbol desconocido.
Quisiera
contaros otras cosas más, pero ¿cómo me sería posible hacerlo?, porque cuanto
mayor es el amor tanto más difícil es explicarlo o definirlo, y cuando la
memoria se encuentra muy cargada, se encamina a buscar las honduras calladas.
PEDRO
El vecino
Cierto día
me dijo mi Rabí y Maestro en Cafarnaúm:
-Vuestro
vecino es vuestro segundo "yo" que vive tras las paredes. Con la
mutua comprensión sucumben todas las paredes. Y quién sabe si vuestro vecino no
es vuestro mejor "yo" encarnado en otro ser. Procurad, entonces,
quererlo tanto como a vosotros mismos. Es también una manifestación del
Todopoderoso, que vosotros no conocéis.
"Vuestro
vecino es un campo en el cual se pasea la Primavera de vuestras esperanzas con
su atavío verdoso. Vuestro Invierno sueña en él, con las cimas cubiertas de
nieve.
"Vuestro
vecino es un espejo en cuya faz se refleja vuestra imagen alegre y triste;
alegría y tristeza que vosotros desconocéis. Amad, pues, a vuestro vecino tal
como os he amado yo.
Entonces le
pregunté:
-¿Cómo puedo
amar a un vecino que no me ama, que es envidioso y quiere quitarme lo mío, y
muchas veces me roba?
-Cuando aras
y mientras tu siervo echa la semilla detrás de ti, ¿te detienes, acaso, para
observar hacia atrás y ahuyentar un gorrión que baja al suelo a mitigar su
hambre con un grano de los tuyos? Si así lo hicieras no serías digno de la
bendición ni la riqueza de la siega.
Cuando me
hubo dicho eso tuve vergüenza de mí mismo, mas no me desanimé porque me
fortaleció su sonrisa.
UN ZAPATERO EN JERUSALÉN
Neutralidad
Jamás lo
amé, pero tampoco lo odié. Nunca presté oído a sus prédicas; prefería oír su
voz melódica, que me era tan agradable.
Todo lo que
dijo era ambiguo e incomprensible a mis oídos y pensamientos, aunque la música
de su voz era clara y sonora para mí.
En verdad,
si yo hubiera oído de labios de la gente la acotación de sus enseñanzas, no
habría podido diferenciar si Jesús era amigo o enemigo del judaísmo.
JOSÉ, LLAMADO
"JUSTUS" .
Jesús el peregrino
Dicen que
era villano y una espiga endeble en una endeble y raquítica sementera; un
hombre obtuso y bruto.
Dicen que
sólo el Viento peinaba sus cabellos y que sólo la lluvia lavaba su rostro y sus
ropas.
Dicen
también que era un loco, y atribulan sus palabras a influencia de los demonios.
Pero ese hombre ha retado a duelo a sus enemigos, y sus palabras continúan
infundiéndoles temor, porque ningún ser humano puede detenerse ante Él. Cantó
una melodía cuya resonancia nadie podrá interrumpir. Ella seguirá libremente
vibrando de siglo en siglo, recorriendo los océanos, llevando el eco de
aquellos labios que la modularon y el gran Espíritu que la engendró.
Era un
extraño; sí, sí; era un Peregrino que andaba en el Sendero del Sacrosanto
Lugar. Era un Mensajero que venía a golpear nuestras puertas. Era un Huésped
que venía de lejanas
ciudades, y
que no encontró entre nosotros cumplido y generoso hospedaje; por eso regresó
al Lugar que le fue preparado desde la creación del mundo.
SUSANA, NAZARENA VECINA
DE MARÍA
El joven y el hombre en Jesús
Conocí a
María, madre de Jesús, antes de casarse con José el carpintero. En aquel
momento las dos éramos solteras. María tenía visiones y oía voces, y hablaba de
servidores celestiales que la visitaban en sus sueños.
Los
nazarenos tenían obvia preocupación por ella y la observaban en sus idas y
venidas. La miraban con dulzura, porque su frente era alta y derechos sus
pasos, mas unos decían que era loca, porque actuaba con entera libertad. Yo la
consideraba como una mujer adulta, pese a su plena juventud, porque he visto
una sazón de cosecha en sus flores y frutos, ya maduros, en su Primavera.
Nació y
creció en medio de nosotros, y sin embargo ha sido en nuestra aldea como una extraña
del Norte. En sus ojos había siempre la sorpresa del extranjero que nunca nos
vio. Tenía también el mismo orgullo de la vieja Myriam que con su hermana se
había retirado del Nilo al desierto. Después se casó con José el carpintero.
Durante su
embarazo, de Jesús, María solía hacer paseos por los prados, y cuando regresaba
traía en sus ojos una belleza encantadora y un hondo dolor. Y al nacer Jesús,
me contó una amiga que María dijo a su madre:
-No soy sino
un árbol cuyas ramas aún no fueron podadas, sino observa este fruto.
Estas
palabras fueron oídas por Martha la partera.
Luego de
tres días fui a visitarla. En sus ojos se reflejaba sorpresa y su pecho estaba
agotado. Tenía abrazado al niño como la concha que atesora su perla. Todos
hemos amado al hijo de María y seguimos sus pasos con amorosos ojos, porque el
niño estaba lleno de vitalidad. Pasaron las estaciones y sucediéronse las
lunas, y llegó el niño a la pubertad.
Era alegre;
reía mucho. Nadie sabía lo que iría a ser ese niño que parecía extraño a
nuestra raza.
Nadie se
animaba a reprenderlo, no obstante el peligro a que muchas
veces se exponía por su tesón e intrepidez. Jugaba con sus compañeros, pero no
podría aseguraros si estos jugaban con él.
Cuando llegó
a los doce años ayudó a un ciego a vadear el arroyo, y lo llevó hasta el camino
real. El ciego, agradecido, le preguntó:
-¿Quién
eres, tú, niño?
-No soy
niño, soy Jesús.
-¿Quién es
tu progenitor?
-Dios es mi
padre.
Se rió el
ciego y agregó:
-Has dicho
la verdad, hijo mío. ¿Quién es tu madre?
-Yo no soy
hijo tuyo, y la Tierra es mi madre.
-Entonces es
el Hijo de Dios y de la Tierra el que me ha llevado.
-Te
conduciré a donde quieras y mis ojos acompañarán tus pies.
Y crecía
Jesús como una preciosa palmera en nuestros jardines, y cuando llegó a los
diecinueve años era ya un mozo muy gallardo y bello como un gamo. Sus ojos eran
dulces y llenos del asombro del día. Su boca tenía la sed de un rebaño en el
desierto frente a un arroyo cristalino. Caminaba solo en los campos, mientras
nuestros ojos
y los de las mozas de Nazareth lo seguían con ternura, pero en presencia de los
suyos todos nos sentíamos avergonzados, y como el Amor es púdico y vergonzoso
ante la belleza, ésta es y siempre será el objeto y punto de mira del Amor.
Y luego lo
invitaron las estaciones a conversar en los jardines de Galilea. A menudo María
le seguía los pasos para oír sus palabras y en ellas escuchar a su espíritu,
mas cuando iba con sus amigos a Jerusalén no lo seguía, porque siempre en las
calles de Jerusalén se mofaban de nosotros, los hijos del Norte, aunque
vengamos con nuestro presente para el
Templo. María era tan delicada que no quería
ser causal de mofa de la gente del Sur.
Jesús visitó
otros países de Oriente y Occidente, y a pesar de no conocer nosotros el país que
Él había visitado, nuestros corazones lo seguían. Mientras, María lo esperaba
sentada en el umbral de su casa, mirando siempre al camino por donde tenía que
volver al hogar. Y cuando regresaba Jesús a su casa venía María a decirnos:
-Es enorme
para que sea mi hijo; su elocuencia supera la inteligencia de mi corazón
callado. ¿Cómo, pues puedo pretender que me pertenezca?
Noté que
María no pudo creer que la llanura engendrara la montaña, y en el candor de su
corazón no: advirtió que la falda de la montaña era el camino a la cima. Ella
conoció en Jesús al Hombre, pero como era su hijo no se atrevió a reconocerlo
como tal.
Un día fue
Jesús al lago para encontrarse con sus amigos los pescadores; María me susurró
al oído:
-¿Quién es
el Hombre, sino ese ser inquieto que surge de la Tierra y del ansia, y que se
yergue camino del cielo? Mi hijo es un anhelo que viene de muy lejos; es todos
nosotros elevándonos con nuestros anhelos hacia las estrellas. ¿Dije yo que es
mi hijo? ¡Dios me perdone! Pero mi corazón me dice que soy su madre.
Me es
difícil poder contaros más de lo referido sobre María y su hijo Jesús, mas
aunque nazcan espinas en mi paladar, o que mis palabras os arribaran a vosotros
cual paralítico que se arrastra, no puedo menos que contaros lo que he visto y
oído. El año era feliz y glorioso por su lozanía encantadora. Las anémonas
engalanaban las cumbres de las colinas, cuando Jesús llamó a sus apóstoles y
les dijo:
-Venid
conmigo a Jerusalén y asistiremos al sacrificio del cordero en la Pascua.
El mismo día
vino María a mi casa y me dijo:
-Él va a la
Ciudad Santa. ¿Querrás acompañarme para seguirlo junto con las otras mujeres?
Y en el momento nos encaminamos tras de María y su hijo, por aquel largo
camino hasta llegar a Jerusalén donde fuimos recibidos por una multitud de
gente a la entrada de la ciudad, porque sus discípulos habían anunciado su
arribo a sus adeptos; pero Jesús dejó la ciudad esa misma noche, con sus
amigos. Nos dijeron que se había marchado a Betania. En la fonda quedó María
con nosotros esperando su regreso.
Lo
prendieron lejos de los muros de Jerusalén y lo encarcelaron. Cuando lo supimos
observé que María no dijo una sola palabra, mas en sus ojos se había
manifestado rápida mente la oculta verdad de aquel prometido dolor y aquella
futura alegría, que todos hemos visto cuando era novia en Nazareth.
María no
lloró; andaba con nosotros cual el espíritu de una madre que no quiere llorar
por el alma de su hijo. Nos sentamos en cuclillas en el suelo, mientras ella
caminaba erguida por el cuarto, y de vez en cuando se detenía para contemplar
por la ventana la lontananza, peinando sus cabellos con las manos. Al despuntar
la aurora la vimos de pie entre nosotros, como un estandarte que flamea en un
desierto sin legiones.
Lloramos
cuando supimos lo que el día de mañana guardaba para su hijo, pero ella no
lloró. Sus huesos eran del más puro bronce y su fuerza era de encina; sus ojos
como el firmamento, en su amplitud y temeraria dimensión. Dime si has visto una
calandria cantar ante su nido destrozado por el fuego. ¿Habrás visto una mujer
cuyo dolor sobrepasa sus lágrimas o un corazón herido que se eleva por sobre de
su sufrimiento? No has visto a esa mujer porque no estuviste ante María, y
porque jamás te ha tenido en su regazo la Madre Transparente.
En aquella
hora serena, en cuyo espacio las herraduras del silencio golpeaban sobre el
pecho de los que nos hallábamos en vigilia, entró Juan, el hijo menor de
Zebedeo, exclamando: -¡Oh, Madre! ¡Oh, María! Jesús se va; ¡sigámosle!
Colocó María
su mano sobre el hombro de Juan y salieron seguidos de nosotros. Cuando
llegamos a la torre de David, vimos a Jesús cargando con su cruz y rodeado de
mucha gente. Lo acompañaban dos hombres que también llevaban una cruz cada uno.
María tenía la cabeza erguida; iba con nosotros al lado de su hijo, con pie
firme. Tras ella caminaban Sión y Roma; es decir, el mundo entero, para vengarse de sí mismo ante el Hombre Libre y
Único. Cuando llegamos a la colina lo crucificaron. Yo observaba a María; su
rostro era el de una mujer afligida. Tenía el aspecto de la tierra fértil que
da hijos sin cesar y los entierra displicente. Después, evocando la
adolescencia de su hijo, exclamó:
-¡Hijo mío que no es mi hijo!
¡Oh! Hombre que habitó una vez mi vientre, ¡gloria a tu fuerza y a tu valor! Sé
que cada gota de sangre que fluye de tus manos, será un manantial que formará
ríos de naciones. Mueres en esta tormenta tal como ha muerto, una vez, mi
corazón en el ocaso del sol. Es por eso que no te lloraré.
En ese instante intenté cubrirme
el rostro con las manos, a fin de huir y regresar a mi tierra del Norte; pero
en ese momento oí a María exclamar:
-¡Hijo mío que no es mi hijo!
¿Qué es lo que dijiste al hombre de tu diestra para hacerlo feliz en sus
dolores, tanto que ya en su rostro se dibuja apenas la sombra de la muerte, y
al punto que él no puede quitarte de sus ojos? Tú me sonríes ahora y esa
sonrisa me dice que has vencido al mundo. Entonces Jesús miró a su madre y
respondió:
-¡Oh, María, sé a partir de hoy una madre
para Juan.
Y dirigiéndose a éste:
-Sé un tierno hijo de esta
mujer. Vete a su morada y que tu sombra se dibuje y atraviese aquel umbral
sobre el cual tantas veces me he sentado. Haz todo eso en mi memoria.
Alzó María su diestra hacia
Jesús; estaba cual un árbol de un solo gajo, y le dijo:
-¡Hijo mío que no eres mi hijo!
Si esto es de Dios, vénganos entonces la paciencia y que nos brinde el
conocimiento de la Verdad; y si es del hombre, que Dios lo perdone por toda la
eternidad. Si es de Dios, la nieve del Líbano te servirá de mortaja, mas si es
de estos sacerdotes y de estos soldados solamente, mi manto cubrirá tu cuerpo
desnudo. ¡Hijo mío que no es mi hijo! Lo que Dios crea aquí no puede
desaparecer, y lo que el hombre destruye permanecerá construido y en pie, pero
en una forma que escapa al raciocinio del hombre.
En ese momento el Cielo lo
entregó a la Tierra, cual una voz y un Soplo viviente. También María lo dio al
hombre cual una herida y un bálsamo.
-Mirad ahora -agregó María-, ya
se fue, ya concluyó la batalla y el Astro dio su luz. Ya llegó la nave al
puerto, y Aquel que se había recostado sobre mi pecho, se cierne hoy en el
espacio. Aún en la propia muerte se sonríe. Venció al mundo, y me enorgullece
ser la madre del Triunfador.
María se puso en camino a
Jerusalén, apoyada en el brazo de Juan, el discípulo amado. Era una madre cuyas
esperanzas ya se habían realizado. Cuando arribamos a la puerta de la ciudad,
miré su rostro y quedé hechizada. Si es cierto que la cabeza de Jesús estaba en
ese día más erguida y altiva que la de todos los hombres, la de María no lo
estaba menos. Ocurrió todo esto en la Primavera; ahora estamos en Otoño, y
María ha vuelto a su morada y vive sola.
Desde dos sábados mi corazón era
como una piedra en mi pecho,,porque mi hijo me había abandonado para ir en
busca de una barca en Tiro y largarse a los mares. Me dijo que no regresaría a
verme.
Una tarde fui a visitar a María
y la encontré sentada ante su telar, pero no trabajaba; se hallaba en
contemplación, con la vista puesta en el horizonte, hacia la lejanía de Nazareth.
-¡Salud, oh María!
-Ven y siéntate a mi lado
-respondió extendiéndome la mano- a contemplar cómo vierte el sol su sangre
sobre estos montes.
Me senté al lado de ella a
contemplar el paisaje; pasado un momento, dijo:
-No sé a quién crucifica el Sol
esta tarde.
Yo, a impulsos de la obsesión
que allí me llevó, repuse:
-Vine en busca de consuelo. Mi
hijo me dejó y se fue al mar, dejándome sola en casa.
-Quisiera consolarte, mas ¿cómo
lograrlo?
-Háblame de tu hijo y ello me
consolará.
-Te contaré de Él, porque lo que
a ti te consuela me trae a mí un consuelo mayor.
Y me relató de Jesús todo lo que
fue desde el comienzo.
No hizo
distinciones entre su hijo y el mío, pues formuló esta comparación:
-Mi hijo es
marino como el tuyo; ¿por qué no entregas tu hijo al anhelo de las horas tal
como entregué el mío? La mujer será eternamente por siempre un vientre y una
cuna, pero jamás será un sepulcro. Nosotras morimos para otorgar vida a la
vida; tanto como cuando nuestras manos tejen los hilos de una vestidura que no
usaremos jamás. Nosotras echaremos nuestras redes para pescar peces que no
comeremos. Por eso nos afligimos y nos entristecemos; pero en todo eso se halla
nuestra alegría y felicidad.
Así habló
María. Retorné a mi casa y, a pesar de haber declinado el día, me puse al telar
a tejer la tela que nunca vestiré.
FILIPPUS
Cuando murió, la
Humanidad murió con él
Cuando murió
nuestro Amado, murió con Él toda la Humanidad. Se transformó en silencio todo
cuanto había en el espacio y cambió de color. El levante se oscureció y de sus
profundidades bramó una tempestad huracanada que envolvió toda la tierra. Los
ojos del cielo se abrían y cerraban provocando una lluvia fortísima que lavó la
sangre que manaba de sus manos y sus pies.
Yo he sido
uno de los desmayados, pero lo escuché en la hondura de mi negligencia hablar
así:
-¡Padre mío,
perdónalos, porque no saben lo que hacen! Su voz buscó mi alma ahogada y me
condujo por segunda vez a la orilla. Abrí mis ojos y vi su cuerpo blanco y puro
colgado frente a las nubes. Sus palabras se reencarnaron en mi alma y me hice
un hombre nuevo. Desde aquel entonces no supe lo que era el gusto de la
tristeza.
¿Quién se
aflige por el mar cuando se quita el velo de su cara, o por la montaña cuando
se ríe frente al Sol? ¿Qué corazón humano es capaz, al ser herido, de decir
sendas palabras?
¿Qué juez,
entre los jueces de los hombres, ha perdonado a sus jueces? ¿Habrá existido un
amor, en todos sus cursos, que hubiera vencido al odio con esa fuerza absoluta
que tanta confianza tiene en sí? ¿Cuándo ha oído la Humanidad la voz de un
clarín cual éste, que hace temblar la tierra y el cielo? ¿Se ha oído antes de
ahora a una víctima pedir piedad para sus torturadores? ¿Se ha visto que un
topo detuviera el curso de un rayo?
Sucederán y
pasarán las estaciones y se plegarán los años antes de desaparecer de la tierra
el eco de estas palabras: "¡Padre mío, perdónalos, porque no saben lo que
hacen!.
Pero tú y
yo, si nacemos por segunda vez, no olvidaremos esas palabras. Y ahora marcho a
mi casa para mendigar, con la frente alta, a su Puerta.
BÁRBARA, LA AMONITA
Jesús el implacable
Jesús era
muy paciente con los simples y los ignorantes; era como el Invierno que aguarda
la llegada de la Primavera. Era paciente como la montaña, con los embates de la
tempestad. Respondía con dulzura todas las preguntas que, estúpidamente, le
formulaban sus enemigos. Callaba ante vanas y erróneas discusiones, porque era
fuerte, y al alcance del fuerte está siempre el poder y la fuerza de ser paciente.
Pero Jesús también era impaciente e implacable. Jamás toleró a los hipócritas y
nunca encomendó sus armas a los malvados ni a los mistificadores. Ningún hombre
pudo dominarlo. No tuvo paciencia con esos que negaron la Luz para vivir en la
sombra, ni con los que exigían señales del cielo, en vez de solicitarlas a sus
corazones.
No era
paciente con los que han pesado el día y medido el cielo antes de haber
ofrecido sus sueños al Alba y al Atardecer. Jesús era paciente, pero tenía
menos paciencia con esa gente. Exigía que tejieras la tela aunque perdieras
muchos años entre el telar y sus hilos, pero nunca permitió a nadie romper un
centímetro de la tela ya terminada.
DE LA MUJER DE PILATOS A
UNA DAMA ROMANA
El amor y la fuerza
Andaba yo
cierto día, con mis doncellas, en un bosque lejos de Jerusalén, cuando me
encontré con él, rodeado de hombres y mujeres. Les hablaba en un lenguaje que
yo entendía a medias. Pero el ser humano no necesita de lengua alguna para ver
una columna de luz o una montaña de cristal. Así es el alma que entiende lo que
no dice la boca y lo que no perciben los oídos. Hablaba a sus amigos sobre el
Amor y la Fuerza. Sí, entendí que hablaba del Amor porque en su voz había una
dulcísima melodía. Comprendí asimismo que hablaba de la Fuerza, porque legiones
y ejércitos avanzaban en sus . gestos. Era gracioso y dulce. No creo que mi
propio esposo pueda haber hablado con más autoridad de la que hablaba ese
hombre.
Cuando notó
que yo iba pasando delante del grupo, se calló un momento y me miró con
dulzura. Sentí en ese instante que mi alma se humillaba ante sus ojos y
presentí que me hallaba ante un dios. Desde aquel día su imagen me visita en mi
retiro; sus ojos se ahondaron en los secretos de mi alma; su voz era poseedora
de las quietudes de mis noches. Ahora soy prisionera del encanto de aquel
hombre hasta la eternidad; mi salvación está en mis dolores y la libertad está
en mis lágrimas.
Tú no has
visto a ese hombre, amiga mía, y ya no lo verás; ha desaparecido de nuestros
sentidos; mas hoy está más cerca de mí que todos los seres.
JUDAS ISCARIOTE
Cuenta la escena un
hombre de los suburbios de Jerusalén
El día
viernes 17 de Nisán y víspera de la Pascua, llamó Judas violentamente a la
puerta de mi casa. Al entrar sus miradas me inspiraron pánico y estupor.
Estaba
pálido y demacrado; sus manos temblaban como ramas secas al soplo del huracán.
Sus vestiduras destilaban agua, como si se hubiera sumergido en un río. Es
cierto que aquella tarde habían soplado vientos impetuosos y fuertes tormentas
se desencadenaron sobre la ciudad.
Judas me
observó fijamente y con gravedad; las cuencas de sus ojos parecían dos
tenebrosas cavernas y sus pupilas dos manchas de sangre. Con voz grave me dijo:
-Entregué a
Jesús el Nazareno a sus enemigos y a los míos, porque tiempo atrás me había
prometido derrocar a ambos. Yo lo creí y lo seguí, cuando en realidad no era
más que un inepto, incapaz de lograr la meta de la victoria; así nos engañó a
todos. ¡Esperanza perdida! Cuando me llamó para seguirlo, me hizo igual promesa
que a sus discípulos: que nos entregaría un reino invicto y poderoso.
"Y lo
hemos seguido y escuchado, procurando contentarlo con nuestra sumisión,
esperanzados con alcanzar en su Corte las más altas posiciones. Confiamos en
él; creímos que nos haría reyes del tiempo, devolviendo a estos romanos las
humillaciones y escarnio que consumaron con el pueblo de Israel.
"Tantas
veces nos confirmó esas promesas en sus sermones sobre nuestro reino, como
veces se alegró mi corazón oyéndolo. Y yo me contaba entre los elegidos para
guiar sus ejércitos y ser proclamado jefe de sus legiones.
"Lo
seguí sumisamente, y tuve la mala estrella de oír sus triviales sermones sobre
el amor, sobre la ayuda al prójimo, sobre el perdón de las culpas de otros, y
trivialidades que gustan a las aldeanas y simples. Entonces sentí embargarme
una profunda tristeza y endurecerse mi espíritu.
"Hemos
creído ver en él al futuro rey de Jerusalén, cuando solamente era un lírico
flautista que tocaba su caramillo en los valles de Judea y cuya única preocupación era enderezar el juicio de
los mendigos e irresponsables. Lo creímos un ánfora plena de aromático vino, y
no era más que una flor sobre cuyos pétalos brillaban tenues unas pocas gotas
de rocío, sin savia y sin esplendor.
"Yo lo
amaba tanto como muchos de mi tribu lo amaron y depositaba en él la esperanza
de salvarnos del yugo de los extranjeros; pero lo vi callado y sin valerse de
su poder para libertar a Israel de su esclavitud, otorgando al César lo que era
del César y esto desgarraba mi corazón. Y cuando vi desvanecerse mis ilusiones,
me dije: Quien mata mis esperanzas merece la muerte, ya que ellas y mis sueños
valen más que la vida de un hombre,, y me vengaré, pues no aceptaré ser yo
tumba de la derrota y de la decepción.
Frunció el
ceño y apretó los puños. En su silencio yo veía desfilar ante mis ojos la
tragedia de su crimen, porque después, como desanimado, añadió:
-Lo entregué
y hoy lo crucificaron... Pero murió sobre la cruz como un rey. Murió en medio
del huracán tal como mueren los salvadores, como los grandes que seguirán
viviendo la inmortalidad, a pesar de la mortaja y del sepulcro. Sucumbió dulce
y piadosamente, con un corazón desbordante de piedad. Murió por todos, hasta
por mí... que lo traicioné entregándolo.
Yo repliqué...
-Has
cometido ¡oh Judas!, ¡una acción verdaderamente ruin!
-Pero sufrió
la muerte de los reyes. ¿Por qué rehusó vivir como un rey, y aceptó la muerte
de los criminales y de los esclavos?
-Has
cometido un acto imperdonable.
Se sentó en un banco y quedó callado e
inmóvil. Yo me paseaba presa de hondo pesar y le grité:
-¡Has
cometido un crimen terrible!
Se levantó
bruscamente e irguiéndose ante mí me dijo con voz quejumbrosa, cual el sonido
arrancado a un vaso de cristal quebrado:
-En mi
corazón no había ningún crimen. Esta misma noche iré en busca de sus reinos y
me presentaré ante Él y le pediré perdón. Murió como un rey y yo lo haré como
un traidor. Mi corazón me dice que me perdonará. -Y envolviéndose en su raído
manto, siguió:-Hice bien en venir a tu casa esta noche, no obstante saber que
te causaba disgusto. ¿Me perdonarás? Diles a tus .hijos, a tus hermanos y
nietos, que Judas Iscariote entregó a Jesús el Nazareno a sus enemigos porque
creía que era enemigo de su pueblo. Diles asimismo que al cometer ese crimen ha
seguido, en el mismo día, al rey de los judíos hasta las gradas de su trono,
para ser juzgado por Él en el día del juicio final. Y a Él le diré que mi
sangre tiene también sed de la Tierra y mi alma perversa busca la Libertad.
Apoyó su
cabeza en el muro e invocó:
-¡Oh, Dios!,
¡cuyo nombre nadie menciona sin que los dedos de la muerte sellen sus labios.
¿Por qué me has quemado con un fuego que no ha tenido luz? ¿Por qué has dado al
Galileo ese supremo anhelo de una tierra desconocida, y a mí me has cargado con
deseos que no pasan las paredes de mi casa y de mi fogón? ¿Y quién es ese Judas
cuyas manos se han manchado con sangre? Ayúdame a sacarlo de mí. No es más que
un andrajo y un arma mellada. Ayúdame a lograrlo esta noche y déjame poder detenerme
fuera de estos muros. Ya me desespera esta libertad con sus alas cortadas.
Quiero una cárcel mayor que ésta; quiero circular como un manantial de lágrimas
hacia el amargo mar; quiero ser un hombre que goce de tu piedad antes que
golpear la puerta de su corazón.
Así habló
Judas. Luego, salió de mi casa y se perdió en las tinieblas de la noche.
Transcurridos
tres días después de la tragedia del Gólgota, visité Jerusalén y supe todo lo
que había pasado. Judas se había arrojado desde lo alto de un peñasco. Sentí
honda tristeza, y desde ese día he pensado mucho en su crimen, y observé que
los que han amado al Nazareno aborrecen a Iscariote; pero yo no puedo odiarlo;
creo haberlo comprendido; consumó los deseos de su mísera vida. Era un ave de
alas débiles que sólo podía volar a ras del suelo y como nube que flotaba sobre
esta tierra esclavizada por los romanos, mientras el Gran Profeta remontaba las
alturas. El primero anhelaba un reino del cual ambicionaba ser soberano; el
segundo soñaba con un Reino Superior, en donde todos los hombres serían
soberanos.
SARQUÍS
(ANCIANO PASTOR
GRIEGO APODADO "EL LOCO")
Jesús y Pan
Soñé una
noche que Jesús el Nazareno y Pan, mi dios, se encontraban sentados en el
corazón de un bosque, festejando el uno las palabras del otro. El arroyo
participaba de sus risas. La de Jesús era más feliz y jovial. Estuvieron
dialogando largamente.
Habló Pan de
la tierra y de sus misterios; de sus hermanos de pezuñas y cuernos; de los
sueños, de las raíces y de la serenidad y, sobre todo, de la savia que se
reanima y despierta cantando con la primavera.
Jesús habló
de las pequeñas ramas del bosque, de las flores de los frutos y de las semillas
que llevarán sus ramas en una estación que aún no ha venido. Habló de los
pájaros que vuelan y cantan en el espacio infinito y de los gamos blancos que
el ojo del Todopoderoso cuida en el llano.
Se alegró
Pan con los diálogos del nuevo dios, llenándose de placer sus narices. En el
mismo sueño vi que el sueño reinaba sobre Pan y Jesús, y que estaban sentados a
la sombra de los árboles, luego, tomó Pan su caramillo y tocó; su música
produjo un movimiento de sacudidas en los árboles; tiritó el follaje y se
estremeció el helecho, lo cual me causó temor y pánico. Jesús le dijo:
-Buen
hermano, has reunido en tu caramillo los senderos de los bosques y las cumbres
de las montañas.
Pan,
alcanzándole el caramillo a Jesús; le dijo:
-Toca tú
ahora. Ya es tu turno.
-Es grande
en mi boca esta caña; déjame que toque en la mía.
Y Jesús
comenzó a tocar; entonces oí la melodía de la lluvia sobre las hojas, el
murmullo de los arroyos entre las colinas y la suave caída de la nieve sobre la
cima de los cerros. Y los latidos de mi corazón, que había tomado del viento,
volvieron al viento. Toda la marea de mi pasado volvió a mi ribera, y fui otra
vez Sarquís el pastor. Y el caramillo de Jesús se convirtió en mil naies de mil pastores que conducen innumerables rebaños.
-Tú estás
más cerca de la música -dijo Pan- por tu juventud, que yo por mi vejez. Antes
de hoy he oído en mi paz tu música y tu nombre. Tu voz. y tu nombre son sacros
y dulces; ellos se elevarán fuertemente con la savia a las ramas y correrán
entre montes y quebradas. Tu nombre no es desconocido para mí, no obstante no
habérselo oído a mi padre; bastó que tocaras tu caramillo para recordarte.
Ahora vamos a tocar al unísono.
Y los dos
tocaron al mismo tiempo. Su música golpeó el cielo y la tierra y un terror
invadió a todos los vivos. Oí el rugido de, los animales y la angustia del
bosque; el lamento de los solitarios y la queja de los que anhelan lo
desconocido. Oí los suspiros de la doncella por su amado, y el jadeo del
cazador tras su presa. Luego volvió la paz a la música de ambos. Y se emocionó
alegremente la tierra y juntamente con el cielo entonaron una canción.
Todo eso he
visto y escuchado en mi sueño.
ANÁS
Jesús era un plebeyo
Pertenecía a
la clase baja; un ladrón, un mistificador; un aventurero y vanidoso, que sólo
tocaba su clarín para sí. Nadie lo tuvo en cuenta, más que los herejes y los
miserables, y por eso su camino era el de la gente viciosa, malvada, deshonesta
y sucia.
Se burló de
nosotros y de nuestras leyes; se mofó de nuestro honor y de nuestra dignidad.
Era tanta su locura que osó manifestar ante la muchedumbre que derribaría el
Templo y profanaría los Santos Lugares.
Era muy
casto y altivo, y por ello lo condenamos a muerte humillante y vergonzosa.
Venía de Galilea, que es suelo de todos los pueblos; un forastero del Norte,
donde Adonis y Astarté siguen disputando a Israel y a su dios su dominio sobre
su pueblo. Aquel, cuya lengua farfullaba las parábolas de nuestros profetas,
terminó alzando su voz, hablando y arengando en la lengua de los bastardos, a
la canalla y la ralea que le seguía. ¿Qué otra cosa podía yo hacer que
condenarlo a muerte? ¿No soy el Sumo Sacerdote, guardián del Templo y cumplidor
de la Ley? ¿Podía volverle mis espaldas, diciendo tranquilamente: "Este es
un loco suelto entre locos; dejadle seguir en paz su camino hasta que su locura
lo consuma, por cuanto los locos e idiotas poseídos por espíritus malignos no
obstruyen el camino de Israel?"
¿Cómo podía
yo cerrar mis oídos a sus palabras, cuando nos insultó llamándonos impostores,
hipócritas, chacales, hijos de víboras? No porque era un loco debía yo hacerme
el sordo a sus ultrajes. Era un pagado de sí mismo y por eso se atrevió a
provocarnos y desprestigiarnos. Ordené que lo crucificaran para castigo y
ejemplo de los que se hayan estigmatizado con su sello maldito.
Sé bien que
bastante gente ha reprobado mi actitud, y algunos eran del Gran Consejo del
Sanedrín, pero comprendí en aquel momento, y de ello estoy seguro ahora, que un
hombre solo debería morir en aras de la Nación, para evitar que fuera
arrastrada al caos y a la destrucción.
Un enemigo
extranjero ha vencido al judaísmo, mas no debemos dejar que un enemigo de
adentro también nos subyugue. Ningún hombre de aquel Norte maldito debe llegar
hasta nuestra santidad, ni su sombra alcanzar a mancillar nuestra Arca Sacra.
UNA VECINA DE MARÍA
Elegía
M cumplirse los cuarenta días
de su muerte, fueron todas las vecinas de María a consolarla y a cantar sus
elegías. Una de ellas cantó de esta manera:
¿A dónde,
Primavera mía, a dónde,
Y hasta qué otro espacio se
elevó tu perfume?
¿En qué
huerta andarás?
¿Hasta qué
firmamento alzarás tu cabeza
Para hablar
y revelar lo que hay en tu corazón?
Se volverán
desiertos estos vergeles,
Ya no
tendremos campos rasos Y desiertos eriales.
Todo lo
verde y lozano Se marchitará al Sol.
Nuestros
jardines no darán más
Que manzanas
agrias, y nuestros viñedos
No cargarán
sino uva amarga.
Tendremos
sed de tu vino
Y ansia de
tu aroma.
¿A dónde
¡oh, flor de nuestra primogénita
Primavera! a
dónde?
¿Volverás
con nosotros?
¿No nos
visitará más tu jazmín?
¿No crecerán
más flores en
Las orillas
del camino, con el
Perfume de
tu corazón para advertirnos
Que nosotros
también tenemos
Profundas
raíces en la tierra,
Y que nuestros suspiros no
interrumpidos
Permanecerán
elevándose por siempre
Hacia el
cielo?
¿A dónde
¡oh, Jesús! a dónde?
¡Oh, hijo de
mi vecina María
Y amigo de
mi hijo querido!
¿Para dónde
¡oh, nuestra
Primogénita
Primavera! y a cuál
Erial te
vas?
¿Volverás
otra vez a
Estar con
nosotros?
¿Visitarás,
en la marea de tu Amor,
Las
desiertas playas de nuestros sueños?
AHAZ, POSADERO OBESO
La cena antes de Pascua
Recuerdo
fielmente la última vez que me visitó Jesús el Nazareno. A la hora del mediodía
de un jueves llegó Judas y me pidió preparara una cena para Jesús y sus
discípulos. Me entregó dos piezas de plata y me dijo:
-Compra todo
cuanto sea necesario para la cena.
Al irse dijo
mi esposa:
-Para
nosotros es un inmerecido honor, porque Jesús es ya un gran Profeta y sus
portentos son muchos.
Al declinar
la tarde llegó Jesús con sus discípulos y subieron a la planta superior y se
sentaron alrededor de la mesa. Estaban silenciosos, como si el Ave estuviese
volando sobre sus cabezas. En otras ocasiones vinieron a mi casa pero
satisfechos y alegres, cortaban el pan, escanciaban el vino y cantaban nuestras
viejas canciones, o escuchaban a Jesús que solía hablarles con animación hasta
medianoche, para luego dejarlo solo, porque así él lo deseaba.
Permanecía
despierto toda la noche; yo escuchaba el eco de sus pasos. Esta vez me pareció
que estaban preocupados él y sus amigos. Mi esposa había preparado pescado del
lago, con gangas de Hurán y rellenos de arroz y granos de granada. Yo les serví
vino de mi propia cosecha. Observé que deseaban estar solos, y así
permanecieron hasta la hora del mogreb, en que se fueron. Jesús, antes de
salir, nos dijo a mí y a mi esposa, poniendo su mano sobre la cabeza de mi
hija:
-Buenas
noches. Retornaremos a vuestra casa y no nos iremos tan temprano como ahora;
permaneceremos con vosotros hasta el alba. Volveremos pronto y os pediremos
mayor cantidad de pan y vino. Nos habéis tratado bien y os recordaremos cuando
lleguemos a nuestra casa y nos sentemos a nuestra mesa.
-He tenido
mucho honor en servirte, Señor -respondí-. Mis colegas posaderos me envidian el
honor de estas visitas tuyas. Me río con soberbia de ellos en la plaza pública
y les vuelvo la espalda.
-Todos los
posaderos deben sentirse honrados cada vez que sirven, porque quien da el pan y
el vino es hermano de aquel que siega y recoge las gavillas para llevarlas a la
era; también es hermano del que estruja la uva en el lagar. Todos vosotros sois
generosos, porque dais de vuestros bienes al que llega a vuestra casa con su hambre y
su sed.
Luego,
hablándole a Judas, que llevaba la bolsa de la Comunidad, le dijo
-Dame dos
ciclos.
-Son las dos
últimas monedas de plata que quedan en nuestra bolsa -advirtió Judas,
dándoselas.
Jesús lo
envolvió con su mirada y contestó:
-Pronto tu bolsa se colmará de
plata -y poniendo las monedas en mi mano, añadió-: Compra una blusa de seda
para tu hija, para que la. luzca en la Pascua, en recuerdo nuestro.
Contempló a
mi hija, la besó en la frente, y echó a caminar, saludando:
-Buenas
noches a todos.
Ahora me
dicen que todo lo que nos dijo esa noche lo escribió uno de sus discípulos
sobre cuero fino y lo guardó en su casa; mas yo lo relato tal como lo he oído
de sus labios. Mientras viva recordaré el timbre armonioso de su voz, cuando se
despidió diciéndome: "Buenas noches a todos".
Si deseáis
saber más sobre este nuevo Profeta, preguntad a mi hija, que hoy ya es mujer, y
no trocaría sus recuerdos de su infancia por todo. el oro del mundo. Ella está
más preparada que yo para hablaros sobre Él.
BARRABÁS
Las palabras póstumas de
Jesús
A mí me
pusieron en libertad; en cambio, a Él lo eligieron para la cruz; pero Él se
levantó y yo caí.
Lo
arrestaron y presentaron como holocausto de la Pascua. Yo, libre de mis
cadenas, me sumé a la gente que lo seguía, pero era yo un hombre vivo que
marchaba hacia su sepulcro. Habría sido para mí mejor y más digno huir al
desierto, donde el deshonor se purifica a los rayos del Sol; mas fui con los
que lo eligieron para que Él cargara con mis crímenes.
Cuando lo
clavaron en la cruz yo estaba en ese lugar, vi y oí, pero mi "yo" conciente estaba fuera de
mí. Le dijo el ladrón que estaba a su derecha:
-Tu sangre
mana como la mía... ¡oh, Jesús el Nazareno!
-Si estos
clavos no sujetaran mi diestra te la hubiera tendido para saludarte. Nos han
crucificado juntos, pero hubiese querido que tu cruz estuviera más cercana a la
mía.
Miró luego
hacia abajo y vio a su madre y a un joven que estaba a su lado y les dijo:
-¡Madre, he
aquí a tu hijo! ¡Mujer: este es el Hombre que transportará las gotas de mi
sangre al Norte!
Al oír los
lamentos de las mujeres de Galilea dijo:
-Ved cómo
lloran ellas cuando tengo mucha sed. Me elevaron tan alto que no puedo llegar a
sus lágrimas. No beberé el vinagre amargo para apagar el fuego de esta sed.
Abriéronse
sus ojos y, elevando su mirada al cielo exclamó:
-¡Padre!,
¿por qué nos abandonaste?
-Y después
de un corto silencio, pronunció estas misericordiosas y compasivas palabras:
-¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!
Al oír estas
postreras palabras me pareció ver a todos los hombres de rodillas ante Dios,
demandando perdón por la crucifixión de este Hombre Único. Momentos después
invocó en alta voz:
-Padre ¡en
tus manos confío mi alma!
-Y tras un
corto silencio alzó la cabeza y dijo:-Todo ha concluido... pero sobre esta
colina solamente.
Y cerró sus
párpados. Rayos y relámpagos rasgaron el velo oscuro del cielo; y se escucharon
muchos truenos.
Hoy sé que
aquellos que lo mataron en sustitución mía me han condenado a un suplicio
eterno, porque su crucifixión sólo duró una hora, en tanto la mía durará hasta
el fin de mis días.
CLAUDIO, CENTURIÓN ROMANO
Jesús era un gran jefe
Después de
arrestarlo me lo entregaron. Poncio Pilatos me ordenó que lo incomunicara hasta
el día siguiente. Se dejó prender tranquilamente. Yo tenía por costumbre hacer
inspecciones nocturnas en la tropa a mi cargo, pero esa noche me dirigí a la
sala de armas porque allí estaba el preso. Encontré a mis soldados y a unos
jóvenes judíos distrayendo su aburrimiento y burlándose de él. Le habían
quitado su ropa y colocado en su cabeza una corona hecha con ramas espinosas.
Lo habían sentado al pie de una columna, con una caña en sus manos, y
bailoteaban y gritaban alrededor de él. Al verme, uno de ellos exclamó:
-¡Mira,
centurión, al rey de los judíos!
Me detuve
frente a él y lo contemplé. Súbitamente me sentí avergonzado, sin explicarme
por qué. En las Galias y España libré muchas batallas, hallándome frente a la
muerte muchas veces; jamás tuve miedo y nunca fui cobarde, pero frente a aquel
hombre perdí toda mi valentía cuando me miró, y tuve miedo; sentí que mis
labios se habían sellado y no pude pronunciar una sola palabra. En el acto
abandoné la sala.
Sucedió esto
hace treinta años. En ese entonces mis hijos eran pequeños; hoy son hombres que
sirven al César y a Roma; cada vez que los reúno para darles mis órdenes y
consejos, les hablo de aquel hombre que mientras moría pedía a su padre perdón
para sus verdugos.
Yo soy
anciano, he vivido sin privarme de nada y creo que ni Pompeyo ni César tenían
el don de mando de aquel galileo, porque desde su muerte, que se ejecutó sin
resistencia, se formó un ejército enorme en la tierra, para defender su nombre
y combatir por él.
Y a pesar de
haber muerto se le sirve y venera, lo que Pompeyo ni César jamás obtuvieron de
sus soldados y partidarios.
SANTIAGO, HERMANO DEL
RABÍ
La última cena
Mil veces me
ha visitado el recuerdo de esa noche, y ahora sé bien que mil veces más volverá
a visitar mi mente.
La tierra se
olvidará de los surcos que hieren su pecho; la mujer olvidará el dolor y el
placer del alumbramiento, mas yo no me olvidaré de aquella noche en tanto esté
vivo.
Una vez,
estando fuera de los muros de Jerusalén, nos dijo Jesús:
-Vayamos a
la ciudad a comer en la posada.
Cuando
llegamos ya era de noche y todos teníamos apetito. Tan pronto como nos vio, el
posadero se apuró a recibirnos cordialmente, conduciéndonos al comedor de la
planta alta. Jesús nos pidió que nos sentáramos alrededor de la mesa, pero Él
permaneció de pie y dijo al posadero:
-Tráenos una
jarra, agua y toalla. Luego nos miró dulcemente y nos dijo: -Sacaos vuestras
sandalias.
No
entendimos sus intenciones, pero obedecimos. Llegó el posadero con lo que Jesús
había pedido y fue entonces cuando nos dijo su voluntad:
-Os lavaré
los pies, porque es preciso que yo les quite el polvo del viejo camino, para
que podáis entrar libres en el Nuevo Camino.
Quedamos
perplejos y ruborizados. Simón Pedro se levantó y pretextó:
-¿Cómo
permitiré que mi Señor y Rabí se moleste en lavarnos los pies?
-Lavaré
vuestros pies -replicó Jesús- para que no os olvidéis que aquel que sirve a los
hombres será más grande que todos los hombres.
Paseó su
vista por nosotros y agregó:
-El Hijo del
Hombre que os ha elegido por hermanos y cuyos pies han sido ungidos con
ungüentos árabes y secados por el cabello de una mujer, quiere, a su vez, lavar
vuestros pies.
Echó agua en
la jofaina, se arrodilló y nos lavó los pies, comenzando por Judas el
Iscariote. Cuando hubo terminado se sentó entre nosotros. Su rostro
resplandecía cual una aurora sobre un campo de batalla luego de una noche de
combate sangriento.
El posadero
y su cónyuge trajeron la comida y el vino. Antes del lavado yo tenía apetito,
pero después lo perdí. En mi garganta había llama sacra que no quise apagar con
vino. Tomó Jesús un pan y dio un pedazo a cada uno de nosotros, diciéndonos:
-Tal vez ya
no comeremos más pan juntos: comamos, pues, este trozo en recuerdo de nuestros
días de Galilea.
Acto seguido
llenó su vaso de vino y después de beber un sorbo lo pasó a nosotros,
diciéndonos:
-Bebed este
vino, recordando la sed que juntos hemos conocido. Bebed con la fe de una
vendimia nueva y mejor. Cuando me ausente de vosotros, partid el pan cada vez
que os reunáis aquí o en otro lugar, y bebed tal como en este momento lo
hacéis; luego mirad en derredor de vosotros, que quizá me hallaréis allí.
Y nos
repartió pescado y ganga, igual al ave que da alimento a sus pichones. A pesar
de que comimos muy poco nos sentíamos hartos y satisfechos. Apenas entonamos
unos sorbos, nos pareció que la copa que teníamos delante era un espacio entre
esta tierra y otra distinta. Al terminar nos dijo Jesús:
-Levantémonos,
y antes de abandonar esta mesa cantemos los cantos de alegría que juntos
entonamos en Galilea. Nos pusimos de pie y cantamos; pero su voz sobresalía de
las nuestras y en cada tono tenía una armonía particular. Cuando concluimos nos
miró a cada uno y dijo:
-Me despido
de vosotros por ahora. Encaminémonos a Getsemaní, lejos de estos muros.
-Maestro ¿por qué te despides esta
noche de nosotros? -inquirió Juan el hijo de Zebedeo.
-Nada
temáis, no os dejaré hasta que os prepare lugar en casa de mi Padre, pero si
tenéis necesidad de mí volveré a estar con vosotros; os oiré cuando me llaméis;
donde vuestro espíritu
me solicite, allí estaré. Recordad que la sed conduce al lagar y el hambre al
festín de la boda. Vuestro anhelo os eleva hasta El Hijo del Hombre, porque es
la Fuente santa del Amor y el Camino seguro que conduce al Padre.
-Si en
verdad nos dejas ¿cómo podremos guiarnos hacia nuestras alegrías, y por qué
hablas de separarnos?
-El gamo
perseguido conoce la flecha del cazador antes de que se clave en su pecho. El
arroyo conoce el mar antes de llegar a la playa. Así es El Hijo del Hombre, que
ha recorrido todos los senderos de los hombres. Antes de reventar los botones
de los almendros al calor del Sol, mi Árbol habrá buscado el corazón de otros
campos.
-Maestro, no nos dejes ahora -rogó
Simón Pedro- y no nos prives de la dicha de tu presencia entre nosotros. Iremos
donde tú vayas y estaremos a tu lado en cualquier lugar.
Posó Jesús
sus manos sobre los hombros de Simón Pedro y le contestó:
-¡Quién sabe
si no me negarás antes de terminar esta noche, y me dejarás antes de que yo te
deje! -Y súbitamente, dirigiéndose a todos, dijo:
-Vámonos.
Dejamos la
posada, y cuando llegamos a la puerta de la ciudad advertimos la ausencia de
Judas Iscariote. Pasamos el Valle del infierno. Jesús iba al frente. Al llegar
al Monte de los Olivos se detuvo y nos dijo:
-Descansad
en este lugar.
La tarde era
fría, no obstante hallarse la Primavera a mitad de su carrera. Las moreras
reverdecidas y los manzanos en pleno florecimiento. Tenían los jardines
encantos de suprema belleza. Cada uno de nosotros se recostó al tronco de un
árbol. Yo me recosté debajo de un pino y me envolví en mi manto. Jesús se fue
solo al huerto. Yo lo miraba mientras los demás dormían. El Maestro, tranquilo
y sereno se paseaba en corto trecho, hasta que deteniéndose, alzó su cabeza
hacia el cielo, extendió sus manos hacia el Levante y luego al Poniente. Le oí
decir: "El Cielo, la Tierra y el infierno mismo proceden del hombre".
Recordé esas palabras y comprendí que el Hombre que se paseaba a mi vista en el
Monte de los Olivos, era el Cielo transformado en Hombre, y pensé que el
vientre de la Tierra no es el Principio ni el Fin, sino un vehículo y una
estación; una sensación de asombro y de maravilla. También he visto a Gehena en
el valle conocido por el infierno, que estaba elevado entre Jesús y la Ciudad
Santa.
Yo seguía
tendido en el suelo, envuelto en mi manto. Le oía hablar, pero no con nosotros.
Tres veces le escuché pronunciar "Padre" y es todo lo que pude oír.
Bajó sus brazos y quedó como en éxtasis, de pie, erguido cual un álamo entre
mis ojos y el firmamento.
Finalmente
se volvió hacia donde estábamos nosotros, ya dormidos, y nos despertó
diciéndonos:
-Despertaos
y levantaos, ya está cerca mi Hora y el mundo se alza armado en mi contra y se
prepara para el combate. Hace un segundo oí la voz de mi Padre, y si no vuelvo
más a veros, no olvidéis que el Victorioso no gozará de la paz hasta caer
vencido.
Nos
levantamos y acercamos a Él y vimos que su cara era como un cielo enjoyado
sobre el desierto. Besó a cada uno de nosotros en la frente; sentí que en sus
labios había el fuego de un niño afiebrado. En esas circunstancias percibimos
fuertes rumores y ruidos que procedían de la entrada del monte; parecía
acercarse una multitud, pues se oía bullicio de gentes cuanto más se acercaban
los ruidos. Repentinamente aparecen hombres que vienen a todo correr, con
antorchas, garrotes y armas. Jesús fue a su encuentro. Los guiaba Judas el
Iscariote. Eran soldados romanos y populacho. Judas se adelantó y besó a Jesús,
y señaló a los soldados:
-Este es.
Jesús dijo a
Judas:
-Me tuviste
mucha paciencia ¡oh, Judas! -Y hablándole a los soldados, añadió:-Llevadme con
vosotros, pero tratad que vuestra jaula sea muy grande, para que en ella puedan
caber estas alas.
Se arrojaron
sobre Jesús y lo prendieron entre gritos y vocerío.
El terror me
hizo huir para librarme de ellos. Huí sin pensar en nadie durante toda la
noche. Al amanecer me encontré en una aldea cerca de Jericó. ¿Por qué abandoné
a Jesús? No lo sé. Me siento triste y arrepentido de mi cobardía. Así,
avergonzado y arrepentido, volví a Jerusalén. Allí lo habían. encerrado e
incomunicado. Después lo crucificaron. Su sangre creó nuevo polvo sobre la
tierra. Yo todavía estoy vivo, pero alimentándome con el panal
de miel que su vida elaboró.
SIMÓN CIRINEO
Cómo lo ayudé a llevar la
cruz
Me dirigía
yo al campo cuando lo vi cargado con la cruz y seguido de la multitud, y
me agregué a los que iban al lado de él. El peso de su carga lo hizo detenerse
varias veces, a medida que sus fuerzas se agotaban. Un soldado me dijo:
-Acércate;
eres fuerte y fornido; ayuda a este hombre a llevar su cruz.
Al oír esas
palabras mi alma bailó de alegría y aprovechando la ocasión cargué gustoso con
la cruz.
Era pesada,
por haber sido construida de madera húmeda de pino. Jesús me miró, mientras el
sudor de su frente empapaba su barba y me dijo:
-Tú también
bebes este cáliz; verdaderamente te digo, que lo apurarás conmigo hasta el fin de
los siglos.
Y posó su mano sobre mi hombro y así caminamos juntos hasta la colina del
Gólgota. Pero, puesta su mano sobre mi hombro yo no sentía el peso de la cruz;
sólo sentía el de su mano, que era cual el ala de un ave. Cuando llegamos a la
explanada de la colina, donde todo estaba pronto para la crucifixión, sentí
entonces todo el peso de la madera.
Cuando
hundieron los clavos en sus manos y pies, no pronunció una sola palabra, ni
salió de su boca una sola queja; tampoco tembló su cuerpo bajo los golpes del
martillo. Yo creí que sus manos y pies habían muerto y que en
ese instante volvían a la vida bañados
en su sangre; mas Él anhelaba los clavos como el príncipe su cetro, y quería
elevarse hacia lo alto, muy alto.
Mi corazón
no tuvo la advertencia de ocuparse de Él, porque la perplejidad llenaba mi ser.
Y he aquí el hombre cuya cruz yo había llevado, que se trueca su cruz en
mía. Pues si me dicen otra vez: "lleva la cruz de ese hombre", la
portaría con mucho gusto, hasta que me conduzca al camino del sepulcro. Pero
entonces le rogaría que sobre mi hombro pusiera su mano.
Esto ha
pasado hace muchos años, mas toda vez que sigo el surco de mi campo y cuando el
sueño trata de apoderarse de mí, pienso en aquel Hombre querido y siento su Mano
Alada posarse aquí, sobre mi hombro izquierdo.
CIBOREA, MADRE DE JUDAS ISCARIOTE
Habla de su hijo
Mi hijo era
un hombre correcto y virtuoso, y muy amable y cariñoso en su trato conmigo.
Amaba a su familia, parientes y compatriotas, y aborrecía a
nuestros malditos enemigos, los romanos que se visten de púrpura sin que hayan
tejido una sola pieza ni se hayan sentado ante ningún telar; que cosechan y
acopian sin sembrar ni crear.
Mi hijo
tenía diecisiete años cuando lo prendieron por primera vez, por haberlo
sorprendido arrojando flechas contra la guardia romana que pasaba por nuestro
campo. En aquella edad hablaba a los jóvenes del pueblo, de la gloria de
Israel, pronunciando discursos que yo no podía comprender. Era un hijo muy
cariñoso; también era el único. Bebió la vida en este seno ya seco. Ensayó sus
primeros pasos en este jardín, agarrado siempre a estas hoy temblorosas manos,
que en aquellos tiempos eran más frescas que las uvas del Líbano. He guardado
sus primeras sandalias en un lienzo de seda, regios de mi madre, que aún
conservo en aquella aliazana que todavía está cerca de
la ventana.
Cuando dio
sus primeros pasos sentí que yo con él los daba, porque las mujeres no viajan
sino cuando son conducidas por sus hijos.
Me han dicho
que se suicidó tirándose desde lo alto de un peñasco, por haberse arrepentido
de haber entregado a su amigo Jesús el Nazareno a sus enemigos. Estoy segura
que no traicionó a nadie, porque amaba a los hombres de su raza y detestaba a
los romanos. Un solo norte tenía en su vida: la gloria de Israel; era el tema
obligado de sus pláticas y discursos.
Cuando
conoció a Jesús me abandonó y lo siguió. Yo sabía que Judas se equivocaría
siguiendo a cualquier hombre, porque había nacido para mandar y no para ser
mandado. Al despedirse de mí le advertí de su error, pero no quiso oírme.
Nuestros hijos no oyen nuestros consejos; son la marea de hoy que no quiere oír
la marejada del ayer.
Os ruego no
me preguntéis nuevamente por mi hijo. Lo amé y lo amaré hasta el fin de mis
días.
Si el amor
estuviera en la carne, quemaría la mía con hierros candentes para conseguir mi
salvación; pero el amor está en lo más hondo del alma, hasta donde no se puede
llegar: Ahora quiero callarme. Id y preguntad a otra madre más honrada y más
noble que la de Judas; id a la madre de Jesús, por cuyo corazón pasó también la
espada; ella os hablará de mí, y así entenderéis mejor.
UNA MUJER DE BIBLOS
Elegía
Llorad
conmigo ¡oh, hijas de Astarté y amantes de Tammuz! Que vuestros corazones se
expriman y se derramen cual lágrimas de sangre;
Porque Aquel
que fue concebido de oro y marfil ya no está más con nosotros.
Lo embistió
el jabalí en el bosque oscuro y destrozó su cuerpo con sus colmillos.
Hoy duerme
ensangrentado con las hojas de los años ya idos; El eco de sus pisadas no
despertará más las semillas que duermen en el regazo de la Primavera.
Su voz no
vendrá más con el alba a mi ventana. Viviré eternamente sola.
Llorad
conmigo ¡oh, hijas de Astarté y amantes de Tammuz! porque mi Amado se escapó de
mis manos.
Mi Amado
hablaba como los ríos; su voz y su tiempo eran gemelos.
La boca de
mi Amado era un dolor en llamas y luego se transformó en dulzura.
El Amado era
Aquel en cuyos labios el acíbar se volvía miel. Llorad conmigo ¡oh, hijas de
Astarté y amantes de Tammuz! Llorad conmigo alrededor de su ataúd como cuando
lloran los astros;
Y como
cuando los pétalos de la Luna caen sobre su cuerpo lastimado.
Mojad con
vuestras lágrimas los cobertores de seda de mi lecho; Allí donde descansó mi
Amado una vez en mi sueño y luego Se apartó de mis horas de vigilia.
Os conjuro
¡oh, hijas de Astarté! y todos los que amáis a Tammuz que lloréis conmigo; pues
Jesús el Nazareno
Ha muerto.
MARÍA MAGDALENA
(TREINTA
AÑOS DESPUÉS)
La resurrección del
Espíritu
Nuevamente
digo que Jesús triunfó sobre la muerte por la muerte misma; resucitó en
Espíritu y Fuerza y caminó en nuestra soledad; visitó el jardín de nuestro amor
y de nuestros anhelos.
Él no duerme
allí, sobre aquella roca labrada, detrás de aquella mole. Nosotros, los que
amamos a Jesús, lo hemos visto con estos ojos a los que Él mismo ha dado la
luz, y lo hemos tocado con esas manos que Él enseñó a abrirse y a tenderse. A
todos los que no pensáis en Él os conozco; yo era uno de vosotros. Hoy sois
muchos, pero mañana seréis menos. Mas, decidme, ¿es necesario quebrar vuestro
laúd para hallar la música que encierra? ¿Es menester cortar el árbol antes de
tener fe en sus frutos?
Vosotros
aborrecéis a Jesús porque un Hombre del Norte dijo que era un Hijo de Dios; mas
vosotros os odiáis entre vosotros, porque cada uno de vosotros se cree mucho
más que un hermano para los otros.
Vosotros lo
detestáis porque unos dijeron que nació de una mujer virgen y no del semen de
ningún hombre. Vosotros no conocéis a las madres que se van a la tumba aún
vírgenes, ni a los hombres que se dirigen a sus sepulturas ahogados en su sed.
Vosotros no sabéis que la Tierra se desposó con el Sol, y que la Tierra es la
que nos envía al desierto y a la montaña.
Hay un
abismo que bosteza entre los que aman a Jesús y los que lo aborrecen; entre los
que creen en Él y los que no creen. Cuando los años construyan un puente entre
esas orillas opuestas, sabréis entonces que quien vivió en nosotros no morirá,
porque era el Hijo de Dios, de la misma manera como nosotros somos también
hijos de Dios; y que Él ha nacido de una mujer virgen, tal como hemos nacido de
la Tierra que no tiene esposo.
Es curioso y extraño que la
Tierra no diera a los creyentes más que las raíces que se nutren
de su seno y alas para elevarse y beber el rocío del espacio.
Mas yo sé
que sé, y en esto hay demasiado para mí.
OPINA UN HOMBRE DEL
LÍBANO
19 siglos más tarde
¡Príncipe de
los poetas!
¡Oh,
soberano de las silenciosas parábolas! Siete fueron las veces que he nacido y
siete las veces que he muerto, luego de tu rápida visita y nuestra apresurada
recepción.
Otra vez
vivo, me encuentro rememorando ese tiempo en cuyo espacio tu marejada nos ha
alzado, entre un solo amanecer y un solo crepúsculo, sobre valles y montañas.
Luego he
caminado muchos senderos y navegado en muchos océanos, y a cualquier lugar que
las caravanas por la tierra y las embarcaciones por las aguas me llevaran,
escuché tu nombre, ya en la oración que brotaba de lo hondo del espíritu, ya en
las búsquedas de la mente, porque las personas se dividen en dos facciones: una
te bendice y la otra te maldice. Pero, la maldición es indicio seguro del
fracasó, en tanto que la gracia es el cantar del cazador triunfante que vuelve
de cazar pleno y feliz.
Tus
compañeros moran aún entre los hombres, para nuestra consolación y ayuda.
Asimismo tus enemigos entre nosotros están, y ello aumenta nuestra valentía y
nuestra fe.
Tu madre se
encuentra entre nosotros; he podido ver la luz de su semblante en el rostro de
todas las madres. Su mano mece tiernamente la cuna de todos los niños del
planeta, de la misma forma como prepara misericordiosamente las mortajas.
María
Magdalena, esa mujer que probó el vinagre de la vida escanciando luego su
ambrosía, no se ha ido todavía de entre nosotros. Y Judas, ese hombre de
ruinas y rastreras ambiciones y sufrimientos, aún existe y pisa nuestro suelo,
y sigue cazándose a sí mismo, y no encontrando otra presa que su propio
"yo", se autoelimina, tratando de hallar otro "yo" más
elevado.
Y Juan, cuya juventud ha
sido regalada por la belleza, asimismo se halla con nosotros. Prosigue cantando
aunque nadie lo oye. Y Simón Pedro, el fogoso, el impulsivo, que negó saber tu
nombre a fin de prolongar su vida para conocerte mejor, continúa sentado
alrededor de nuestras fogatas; tal vez tenga que negarte nuevamente antes que
raye la aurora del día que nace, sin embargo, está predispuesto a inmolarse sin
considerarse digno de tal honor.
Y Caifás y
Anás aún gozan de la luminosidad de las mañanas, juzgando y dictando sentencia
al culpable tanto como al inocente, descansando en sus colchones de plumas en
tanto que el látigo flagela la espalda del condenado.
La mujer
adúltera continúa asimismo entre nosotros, con hambre del pan que todavía no ha
sido sacado del horno y habitando solitaria una casa desierta.
Poncio
Pilatos está de pie ante ti, desvestido de su soberbia, dirigiéndose hacia ti
con respeto. No osa arriesgar su puesto ni ponerse al frente de un pueblo
extranjero. Todavía no ha concluido de lavarse las manos. Jerusalén todavía sostiene la aljofaina y Roma el jarro, en
tanto que millares de manos aguardan turno para ser lavadas.
¡Príncipe de los poetas!
¡Oh, soberano de todo lo cantado
y todo lo dicho! Las personas han erigido templos en tu nombre y en cada cumbre
han alzado tu cruz, en forma de testimonio y símbolo de las huellas de tus
vacilantes pasos, y no para felicidad de tu Espíritu, pues tu felicidad es una
cima que se yergue más allá de sus ideas y sus premoniciones, y ello no brinda
consuelo. Pretenden glorificar a ese ser que no han comprendido, pues... ¿qué
consuelo pueden sentir ante un ser que es idéntico a ellos y cuya misericordia
es cual la suya, o ante una divinidad que posee un amor idéntico al suyo y cuya
piedad y complacencia es como la que ellos tienes?
No es su deseo idolatrar al
hombre viviente, a ese hombre primigenio que entreabrió sus ojos y miró al Sol
sin parpadear ni vacilar. No lo conocen y pretenden ser iguales a Él.
Desean vivir desconocidos y
caminar en cortejos inexistentes. Desean portar su propia melancolía, y es por
ese motivo que rehuyen el consuelo que brinda tu felicidad. Sus doloridas almas
no buscan alivio en tus poemas ni en tus parábolas. Su sufrimiento silencioso y
relajado los convierte en misántropos a los que nadie quiere visitar.
Y a pesar de vivir entre sus
compatriotas y parientes transcurren la vida solitarios y sin amigos; peor no
pueden sentirse solos y cuando el viento del Oeste sopla se inclinan hacia el
del Levante. Te nombran Soberano y pretenden formar parte de tu corte y
proclaman que eres el Mesías, pero en realidad lo único que quieren es ungirse
a sí mismos con el óleo santo.
¡De qué forma tratan de vivir a
tu costa, Señor!
¡Príncipe de los cantores! Tus
lágrimas eran como gotas de rocío en Mayo, y tu risa como el oleaje del océano
blanco, y en el momento que hablaste, tus frases tradujeron un distante
balbucear de su boca, en tiempo que esa boca debía iluminarse por las llamas.
Has sonreído para dar felicidad a su médula que no estaba capacitada para
recibir la risa. Has vertido llanto para sus pupilas que nada sabían de
lágrimas. Tus palabras eran un padre bondadoso para su mente y sus ideas y era
también una madre cariñosa para su aliento y sus frases. Siete fueron las veces
que he nacido y siete las veces que he muerto, y por segunda vez hoy puedo
mirarte: guerrero entre guerreros; poeta entre poetas; monarca sobre todos los
monarcas y un hombre desnudo entre los amigos, compañeros vagabundos que
caminan a la orilla de los caminos. Todos los días, prelados y sacerdotes
inclinan la frente al decir tu nombre, y los pordioseros piden limosna asimismo
en tu nombre, diciendo: "¡Una moneda, para comprar pan, en nombre de
Jesús!"
Los hombres nos suplicamos y
rogamos los unos a los otros, pero en verdad únicamente a ti suplicamos y
rogamos. Somos como la marea alta en la primavera de nuestras ambiciones y
necesidades, y en cuanto llega nuestro otoño nos parecemos a la marea baja. Aún
seamos gigantes o pequeños, patricios o plebeyos, en nuestros labios tu nombre
siempre está presente. Eres el Señor Eterno de la Eterna Bondad.
¡Príncipe del Amor! La doncella
espera tu llegada en su perfumada alcoba; te aguardan en su jaula la casada
como la soltera; tanto la hetaira disoluta como la enclaustrada beata; te
aguarda la infecunda detrás del cristal de su ventana, en donde la mano del
cierzo helado ha bosquejado una selva fantástica, y que halla consuelo
guardándote en sus ensoñaciones.
¡Príncipe de los poetas!
¡Príncipe de nuestras silenciosas ansias! La esencia del mundo repercute con el
eco de los latidos de tu corazón. El mundo escucha tu voz con tranquilidad y
paz, pero no se molesta en levantarse del lugar donde está sentado para adornar
las laderas de tus montes. Los hombres desean soñar tus sueños, mas no desean
despertarse con tu alborada, que es todavía más grande que tu sueño. Pretenden
observar mediante tus ojos, pero sin encaminar sus entorpecidos pasos hacia tu
trono. No obstante, muchos son los que se han colocado en ese trono invocando
tu nombre, su testa coronada por tu poder, transformando tu visita áurea en
coronas para sus frentes y cetros para sus diestras.
¡Príncipe de la luz! Tu mirada
se encuentra en el tacto vidente de los
ciegos; todavía se te desprecia, se te mofa y escarnece. ¡Oh, hombre, tus
debilidades no te permiten alcanzar a la divinidad! ¡Oh, Dios, tu esencia
eterna y humana no permite que alcances la adoración! ¡Señor, cuanto te
ofrendan las personas, ya sean oraciones o salmos, misas u Hosannas, no es más
que para su propio "yo" preso, porque solamente tú eres ese distante
"yo", sus ansias y su grito lejano!
¡Señor, oh,
gran espíritu celestial; héroe de nuestras doradas ensoñaciones! ¡Oh, tú que
aún hoy permaneces caminando y entre nosotros habitas, ni espadas ni saetas
detienen tu camino, pues avanzas imperturbable entre nuestras lanzas y flechas!
Desde tu
Elevación nos sonríes, y no obstante ser menor en edad que todos nosotros, eres
nuestro Padre. ¡Oh, poeta! ¡Oh, cantor! ¡Oh, enorme espíritu! ¡Que Dios bendiga
tu nombre y el viento que te ha concebido y el seno que te ha amamantado! Y que Dios
tenga misericordia de todos nosotros.
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