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viernes, 19 de febrero de 2010

GNOSTICOS -- Aforismos Basilianos

Aforismos Basilianos
O Cánones Herméticos
del Espíritu y del Alma así como
del Cuerpo Mediador del Mayor y Menor Mundo

I
Hermes Trismegisto ha merecido ser llamado Padre de los Filósofos por haber buscado los tres reinos mineral, vegetal y animal y la triple subsistencia de aquellos en una esencia creada, y en ella ha reconocido toda la fuerza y virtud de la naturaleza vegetable, animal y mineral.


II
En la naturaleza del mercurio, volante como la nieve, blanco y coagulado, se encuentra una virtud vegetante que no es común: dicho mercurio es un cierto espíritu tanto del gran como del pequeño mundo. Y es de este mercurio que depende y proviene el movimiento y flujo de la naturaleza humana, según el Alma razonable.


III
En cuanto a la virtud animante, no es otra cosa que un medio entre el Espíritu y el cuerpo, dado que esta virtud, al ser como la liga del mundo, es el vínculo entre aquellos dos, cuyo vínculo consiste en el sulfuro que es a modo de un aceite rojo transparente como el sol del gran mundo y como el corazón del hombre en el pequeño mundo.

IV
En fin, la mineralidad está dotada como de un cuerpo que es parecido a la sal: este cuerpo es de una virtud y de una olor admirable; y cuando la sal será separada de las inmundicias de la tierra, no será distinto del mercurio más que por la espesura y consistencia del cuerpo.

V
Estas tres subsistencias consi-deradas en una esencia creada, constituyen y establecen el limbo del Gran y pequeño mundo, de cuyo limbo el primer hombre ha sido formado cuando fue hecho del polvo de la tierra: al cual llega el Alma razonable microcósmica inmortal, inspirada inmediatamente de Dios la cual, a modo de una Reina, es la causa motriz y directriz de todas las funciones que están en el hombre.

VI
Por lo demás, al igual que la virtud de nuestro cuerpo y también de nuestra vida es completa por los cuatro elementos y por el ensamblaje o coagulación del polvo de la tierra, si el espíritu mercurial, como húmedo radical, y el alma sulfurosa, como calor natural, conspiran y se ensamblan amigablemente en uno, con la consistencia y espesura de la sal, que preserva de toda podredumbre, del mismo modo es necesario que el Alma inmortal sea separada del cuerpo que ha sido formado del ensamblaje del polvo de la tierra. Si ocurre algún defecto en uno de los tres principios o en varios de ellos entonces de ello se sigue la muerte de todos ellos, pero si el defecto no se halla más que en una parte de cualquier principio entonces será causada la enfermedad, como se puede ver sobretodo en la anatomía de los siete miembros principales.


VII
Nada hay que pueda mejor remediar el triple defecto de esos principios que la masa de ese limbo del que el hombre ha sido hecho, masa que ha sido ensamblada por los tres principios en una sustancia, que puede aumentar, conservar y mantener todas las fuerzas y virtudes de la naturaleza, con tal de que haya sido debidamente convertida y conducida en un cuerpo astral fijo.

VIII
De donde puede reconocerse que el bálsamo del sujeto hermético tiene una estrecha armonía y conveniencia con el cuerpo humano. Esto es lo que ha hecho aseverar, con pleno derecho, a ese príncipe de los físicos alemán, Felipe de Hohenheim, Paracelso, en el libro de la piedra física, intitulado Manual: que el microcosmos que está situado en el limbo y formado del polvo de la tierra, puede ser conducido y conservado en salud por su medicina como por su semejante, no por opinión, sino verdadera y propiamente, En verdad, puede decirse la misma cosa de nuestra medicina.

IX
Primeramente hemos de considerar esas cosas, tanto más por cuanto la medicina vulgar es feble y débil para conservar y mantener radicalmente los tres principios del microcosmos y la armonía de aquellos, pues no es sino por accidente que ella parece (operar) sobre esos tres principios, dado que está casi por completo ocupada en los cuatro humores.

X
Pero la medicina mineral química extraída de los minerales y metales raramente es preparada y administrada como se debe. Por ello Paracelso, en el mismo libro, prefiere su medicina a cualquier otra: sin embargo no niega que haya grandes secretos en las otras cosas minerales, pero dice que la operación es larga y laboriosa, y que su uso no puede ser fácil ni debidamente puesto en práctica, principalmente por los ignorantes, que se sirven de esas medicinas causando más mal que bien.


XI
Por lo tanto, busquemos el limbo de nuestro Microcosmos, en cuyo microcosmos está situado ese limbo, busquemos, digo, ese globo viscoso de la tierra, compuesto de mercurio, de sal y de azufre, el cual, según Geber, puede ser elegantemente llamado humedad viscosa de la humedad, porque proviene de una cierta sustancia húmeda.


XII
Pues así como el mundo, aunque haya sido creado de la nada, debe sin embargo su origen al Agua, sobre la cual el espíritu del Señor era llevado, y de la cual provienen todas las cosas, tanto las celestes como las terrestres, igualmente, ese limbo procede de una agua que no es vulgar, y que no es ni el rocío celeste, ni un aire condensado en las cavernas de las tierra o en un recipiente, ni un agua proveniente del abismo de la mar o sacada de las fuentes, pozos o ríos, sino que es un agua que toma su fuente de una cierta agua que ha padecido y sufrido y que está ante los ojos de todo el mundo y sin embargo es conocida por poca gente. Esta agua posee en si misma todas las cosas que le son necesarias para el cumplimiento de toda la obra (en ella estando todo su exterior).

XIII
Esta naturaleza es mediadora entre el gran y el pequeño mundo; se encuentra por todas partes, está en casa del pobre como del rico, tal como nos aseguran todos los filósofos: Se la arroja a las calles donde se la holla con los pies aunque sea el origen y la fuente de tantas operaciones maravillosas, por lo cual nos conviene restablecer esos tres principios del cuerpo.


XIV
Cuando esta materia está resuelta en su propia agua (pues toda generación viene del agua) ha de ser circulada por los cuatro elementos, hasta que llegue a ser una naturaleza astral fija, en el huevo filosófico, llamado así por el calor de la gallina que incuba incesantemente sus huevos, pues de otro modo todas esperanza de generación perecería.

XV
Así el pequeño pájaro animal de Hermes, al se encerrado en su calabozo, que es el horno, ha de ser excitado por el calor de nuestro fuego vaporoso, continuado por grados hasta que sea extraído de si mismo y sea capaz, por su alumbramiento, de curar a cada uno.

XVI
Así como en la preparación de los tres principios de esta agua que ha sufrido, nada añadimos nosotros a su materia sustancial, nada quitamos a las tres propie-dades que subsisten en aquella agua: pero solamente rechazamos en su preparación las superfluidades, es decir, las heterogeneidades o la tierra muerta y el agua insípida. Igualmente, comenzamos nuestra obra hermética con la conjunción de los tres principios preparados según una cierta proporción que consiste en el peso del cuerpo, que ha de igualar al espíritu y al alma casi en su mitad.

XVII
Después, gobernamos el todo con una continua fomentación a fin de que la naturaleza, agente interior, no retarde su acción, ni sufra ningún exceso. Haz, por tanto, un suave fuego al comienzo, que sea, primeramente, casi de cuatro gotas o hilillos, hasta que la materia ennegrezca: después le añadís, de tal manera que sea casi de catorce hilillos, mientras la materia se lava y el Iris que aparece concluya en color gris: luego, ponedla a casi veinticuatro hilillos hasta una perfecta blancura, superior a la de la nieve, fija y fluida, que es la luna del microcosmos.

XVIII
Si deseáis alcanzar la perfecta rojez continuareis el fuego durante setenta días. hasta que la piedra sea transformada en un rubí transparente, denso y pesado, que es verdaderamente, el sol del micro-cosmos, que podréis aumentar del mismo modo que habéis comenzado: un grano de aquel es igual en poder a seis mil granos y por tanto se ha de administrar en muy pequeñas dosis.

Raíz del Elixir

D

Hay en ella un vigor etéreo y
una imagen celeste.

De donde nos fluye y derrama esta Medicina de Dios.

R. E.

D

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